4/6- Sexo…Género…¿de qué estamos hablando?

4/6- Sexo…Género…¿de qué estamos hablando?

Continuando con la demarcación conceptual de los conceptos de sexo y género, Tubert explica que habitualmente se entiende que el sexo corresponde al ámbito biológico, mientras que el género constituye una construcción sociocultural. Ahora bien, uno de los problemas con el concepto de género y que destaca tanto Tubert como otras autoras, es su naturaleza importada del mundo anglosajón.

Siguiendo a la académica italiana Teresa de Lauretis, Tubert explica que el concepto de “gender” es clasificatorio, siendo una categoría gramatical “que permite clasificar los sustantivos y otras formas gramaticales, no solo en base al sexo o a su ausencia (género natural) sino también a otros elementos, como morfológicos (género gramatical, presente en las lenguas románicas)”.

De acuerdo a la historiadora italiana Luisa Accati, la categoría de género nace en el ámbito anglo-estadounidense, cuando en el campo médico y psicológico “se comienza a evidenciar el carácter no natural y espontáneo de categorías como masculino y femenino (…)”. A esto añade Accati:

“El concepto de género intenta negar que las diferencias entre hombres y mujeres sean naturales. La verdadera diferencia entre masculino y femenino es que el primero se ha situado por encima de los géneros, en tanto que el segundo ha sido objetivizado, fetichizado, paralizado en el papel de negativo del modelo de humanidad representado por lo masculino”.

Por su parte, Geneviève Fraisse explica que dentro del pensamiento anglosajón el concepto “gender” – palabra antigua, pero como concepto es nuevo – se transforma en un concepto filosófico hacia 1970. Habría sido la publicación del libro “Sex and Gender” (1968) de Richard Stoller el que encendió el debate terminológico y filosófico, de acuerdo con Fraisse. Añade que en francés el concepto de género no se refiere solamente al género gramatical, sino que también (como en español) al género humano (mankind en inglés). Así, Fraisse señala que, debido a esta polisemia de los conceptos de géneros gramaticales y género humano, la importación de este concepto de “gender” resultase oscuro. Así la importación de este concepto desde el mundo anglosajón a otras lenguas como las románicas ha sido problemático.

La filósofa Cristina Molina y la socióloga Raquel Osborne explican que, una vez introducido el concepto de género en la academia, este en un comienzo se entendió unívocamente como una “construcción cultural de significados y comportamientos sobre el dato biológico del «sexo”. Pero posteriormente este concepto de género fue problematizado y la primera fractura fue aquella que se dio en el binomio sexo-género “al poner en cuestión el carácter puramente «natural» del sexo frente a lo construido del género, obviando así las dimensiones históricas e ideológicas que también han construido los cuerpos sexuados y la propia sexualidad como deseo”.

Geneviève Fraisse

Así, ambas autoras señalan que el sexo también vendría cargado de significación, de maneras que no sería una característica privativa del género. Añaden las autoras que hacia la década de 1980 comenzó a cuestionarse incluso la utilidad del género como categoría analítica, puesto que no daba cuenta de otras experiencias sufridas, por ejemplo, por mujeres de color o lesbianas, las cuales pusieron en el tapete que la opresión que sufrían iba más allá del género (podían ser por etnia, con la clase social y con la orientación sexual). Junto con esto, Molina y Osborne explican que, desde marcos postmodernos, comenzó a calificarse el concepto de “género” como una “ficción totalizadora”, en el sentido de que creaba una falsa unidad a partir de elementos heterogéneos

Molina distingue las versiones débiles y fuertes de género. Las primeras definen el género desde la representación personal y subjetiva, y tienen en común “el presentarse en metáforas estéticas y lúdicas como el teatro, el carnaval, el circo o la parodia”. De acuerdo con estas versiones, el género no es más que un “guión que nos encontramos escrito y que permite sólo la representación o el intercambio de papeles”. Para Molina, estas versiones débiles ocultarían las relaciones de poder que subyacen, es decir, aquellos que escriben los guiones y asignan los papeles.

En cuanto a las versiones fuertes del género, aquí debemos entender el género como un “aparato que organiza un sistema social desigual entre los sexos”. Molina es crítica con este protagonismo que ha cobrado el concepto de género y la excesiva carga explicativa que se le ha pretendido otorgar. Para Molina, la categoría de género no ha sido pensada como una narrativa única de la situación de muchas mujeres que son oprimidas. Con esto quiere dar a entender que existen otras variables que debemos tener en consideración como la sexualidad, raza, clase o religión.

En un artículo para el sitio web “La Tribuna Feminista” titulado “Por qué le llaman “género” cuando quieren decir “sexo” (y otros desalumbrados desatinos)” Molina se muestra muy crítica con el concepto de género y el abandono que se ha hecho de las referentes clásicas del feminismo que definían la opresión por el “sexo” y no el “género”. Así, Molina nos recuerda que Simone de Beauvoir (1908-1986) tituló su libro “El Segundo Sexo”, la joven revolucionaria Shulamith Firestone (1945-2012) titula su libro “La Dialéctica del Sexo” y Kate Millet (1934-2017), titula su libro-tesis “Política Sexual”.

La autora sin eufemismos y de manera declara que las diversas formas de violencia contra la mujer (por parte de hombres) es por el sexo, por el hecho de ser “hembras”. El concepto de género es uno importado del mundo anglosajón y quizás sería mejor volver a utilizar otros términos como el de “papeles o roles sexuales”. En relación con el rechazo que genera el concepto de sexo en algunos colectivos, Molina señala lo siguiente:

“¡Ay,! pero es que el sexo es un hecho biológico. Y los hechos por muy constructivistas que nos pongamos, existen y existen fuera de nuestra determinación. De hecho, nacemos con un sexo ( salvo una ínfima minoría que nace con dos sin definir, ya se sabe). Negarlo es negar los hechos o pensar  como Trump que existen “hechos alternativos” o que si los hechos o realidades no se pliegan a nuestra voluntad pues peor para los hechos”.

En el libro “Feminismo y ética”  editado Celia  Amorós, la filósofa turca Seyla Benhabib explica que el género es la construcción diferencial de los seres humanos en tipos femeninos y masculinos, de manera que se trata de una categoría relacional “que busca explicar una construcción de un tipo de diferencia entre los seres humanos”. Añade que la diferencia sexual no es algo meramente anatómico, puesto que, tanto la construcción como interpretación de la diferencia anatómica es a su vez un proceso histórico y social. De esta manera, la sxualidad sería un aspecto de la identidad de género, por lo que la autora pretende trascender el dualismo naturaleza y cultura: “El sexo y el género no se relacionan entre sí como lo hacen la naturaleza y la cultura pues la sexualidad misma es una diferencia construida culturalmente”.

Otra influyente autora es Judith Butler, autora de obras tales como “El género en disputa”, “Deshacer el género” o “Cuerpos que importan”. Aquí ya nos salimos de los márgenes del feminismo para entrar en otra clase de pensamiento en donde se cuestionan y se pretende deconstruir todas las categorías que utilizamos usualmente y que son herederas del pensamiento ilustrado y del humanismo, es decir, de todo aquello que nutrido lo que conocemos como la cultura occidental.

Como afirma Elisabeth Rousinesco Butler, a comienzos de 1990, “preconizaba un culto a los estados límite, afirmando que la diferencia sexual siempre era imprecisa y que, por ejemplo, la causa transexualista podía ser una manera de subvertir el orden establecido y rechazar la norma biológica”. Pero con Butler también nos adentramos en una forma poco clara y obscura de exponer ideas, lo que sitúa a Butler en aquella lista de autores ininteligibles como Gilles Deleuze, Felix Guattari o Jacques Derrida. Con Butler nos situamos en ese terreno que ha pasado a conocerse bajo el nombre de teoría queer que es ese dadaísmo que mencioné más arriba.

Judith Butler,

Para aclarar más este concepto, consultemos el libro “Critical Theory Today” de Lois Tyson. El término hace referencia a “raro”, “extraño” y a aquellos cuya identidad y orientación sexual no se es congruente con lo que se considera como la norma, en este caso, la heterosexualidad. Pero la autora señala que es término fue reapropiado justamente para arrebatárselo a aquellos que lo utilizaban como un término ofensivo. Por su parte Roudinesco añade:

“La palabra queer significa turbio, raro, torcido, y se ha usado desde hace mucho para calificar de forma injuriosa a los homosexuales; después sus propias víctimas lo reivindicaron de forma paródica según el conocido fenómeno de la inversión de estigmas. Empezó a hacer furor porque, con él, toda una comunidad podía abolir las identidades basadas en una diferencia entre naturaleza y cultura, sexo y género, norma y anormalidad, etc”.

Así, el término queer fue adoptado por homosexuales y lesbianas como una categoría inclusiva para referirse a un terreno común y político común a estos grupos. Pero Tyson explica el giro que tuvo esta palabra la cual ya no era utilizada como un término inclusivo para pasar a designar a una diversidad. Resulta que desde un punto de vista teórico los términos lesbiana y gay son categorías concretas y definibles, que se opone a otra categoría: la heterosexualidad.

 Pero, como señala Tyson, sucede que para la “teoría queer”, las categorías sexuales no pueden ser definidas por esos simples términos opuestos tales como homosexual/heterosexual. La “teoría queer” hace uso de la “deconstrucción” para aplicarla al sujeto, al individuo o al yo lo que desemboca en una concepción fragmentada, fluida y dinámica de tales términos. Así, Tyson afirma que, de acuerdo con esta perspectiva queer, nuestra sexualidad puede ser diferente en diferentes momentos a lo largo de nuestras vidas. Pero añade que incluso esta puede ser incluso diferente en distintos momentos a lo largo de una semana porque la sexualidad es un rango dinámico de “deseos”. Por ende, desde esta perspectiva queer, el concepto de género explota dando origen a una infinidad de fragmentos, y esta es una postura defendida por Judith Butler.

En una conferencia magistral online en la Universidad Diego Portales (Chile) pronunciada en noviembre de 2022, Butler se refiere a la confusión respecto al concepto de género, sobre el cual no se puede acordar una definición, y que tendría como consecuencia el generar miedo en ciertos grupos. Para Butler el género no es más que una construcción realizada de manera performativa, lo que significa que el género no es una esencia ni está biológicamente determinado, sino que es creado por su propia actuación, y justamente por esa razón es performativo.

En el libro anteriormente mencionado, Butler afirma que decir que el género es performativo es argumentar que el género es “real solo en la medida en que se realiza”. También afirma otras ideas – como las expresadas en su libro “Cuerpos que importan” –  que van más allá de la temática que abordamos en este artículo. Me refiero a la idea de Butler de que si el género es construido, éste no es necesariamente construido por un “yo” o ​​un “nosotros” que se encuentra frente a esa construcción en cualquier sentido espacial o temporal de 'antes'. Butler cuestiona también el hecho de que el sexo sea binario y, por ende, pone en entredicho que l género lo sea también. En “El género en disputa”, Butler escribió lo siguiente:

“Como un fenómeno variable y contextual, el género no designa a un ser sustantivo,  sino a un punto de unión relativo entre conjuntos de relaciones culturales e históricas específicas”.

En una entrevista con el diario “The Guardian” (2021), Butler explica que las personas, ya sea de manera consciente o no, reproducen convenciones de género a la hora de expresar su propia realidad interior o incluso cuando dicen que se están creando a sí mismas de nuevo. Añade que, si bien cree que ninguno de nosotros escapa por completo a las normas culturales, al mismo tiempo, no estamos totalmente determinados por normas culturales. En virtud de lo anterior, el género se transformaría  en una “negociación, una lucha, una forma de lidiar con las limitaciones históricas y hacer nuevas realidades”.

Así, y en  sintonía con lo anterior, Butler afirma que el género es una “asignación que no solo ocurre una vez: es continua”. Continúa explicando que  se nos asigna un sexo al nacer, pero posteriormente sigue una serie de expectativas que continúan “asignándonos” género. Así, la autora invita a pensar en el género como algo “que se impone al nacer, a través de la asignación de sexo” , junto con todos los supuestos culturales que suelen acompañarlo, pero en lo que respecta al género se va haciendo en el camino a lo largo de nuestras vidas.

Cuando llevamos este pensamiento a su extremo, el resultado es el extravagante “Contramanifiesto sexual” (2000). Este fue redactado por quien en aquel entonces era Beatriz Preciado, pero que hoy es Paul Preciado. En este escrito, Preciado nos señala que la contrasexualidad no es la creación de una nueva naturaleza sino que el fin de la Naturaleza “como orden que legitima la sujeción de unos cuerpos a otros”.

Para Preciado, el sexo y el género son fruto de un contrato social “heterocentrado” que se hace necesario abolir y sustituirlo por un contrato contrasexual. Dentro de este marco contrasexual Preciado afirma que “los cuerpos se reconocen a sí mismos no como hombres o mujeres sino como cuerpos hablantes, y reconocen a los otros como cuerpos hablantes”. En este nuevo mundo ya no hay personas, puesto que Preciado habla de “cuerpos-sujetos” que renuncian a su sexualidad y trascienden  las oposiciones hombre/mujer, masculino/femenino, heterosexualidad/homosexualidad.