4) Libro: La historia olvidada del liberalismo de Helena Rosenblatt (por Jan Doxrud)
Otra celebre obra y autor destacado por Rosenblatt es “La democracia en América” (1835) de Alexis de Tocqueville (1805-1859). Tocqueville fue parte de una misión para viajar a los Estados Unidos para estudiar su sistema penitenciario, pero finalmente su estadía en el país terminó por ser un agudo análisis de sus sistema político y social. Como señala Rosenblatt, si bien Tocqueville compartía los temores de los liberales respecto a la democracia, tenía claro que el avance de la igualdad era imparable, por lo que había que preparar a Francia para las consecuencias que traía consigo tal avance. En virtud de lo anterior, Estados Unidos podía servir como referencia para Francia, esto es, que esta adoptara ciertas instituciones, valores y formas de organización político -territoriales tales como la descentralización administrativa, la separación entre política y religión, libertad de asociación, etc.
Pero sucedió que nada de esto sucedió en Francia por lo que el descontentó fue creciendo y el gobierno adoptó medidas contra los movimiento obreros a los cuales tildaron de bárbaros y salvajes. Comenzaron las huelgas y el gobierno respondió con represión. Como destaca Rosenblatt, el término “socialismo” comenzó gradualmente a diseminarse. Ahora bien, no había confundirlo con el marxismo, puesto que este primer socialismo venía a describir a cualquiera que simpatizaba con la causa de los trabajadores.
Así, y como comenta Rosenblatt, los socialistas de finales del siglo XIX no abogaban necesariamente por una revolución violenta que pusiera fin al sistema capitalista. Un caso emblemático fue el de Eduard Bernstein quien proclamó que el socialismo “era el heredero y la realización del liberalismo, y que la democracia permitía la consecución del socialismo por medio pacíficos y graduales. No era necesaria la revolución”.
Aquí destacan ciertas personalidades como la de Robert Owen para quien los socialistas eran los verdaderamente liberales. Así, para este autor no había contradicción en ser liberal y socialista a la vez (1771-1858). También no era contradictorio ser liberal y defender ciertas intervenciones estatales en diferentes ámbitos. Tal fue el caso de Tocqueville y John Stuart Mill. El primero justificaba la intervención estatal para ayudar a los más desfavorecido, ya que la caridad privada no era suficiente. En el caso de Mill, defendía la idea de que el Estado debía proteger a los menos capaces, establecer normativas para la conservación bosques y el agua, acuñación de moneda, estandarización de pesos y medidas, mejora de puertos y construcción de faros.
Ambos autores eran liberales pragmáticos, que concebían que el Estado gendarme no era suficiente, de manera que se hacía necesario potenciar una dimensión más “social” de este mismo. En Francia, comenta Rosenblatt, surgió una vía media denominada como “solidarismo” cuyo principal exponente fue León Bourgeois (1851-1925) quien fue Primer Ministro en 1895. De acuerdo al político francés, lo que la República francesa debía promover era la solidaridad entre los ciudadanos, inculcando el patriotismo por medio de la educación pública y reduciendo las desigualdades que dividían a la sociedad.
En Alemania, también se dio esta diversidad de ideas dentro del liberalismo. De acuerdo a Rosenblattt, la mayoría de los liberales alemanes rechazaban los postulados más radicales del “laissez-faire”, utilizando términos despectivos como “smithianismo” o “manchesterismo” que eran sinónimo de egoísmo e individualismo, que eran indiferentes al bienestar de la comunidad nacional. En virtud de lo anterior, Rosenblatt señala:
“Todo ello demuestra (…) que el liberalismo clásico no era el imperante durante el siglo XIX. En realidad, el concepto que desempeña este papel en los debates actuales sobre el liberalismo no existía durante el período que se examina. Los liberales tenían una gran variedad de opiniones económicas, a menudo eran incoherentes y ellos mismos casi nunca utilizaban el término liberalismo para referirse a sus ideas económicas”.
Volviendo a la Monarquía de Julio, esta terminó por manchar el concepto de liberalismo, el cual fue asociado al egoísmo y a defender nobles ideales solo en el discurso. El amigo íntimo de Marx, Friedrich Engels, también lanzó en 1844 una diatriba contra el liberalismo, estacando su hipocresía, su falta de filantropía y de humanidad. Al respecto comenta Rosenblatt:
“Engels pronosticaba que lo que estaba sucediendo en Inglaterra y Francia no tardaría en afectar a Alemania, ya que sus sistemas sociales eran esencialmente los mismos. Tres años más tarde, Engels escribió junto a Marx su famoso Manifiesto comunista, en el que advertían de una próxima revolución. En sus frases iniciales criticaban al ministro liberal francés François Guizot, que para entonces se había convertido en el símbolo mismo del liberalismo con el que Marx y Engels querían acabar. El Manifiesto fue publicado en Londres en vísperas de las revoluciones de 1848”.
Es en el capítulo 4 donde se abordan las revoluciones que estallaron en 1848 a lo largo de Europa, y que provocó la caída de la monarquía liberal francesa. Guizot terminó por dimitir y Luis Felipe abdicó al trono. Paso seguido la Cámara de Diputados eligió un Gobierno provisional el cual convocaría de inmediato comicios para la elección de una Asamblea Constituyente, que llevaría a Francia a convertirse en una república con un sufragio más extendido. Los liberales tildaron a las masas de “caníbales” y “locos”. Como señala Rosenblatt, lo paradójico de esto fue que la nueva Asamblea Nacional francesa otorgaron el poder a una mayoría conservadora, incluyendo a monárquicos.
La Asamblea se mostró intransigente frente a las demandas populares y envió al general Louis-Eugéne Cavaignac (1802-1857) a reprimir a los manifestantes. En este ambiente, la mayor parte de los liberales se unieron al llamado “Partido del Orden”, también conocido como Unión Liberal. El 4 de noviembre de 1848 se publicó la nueva Constitución. Lo llamativo fue lo acontecido en las elecciones presidenciales de 1848 que dio como ganador con una importante mayoría a Luis Napoleón Bonaparte. Sobre la figura del sobrino del emperador señala Rosenblatt:
“El segundo Napoleón tomó intencionadamente como modelo al primero. Se presentaba a sí mismo como alguien que estaba por encima de la política y uniría al país. Ante la derecha, se hacía pasar por el abanderado del orden y la estabilidad, Ante la izquierda, se erigía en el adalid de los trabajadores, un cruzado contra la pobreza y un líder que defendería los valores de la revolución. Prometió a todo el mundo prosperidad y gloria”.
En la práctica, Napoleón instauró lo que más temía Benjamin Constant: una dictadura que descansaba en una base popular, algo que comenzó a ser conocido en la época como cesarismo. Luis Napoleón comenzó a ilegalizar los símbolos de la Revolución Francesa, limitó la libertad de reunión, acosó a la prensa y se alió con la Iglesia Católica y el Papa. Hay que tener presente que desde la Revolución Francesa de 1789, las relaciones entre catolicismo y liberalismo eran tremendamente tensas. No obstante lo anterior hubo intelectuales de peso quienes pensaban que liberalismo y catolicismo eran compatibles como fue el caso de Charles de Montalembert, Hughes-Félicité de Lamennais y Henri-Dominique de Lacordaire.
Esto autores fundaron el periódico L’avenir con el objetivo de atraer al clero al liberalismo y poner fin a la unión entre política y religión. Un ejemplo que admiraba era el de Bélgica que tenían desde 1830 una Constitución que separaba Iglesia y Estado, lo cual no impidió que el catolicismo prosperara. Sin embargo el Papa Gregorio XVI no se mostró de acuerdo y su encíclica Mirari Vos (1832) realizó una crítica a los “errores modernos”. Teniendo en consideración esto, Luis Napoleón dio pasos importantes para limar asperezas con el Vaticano. Por ejemplo, con la ley Falloux (1850), se permitió a los católicos abrir sus propias escuelas.
Luis Napoleón finalmente se convertiría en Napoleón III dando inicio al Segundo Imperio que se extendería hasta 1870. Como señalé anteriormente, este régimen sería calificado como “cesarismo” que, de acuerdo a la entrada del diccionario Larousse (1867) consistía en “una forma de gobierno que alentaba la ignorancia de las masas y se aprovechaba de ella”. Por su parte, el diccionario Littré el concepto se aplicaba a “aquellos pueblos que no pueden o no saben gobernarse”. Sobre el régimen de Napoleón III comenta Rosenblatt:
“(…) era en buena medida la clase de gobierno que benjamín Constant había intentado de evitar tan denodadamente cincuenta años antes: un gobierno autoritario basado en el sufragio universal masculino. El emperador, que afirmaba representar al pueblo, explotaba sus peores instintos para su propio beneficio (…) Esta vez unas elecciones populares habían servido para instaurar un despotismo más absoluto que ningún otro período de la historia de Francia. No hacía más que confirmar la idea de Tocqueville de que las sociedades democráticas eran especialmente vulnerables a formas de opresión nuevas y más insidiosas.”
Si bien el autoritarismo del nuevo Napoleón era evidente, también adoptó políticas como ayudas a la clase trabajadora como comedores de beneficencia, controles de precios del pan, hospitales, guarderías, banquetes, fiestas, etc. Pero también perjudicó a las clases populares cuando encomendó su proyecto de un nuevo París al Barón de Hausmann que significó el desplazamiento de miles de personas hacia la periferia. Hacia 1869 los liberales obtuvieron el 45% de los votos, pero hay que preguntarse – como lo hace Rosenblatt – ¿qué significaba ser liberal durante el Segundo Imperio en Francia? En primer lugar no era un grupo homogéneo puesto que habían liberales bonapartistas, orleanistas y republicanos.
En segundo lugar habían diferencias en temas tan específicos como la aplicación de aranceles, derechos de las mujeres y sobre la injerencia estatal. El jurista y político Édouard Laboulaye (1811-1883) señalaba que ser liberal consistía en introducir reformas graduales en colaboración con el emperador. Otros, como el periodista protestante y liberal, Auguste Nefftzer ( 1820 - 1876) , colocaban el énfasis en educar al electorado. Para ello fundo Le temps (1861). Había que evitar que la democracia se deslizara hacia el cesarismo, por lo que se hacía necesario una “democracia liberal”. Al respecto explica Rosenblatt:
“Una democracia liberal, decía Nefftzer, era un tipo especial de democracia, que imponía límites constitucionales al poder del Estado y garantizaba ciertas libertades individuales fundamentales. La principal era la libertad de pensamiento, de la que derivaban todas las demás: las libertades de religión, de enseñanza, de asociación y de prensa. Estas eran las libertades que salvarían a la democracia de sus tendencias intrínsecamente despóticas”.
El católico y liberal Charles de Montalembert fue otro de los precursores y defensores de la democracia liberal. En palabras de Rosenblatt:
“Para Montalembert, la expresión democracia liberal, en lugar de ser descriptiva, hacía claramente referencia a una aspiración. Era algo por lo que los liberales debían luchar, un objetivo que alcanzar. Se diferenciaba de la democracia pura o la democracia imperial porque era una forma de gobierno genuinamente representativa, que imponía límites a los poderes gubernamentales y reconocía determinadas libertades esenciales. Las más importantes eran, una vez más, las libertades para pensar, leer, criticar y publicar sin restricciones”.
Vale la pena mencionar también la postura de algunos liberales en relación con el fenómeno del colonialismo. En Francia, los liberales criticaron las incursiones bélicas de Carlos X en Argelia. Otra crítica común era que el colonialismo solo beneficiaba a una reducida élite. No obstante lo anterior, también existía una visión positiva del colonialismo. Por ejemplo Tocqueville creía que podía ser un antídoto contra la degeneración moral y física, en el sentido de que la experiencia de la colonización imprimiría en los franceses la disciplina y el trabajo duro. Un d ato importante de la autora guarda relación con los conceptos de imperialismo y colonialismo. Por ejemplo en Gran Bretaña, los liberales podía denunciar el imperialismo a la vez que defendían el “colonialismo genuino”. El imperialismo era sinónimo de fuerza bruta, egoísmo y era utilizado para vilipendiar a figuras como Napoleón III u Otto von Bismarck. Al respecto comenta Rosenblatt:
“En otras palabras , el imperialismo era una de las maneras en que los dictadores, en connivencia con la aristocracia, saqueaban a la sociedad y, aprovechando el apoyo del populacho ignorante, intentaban impedir o incluso anular las reformas liberales”.
Artículos complementarios:
(I) ¿Qué es la Libertad? (por Jan Doxrud)
(II) ¿Qué es la Libertad? La libertad socialista (por Jan Doxrud)
(III) ¿Qué es la libertad? (por Jan Doxrud)
(IV) ¿Qué es la Libertad y el Liberalismo? (por Jan Doxrud)
En busca del Neoliberalismo (1): ¿De qué estamos hablando? (por Jan Doxrud)
En busca del Neoliberalismo (2): Los 13 Mandamientos (por Jan Doxrud)
En busca del Neoliberalismo (3): Más interpretaciones (por Jan Doxrud)
En busca del Neoliberalismo (4): El análisis de Michel Foucault (por Jan Doxrud)
En busca del Neoliberalismo (5): ¿Un nuevo liberalismo? (por Jan Doxrud)
Reseña: La Fatal Arrogancia de Friedrich Hayek (por Jan Doxrud)
(I) Robert Nozick: Anarquía, Estado y Utopía (por Jan Doxrud)
III-Robert Nozick, Anarquía, Estado y Utopía, Estado y justicia distributiva (por Jan Doxrud)
IV-Robert Nozick, Anarquía, Estado y Utopía: Explotación y Envidia (por Jan D
Reseña: Teoría de la justicia de John Rawls (por Jan Doxrud)
1) Carl Menger: reflexiones sobre la economía y su método (por Jan Doxrud)
2) Carl Menger: reflexiones sobre la economía y su método (por Jan Doxrud)
3) Carl Menger: reflexiones sobre la economía y su método (por Jan Doxrud)
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