Entendiendo el Discurso Filosófico de la Modernidad (1) (por Jan Doxrud)
En este y los siguientes escritos abordaré el tema de la modernidad. ¿Por qué es importante esto? Porque somos hijos de la modernidad, aunque algunos ni siquiera tengan conocimientos de lo que es la modernidad. En este primer escrito abordaré el tema de la modernidad de (manera no exhaustiva) intentando dar un contexto histórico y señalar algunas características de este concepto de acuerdo a una serie de autores. Un tema medular dentro de la temática de la modernidad que resaltan varios autores es principalmente la fuerte tensión que se da en su interior (pero que también lo proyecta hacia el exterior) lo que se puede resumir en: lo efímero vs lo eterno, lo líquido (por utilizar el concepto de Baumann) vs lo sólido, cambio vs permanencia y fugacidad vs perennidad. Por otro lado, como explica el sociólogo Peter Wagner, existe un discurso de la modernidad como un discurso de liberación pero, por otro, tenemos un discurso de la modernidad concebidio como uno de sometimiento.
Es justamente esta tensión lo que hace que el tema sea relevante, ya que es una tensión que aún caracteriza a nuestra época y que se manifiesta en distintos espacios: político, social, religioso, ecológico y espiritual. Por ende, aquellos que se oponen a la modernidad se oponen siempre a algún aspecto o dimensión de esta misma y no a la modernidad en “general” o en su conjunto. Por ejemplo, puede ser que los islamistas aborrezcan las instituciones políticas de Occidente pero, por otro lado, no dudan en utilizar todas aquellas tecnologías y armas que han nacido en esa misma cultura, fruto del proceso de modernización. La separación de los poderes del Estado y la separación entre la religión y la política han sido una de las grandes conquistas del discurso filosófico de la modernidad, pero tal discurso político está lejos de ser aceptado por todos. Tomemos el caso del islamismo radical (aunque podríamos escoger otros grupos que se oponen a la modernidad dentro del mismo mundo occidental por razones ajenas a la religión, por ejemplo, los ecologistas) que no concibe la idea de un Estado laico aconfesional y menos la separación entre la esfera política y religiosa. En otras palabras no conciben un Estado que no sea teocrático. Por ejemplo el ideólogo egipcio Sayyid Qutb (1906-1966) escribió:
“(…) el espíritu esencial de nuestra religión se funda en esta idea: que el trabajo práctico es un trabajo religioso o, de otra forma, que no existe un límite remarcable entre la religión y la vida, por lo que aquella no puede existir en el aislamiento ideal de una conciencia solitaria”[1].
El académico chileno de la Universidad de Oldenburg, Fernando Mires, habla de las “tres escisiones de la modernidad” que han sido resistidas, principalmente, para quienes les es ajeno el discurso filosófico de la modernidad (es algo perteneciente a Occidente): 1) tradición; 2) autoridad; 3) religión.
Al respecto señala Mires:
“Tradición y autoridad se encuentran en la mayoría de las culturas no occidentales subordinadas a la religión, de modo que la tradición es una tradición religiosa y la autoridad es una autoridad religiosa. El mundo no occidental, y particularmente el islámico, es un mundo cultural no escindido interiormente, por lo que el individuos y, por consiguiente, el proceso de individualización son instancias muy débiles, si es que existen”[2].
Antes de entrar en materia, ¿cómo definió el filósofo prusiano, Immanuel Kant (1724-1804) la Ilustración, que se encuentra estrechamente conectada con la modernidad? Responde Kant:
“La ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad. El mismo es culpable de ella. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la ilustración. A meida que avancemos a lo largo de otros escritos, entraremos en mayores detalles y le daremos mayor densidad al tema en cuestión”.
…
¿Qué es la “modernidad”? La respuesta no resulta ser fácil y simple puesto que, para empezar, no podemos hablar de “una modernidad”. La modernidad, como señaló el sociólogo Anthony Giddens, ha sido el tema predilecto de los sociólogos: Karl Marx (181-1883) quiso comprender la modernidad por medio del análisis del funcionamiento del sistema capitalista de producción (lógica del capital), Max Weber (1864-1920) intentó hacer lo mismo a partir de la lógica de la racionalización y Emile Durkheim (1858-1917) se interesó por las fuerzas de integración social. De esta manera el Giddens señala que cada uno de estos autores aportó una visión de la modernidad, por lo que no podemos reducir la modernidad a una lógica única. De acuerdo a Giddens, pensar el mundo moderno supone articular las diversas lógicas imbricadas. Al respecto comenta el sociólogo inglés:
“La sociedad moderna no forma un todo unificado, un sistema integrado movido por una fuerza única. Existen lógicas y tendencias múltiples que interfieren. La modernidad es multidimensional. Sin embargo, me parece que los tres últimos siglos son totalmente distintos de cualquier otro periodo de la Historia. Y eso se debe a la influencia de un complejo de instituciones como el capitalismo, la industrialización, los estados-naciones y el individualismo, que han transformado el mundo a partir del siglo XVII. La sociología está históricamente ligada a ese movimiento de transformación del mundo. En mi opinión, la razón de ser de la sociología es intentar comprender ese proceso. Veo la sociología como una especie de "autoconocimiento" de la modernidad, que debe percibir sus potencialidades y sus límites”[3].
Los artistas tampoco se han mantenido al mergen en este tema. En esta temática, el modernismo estético y el corpus de textos modernistas han sido, de acuerdo al teórico literario Fredric Jameson, “tan útiles en la elaboración y reconstrucción de las distintas ideologías de la modernidad”[4].
Desde un punto de vista etimológico, "moderno· deriva de “modernus” en el sentido de “actual” o “reciente”. Jameson explica que fue el Papa Gelasio I (494-495) quien utilizó este concepto para distinguir a sus contemporáneos de aquel período anterior de los Padres de la Iglesia. Ahora bien, tal utilización del concepto de “moderno” no implicaba ningún privilegio específico para el tiempo presente sobre el pasado. Con el escritor latino, Casiodoro, el término adquiere un nuevo matiz. Como explica Jameson con Casiodoro, modernus conoce ahora una antítesis sustantiva y es lo que el escritor cristiano denomina como Antiquas, es decir, moderno vendría a ser la antítesis de lo antiguo. Tanto Gelasio I como Casiodoro fueron testigos del derrumbe del Imperio Romano de Occidente ante los godos y, para éste último, el nuevo imperio gótico no sólo significó una ruptura con la tradición teológica cristiana, sino que constituyó “una línea divisoria fundamental entre una cultura en lo sucesivo clásica y un presente cuya tarea histórica consiste en reinventarla”[5]. Tenemos también que “Moderno” proviene de “modo” o “moda”, esto es, algo que está de paso o que es pasajero, de manera que moderno sería algo opuesto a lo permanente y estático. Karl Marx, en el “Manifiesto”, describiría de esa manera el capitalismo, esto es, como una vorágine donde se crea y se destruye, donde la estabilidad parece no tener lugar en el mundo y en donde “todo lo sólido se desvanece en el aire”, fenómeno que posteriormente el economista austriaco Joseph A. Schumpeter (1883-1950) denominaría como “destrucción creativa”. Siguiendo la etimología anterior, el poeta Arthur Rimbaud, al final de “Una temporada en el infierno”, pronunció su célebre frase: “hay que ser absolutamente moderno”. ¿Qué significa esto? Parece ser un imperativo que nos llama a adherirnos a la moda, esto es, a lo transitorio y a la constante innovación o, como escribió Jameson, Rimbaud “no se limita a asegurarnos que ya somos modernos, sino que nos asigna una tarea”[6].
En los estudios culturales se diferencia el concepto histórico de moderno del estético. Por su parte, los historiadores de la literatura utilizan este concepto para hacer referencia a un conjunto de vanguardistas que se desenvolvieron aproximadamente entre los años 1800 y 1930. De esta manera, no podemos hablar de “modernidad” sólo a partir del comienzo de la llamada “Edad Moderna” (tal como se enseña en los establecimientos educacionales cuando se analiza la historia universal), la cual comenzaría con el descubrimiento de América en 1492 o la caída de Constantinopla en 1453. En cambio, sí podemos hablar de modernidad con las transformaciones socioeconómicas producto de la Revolución Industrial. Si tuviésemos que realizar el difícil ejercicio de comprimir las diversas convicciones que fueron echando raíces en aquellos siglos, especialmente a partir del XVII, podríamos señalar que hubo una “idea-fuerza” que predomin: la firme creencia de que la razón era la herramienta exclusiva para conocer la verdad y que los conocimientos verdaderos eran aquellos que podían ser traducidos en fórmulas físico-matemáticas, lo que se traducía a la larga en un proceso de matematización de la realidad así como el desplazamiento del centro desde la figura de Dios hacia la del ser humano, de la fe a la razón, de la teología a la ciencia, en otras palabras, se produjo un “supuesto” desplazamiento desde el teocentrismo al antropocentrismo. Junto a esto cabe añadir la importancia de la libertad del ser humano para que este sea capaz de determinar su propio destino y no estar sometido al poder de otro: amo, gremio, señor feudal, moral y religión.
En este escrito me centraré en el siglo XIX y XX para examinar la modernidad y me serviré para ello de algunos de sus representantes más emblemáticos. Podrá resultar extraño que se mencionen personajes como Goethe, Marx o Baudelaire, hasta pensadores que incursionaron en los terrenos como el de la economía, poesía, novela o la sociología. Lo cierto es que el estudio de la modernidad involucra procesos tales como la revolución industrial, el desarrollo de las ciencias y transformaciones políticas, pero se generaron otras transformaciones, en otros campos, como la literatura y las artes, de manera que en el estudio de la modernidad existen varios caminos por los que se puede comenzar su estudio. Al respecto escribió el teórico marxista Marshall Berman (1940-2013):
“Nuestra visión de la vida moderna tiende a dividirse entre el plano material y el espiritual: algunos se dedican al «modernismo», que ven como una especie de espíritu puro que evoluciona de acuerdo con sus imperativos artísticos e intelectuales autónomos; otros operan dentro de la órbita de la «modernización», un complejo de estructuras y procesos materiales –políticos económicos y sociales- que, supuestamente, una vez que se ha puesto en marcha, se muere por su propio impulso, con poca o nula aportación de mentes o almas humanas”[7].
Así, este dualismo, de acuerdo a Berman, “nos aparta de uno de los hechos que impregnan la vida moderna: la mezcla de sus fuerzas materiales y espirituales, la íntima unidad del ser moderno y del entorno moderno”[8]. El que quiera comprender la modernidad no podrán hacerlo si pasa por alto, por ejemplo, el Fausto de J. W. Goethe, a G. W. F. Hegel, Friedrich Nietzsche, Charles Baudelaire (el primer escritor en utilizar el término “moderno”), a Virginia Woolf o a James Joyce, e incluso los logros de Max Planck o Sigmund Freud que captaron, cada uno desde sus disciplinas, el zeitgeisto el “espíritu de su época”, específicamente de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Por supuesto que tendremos que retroceder más allá de estos siglos para comprender de mejor manera nuestro objeto de estudio.
Por ahora nos centraremos en elperíodo que transcurre desde finales del siglo XIX y el comienzo de la Primera Guerra Mundial (1914), período de profundas transformaciones en el ámbito social, político, cultural y tecnológico, lo que significó la apertura de un extenso y profundo abismo entre la “tradición” el “status quo” y las nuevas ideas que se estaban incubando. ¿Qué cambios son estos? La lista es extensa pero mencionaré algunas representativas. En primer lugar, tenemos las nuevas tecnologías y fuentes de energía que surgieron producto de la primera y segunda revolución industrial, el aumento de la población y el aumento de la producción (no cumpliéndose así aquella profecía conocida como la “catástrofe malthusiana) y la aplicación del fordismo y el taylorismo, lo que no fue más que la aplicación de la planificación racional en el ámbito laboral. El fordismo y el taylorismo (y posteriormente el toyotismo) apuntaron a organizar el trabajo en las fábricas de modo tal que cada fracción de tiempo fuese aprovechado eficientemente y que el número de trabajadores contratados fuese el necesario para la producción, de manera que no hubiese fuerza de trabajo ociosa.
En segundo lugar tenemos la multiplicación de los medios masivos de comunicación como el periódico, el gramófono, el cine y la publicidad. Otro hecho relevante en la primera mitad del siglo XX FUE el psicoanálisis de Sigmund Freud y la exploración de ese “misterioso mundo del inconsciente”, de los sueños y de las pulsaciones sexuales ocultas y reprimidas dentro de “psique” de los seres humanos por la moral represiva y cínica de la época. Resultó ser que, tras aquel ser humano racional operaban ciertas fuerzas “irracionales” de las cuales no podía dar mayores explicaciones. Habría que esperar los avances en psiquiatría y neurociencias para que el estudio del denominado “inconsciente ”se volviese más serio y científico, y dejase estar bajo la tutela del psicoanálsis. Otros acontecimientos relevantes fueron los hallazgos de Max Planck sobre la cuantización de la energía, trabajo que sería posteriormente continuado por Albert Einstein, quien obtendría sorprendentes resultados a partir del efecto fotoeléctrico. A esto debemos añadir la teoría de la relatividad especial de Einstein que alteró por completo los conceptos de espacio, tiempo, materia y energía, y su teoría general, una teoría de la gravitación, que versa sobre la geometría del espacio y tiempo del universo, que constituyó un avance respecto a las ideas planteadas por Newton. Con Einstein desapareció el cocnepto de gravedad y fue sustituido por la curvatura del espacio-tiempo. Tenemos también los experimentos de Marie y Pierre Curie, lo que significaría que por primera vez una mujer científica obtuviese dos Premios Nóbel: el de Física (1903) y el de Química (1911). Por ñultimo, dentro de las ciencias duras, cabe destacar a aquel grupo de científicos que incursionaría en el mundo subatómico: Werner Heisenberg, Erwin Schrödinger, Niels Bohr y Louis de Broglie entre otros. En las artes, el modernismo pretendió ser un movimiento de ruptura con las antiguas formas y estilos, por ejemplo, en la literatura se quería ir más allá del gusto del gran público a través de la creación de nuevas y mejores obras, constituyéndose así una vanguardia, que iba constantemente por delante de lo antiguo.
Quisiera detenerme por un momento en el período que comprende los años finales del siglo XIX y comienzos del XX, para que se tenga una idea del ambiente que se respiraba. Posteriormente continuaré explicando el concepto de modernidad. Estamos ubicados en Europa, en la denominada cultura occidental, donde también podemos incluir a Estados Unidos, aunque era Europa el verdadero centro de la cultura y las ciencias. Las distintas naciones en Europa en 1900 vivían bajo diferentes tipos de regímenes políticos. Tenemos el régimen retrógrado y autocrático bajo los zares de Rusia bajo la dinastía Romanov que gobernaba desde la primera mitad del siglo XVII. En segundo lugar estaba el inestable y multiétnico imperio de Austria-Hungría bajo los Habsburgos y en Francia se había establecido la Tercera República tras la derrota ante Prusia. Fue justamente el reino de Prusia el que logró bajo la figura de Otto von Bismarck coronar a Guillermo I como monarca del Segundo Reich, coronación que se llevó a cabo, para humillar aun más a los franceses, en Versalles (1871). Por último cabe destacar a Inglaterra, cuna de la Revolución Industrial y la gran potencia marítima. Las grandes metrópolis en aquellos años eran Londres, donde predominaba la represiva moral victoriana que obligó a grandes luminarias a cambiar lugar de residencia como Oscar Wilde o James Joyce. También destacaba Viena que brillaba en campos como la música y el teatro lírico, aunque igualmente, como en Inglaterra, el ambiente no era precisamente el más liberal. Por supuesto no se puede dejar de mencionar a Paris que estaba experimentando, así como las demás metrópolis, importantes transformaciones urbanas y demográficas. La nueva Alemania no se quedaba atrás con ciudades como Berlín o Münich, ciudad que Luis I de Baviera (1786-1868) soñó con transformarla en la “Atenas de Isar” y la ciudad de Weimar que contó en el pasado con ciudadanos ilustres de la talla de Goethe. Rusia, siempre dividida entre los eslavófilos y aquellos quienes admiraban la cultura occidental, poseía hermosas ciudades como Moscú y la más occidentalizada, San Petersburgo.
Fueron estas naciones y ciudades que vieron nacer, crecer y morir a ilustres representantes de la cultura. Tenemos, por ejemplo, uno de los máximos exponentes del posimpresionismo: Vincent van Gogh (1853-1890. También vivía en aquellos años ese noruego tan adelantado a su época como lo fue el dramaturgo noruego Henrik Ibsen(1828-1906) que deleitó y provocó con sus obras de teatro, y se erigió como uno de los inspiradores masculinos de las feministas. También tenemos al pianista y compositor de la misma nacionalidad, Edvard Grieg (1843-1907) quien compuso música incidental encargada por Ibsen. En Irlanda tenemos al poeta y dramaturgo William Butler Yeats (1865-1939), a James Joyce (1882-1941) que marcó un antes y un después con su novela Ulises y al gran Oscar Wilde (1854-1900) quien terminó viviendo míseramente en Francia. En España estaba Pablo Picasso (1881-1973), el arquitecto español Antoni Gaudí (1852-1926), el escritor y filósofo Miguel de Unamuno (1864-1936). En Francia destacaban las figuras de Charles Baudelaire (1821-1867), del cual hablaremos posteriormente, el poeta y crítico Stéphane Mallarmé (1842-1898), Émile Zola (1840-1902) y su polémico “J'Accuse”. También en Francia nació ese espíritu errático, el poeta Arthur Rimbaud (1854-1891), al pintor posimpresionista Paul Cézanne (1839-1906) y Marcel Proust (1871-1922) y su voluminosa novela: En busca del tiempo perdido. En Italia tenemos a Filippo Tommaso Marinetti (1876-1944) y el dramaturgo, político y militar, Gabriele D'Annunzio (1863-1938) No podemos dejar atrás a aquellos titanes de la literatura rusa como el gran Fiódor Dostoievski (1821-1881) y su inigualable capacidad de penetrar en la psiquis humana; al maestro del relato corto, Antón Chéjov(1860-1904) y a ese otro titán de la literatura que fue León Tolstói (1828-1901).
Todos ellos fueron hijos de esta época que estamos abordando, una época que ya había sido en alguna medida vaticinada y descrita por autores como Goethe, Marx, Nietzsche y Baudelaire. Estamos en esta Europa de grandes cambios y avances, una Europa a la vez moderna, pero en donde también persistían contradicciones entre nuevas ideas y conjunto de valores. Que chocaban contra aquellos que aún se aferraban a una tradición que estaba destinada a desaparecer. Las contradicciones se manifestaban de distintas maneras: movimientos feministas y misoginia, aires de civilización y tolerancia tenían que convivir con el racismo y pogromos, el surgimiento de una gran masa de proletarios frente al encumbramiento de grandes capitalistas que amasaban magnas fortunas, barrios marginales que existían paralelamente con los cabarets, los café-concierto, music-halls, ferias, grandes exposiciones, parque de atracciones y espectáculos deportivos. Los avances científicos y la técnica fascinaban, pero también causaban sospecha y en otros terror debido a los potenciales peligros que podrían emerger. Una ciencia desprovista de un marco ético normativo causaba pánico. “Malestar en la cultura” tituló Freud a su breve escrito para describir una época marcada por la crisis valórica, problemas sociales, incertidumbre y desconcierto. Otra parte de la humanidad veía el futuro bajo un prisma de mayor optimismo, un optimismo que se despedazaría con el comienzo de la Primera Guerra Mundial. Muy pocos de las personalidades mencionadas serían testigo de la carnicería en la que se verían involucradas las naciones europeas: la Primera Guerra Mundial.
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Pasemos ahora a abordar el concepto de modernidad. En la seguidilla de artículos sobre el tema procederé como sigue: en primer lugar abordaré superficialmente este concepto de modernidad insertándolo dentro de un marco temporal y, posteriormente, continuaré la exposición sirviéndome de las obra de autores tales como Alain Touraine, Jürgen Habermas y Marshall Berman entre otros. Posteriormente examinaremos algunas críticas a la modernidad para luego pasar a abordar la posmodernidad como una supuesta superación de la modernidad.
La modernidad puede ser entendida como un período de la historia europea. Podemos fijar su inicio, aunque no debemos ser rígidos en la fijación de estos límites (tanto espaciales como temporales), a finales del siglo XV y cristaliza en el siglo XVIII con la Ilustración. Pero como señalé en el comienzo, hablamos propiamente de “modernidad” con la llegada del siglo XIX, con el surgimiento de las sociedades industriales y urbanizadas, una de las grandes creaciones precisamente de la modernidad. Esto constituyó un punto de quiebre en el sentido de que comienzan a abandonarse las formas tradicionales vida. Para ser más claro, se pasa gradualmente de una sociedad agraria y feudal, junto a toda la organización social, política y económica que va de la mano con tal sistema, a una forma de organización capitalista de la cual emergen nuevas formas de organización social y nuevas formas de relaciones sociales. La modernidad suele estar vinculada al Renacimiento, así como al Humanismo. De esta época comenzaría a surgir una modernidad que puede ser vista como “libertaria”, en el sentido de que el individuo se libera de los distintos lazos de opresión, donde le yo se libera gradualmente de los obstáculos que lo reprimen, desde los más concretos a hasta aquellas formas de opresión más sutiles.
La modernidad también se encuentra estrechamente conectada a la Ilustración. Recordemos algunas características claves de la ilustración: secularismo, liberalismo, moral naturalista, el empirismo y la importancia de la razón. Con respecto a esto último, la relevancia de la razón, algunos han querido dar a entender que el carácter libertario de la modernidad fue clausurado ya en el siglo XVII, cuando la razón pasa a ser la gran rectora de la vida social encerrando a esta en una “jaula de hierro” para utilizar las palabras de Max Weber como tendremos oportunidad de ver más adelante.
Continuemos con nuestra pregunta: ¿qué es la modernidad? Esta es la pregunta que se formula el sociólogo francés Alain Touraine. “¿Qué es la modernidad, cuya presencia desde hace más de tres siglos y que hoy es puesta en tela de juicio, repudiada o redefinida?”[9]. De acuerdo a Touraine la idea de modernidad
“fue la afirmación de que el hombre es lo que hace y que, por lo tanto, debe existir una correspondencia cada vez más estrecha entre la producción –cada vez más eficaz por la ciencia, la tecnología o la administración-, la organización de la sociedad mediante la ley y la vida personal, animada por el interés, pero también por la voluntad de liberarse de todas las coacciones”[10].
Esta correspondencia se basa en el triunfo de la razón que anima la ciencia y sus aplicaciones, así como también la que “dispone la adaptación de la vida social a las necesidades individuales o colectivas”. Por último es la razón la que reemplaza arbitrariedad y la violencia por el estado de derecho y por el mercado, señala Touraine. Es la razón la brújula que muestra a los seres humanos el camino hacia la emancipación en su sentido amplio, tal como lo planteaba Immanuel Kant. Es justamente, como veremos más adelante, la “Razón” la que será victima de los ataques de los románticos, por Max Weber y la Escuela de Frankfurt, y más recientemente por los posmodernos.
¿Qué ha hecho la modernidad? ¿Cuáles han sido sus consecuencias? Ha quebrado con el mundo teocéntrico del pasado, lo desacralizó pero, como escribió Touraine, la modernidad no reemplazó a la antigua cosmovisión por un mundo de la razón y por un mundo totalmente secularizado. Algunos preferirá hablar de una “sacralización de la razón”. De acuerdo al sociólogo francés, lo que la modernidad impuso fue la escisión “de un sujeto descendido del cielo a la tierra, humanizado, y del mundo de los objetos manipulados por las técnicas. La modernidad ha reemplazado la unidad de un mundo creado por la voluntad divina, la Razón o la Historia, por la dualidad de la racionalización y de la subjetivación”[11]. Más adelante tendremos oportunidad de abordar con más detalle a Touraine.
[1] Sayyid Qutb, Justicia social en el Islam (España: Editorial Almuzara, 2007), 48.
[2] Fernando Mires, El islamismo (Chile: Ediciones LOM, 2005), 24.
[3] Entrevista con Anthony Giddens, Letras Libre, 31 de marzo de 1999 (artículo en línea: http://www.letraslibres.com/mexico/entrevista-anthony-giddens)
[4] Fredric Jameson, Una modernidad singular (Argentina: Editorial Gedisa, 2004), 178.
[5] Ibid., 25.
[6] Ibid., 177.
[7] Marsall Berman, Todo lo sólido se desvanece en el aire (México: Siglo XXI editores, 2013), 129.
[8] Ibid.
[9] Alan Touraine, Crítica de la Modernidad (Uruguay: FCE, 1995), 9.
[10] Ibid.
[11] Ibid., 12.