3/4-Libro: Los orígenes intelectuales del Tercer Reich (por Jan Doxrud)
El lector ya habrá notado a estas alturas el eclecticismo del pensamiento “volkisch”. su esoterismo, ocultismo, racismo, nacionalismo e irracionalismo extremos. También debemos destacar esa sensación de decadencia que sus adherentes sentían que su nación atravesaba, su rechazo de la industrialización y la urbanización, así como del racionalismo, la ciencia y el conocimiento académico. Frente a este escenario los adherentes a esta clase de ideologías se refugiaban en un supuesto pasado glorioso que había que recuperar por diversos medios, los cuales incluían ritos, mitos, rituales, etc.
No era extraño que proliferaran novelas que abordaran tales temáticas y en donde se creaban héroes como el Hermann Burte (1879-1960): “Wiltfeber, der Ewige Deutsche” (Wiltfeber, el eterno alemán). Este héroe también atisbaba la decadencia en que se encontraba su mundo y la visión del pasado como algo más auténtico y bello que el presente. En palabras de Mosse:
“El héroe pensaba que en su propio siglo el mundo se había degradado, que se exaltaba la fealdad, en vez de la belleza natural, y que las masas gregarias dictaban los sentimientos religiosos y el gusto estético”.
Toda esta clase de relatos se encontraban en las antípodas de la historiografía y de la historia como una disciplina académica. Los neorrománticos y adherentes al pensamiento “völkisch” rechazaban el mundo académico puesto que se oponía a la herramienta que los creían que era la válida para acceder a la verdad: la intuición.
Otros ,como Karl Höppner (1868-1948) conocido bajo el pseudónimo “Fidus”, lo hizo a través del arte, específicamente, por medio de la pintura. Fidus no apelaba a la razón sino que, como señala Mosse, a fuerzas emocionales, irracionales e intuitivas, haciendo – por medio de sus obras – visible aquello que era invisible y trascendía este mundo. Esto, junto con el estilo realista de sus pinturas – Fidus rechazó el impresionismo y expresionismo – ayudó a que sus obras se volvieran muy populares entre la juventud. Ahora bien, el arte de Fidus fue rechazado por los nazis. Esto extrañaba puesto que entre las filas del partido se encontraban varios adherentes al ocultismo y creencias paganas. Si ir más lejos, y como nos recuerda Mosse, Heinrich Himmler creía en el karma y la reencarnación, creyendo, en virtud d esto, que era la reencarnación del Enrique de Sajonia “el Pajarero” (876-936), padre del fundador del Primer Reich Alemán: Oton I.
Fidus
¿Por qué sucedió esto? De acuerdo con Mosse, pareciera ser que para el partido nazi sus obras carecían de una relación unívoca entre la imagen y la realidad deseada que se encontraban presentes en otros artistas völkisch nazis. A esto añade el mismo autor: “Además, Fidus no incidía en lo abiertamente germánico: sus templos carecían de los símbolos y emblemas germánicos concretos y el contenido de su simbolismo astral no era puramente völkisch (…)”. De acuerdo con Mosse, Hitler no era un adherente a las sectas ocultistas, siendo de gusto más sobrio, mostrándose admirador de estilos arquitectónicos clásicos y monumentales.
Pasemos ahora a examinar el tema del racismo que predominaba en aquella época y que se sustentaba en pseudofilosofías, pseudociencias y en una distorsionada interpretación de las ideas de Charles Darwin. El hecho es que en la segunda mitad del siglo XIX y los primeros decenios del XX era común la creencia de que la humanidad no solamente se dividía y “jerarquizaba” en “razas”, sino que los rasgos externos – digamos el fenotipo – era un reflejo del interior. Así, por ejemplo, la frenología desarrollada por Franz Joseph Gall (1758-1828) que, como escribió Mosse, “pensaba que podía descubrir la predisposición moral e intelectual de los hombres mediante la forma y las protuberancias de su cabeza”. Así, el tamaño de la mandíbula o el grosor de los labios podían ser indicadores de la conducta de un individuo.
Un teórico francés que tendría una enorme influencia en círculos intelectuales “völkisch” y pangermanistas fue Arthur de Gobineau (1816-1882) y su “Ensayo sobre la desigualdad de las razas” (1893). Si Marx tenía como telón de fondo del desarrollo histórico, Gobineau colocaba en el centro la raza y la lucha por la pureza de esta. En palabras de Mosse:
“Para Gobineau, la pureza de la raza comportaba la fuerza para sobrevivir, para dominar las razas inferiores, mientras que el mestizaje producía el rápido declive de las dotes culturales y nacionales, culminando con la muerte de la raza”.
La obra de Gobineau no penetró inmediatamente en Alemania, de manera que su difusión sería gradual, a través de personajes como Karl Ludwig Schemann (1852-1938) y otros grupos de prestigio dentro de la sociedad alemana como fue el caso del círculo wagneriano encabezado por Cosima Wagner (1897-1930). En lo que respecta a Schemann – fundador de la “Gobineau-Vereinigung” – Mosse lo retrata como una persona con una “mentalidad típicamente völkisch”, enemigo de la ciencia, la tecnología, las máquinas y la ciudad. Era un admirador del ya mencionado Paul de Lagard, sobre quien escribió una biografía y difundió su pensamiento.
Otro autor relevante fue el germanófilo de origen inglés: Houston Stewart Chamberlain (1855-1927) y su obra “Die Grundlagen des XIX Jahrhunderts” (Los fundamentos del siglo XIX) publicada en el año 1900. Chamberlain contrajo matrimonio con la hija de Richard Wagner – Eva – y fue un admirador incondicional de Richard Wagner. Como explica Mosse, Chamberlain era parte de aquellos teóricos raciales más “optimistas” en el sentido de que depositaban sus esperanzas de que la contaminación racial no era inevitable. ¿Por qué razón? Porque creían que una “raza en desarrollo” podría salvar a Occidente.
Tal como sucede en la obra de Gobineau, la de Chamberlain la raza es el elemento medular, pero, a diferencia del francés, la raza podía ser la salvación. Si Marx creía que la lucha de clases terminaría en una sociedad sin clases, Chamberlain creía que en esta lucha de razas, terminaría siendo una la que predominaría: la raza aria. Esta teoría racial sobre la existencia de la raza aria proviene de la filología y autores como Friederich Schlegel (1772-1829), Franz Bopp (1791-1867) y Max Müller (1823-1900). Hay que tener en consideración que este término era utilizado en un sentido lingüístico pero que, posteriormente, se distorsionaría y sería utilizado como una categoría racial.
Así el ario viene del este, de Irán o la India y, como afirmaba Max Müller, el significado de ario había que entenderlo desde el punto de vista del sanscrito: noble o digno de respeto. Volviendo a la obra de Chamberlain, Mosse explica que el autor lanza sus dardos a un enemigo que considera como el central y que no debería extrañarnos, el judío, pueblo que también había conservado su pureza, y que era concebido como algo ajeno a Occidente. Frente a esto, Chamberlain presentaba a los germanos como los salvadores de la historia – como los proletarios de Marx – y como ”los portadores de todo lo mejor de las civilizaciones griega y romana, a las que añadieron más énfasis vital”.
Mosse trae a la palestra al zoólogo y antropólogo Ludwig Woltmann (1871-1907). Mosse lo describe como un marxista de derecha que cayó bajo el hechizo tanto del darwinismo social, así como también de las ideas de Gobineau y Chamberlain. En palabras de Mosse:
“En conjunto, su aportación fue transformar la dialéctica de la lucha de clases en la filosofía de la lucha de razas. Sin embargo, era su adhesión a un marxismo adulterado lo que proveyó a sus ideas de una base entre las masas. Todos sus escritos y teorías estaban imbuidos del prejuicio contra la burguesía”.
De acuerdo con esto – continúa explicando Mosse – el marxismo de Woltmann adquirió tintes racistas y el internacionalismo de la lucha de clases “se transformó en una lucha de razas universal (…)”.
Más adelante añade Mosse que lo que Woltmann defendía era la instauración de una nación racialmente pura que sólo podía ser posible con la supresión de la estructura de clase predominante en donde el poder residía en una élite económica
Woltmann también desarrolló una teoría sobre el ideal de belleza aria lo cual incluía – entre otros aspectos – el color del cabello, la proporción del torso y la fisionomía del rostro. Al igual que Gobineau y Chamberlain, Woltmann creía en que la historia se caracterizaba principalmente por la lucha entre razas la cual culminaría no solo con el predominio de la raza dominante al interior del país, sino que también esta debía, posteriormente, expandirse territorialmente a otras naciones. Esto nos recuerda a aquel concepto que asociamos al nazismo pero que no fue inventado por Hitler: el lebensraum o espacio vital.
El ya mencionado Ratzel retrataba al Estado como un “(super)organismo vivo” y describía la vida como una caracterizada por la lucha y la incertidumbre. Este organismo vivo requería una cantidad específica de territorio para obtener recursos. Y, tal territorio, denominó como Lebensraum (espacio vital). Sumado a esto tenemos a Hebert Spencer (1820-1903) quien extrapoló las ideas de Darwin a la sociedad, popularizando la idea de la “supervivencia del más apto”. Así, Spencer promovió una visión competitiva en los ámbitos económicos y social, el cual fue extrapolado a nivel de Estados.
No obstante lo anterior, Mosse explica que el nazismo no aceptó todas las ideas de Woltmann. La razón de esto, en primer lugar, era la ausencia del antisemitismo en su pensamiento y escritos. En segundo lugar el nazismo era escéptico del darwinismo y el concepto de evolución. La razón de esto es que este pensamiento era tachado por muchos pensadores “völkisch” de “enfermedad inglesa” ya que contrariaba la visión antropológica estática de acuerdo con la cual una raza primitiva. En otras palabras ¿cómo se iba a aceptar que la raza aria pudiese provenir de un ancestro común con otros primates?
Hebert Spencer
¿Se materializaron estas ideas “völkisch” en alguna utopía tal como aconteció con los socialistas utópicos? En realidad fueron muy pocas y esas pocas no lograron su objetivo. ¿Qué buscaban estas “utopías germánicas”? Como explica Mosse, estas – como toda utopía – buscaban alejarse del mundo siendo, en este caso, islas rurales dentro de un mundo industrializado. Junto con esta “fuga mundi” tenemos también la idea del “retorno” a las raíces lo que demandaba de estas comunidades el reconstruir un entorno ideal para el Volk. Se denunciaba el capitalismo junto con la actividad especulativa en torno a la tierra.
Mosse cita al economista Adolf Damaschke (1865-1935) y su obra “Die Bodenreform” (La reforma agraria) publicado en 1902. Damaschke defendía una reforma agraria en donde la tierra fuese de propiedad común y para el beneficio común. Junto con la condena de la propiedad privada y la especulación del suelo rural, Damaschke y otros autores condenaba el interés e incluso rechazaban el uso del dinero En esto último, el economista y comerciante, Silvio Gesell (1862-1930), ejerció una importante influencia, aunque con algunas diferencias. Como explica Mosse:
Adolf Damaschke
“El dinero, el medio de cambio, no se debía abolir; en su lugar Gesell abogaba por crear un organismo central que regulara el dinero que ya había en circulación hasta que se estabilizara el precio de todos los productos y servicios. Sus medidas, al mismo tiempo, irían reduciendo los tipos de interés hasta eliminarlos por completo. Se incidía en la libre circulación del dinero y en su regulación en los términos de la oferta y la demanda. Con ello se conseguiría librar al país de deudores y hacer realidad una Alemania verdaderamente libre”.
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