2) Profetas del pesimismo (por Jan Doxrud)
Ahora bien, el pesimismo está lejos de ser un fenómeno nuevo, puesto que nos acompaña desde hace siglos, siendo lo único que cambia la causa de ese pesimismo. El pesimismo – inherente al género humano – está ligado a nuestra condición no solo de ser seres temporales, sino que también de ser conscientes de tal temporalidad. Sumado a esto, somos seres racionales así como también emocionales, de manera que nuestra propia existencia no la experimentamos al margen de esos rasgos constitutivos de nuestro ser.
Con esto quiero simplemente dar a entender que nos autopercibimos como un centro o un “Yo” que se encuentra en un fugaz presente que rápidamente se torna pasado y que tal centro va “avanzando” hacia un futuro, un futuro en el cual ese centro dejará de existir: sabemos que moriremos. Es por ello que también existe una forma de pesimismo más profundo que es aquel de carácter existencial que apunta a aquellas preguntas tales como ¿por qué estamos aquí? ¿cuál es el sentido de todo esto si a la larga moriremos?
No podemos evitar dar sentido a nuestra existencia (o al de la humanidad) e incluso intentar descubrir un supuesto “sentido de la historia”, como pretenden ciertas religiones monoteístas o credos seculares como es el caso del marxismo. Esta idea de un supuesto “sentido” invita a que aparezcan metanarrativas que nos ofrecen unos relatos simplificados, pero con la virtud de hacer comprensible de la historia humana: de dónde venimos y hacia dónde vamos.
Tales metarrelatos satisfacen la necesidad del ser humano de dar orden a nuestras vidas: nos presentan la historia como una línea que avanza hacia una utopía fina, así como los medios para poder alcanzarla e incluso los protagonistas que tienen en sus espaldas la responsabilidad de llevar al mundo hacia un destino mejor. Como veremos más adelante, mientras algunos veían con optimismo la marcha de la historia hacia el progreso indefinido, otros no veían más que una marcha fúnebre hacia la decadencia. Tal percepción del tiempo se complementa también con otros elementos como son los mitos, siendo ejemplos esto la idealización del pasado y la creencia de una Edad de oro, una Arcadia o un Edén al cual tenemos que retornar. Por el contrario, hay quienes idealizan el futuro puesto lo homologan con otro concepto a saber: el de progreso. Tal fue el caso de Condorcet y su “Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano” o Turgot y su escrito “cuadro filosófico de los progresos sucesivos del espíritu humano
Tenemos, pues, que el ser humano domestica y estructura el tiempo, le da una forma determinada, por ejemplo, el percibirlo como lineal, ordenado, unidireccional, divisible (pasado-presente-futuro) y en el cual ocurren una sucesión de acontecimientos y procesos. Pero tal representación temporal es simplemente eso: una representación que nos permite organizar lo que nos puede parecer caótico o complejo.
Esto es algo que queda ilustrada de manera más clara cuando el profesor de historia presenta a sus estudiantes una línea de tiempo en donde establece una serie de cortes arbitrarios como Edad Antigua, Edad Media, Edad Moderna y Edad Contemporánea. Sabemos que tal estructuración es arbitraria, eurocéntrica , sesgada y reduccionista, en lugar de ser sistémica, compleja y con una causalidad sistémica. Tal como lo señaló el intelectual francés Raymond Aron en su “Dimensiones de la conciencia histórica”:
“Los historiadores que se esfuerzan por captar los grandes períodos de la historia buscan a la vez los hechos que han dominado cada época y los que han provocado las rupturas entre una y otra. La periodización es resultado de una intención legítima. Falta saber hasta qué punto los datos demuestran la verdad a la validez de cada una de ellas”.
El ser humano también ha creado una escala de tiempo geológico que, a su vez, se dividen en eras, períodos, épocas y edades. Incluso ya se habla de una nueva época como el “antropoceno” y otros más creativos – como es el caso del historiador Jason W. Moore (Universidad de Binghamton) – hablan del “capitaloceno”. Pero, por si esto no bastara, el historiador francés Christophe Bonneuil (EHESS), ha acuñado el concepto de Occidentaloceno. Ya volveré más adelante sobre estas posturas anticapitalistas y, sobre todo antioccidentales, cuando abordemos a los ecologistas profundos.
El punto es que estas denominaciones están cargadas de prejuicios, sesgos e incluso fatalismo, los cuales necesitan ser contrastados con la realidad. Esta manera simplista y reduccionista de representar la realidad (como es el caso de Moore y Bonneuil), ha sido internalizada por muchas personas, las cuales hacen eco de tales posturas. Así, sacrificamos aspectos importantes de nuestro mundo como lo es el sistemismo, la complejidad y la incertidumbre. Como escribió el mismo Aron:
“En materia de historia, los vínculos causales que se llegan a establecer entre hechos aislados son la mayoría de las veces inciertos, equívocos, por múltiples razones: porque los hechos están imperfectamente definidos, porque las series nos jamás enteramente aislables , porque los fenómenos exteriores pueden modificar, desviar o paralizar el curso previsto de los acontecimientos”.
¿Es bueno ser pesimista? Depende, y nuevamente apelemos a la vida cotidiana. Tomemos los dos extremos: optimismo y pesimismo. Podríamos decir que no hay nada d e negativo en estos dos polos, siempre y cuando no se trate de un optimismo ingenuo sostenido por unicornios voladores o un pesimismo catastrófico carente de evidencias. También debemos tener en consideración que uno no es optimista o pesimista “en general”, es decir, no constituyen unas lentes a través de las cuales percibimos el mundo (dejando de lado casos como puede ser una persona depresión endógena).
Uno puede ser simultáneamente optimista y pesimista sobre distintos temas, y podemos pasar rápidamente del pesimismo al optimismo o viceversa. El pesimismo también puede estar permeado por una ideología o por nuestro sistema de creencias en materia política, económica, social y espiritual. Esto es una obviedad puesto que, de existir un pesimismo objetivo, entonces todos deberíamos ser igualmente pesimista en relación con los grandes temas en boga como el cambio climático o la automatización en materia laboral. Así, el optimismo de unos puede constituir el pesimismo de los demás.
Tenemos pues que, como el pesimismo se sustenta en nuestras creencias a través de la cuales observamos los distintos fenómenos del mundo, éste puede verse viciado y distorsionado por numerosos prejuicios, sesgos y falacias lógicas. Y si tales distorsiones mentales nos ocurren, entonces también puedes solucionarse, como es el caso de aquellas personas con pensamientos negativos y que constantemente anticipan escenarios (ficticios) catastróficos que se someten a terapias cognitivas-conductuales que ayudan a poner en tela de juicio sus propias creencias.
Siempre es importante someter a un análisis crítico nuestras propias creencias para así poder sopesarlas y estar seguro de que sustentan o no en base a evidencias. El filósofo Roger Scruton (1944-2020) en su libro “Usos del pesimismo. El peligro de la falsa esperanza” advertía tanto en contra del optimismo sin escrúpulo, así como también en contra del pesimismo inescrupuloso. En relación con las narrativas y profecías catastrofistas producto del pesimismo inescrupuloso, Scruton señala que
“(…) han ignorado la evidencia y los argumentos existentes solo por defender una conclusión ya predeterminada, la que es aceptada porque le otorga dirección y fuerza al movimiento de las masas de los justos, quienes se reúnen para lograr expulsar al demonio de nuestras vidas”.
Scruton no condena el optimismo per se, todo lo contrario, señala que los “optimistas escrupulosos” (y pesimistas escrupulosos) son conscientes de que habitan en un mundo que impone límites difíciles traspasar y que las consecuencias de intentar derribar los límites pueden tener consecuencias impredecibles. Esta es una advertencia sobre todo contra esos optimistas irracionales pretenden forzar la realidad y someterla a sus ideales sin importar el coste humano. Por su parte, el académico francés Elm Marie Caro (1826-1887) se preguntaba en “El pesimismo en el siglo XIX” lo siguiente:
¿Es verdad que el mundo es malo, que hay en él un mal radical, invencible, que está dentro de la naturaleza de la humanidad, que la existencia es una desgracia y que vale más la nada que el ser?
En su estudio de las filosofías pesimistas de aquel siglo, Caro explicaba que los acontecimientos y las situaciones de la vida revestían de dos aspectos muy diferentes, tomando así dos modos de ser opuestos, “según se presentan a los unos o a los otros; los unos preparados anticipadamente a interpretaciones favorables, los otros dispuestos a encontrar siempre el lado defectuoso en los hombres y en la vida”. Sumado a esto, Caro aseveraba que el pesimismo era una especie de enfermedad intelectual, una enfermedad “privilegiada” puesto que se concentraba “en las esferas de la alta cultura, a manera de adorno malsano y corrupción elegante”. Más adelante añade el académico francés:
“Parece que el pesimismo ofrece a la imaginación de los poetas un atractivo particular: es como un nuevo género de romanticismo que renueva el tema de sus inspiraciones, un romanticismo filosófico que nace cuando el otro se ha agotado”.
En particular, el autor destaca en su escrito la figura del poeta italiano Giacomo Leopardi (1798-1837) y el filósofo alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860). Cada uno de estos ideó una forma de escapar de esta visión pesimista general que tenían del mundo y del género humano:
“El único remedio que el alma estoica de Leopardi opone al eterno y universal sufrimiento , es la resignación, es el silencio, es el desprecio. Triste remedio sin duda, pero que al menos está en nuestra mano: ¿Para qué sirve nuestra vida? Sólo para despreciarla”.
Caro también destaca otras figuras como la de Agnes Taubert (1844 - 1877) , filósofa y autora de la obra “El pesimismo y sus adversarios”. De acuerdo a Taubert (seguidora de Schopenhauer) el pesimismo enseña que toda alegría es ilusoria y que el progreso solo venía a aumentar y profundizar la conciencia del dolor. Otro discípulo de Schopenhauer, Julius Bahnsen (1830-1881), fue va más allá que su maestro, puesto que no veía salida alguna al pesimismo, ni siquiera en el arte, la estética o la música. Para este autor la vida carece de lógica, no ha finalidad en ningún sentido, ni trascendente ni inmanente.
Lecturas complementarias:
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(2) Occidente: Autoflagelo y el monopolio de la culpa (por Jan Doxrud)
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(II) La influencia del Romanticismo alemán en el pensamiento occidental (por Jan Doxrud)
(III) La influencia del Romanticismo alemán en el pensamiento occidental (por Jan Doxrud)
(IV) La influencia del Romanticismo alemán en el pensamiento occidental (por Jan Doxrud)
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Entendiendo el Discurso Filosófico de la Modernidad (1) (por Jan Doxrud)
Entendiendo el Discurso Filosófico de la Modernidad (2) (por Jan Doxrud)
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