Henry Kissinger (2): ¿Estados Unidos entre la Realpolitik y el idealismo? (por Jan Doxrud)
Regresemos al otro presidente mencionado en al artículo anterior: Woodrow Wilson. Si Roosevelt fue, en palabras de Kissinger, el “estadista guerrero”, Wilson fue, en palabras del mismo autor, el “sacerdote-profeta”. Kissinger describe a Wilson como un fenómeno asombrosos, puesto que logró mover a su nación y sacar del aislacionismo a algunos de sus paisanos apelando, no a la fuerza, sino que apelando a fe en la naturaleza excepcional de los ideales estadounidenses. Tal enfoque de la política internacional dio origen al ya mencionado “wilsonismo” que tiene las siguientes características de acuerdo a Kissinger:
a) La misión especial de los Estados Unidos trasciende la diplomacia cotidiana, y los obliga a servir como faros de la libertad para el resto de la humanidad.
b) La política exterior de las democracias es moralmente superior porque el pueblo es, en esencia, amante de la paz.
c) La política exterior debe reflejar las mismas normas morales que la ética personal.
d) El Estado no tiene derecho a arrogarse una moral especial.
Sobre el “wilsonismo” señala Kissinger:
“No ha habido otra nación que basara sus pretensiones de liderazgo internacional en su altruismo. Todas las demás naciones han deseado ser juzgadas por la compatibilidad de sus intereses nacionales con las de otras sociedades. Y sin embargo, desde Woodrow Wilson hasta George Bush, los presidentes norteamericanos han invocado la generosidad de su país como el atributo decisivo de su papel dirigente”[1].
El Wilsonismo, por lo tanto, involucra una serie de premisas:
a) Excepcionalidad de la nación estadounidense.
b) Los valores políticos y sociales superiores de EEUU.
c) La seguridad de EEUU está atada a la seguridad del resto de la humanidad.
d) La política exterior de EEUU es movida por un interés altruista.
e) Visión providencialista del rol de EEUU en el escenario mundial.
f) Seguridad internacional basada en la cooperación mutua por medio de organismos internacionales.
Veamos el caso de la reacción de Wilson ante el estallido y desarrollo de la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Estados Unidos, fiel a su política aislacionista, se mantuvo al margen de la guerra hasta que, en 1917, entró a combatir con Francia e Inglaterra con el Imperio alemán. ¿Por qué ingresó Estados Unidos a la guerra? ¿Hundimiento del Lusitania? ¿el telegrama Zimmerman? Ciertamente no fueron las principales causas, ya que habían causas más de fondo. EEUU ya no podía seguir ignorando los acontecimientos europeos, menos aún tras la guerra submarina sin restricción declarada por Alemania. Hay un tema más medular que guardaba relación con el choque de cosmovisiones que estaba sucediendo en Europa y frente al cual Estados Unidos no podía continuar manteniéndose al margen. ¿Estaba dentro de los intereses de EEUU que Alemania junto a la tradición militarista y autoritaria prusiana dominara el escenario europeo? Kissinger recuerda que Wilson no justificó su entrada en la guerra por la violación de la neutral Bélgica por parte de Alemania. Wilson fundamentó la entrada en la guerra en principios morales, en establecimiento de un orden internacional más justo que pusiera fin a las pretensiones imperialistas en Europa que habían sido las grandes causantes del conflicto.
La entrada de EEUU significó que las negociaciones de paz cambiaran de rumbo, puesto que el conflicto no se resolvería con meros acuerdos de paz que significaría volver al status quo pre-guerra con cada rey sentado nuevamente en su trono. Al respecto señala Kissinger:
“La entrada de los Estados Unidos en la guerra hizo técnicamente posible la victoria total, pero lo hizo con unos objetivos que tenían muy poca relación con el orden mundial, que Europa había conocido durante unos tres siglos y por el cual, supuestamente, había ido a la guerra. Los Estados Unidos desdeñaron el concepto de equilibrio de poder, , y consideraron inmoral la práctica de la Realpolitik. Las normas norteamericanas para el orden internacional eran la democracia, la seguridad colectiva y la autodeterminación, ninguna de las cuales se había encontrado en acuerdo europeo alguno”[2].
Dentro de los “Catorce Puntos de Wilson”, suerte de propuesta para el nuevo orden se encuentran: poner fin a la diplomacia secreta, reducción de armamentos, libre navegación por los mares, desaparición, en lo posible, de las barreras económicas, la creación de una Polonia independiente y con salida al mar y la creación de una Sociedad de las naciones que garantizara la paz, así como la independencia política y territorial de las naciones. Kissinger comenta lo siguiente sobre este nuevo paradigma de las relaciones internacionales:
“Nunca antes se habían planteado objetivos tan revolucionarios con tan pocas indicaciones sobre cómo aplicarlos. El mundo con que soñaba Wilson se basaría en principios, no en el poder; en el derecho, no en intereses…tanto para los vencedores como para los vencidos. En otras palabras, constituía una inversión total de la experiencia histórica y del método de operación de las grandes potencias”[3].
Sin embargo, Wilson fue forzado por el Congreso a regresar al aislacionismo y a no inmiscuirse en problemas europeos. Si bien se logró la formación la Sociedad de las Naciones, esta nació muerta, pues faltó el respaldo de su principal proponente, Estados Unidos, así como el apoyo de las mismas naciones europeas. Como explica Kissinger, en Estados Unidos se atacó a la Sociedad, puesto que era incompatible con la Doctrina Monroe y el aislacionismo. En el caso de la primera, debido a que la participación en la Sociedad de las Naciones, daría derecho a los europeos a intervenir en asuntos americanos (violándose así el “América para los americanos”).
En cuanto al aislacionismo, porque obligaría a EEUU a inmiscuirse en disputas fuera del continente. El Tratado de Versalles (1919) resultó ser un desastre, en primer lugar, por las fuertes sanciones económicas, políticas e incluso morales (Tratado de Versalles, Artículo 231 o cláusula de culpa de guerra) que recibió lo que, a la larga, sólo alimentaría un fuerte resentimiento en su pueblo. Pero fue un desastre también puesto que no respetó el principio de las nacionalidades a la hora de crear nuevas nacionescomo resultado de la disolución de los imperios.
Tras el final de la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos aparecería nuevamente en el escenario mundial bajo la presidencia Franklin D. Roosevelt (1933-1945). De acuerdo a Kissinger, fue Roosevelt quien lanzó a EEUU al papel de guía internacional.
Tras finalizar la Segunda Guerra mundial, EEUU finalmente tendría que aceptar su rol como nueva potencia mundial y, además, tenía que hacer frente al nuevo enemigo: el comunismo. Así, EEUU se embarcó desde fines de la década de 1940 en adelante en una serie de programas: Doctrina Truman para contener el comunismo (influenciada por George Kennan), Plan Marshall (programa de ayuda económica para las potencias europeas), establecimiento de la alianza militar (OTAN), Alianza para el Progreso y un fuerte compromiso en asumir una defensa de cualquier nación que se encontrase bajó la agresión del comunismo. Ciertamente la intervención de EEUU en el escenario mundial llegó a tal punto que ni Theodore Roosevelt lo hubiera soñado. El gobierno estadounidense no dudó en utilizar los métodos más siniestros para eliminar a sus enemigos: asesinato, conspiraciones, desestabilización de gobiernos, apoyo a dictaduras y ayudar a cualquier “enemigo que resultase ser enemigo de su enemigo” (como los Muyahidines en la guerra en Afganistán que luchaban contra los rusos entre 1979 y 1989).
A comienzos de la década de 1990, Estados Unidos se encontraba como la única gran potencia, ya que la amenaza comunista había desaparecido. Sobre el nuevo orden post-Guerra Fría escribe Kissinger:
“El fin de la Guerra Fría originó una tentación aún mayor de remodelar el medio internacional a la imagen norteamericana (…) En el mundo posterior a la Guerra fría, los Estados Unidos son la única superpotencia que queda con la capacidad de intervenir en cualquier parte del mundo. Y sin embargo, el poder se ha vuelto más difuso y han disminuido las cuestiones a las que puede aplicarse la fuerza militar (…) La inexistencia de una amenaza ideológica o estratégica deja libres a las naciones para seguir una política exterior basada cada vez más en su interés nacional inmediato. En un sistema internacional caracterizado tal vez por cinco o seis potencias y una multiplicidad de Estados más pequeños, tendrá que surgir el orden, casi como lo hizo en siglos pasados, de una reconciliación y un equilibrio de intereses nacionales en competencia”[4].
De acuerdo con Kissinger, al aproximarse el siglo XXI, el surgimiento de nuevas potencias erosionarán en parte el wilsonismo en el sentido de que harán de Estados Unidos una nación cada vez “menos excepcional”. EEUU continuará siendo la gran potencia, con la mayor capacidad militar y la más poderosa economía, y el dólar seguirá siendo utilizada como la divisa internacional, pero gradualmente irán surgiendo potencias que se volverán cada vez más poderosas y lograrán pararse ante EEUU de igual a igual.
El autor recomienda que para el siglo XXI el idealismo EEUU debe moderar el análisis geopolítico para abrirse paso por el laberinto de las nuevas complejidades. Continúa señalando que EEUU deberá aprender “a navegar entre la necesidad y la opción, entre las constantes inmutables de las relaciones internacionales y los elementos sometidos a la discreción de los estadistas”[5]. Más adelante añade Kissinger:
“Al lanzarse por tercera vez en este siglo los Estados Unidos a crear un nuevo orden mundial, su tarea predominante consiste en lograr un equilibrio entre las tentaciones gemelas inherentes a su excepcionalismo: la idea que los Estados Unidos deben remediar cualquier mal y curar toda dislocación, y el instinto latente que los impulsa a retirarse dentro de sí mismo. Una participación indiscriminada en todos los conflictos étnicos y guerras civiles del mundo posterior a la Guerra Fría agotaría a los Estados Unidos si se lanzaran como cruzados. Y sin embargo, unos Estados Unidos que se limitaran a refinar sus virtudes domésticas acabarían por posponer la seguridad y la prosperidad del país a unas decisiones tomadas por otras sociedades en lugares lejanos, y sobre las cuales los Estados Unidos irían perdiendo progresivamente todo control”[6].”
El ataque a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001 despertó nuevamente a la potencia estadounidense. El gobierno de George W. Bush, que se había centrado principalmente en la política doméstica, se vio de pronto frente a una situación ante la cual no se supo cómo reaccionar. Pero el grupo de neoconservadores que rodeaba Bush sabían perfectamente lo que Estados Unidos debía hacer. Zbigniew Brzezinski señala lo siguiente:
“Bush confirmaría en diversas declaraciones y comentarios posteriores que, para él, el 11-S fue como sentirse llamado a una misión especial: una revelación personal con toques de vocación divina. Esta creencia le dio una confianza en sí mismo rayando en la arrogancia e inspiró en él un ingenuo dogmatismo maniqueo. Los redactores de sus discursos 8algunos de ellos, de marcada inclinación neocon) aprovecharon esa propensión del presidente inyectando en las declaraciones públicas de éste numerosas fanfarronadas (¡que salgan, los estamos esperando!)”, burdas generalizaciones(el eje del mal) e, incluso, en ocasiones, demagogia islamofóbica”[7].
La guerra contra el comunismo fue sustituido por la guerra contra el terrorismo, así como contra lo que denominó como “Eje del mal” en su discurso del Estado de la Unión, el 29 de enero de 2002: Irán, Irak y corea del Norte. Sabemos que la ofensiva estadounidense fue dirigida finalmente hacia Afganistán e Irak. Otras medidas, menos públicas, fue que la CIA adquirió nuevamente una facultad que había perdido en la década de 1970: realizar una cacería global y llevar a cabo asesinatos selectivos, así como secuestros de sospechosos que serían llevados a cárceles secretas e ilegales en distintos países. En suma, como escribió Walter Russell Meade, el 11-S despertó el enfoque “jackosiano” de la política exterior en Estados Unidos.
Barack Obama, otro controversial Premio Nóbel de la Paz, ha autorizado aún más ataques con drones contra blancos seleccionados por la inteligencia estadounidense. Walter Russell Meade señala que cuando se trata de política exterior, el presidente Obama demuestra tener una doble personalidad, bordeando la esquizofrenia[8].
Lo que Obama debe intentar conciliar es su enfoque “jeffersoniano” con su enfoque “wilsoniano”. Obama ya anunció hace 5 años el retiro total de las tropas de Irak y el retiro gradual de Afganistán (el cementerio de los imperios), donde todavía permanecen miles de soldado luchando. Pero aún esta esa otra guerra en las sombras que es la de los drones que ha causado la muerte de numerosos civiles en países como Pakistán y Yemen. Ahora debemos añadir el complejo conflicto de Siria, sobre el cual nadie sabe como finalizará. Sobre este conflicto, Kissinger escribió en el 2012:
“La intervención militar, ya sea humanitaria o estratégica, debe cumplir dos requisitos: primero, que haya un consenso sobre la forma de Gobierno una vez que se haya trastocado el statu quo. Si el objetivo se limita a derrocar a un gobernante concreto, el vacío resultante podría derivar en guerra civil, cuando los grupos armados se opongan a la sucesión y otros países tomen partido. Segundo, el objetivo político debe ser explícito y posible en un periodo de tiempo que el país pueda permitirse. Dudo mucho que el caso sirio cumpla estas dos condiciones. No podemos permitirnos el lujo de dejarnos arrastrar a una escalada que culmine en una intervención militar sin definir, en un conflicto que tiene un carácter cada vez más partidista”[9].
[1] Ibid., 41.
[2] Ibid., 217.
[3] Ibid., 222.
[4] Ibid., 802.
[5] Ibid., 810.
[6] Ibid., 830.
[7] Zbigniew Brzezinski, Tres presidentes. La segunda oportunidad para la gran potencia americana (España: Paidós, 2008), 188.
[8] Walter Russell Meade, the Carter Syndrome, Council on Foreign Relations, 2010 (artículo en línea: http://www.cfr.org/history-and-theory-of-international-relations/carter-syndrome/p21106)
[9] Henry S. Kissinger, Los escollos de Siria, El País, 12 de junio de 2012 (artículo en línea: http://elpais.com/elpais/2012/06/11/opinion/1339404586_694565.html)