5/6- Sexo…Género…¿de qué estamos hablando? Consideraciones críticas

5/6- Sexo…Género…¿de qué estamos hablando?  Consideraciones críticas.

Comencemos con la filósofa francesa Bérénice Levet, doctora en filosofía por la Universidad de Caen y académica de la École Polytechnique y del centro Sèvres, en París. La autora redactó un interesante ensayo titulado (en el original francés) “Teoría de género o el mundo soñado por los ángeles. La identidad sexual como maldición”. El título ya nos revela algo del contenido del ensayo y es que sus dardos apuntan a una concepción específica del concepto de género que se ha hecho espacio en las universidades y, desde ahí, se ha extendido a la política, la educación y la sociedad. En segundo lugar nos dice que efectivamente existe una teoría de género (aunque algunos rechacen esto) y, por ende, también existe una ideología de género. Como señala Levet, ¿cómo pueden existir en las universidades estudios de género sin una teoría subyacente sobre el concepto mismo de género?

El concepto de género que la autora crítica es aquel que pretende transformar al ser humano en una entidad carente de identidad sexual, amorfa, en donde el sustrato biológico es negado y en donde podemos asumir una infinidad de identidades, asumiendo así la vieja doctrina de la tábula rasa en todo su esplendor. En palabras de Levet:

“Modificar las relaciones de hombres y mujeres en un sentido de la igualación de las condiciones era un proyecto legítimo, pero esto ya se cumplió. Abolir el orden sexuado sobre el que descansaba la sociedad, hacer que el hombre y la mujer sean intercambiables, es otro proyecto que debe ser cuestionado”.

De acuerdo a Levet, la filosofía que inspira al “Género” es la rebelión contra todo dato de la existencia, lo cual incluye tanto lo natural como lo cultural, lo que desemboca en una entidad que debe dar la espalda a la historia y la tradición, y transformarse en potencialidad pura, es decir, en una entidad infinitamente plástica, en donde el “gerundio” es lo que prevalece. La misma autora explica la interpretación que se realiza de la célebre frase de Simone de Beauvoir de que la mujer no nace, sino que se haca o deviene.

En una primera aproximación podríamos decir que la intelectual francesa se refería a que aquello que entendemos por feminidad y lo que se espera que una mujer sea, no es algo dictado por la biología y que, por ende, está sometido a los condicionamientos de cada época. Pero desde la óptica de la ideología de género, Levet señala que podría cuestionarse el por qué devenir mujer si el sexo no determina absolutamente nada, por lo que habría que derogar este mandato de hacerse mujer. Así, si la intelectual francesa liberó a la mujer de la naturaleza, el género lo hace de la naturaleza y también de la cultura.

Como señalé en la primera parte, esta teoría de género atenta incluso contra la mujer y los movimientos feministas, tal como lo plantea Levet:

“Ahora bien, si la naturaleza no dicta nada, si el hombre y la mujer son puras construcciones sociales, entonces la mujer no solo debe ser reconocida como igual al hombre, sino que no se le debe asignar ningún papel: ella debe poder pretender las mismas funciones, las mismas responsabilidades que los hombres”.

Así, el concepto de género ya no hace referencia al “sexo social” o a los “roles sexuales” que se oponen al sexo biológico. Propone, en cambio, la existencia de una suerte de estado de indiferenciación originaria y pura que ha sido contaminada dentro de una matriz heterosexual que hay que superar. Como señala Levet, el género, al igual que el marxismo, no ha abandonado la idea de un metarrelato que nos brinda sentido y una utopía final, que en este caso no es la sociedad sin clases, sino que una sociedad sin sexos. Como bien señala Levet, la nueva  alienación de la cual debemos liberarnos es la heterosexualidad (una construcción social que se ha establecido como la norma y en lo natural). Levet nos recuerda aquella Epístola de San Pablo a los Gálatas (Fa. 3, 27-28) en donde a los ojos de Dios no hay judíos, ni griegos, ni esclavo ni hombre libre. En palabras de Levet:

“Se trata de liberar al individuo de todo orden natural y simbólico, de liberar a las mujeres (pero, al final de cuentas, no menos a los hombres) de las normas de las cuales ellos no son los autores; normas que les son transmitidas por adultos cómplices del viejo mundo y en las que, con confianza, ellos se deslizan dócilmente. Si se quiere que las entidades sexuadas y sexuales proliferen, es necesario que la herencia pierda su autoridad. Toda la pedagogía inspirada en el Género está así dirigida, como veremos, a desmitificar ese patrimonio”.

Bérénice Levet

El punto es que los adherentes a la teoría de género parecen adoptar esa misma mirada divina e intentan plasmarla en el mundo real: retornar a ese supuesto estado original (síntesis andrógina) de indiferenciación del cual fuimos arrebatados para ser sometidos a un mundo regido por el paradigma heterosexual y la dualidad de los sexos. Judith Butler en un verdadero acto de tergiversación de la causalidad, llega a señalar que es posible decir que es porque una persona tiene un determinado sexo el hecho de va al ginecólogo, pero también sería posible decir que es el hecho mismo de ir al ginecólogo lo que produce el sexo. 

Es por ello que la figura del travesti es celebrada porque constituye una suerte de rebelión con el denominado orden heteronormado y resalta el carácter performativo de la identidad humana. Así volvemos a caer en un dualismo antropológico de un cuerpo amorfo y carente de identidad, por un lado, y una suerte de voluntad omnipotente que se apodera del cuerpo, le da vida y le provee de múltiples identidades.

Pasemos ahora al libro de los psicólogos José Erasti y Marino Pérez Álvarez titulado “Nadie nace en un cuerpo equivocado. Éxito y miseria de la identidad de género”. En la introducción, y haciendo eco del Manifiesto comunista de Marx y Engels, los autores afirman que un “fantasma” recorre los países más avanzados: el generismo queer. Este último constituye un activismo que pretende socavar los logros alcanzados por la civilización e imponer concepciones retrógradas así como también generar problemas allí donde no los había. Ejemplo de lo primero es el borrar a la mujer como sujeto político que el feminismo había logrado y, de lo segundo, el crecimiento de la disforia de género en la infancia y adolescencia.

Añaden los autores que este generismo queer carece de fundamentos médicos, neurocientíficos, psiquiátricos y psicológicos. Sumado a lo anterior los psicólogos critican el dogmatismo del generismo queer el cual no acepta críticas o debatida, salvo por quienes la defiende, mientras que quienes no concuerdan con esta son acusados de violar los derechos humanos. En el capítulo 1 los autores son claros en afirmar que “en la totalidad de las sociedades humanas los recién nacidos son considerados de sexo femenino o de sexo masculino tras observar los órganos genitales con los que han nacido”. La afirmación anterior lo hacen considerando incluso la existencia de intersexuales a los cuales volveremos más adelante.

En virtud de lo anterior los autores son tajantes al señalar que sexo no se asigna “como si fuera algo que el bebé no tuviera hasta que el médico se lo otorga”. Una vez constatado esto, los autores dan otro paso al señalar que el sexo de nacimiento indica con una exactitud elevadísima (pero no perfecta), la función reproductiva que la persona desempeñará en el futuro, con independencia de si se ejercite o no. Así, de acuerdo a Errasti y Pérez, el sexo no guarda relación con “esencias”, “experiencias íntimas” o “identificaciones”, puesto que el sexo “tiene que ver ante todo con la reproducción, no sólo en términos evolutivos, sino también sociales, de acuerdo con los valores de cada momento, incluyendo su devaluación según las sociedades y las épocas”.

Por ende, los autores destacan el hecho de que la reproducción constituye una función de suma relevancia, lo que se traduce en que no hay cultura que, de una u otra forma, no reconozca de alguna manera la diferencia entre mujeres y varones. Cada uno de estos serán desde la tierna infancia rotulados con estereotipos sexuales que cada sociedad practica en relación con ambas funciones sexuales. Pero añaden que tales estereotipos “no son inocentes ni neutros en cuanto a su ideología y las relaciones de poder que perpetúan; tampoco son naturales, si con esta palabra queremos defender la conexión inmediata e inevitable entre los sexos y los estereotipos sexuales”.

Los psicólogos rechazan a idea de que el sexo, al igual que el género, sea un constructo social y carezca de un fundamento biológico. Es por ello que traen a la palestra el concepto de reproducción anisogámica (específicamente la oogámica), un tipo de reproducción sexual en el que cada uno de los dos ascendientes aporta una categoría diferente de gametos (espermatozoides y óvulos). Por ende el sexo tiene un fundamento biológico y esta dualidad hombre y mujer no es producto de un supuesto heteropatriarcado.  Otra idea que rechazan es que no existe una suerte de “espectro sexual”, es decir, los gametos no forman un espectro de manera que, como apuntan Errasti y Pérez, no existen “espermatóvulos” no “ovulozoides”. Así, ambos concluyen:

“Mientras la reproducción sea binaria, el sexo será binario. Si en un futuro lejano la evolución genera una forma de reproducción terciaria, que se base en tres individuos, tres tipos de gametos, tres funciones, empezará a haber tres sexos”.

En lo que respecta a los intersexuales, los psicólogos explican que su existencia no constituye un argumento para establecer que el sexo sea un espectro que va del hombre, pasando por los intersexuales, para luego llegar al otro extremo en donde estaría la mujer. En esto critican a Anne Fausto-Sterling y su idea de que existen 5 sexos, puesto que la autora se basa en una serie de condiciones que no se consideran propias de los intersexuales. Como señala Roudinesco, la misma Fausto-Sterling destacaba sus propias experiencias sexuales en sus investigaciones:

“Después de pasar una parte de su vida como heterosexual declarada y luego otra como homosexual convencida, para acabar encontrando una identidad nueva en una situación llamada de transición, afirmaba que la ciencia lejos de ser saber fiable y objetivo, en realidad estaba asentada en un contexto cultural concreto. Por eso pretendía borrar de la biología toda forma de binarismo. Para ella, el sexo anatómico era una construcción tan social como el género (…)”.

De ahí que Fausto-Sterling señale que un 1,7% de las personas serían intersexuales, pero en realidad la cifra sería inferior a 0,018%. Pero más allá de estas cifras el punto de los autores es que las categorías intersexuales son discretas y no fluidas o continuas.

De acuerdo a lo anterior, Errasti y Pérez señalan que las personas intersexuales no están «entre» el sexo masculino y el femenino, y que la misma etiqueta «intersexual» es poco clara y engañosa, puesto que en realidad no estamos ante personas que sean a la vez Hermes y Afrodita, ni ante personas que están en medio de Hermes y Afrodita. A esto añaden:

“Una mujer que presente el síndrome de Turner no es un 90 por ciento mujer y un 10 por ciento varón. Es tan mujer como cualquier otra. Un varón que presente el síndrome de Klinefelter no es un 90 por ciento varón y un 10 por ciento mujer. Es tan varón como cualquier otro. Lo que determina el sexo de un individuo es la función que cumple en la reproducción sexual anisogámica, es decir, el tipo de gameto que aporta a la reproducción. Intersexual es un término que puede dar lugar a equívocos, porque no existen los intergametos, células que estén a medio camino entre los espermatozoides y los óvulos. No hay situaciones intermedias entre fecundar y gestar”.

En suma, la existencia de intersexuales no niega la realidad de que el sexo es funcionalmente binario, aunque los autores no reducen el sexo solo a la reproducción de la misma manera que la comida no se reduce a la nutrición y el ojo no se reduce solo a ver. Así, señalan que el sexo es reproducción, pero también placer y “es un elemento fundamental de la vida social de los individuos, tiene implicaciones emocionales de primer orden, es un fortísimo creador de vínculos entre las personas. Resuena en la ética y la estética, y tiene suficiente autonomía para ser uno de los grandes y eternos temas de la literatura y las artes plásticas”.