Los grandes relatos y la idea de las edades en la historia (por Jan Doxrud)

Los grandes relatos y las edades en la historia (por Jan Doxrud)

¿Existen las Edades en la historia? La respuesta claramente es negativa y por una razón bastante obvia: cualquier periodificación de la historia es convencional. Con convencional quiero dar a entender que las periodificaciones en la historia no son naturales, sino que son fruto del acuerdo entre las personas. Por otro lado no quiero dar a entender que toda periodificación, por el hecho de ser fruto de una convención, tenga que ser necesariamente arbitraria o fruto de la voluntad y capricho del ser humano. Existen períodos que pueden más o menos reflejar un determinado período de la historia, mientras que otros se alejan completamente de esta, ya sea por alejarse de la realidad que intenta describir (por ejemplo, una “historia nazi” o "soviética") o porque intenta abarcar un período de tiempo demasiado extenso.

Ciertamente ningún nombre que designe a un período de la historia logrará reflejar toda los rasgos, sus luces y sombras, de manera que conceptos como Edad Antigua, Edad Media o Edad Contemporánea son solamente nombres imprecisos que nacieron en un período determinado de la historia humana para describir algún rasgo que se consideró como “esencial” de esa época. Han existido reacciones frente a esta concepción rígidamente compartimentada de la historia ya que, después de todo, la historia no es lineal y concebirla así sólo obedece a una manera en que nosotros estructuramos los eventos en el tiempo. Las neurociencias han logrado avances importantes en lo que respecta a cómo percibimos subjetivamente el tiempo y a la sensación de experimentar un pasado, un efímero presente (que rápidamente se convierte en pasado) y el futuro (que se transforma en presente y luego en pasado). Lo mismo sucede con la concepción “teleológica” (telos = fin) de la historia, es decir, ¿es sensato preguntarse si la historia tiene un fin? De serlo así, entonces la historia tendría tantos fines a priori como personas y creencias hay en el mundo. Pero para otra fracción de la población, la historia carece de sentido, de manera que esta no apunta a ningún fin necesario hacia el cual se dirige: paraíso, nirvana, sociedad sin clases, democracia perfecta, el reino de la razón, etc.

No hay que malinterpretar lo anterior, es decir, los seres humanos, a pesar de sus múltiples diferencias, deben coincidir en que existen una serie de valores universales a los cuales se deben apuntar, como por ejemplo la Declaración Universal de los Derechos Humanos (parte de un nuevo relato de origen reciente). Quiero decir, para ser más concreto, a pesar de nuestras diferencias podemos coincidir en que la solidaridad, la tolerancia (moderada) y la cooperación son deseables, y que matar a un inocente porque no piensa como yo, es un acto que debemos aborrecer. En suma, si bien no existe una meta objetiva y única hacia la cual se “dirige” la historia, dadas las distintas creencias existentes en el planeta, sí podemos coincidir en que ciertos valores son deseable si queremos subsistir como especie humana y que existen una serie de acciones también deseables, si es que queremos conservar nuestro entorno para las generaciones futuras. Desde esta óptica, podemos establecer ciertas metas en común.

El discurso filosófico posmoderno, a partir de Jean Francois Lyotard, alzó la voz contra estos grandes y omniabarcantes “metarelatos”, aquellos relatos totalizadores (que pueden determina “la suma” o “total” de la historia en un relato) que tienen un carácter lineal, dotan de sentido a las personas, prometen, en ocasiones, una utopía futura, así como los medios para alcanzar tal utopía. Para Lyotard, los metarrelatos o grandes relatos son aquellas narraciones que tienen función legitimante o legitimatoria”. El pensador francés añade que estos metarrelatos no son mitos en el sentido de las fábulas, puesto que los metarrelatos no buscan la legitimidad en un acto originario fundacional, sino que en un “futuro que se ha de producir, es decir, en una Idea a realizar.

En su breve libro de 1986 “La posmodernidad (explicada a los niños)”, Lyotard aclara (aunque en su lenguaje característico poco diáfano) acerca de qué entiende por estos metarrelatos expuestos en su obra de 1979:

 “…son aquellos que han marcado la modernidad: emancipación progresiva de la razón y de la libertad, emancipación progresiva o catastrófica del trabajo (fuente de valor alienado del capitalismo), enriquecimiento de toda la humanidad a través del progreso de la tecnociencia capitalista, e incluso, si se cuenta al cristianismo dentro de la ,modernidad (opuesto, por lo tanto, al clasicismo antiguo), salvación de las creaturas por medio de la conversión de las almas vía el relato crístico del amor mártir. La filosofía de Hegel totaliza todos estos relatos y, en este sentido, concentra en sí misma la modernidad especulativa”.

Tal como lo expresó el intelectual francés, Francois Dosse, Occidente tiene el sentimiento de que ya no hace la historia, sino la historia de una humanidad y esto claramente produce un rechazo por parte de quienes no se siente parte de ese gran relato que, a su vez, constituye también una antropología histórica. Ejemplos de estos metarrelatos son: el Cristianismo, el Islam, la Ilustración y su confianza en el poder de la razón, la filosofía hegeliana y el marxismo. estos grandes relatos son a la vez abarcadores en sus pretensiones, pero también excluyentes, a tal punto que puede lograr transformar a gran parte de la humanidad en seres sin historia, sin existencia. 

Pero los posmodernos erraron al proclamar el fin de los grandes relatos en la historia, ya que el mismo discurso posmoderno que proclama el fin de los metarrelatos y la aparición de pluralidad de relatos (microrelatos), puede ser calificado como otro gran relato dentro de nuestra historia, es decir, el metarrelato que proclama el fin de los metarrelatos. Pero sucede hoy que el discurso cristiano, el marxismo, socialismo del siglo XXI y el discurso islamista prueban todo lo contrario: los relatos potentes, totalizantes y abarcadores siguen más vivos que nunca. Ahora bien, lo que sí debe ser abordado es la reconfiguración de los relatos existentes, para dar cabida así a aquellos sujetos marginales, que parecen ser ignorados e invisibilizados en estos relatos.

En resumen, el hecho de que los grandes relatos de la humanidad sigan en pie no impide que puedan articularse nuevos relatos o microrelatos que escapen o que no sean devorados por tales relatos. Después de todo, una feminista podrá preguntar: ¿cuál es la situación de la mujer dentro del relato marxista que privilegia la lucha de clases por sobre la dominación del patriarcado sobre las mujeres? Dentro de este contexto, la historiadora Regine Pernoud fue pionera al  abordar temáticas antes prácticamente omitidas como es elestudio de la mujer en el medioevo: Leonor de Aquitania, Hildegarda de Bingen, la espiritualidad de Juana de Arco, Eloísa y la mujer en las cruzadas. Otro, como Michel Foucault fueron pioneros al poner en el centro de su interés a los marginados, como por ejemplo los locos. La misma pregunta pueden hacerse otros grupos que han sido históricamente marginados de los grandes relatos: por motivos étnicos o religiosos.

Es por ello que la historiografía desde hace un tiempo (pienso en la Escuela de los Anales) ha defendido una “historia en migajas” o “sectorializada”, tal como lo platea Pierre Nora, para quien vivimos una historia en migajas, ecléctica, abierta a curiosidades que no hay que rechazar.

La idea de establecer períodos o extensas edades en la historia, es algo propio de los grandes relatos y  es de larga data. Como explicaba el destacado medievalista e intelectual francés, Jacques Le Goff, el estudio de las edades míticas constituye un acercamiento privilegiado a las concepciones del tiempo y de la historia que han tenido diversas sociedades a lo largo de la historia. Esta división en edades estaba estrechamente vinculada a una cosmovisión religiosa particular de la sociedad en cuestión. Sin embargo, Le Goff destaca algunas similitudes en esta descomposición etárea del tiempo. Por ejemplo, es muy común el establecer la existencia de una edad primigenia y primitiva en el origen: la supuesta “Edad de Oro”. En ocasiones esta Edad de Oro es establecida en el final de los tiempos, es decir, su existencia está más allá de las coordenadas espacio-temporales, situándose así en lo que podríamos denominar como “eternidad”. Puede acontecer también que tal Edad de Oro final sea una repetición o una suerte de regreso a esa “edad primitiva” donde reinaba la paz y la armonía. En suma, Le Goff señala que estas edades son tiempos de formación, subsistencia, de destrucción y reposo.

Examinemos algunos ejemplos concretos. Hesíodo, en su obra “Los trabajos y los días”, donde establece distintas edades, cada una representado por un metal particular, y que será una metáfora utilizada (en versiones secularizadas, no religiosas) por autores posteriores. Tales edades eran: Edad de Oro, Edad de Plata, Edad de bronce y la Edad de Hierro. En los escritos de Hesíodo se abordan temas como el trabajo, la fertilidad de la tierra, los excesos, la justicia y el bien, donde cada uno sufre cambios en las distintas edades. Examinemos cada una de estas edades. En la Edad de Oro existía una estirpe áurea de hombres mortales. Añade que en tal edad, los dioses vivían sin experimentar angustias, miseria, fatiga y ni siquiera experimentaban la vejez.

Además, la tierra era fecunda y “generosa”, vale decir, los bienes abundaban, lo que hacía vida fácil y placentera. La Edad de Plata era habitada por una estirpe (argentea) humana inferior, donde ya comienza a surgir la violencia, la angustia y el sufrimiento producto de la ignorancia de esa estirpe. La Edad de Bronce, era habitada por una estirpe creada por Zeus y que se caracterizaba por su violencia y soberbia, así como su gusto por la guerra. Por último, la Edad de Hierro, era una edad en la cual, de acuerdo a Hesíodo, más valía haber muerto antes o nacer después[1]. Otro autor que apeló a las edades míticas fue Ovidio en su obra “Las metamorfosis”, específicamente en el Libro I, donde describe las edades del hombre. La Edad de Oro es descrita como una edad sin ley, donde reinaba rectitud, la confianza, donde no existían los castigos ni eran necesarias las palabras amenazantes. A esto, añade la siguiente descripción:

Una primavera era eterna, y plácidos con sus cálidas brisa

Pronto, incluso, frutos la tierra no arada llevaba,

y no renovado el campo canecía de grávidas aristas

Corrientes ya de leche, ya corrientes de néctar pasaban

y flavas desde la verde encina goteaban las mieles

 

Los rasgos característicos de la Edad de Oro de Ovidio son la siguientes:

a)    Régimen anárquico, esto es, sin ley y no violento.

b)    Inexistencia de propiedad privada.

c)    Ausencia de comercio y de viajes hacia el extranjero.

d)    Arcaísmo tecnológico.

e)    Vegetarianismo.

f)      Moral de inocencia primitiva.

A esto se pueden añadir:

g)    Desconocimiento del trabajo.

h)    Desnudez.

i)      Ausencia de comercio monetario.

La pérdida de este estado ideal o paraíso se pueden explicar, principalmente, por 3 causas:

a)    Por causa de los actos de los seres humanos, por sus pecados o errores rituales.

b)    Por la pura voluntad de Dios o los dioses, que ponen fin al mundo.

c)    Por un puro proceso de decadencia (moral, cósmica, política)

Otros autores como Platón, no concibieron la Edad de Oro a la manera de Hesíodo u Ovidio ya que, como explica le Goff, lo que Platón propone es un estado de “hipercivilización” encarna en la Atlántida. En tal utopía, también reina la armoníay la abundancia pero, como aclara Le Goff, este no se trata de un estado natural y primitivo, todo lo contrario, es un estado artificial, es decir, construido por los seres humanos.

Las ideas de las Edades Míticas también presentes en la tradición judaica y cristiana, donde la “escatologia” (doctrina de los últimos tiempos) ofrece dos posibilidades: el paraíso celestial o una edad feliz en la tierra (milenio). La elección del número “6” para las edades obedece a que tal número viene del Génesis, correspondiendo a los 6 días de la Creación, seguido del días 7 que fue de reposo. Veamos algunos ejemplos.

1-Orígenes de Alejandría (uno de los padres del cristianismo oriental) realizó la siguiente división:

a)    Edad de Adán.

b)    Edad de Noé.

c)    Edad de Abraham.

d)    Edad de Moisés.

e)    Edad de Cristo.

2-Hipólito de Roma (teólogo cristiano del siglo III):

a)    Edad de Adán.

b)    Edad de Noé.

c)    Edad de Abraham.

d)    Edad de Moisés.

e)    Edad de David.

f)      Edad de Cristo.

 

 

3-San Agustín: distinguió las siguientes edades, basándose en las edades de la vida (primera infancia, infancia, adolescencia, juventud, edad madura y vejez)

a)    De Adán a Noé.

b)    De Noé a Abraham.

c)    De Abraham a David.

d)    De David al Cautiverio Babilónico.

e)    Del cautiverio Babilónico al nacimiento de Cristo.

f)      Del nacimiento de Cristo al fin del mundo.

El fin del mundo comprende 3 fases: a)    Llegada del Anticristo; b) Retorno de Cristo; c)    Juicio Universal.

A San Agustín le tocó vivir épocas de cambios dramáticos, como el saqueo de Roma en el 410 por los visigodos. Otros hechos que plantearon un problema de fe, fue la caída del Imperio Romano de Occidente. Como señala Le Goff, tal acontecimiento despertó las siguientes interrogantes:

-¿Por qué el patronato de los santos mártires no ha salvado a Roma y a los romanos?

-¿Por qué Dios no ha hecho ninguna diferencia entre cristianos y paganos, que han sido indiscriminadamente maltratados y muertos, o bien salvados.

-¿Por qué Dios ha dejado humillar y envilecer a Roma, de la que los cristianos se sienten, desde que ha sido renovada por la verdadera fe, herederos y solidarios?

                                                                              ...

El monje napolitano, Joaquín de Fiore, distinguió tres edades que estaban vinculadas con los tres estados existentes en el orden social:

a) Edad del Padre (desde la Creación hasta el nacimiento de Cristo): corresponde al Antiguo Testamento y predomina el miedo.

b) Edad del Hijo (desde el nacimiento de Cristo hasta el milenio): corresponde al Nuevo Testamento y predomina la fe.

c) Edad del Espíritu Santo (desde el Milenio): predominio de la fraternidad en Cristo., es decir, existe un contacto directo entre el ser humano y Dios. Aquí, la organización eclesiástica sería reemplaza por la orden de los franciscanos. La Iglesia carnal y mundana sería reemplazada por una Iglesia espiritual y purificada.

Arriba en el círculo se puede leer "Antiguo Testamento" (izquierda) y "Nuevo Testamento" (derecha). Al centro-arriba está la palabra "Hijo", a la izquierda "Padre" y a la derecha "Espíritu Santo"

Arriba en el círculo se puede leer "Antiguo Testamento" (izquierda) y "Nuevo Testamento" (derecha). Al centro-arriba está la palabra "Hijo", a la izquierda "Padre" y a la derecha "Espíritu Santo"

En cada una de estas respectivas edades dominarían las siguientes figuras:

a) Laicos o casados

b) Clérigos.

c) Monjes.

Para Le Goff, Joaquín de Fiore y sus seguidores, los joaquinistas, transformaron el tema de las edades en un arma política e ideológica, que la utilizó tanto contra el papado de la época (el poder espiritual) como contra gobernantes políticos (poder temporal).

Otros personajes que politizaron las edades míticas fueron Savonarola y su discípulo Giovanni Nesi. Este último, en su escrito “Oráculo del nuevo siglo”, exalta a Florencia como la nueva Sión y a Savonarola como el hombre de la Última Cena, quien haría “renacer” a la humanidad y la llevaría a una Edad de Oro cristiandad. De acuerdo a Le Goff, fueron 2 los aportes de movimiento iniciado por Savonarola: a) Mostrar que el Milenio podría instaurarse en un lugar no tradicional o simbólico como Jerusalén o Roma; b) Hizo el primer intento de realizar de manera efectiva una utopía política-religiosa. Girolamo Savonarola fue finalmente excolmulgado por el Papa “Borgia” Alejandro VI y fue quemado en la hoguera en la Piazza Della Signoria.

Esta religión del futuro, en el caso del cristianismo, tiene la particularidad de que la salvación es universal, abierta a toda la humanidad, para todas las naciones. Por lo demás la concepción del tiempo cristiana rompe con el tiempo cíclico, ruptura que se manifiesta en la creencia en un supuesto “final de la historia”. El filósofo católico, Jacques Maritain, explicaba que el cristianismo se opone a las cosmovisiones orientales del tiempo cíclico y nos ha enseñado que la historia es lineal y tiene una dirección

Ahora bien, como apunta Le Goff, no se puede omitir la influencia del judaísmo en la concepción de la historia en el cristianismo. En palabras de Le Goff, la religión judía es la religión de la espera y de la esperanza, que es la esencia misma de la escatología. En el cristianismo, a diferencia del judaísmo, el Hijo de Dios (no el hijo de David) se hace hombre y su muerte marcaría el inicio del Reino de Dios. En cuanto a cómo será este proceso, no está claro.  

                                                                                    …

En la era moderna si bien ya no se habla de “edades míticas” igualmente ha perdurado ese “espíritu” en la forma de “filosofías de la historia”, entendidas como una interpretación de la historia humana. Ejemplos de esto son el discurso filosófico racionalista de la Ilustración europea y su fe en el progreso, resumida en la célebre frase de uno de sus representantes, Immanuel Kant:

"La ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro. Esta incapacidad es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligencia sino de decisión y valor par a servirse por sí mismo de ella sin la tutela de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propia razón! : he aquí el lema de la ilustración".

Otro autor, uno de los padres de la sociología, August Comte, también propuso su propia división tripartita de la evolución humana. En su “Curso de filosofía positiva” estableció su ley de los tres estados: el teológico, el metafísico y el positivo o científico. En la etapa positiva, afirmaba Comte, la mente humana abandonaría la búsqueda del origen y el destino del universo, así como las causas internas de los fenómenos, y se limitaría a descubrir, por medio de la razón y la observación, las leyes que gobiernan la secuencia y la semejanza de los fenómenos. La explicación de los hechos, que se encontrarían reducidos a sus términos reales, consistiría en el establecimiento de una relación entre varios fenómenos particulares y unos cuantos hechos generales, que disminuirían en número con el progreso de la ciencia.

 Karl Marx, lector de ese arquitecto filósofico llamado Hegel, también elaboró una filosofía de la historia en una versión no idealista como la de Hegel, sino que en su versión materialista: el materialismo histórico y materialismo dialéctico. Tanto Hegel como Marx concebían que la historia humana era una sola historia en donde existía un hilo conductor, siendo en Hegel la política y en Marx, la economía. La filosofía de la historia de Marx es heredera de una larga tradición de filósofos germanos y, por lo demás, su filosofía de la historia es también heredera de una aún más larga tradición que se remonta al menos al cristianismo. De acuerdo a E. H. Carr, en la síntesis final de Marx, la historia significaba tres cosas que constituían un todo racional y coherente:

“...el devenir de los acontecimientos según leyes objetivas y primordialmente económicas; el correspondiente desarrollo del pensamiento siguiendo un proceso dialéctico; y la consiguiente acción en forma de lucha de clases, que reconcilia y une la teoría y la práctica de la revolución. Lo que brinda Marx es una síntesis de leyes objetivas y acción consciente para traducirlas a la práctica, síntesis de lo que se llama a veces, aunque equivocadamente, el determinismo y el voluntarismo”[1].

En el metarelato de Marx existe toda una macroexplicación de la evolución de la humanidad. Pero Marx no se limita a describir, sino que también nos presenta un “final de la historia”, una utopía final, así como aquellos que se encargarían de establecer esa utopía, los nuevos franciscanos espirituales: el proletariado. La historia en Marx es lineal y apunta hacia un sentido, y tal movimiento tiene un carácter necesario, es decir, el mundo se dirige inevitablemente hacia un final determinado. El relato, que adopta la división histórica de la tradición occidental, no está exento de drama, ya que se nos presenta una verdadera lucha épica entre el bien y el mal, una batalla final que será encarnada por los únicos dos bandos que siguen en pie: la burguesía y la clase redentora: el proletariado. Asó podemos leer al comienzo del Manifiesto Comunista de Marx:

“La historia de toda sociedad hasta nuestros días no ha sido sino la historia de las luchas de clases.  Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, nobles y siervos, maestros jurados y compañeros; en una palabra, opresores y oprimidos, en lucha constante, mantuvieron una guerra ininterrumpida, ya abierta, ya disimulada; una guerra que termina siempre, bien por una transformación revolucionaria de la sociedad, bien por la destrucción de las dos clases antagónicas.

 En las primitivas épocas históricas comprobamos por todas partes una división jerárquica de la sociedad, una escala gradual de condiciones sociales. En la antigua Roma hallamos patricios, caballeros, plebeyos y esclavos; en la Edad Media, señores, vasallos, maestros, compañeros y siervos, y en cada una de estas clases gradaciones particulares.

 La sociedad burguesa moderna, levantada sobre las ruinas de la sociedad feudal, no ha abolido los antagonismos de clases. No ha hecho sino sustituir con nuevas clases a las antiguas, con nuevas condiciones de opresión, con nuevas formas de lucha.

 Sin embargo, el carácter distintivo de nuestra época, de la época de la burguesía, es haber simplificado los antagonismos de clases. La sociedad se divide cada vez más en dos grandes campos opuestos, en dos clases enemigas: la burguesía y el proletariado”.

 

Tras el final de la Guerra Fría y desplome del bloque socialista, pareciera que el único gran relato que quedó en pie fue el capitalista (en sus distintas modalidades), al menos el de las economías mixtas frente al fracasado sistema de planificación central. También habría triunfado el relato de la democracia como única forma de gobierno y aquella idea de que los problemas que aquejan a la democracia deben ser resueltos con más democracia. Resultó erróneo pensar que la democracia y el capitalismo irían de la mano haciendo su marcha triunfal sobre el mundo, ya que el capitalismo es un sistema que puede operar tanto en regímenes dictatoriales como la China y URSS, Cuba (aunque el último reniegue del capitalismo) y en Chile (durante el régimen de Pinochet), así como en países como Suecia o Estados Unidos.

Por otro lado, la democracia no necesariamente implica mayor libertad, ya que la tiranía es siempre tiranía, sin importar si radica en una persona, en una burocracia o en el pueblo. Así la idea de Francis Fukuyama del "Fin de la historia" resultó ser parcialmente cierta, y no pasó mucho tiempo para que otros autores construyeran sus propias narrativas como Samuel Huntington y el "Choque de civilizaciones" según el cual los nuevos conflictos o lineas de fracturas no serían de índole ideológica, sino que más bien cultural. Al parecer, el ataque a las Torres Gemelas dio un impulso a las ideas de Huntington. Otros, como el neoconservador Robert Kagan, apostó por el "retorno de la historia", es decir, los conflictos culturales y también ideológicos continuarán, de manera que no hay ilusionarse con que el mundo iba a ser un lugar más seguro tras el final de la Guerra Fría. Si bien Estados Unidos es una superpotencia, la realidad es que estaríamos en un mundo multipolar con potencias tales como China, India y la Rusia de Vladimir Putin y su deseo de recobrar para su país las glorias y elrespeto que inspiraba en el pasado. ¿Fin de conflictos ideológicos? El socialismo del Siglo XXI de Hugo Chávez (aunque ahgora agónico), Evo Morales y su ideólogo marxista, Álvaro García Linera, la inminente candidatura de Donald Trump y el ascenso de "Podemos" en España, hacen pensar todo lo contrario.

[1] Hesíodo introduce, entre la estirpe de la Edad de Bronce y la de Hierro, la de los “Héroes” o semidioses. Algunos de estos fueron arrebatados en el momento de la muerte y otros fueron situados por Zeus Crónida en los confines la tierra.

[2] E. H. Carr, ¿Qué es la historia?, 221.