23) El embrujo soviético (por Jan Doxrud)
Otro tema interesante que aborda Nove guarda relación con la sociedad soviética, específicamente la estructura de clase, el trabajo, salarios, situación de la mujer y los sindicatos. ¿Acaso la sociedad soviética logró siquiera acercarse al ideal comunista? ¿Al menos logró establecer una diferencia positiva respecto a los demás países del otro lado del telón de acero? La respuesta es negativa puesto que la sociedad soviética estaba estructurada en clases como cualquier otra sociedad en Occidente, pero la situación de los primeros era aún más paupérrima. En la sociedad soviética existía una clase dominante y gobernante dotada de privilegios que el ciudadano común y corriente no tenía. Como explica Nove en la URSS existía una jerarquía de funcionarios estatales pertenecientes al Partido Comunista (¿de que otro partido?) que cooperaban los cargos que no cumplía ni siquiera con los ideales del denominado “centralismo democrático”.
Esta clase privilegiada era la “nomenklatura” (sistema de nombres) que acaparaba un gran poder político y económico. Como señala Nove en los sistemas capitalistas occidentales también existían élites de diverso tipo así como también jerarquías, pero estas eran numerosas e independientes y, podemos añadir junto a Wright Mills, eran plurales y circulaban. En cuanto a la situación de la mujer, la idea bolchevique de que “igual trabajo, igual salario” no paso de ser un eslogan que no tenía asidero en la realidad.
La mayor parte de los puestos de trabajo estaban ocupados por hombres. Sumado a lo anterior existía una agravante y era que se daba una escasa prioridad a aquellos sectores que atendían las necesidades de las mujeres, como era el caso de la distribución minorista, así como también los sectores que demandaban más mano de obra femenina. Así, como bien señala Nove, lo anterior hecha por tierra la idea (aun vigente en algunos grupúsculos feministas) de que la explotación de la mujer y las desigualdades entre estas y los hombres, era un rasgo particular de la sociedad capitalista. La conclusión de Nove al respecto:
“(…) las feministas socialistas deben extraer de la experiencia soviética la necesidad de reflexionar largo y tendido sobre las causas y remedios de la desigualdad de la mujer en cuanto a renta, estatus, que es, por supuesto, lo que están haciendo algunas feministas”.
En cuanto a los sindicatos, no hay que ser un experto para saber que estos pueden cumplir su rol básico dentro de un régimen totalitario como el soviético. Comos señala Nove, los sindicatos independientes desaparecieron en 1921 y su papel se concentró en ser una “correa de transmisión” entre los dirigentes y las masas, es decir, fueron agentes de movilización de los trabajadores con el objetivo de hacer cumplir los planes de Estado. Entenderá el lector con alguna noción de lo que era el stalinsimo que realizarle una huelga a Stalin sería bastante poco viable.
Un tema relevante abordado por Nove es el de la inversión y la pregunta acerca del volumen de esta misma así como también los criterios de inversión, es decir, ¿Cuál era la regla que guiaba los distintos planes de inversión de los planificadores? ¿Cómo podía lograrse esto ante la ausencia de precios de mercado? En palabras del autor:
“Ante la elección de invertir en A, B o C, o de producir más de A por medio de C, Y o Z, ¿cómo hacer los cálculos si no es mediante algún tipo de precios con un significado real? ¿Cómo evitar tomar en consideración también el factor tiempo?”
Como nos explica el mismo economista británico, en lo que respecta a las preferencias temporales, los líderes soviéticos tenían una preferencia por el futuro en detrimento por el presente. Esto se materializó en la “gigantomanía” y la “espectacularidad” de los proyectos, en menoscabo de los proyectos más modestos. Nove trae a la palestra una anécdota de un períodico ruso que cuenta la historia de una persona que se jactaba de haber inventado una máquina para perforar los agujeros de los botones y que podía aplicarse en la industria de confección. ¿Cuál fue la respuesta con la que se encontró? “¡En la era de los Spuniks nos viene usted con una máquina para perforar botones!”.
Paul R. Gregory en su estudio sobre el tema de las inversiones bajo el estalinismo, señala que esta política estuvo fundamentada en la ideología. Con esto, el economista estadounidense quiere dar a entender que dentro de la élite comunista logró prevalecer aquel sector que abogaba por una industrialización radical del país, basado en los esquemas de reproducción ampliada de Marx (al que hice referencia en el primer artículo de esta serie) y en los trabajos sobre la “acumulación socialista originaria” del economista Yevgueni Preobrazhenski (1886-1938). En términos simples, para el economista ruso el progreso y viabilidad del experimento soviético dependía de la industrialización. Esta última, a su vez, estaba determinada por la capacidad de extraer excedente de la agricultura y dirigirlo a la industria estatal.
Finalmente la postura que logró imponerse fue la más radical, es decir, la que estaba a favor de que el país se embarcase en un proyecto industrializador radical, por lo que los más moderados, que defendían la moderación y el crecimiento balanceado, perdieron la batalla. Una vez determinado el proyecto, había que planificarlo y aquí comenzó otra pugna, esta vez, por los recursos por parte de los diversos líderes regionales que eran parte del Comité Central. Por ejemplo, el de los Urales reclamaba para sí un mayor masivos complejos de ingeniería, el del extremo este demandaba recursos para la explotación de minas de oro y plata, el de Uzbekistán demandaba proyectos de irrigación y la región de Chernozemie demandaba para sí fábricas de tractores y plantas metalúrgicas.
Regresando al tema de la política de inversión soviética tenemos que el objetivo central era la maximización de la inversión pero, esto significaba un “trade-off” (intercambio) entre consumo futuro y consumo presente. Para llevarlo a su extremo lógico, si una nación se dedica solamente a invertir, entonces no habrá que consumir en el presente. Así, las autoridades tenía que hacer frente a este “trade-off” y buscar una manera de que su política de industrialización radical no afectase la calidad de vida de los trabajadores y, por ende, también la prodctividad de estos.Aquí Gregory hecha mano la trabajo de Janet Jellen y su marido George Akerlof titulado “The Fair Wage-Effort Hypothesis and Unemployment”, publicado en el Quarterly Journal of Economics (1990).
Stalin pudo haber sido un dictador implacable e insensible ante las demandas de su pueblo, pero no era tonto, es decir, sabía que una industrialización a la escala que pensaba podría atentar contra la calidad de vida de sus trabajadores, en el sentido de que podrían recibir salario que no incentivaran un mayor esfuerzo. Por ende el Politburó debía aplicar una estrategia que tuviese en consideración las condiciones de vida de los trabajadores y el “esfuerzo de estos mismos”. Es aquí donde cita el trabajo de Jellen y Akerlof. En este modelo los trabajadores ofrecen todo su esfuerzo de trabajo a un salario que consideran como justo, de manera que si reciben un salario por debajo de ese salario justo (fair wage), entonces se esforzarán menso. También puede suceder que un salario por encima del justo tampoco se traduzca en un mayor esfuerzo. El hecho es que se tiene:
e = f (w/a)
Esto viene a significar que si el salario (w) es menor al salario justo (a) entonces el esfuerzo disminuirá. Los trabajadores pueden llegar incluso a recibir un salario (strike wage) que tendrá como consecuencia inevitable la huelga. En el caso de la economía soviética, Gregory explica que el modelo supone una cantidad fija de oferta de trabajo para producir un bien “Q” que puede ser destinado a inversión (I) o al consumo (C), de manera que tenemos que C = Q – I. Los dictadores como Lenin y Stalin eran consciente de este tema por lo que sabían que un plan de industrialización tan ambicioso como el que necesitaba Rusia, necesitaba de trabajadores motivados que dieran todo su esfuerzo y así alcanzar las metas propuestas por el Estado.
Lo anterior significaba que el régimen debía tener alguna manera de monitorear esto para así tener alguna información sobre los trabajadores. En el caso soviético se utilizaban estadísticas sobre la productividad del trabajo y rotación laboral. Junto a esto, también se utilizaban los informes elaborados por la policía secreta. Como explica el economista estadounidense, la productividad laboral fue un constante motivo de decepción para el régimen soviético. Por ejemplo Gregory explica que en 1931, mientras la inversión nominal aumentaba a un fenomenal 60%, la productividad laboral caía a una tasa anual en un 10%.
A lo anterior se añadía el problema con los planes de inversión, en otras palabras, existía una brecha significativa entre la inversión planificada y la inversión real. Hubo errores de previsión como el aprobar numerosos proyectos de inversión que no pudieron ser financiados por la insuficiencia de recursos. Gregory cita una carta del temido, implacable y longevo bolchevique Lázar Kagánocvich (1893-1991) dirigida a Stalin. En esta comunicaba a Stalin que el Politburó había decidido reducir el financiamiento de la inversión en capital, tal como el dictador soviético lo había sugerido. Asi mismo, informaba a Stalin que los reportes recogidos indicaban un aumento en los costes de construcción y que los materiales de construcción eran caros debido a tema de transporte. También existía una ineficiente asignación de mano de obra y recursos, con el consecuente despilfarro de esta misma.
Gregory explica que Stalin llegó finalmente a una solución al problema de la productividad laboral y fue pagar salarios justos (fair wage) en base a una jerarquía de trabajadores en donde en la cúspide se encontraban los trabajadores prioritarios, de manera que los que aportaban menos en la producción, entonces consumirían menos. Por ejemplo, los trabajadores de la industria eran más prioritarias en comparación con los agricultores. Así Gregory continúa explicando que la producción del sector “menos prioritario” (Qa) recibirían una salario de subsistencia (Cs). Por otro lado, los trabajadores prioritarios se les pagaría un salario justo (a) para obtener una producción Qf. Por ende tenemos lo siguiente
Qa – Cs + Qf – a = I
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