16/22- La teoría económica de John Maynard Keynes (por Jan Doxrud)

16) La teoría económica de John Maynard Keynes (por Jan Doxrud)

Este estratagema también ocurre en el tratamiento que Keynes da a  la “Ley de Say”. Keynes pretendió haber refutado tal ley que nos dice que la “oferta crea su propia demanda”. Pero en realidad lo que esto quiere expresar es el carácter interconectado de la economía, así como también prevenirse de establecer divisiones artificiales entre, por un lado, producción y, por otro, consumo. Como explicaba el académico español (nacionalizado mexicano), Faustino Ballvé (1887-1958) en su breve libro titulado “Los Fundamentos de la Ciencia Económica” (1956), el proceso económico es uno y continuo, de manera que dentro de un sistema económico se produce mientras se distribuye y consume, y viceversa. A lo mismo apuntaba el economista alemán Wilhelm Röpke en su libro “La Teoría Económica” (1937) cuando escribió:

“El proceso económico es un proceso simultáneo y a la vez un proceso en el cual todos sus componentes guardan íntima relación recíproca y se condicionan mutuamente”. 

Lo anterior quiere decir que si yo demando un bien o servicio, es porque yo he producido algo, de manera que yo al vender autos puedo también demandar alimentos, de manera que se cierra esa brecha ficticia entre productor y consumidores, como si pertenecieran a dos mundos diferentes. Por ende, Say no quizo  dar a entender que la oferta por sí misma crea automáticamente su propia demanda:tal mundo sería una utopía y no existirían las crisis económicas. Así, caricaturizar esta “ley” es un ofensa a la inteligencia de Jean Baptiste Say.

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En palabras de Hazlitt:

“Que yo sepa, ningún economista importante estableció jamás el absurdo supuesto (de que acusa Keynes indirectamente a toda la es­cuela clásica) de que, gracias a la ley de Say, depresiones y paro fue­ran imposibles, y de que todo lo producido encontraría automáticamen­te a una salida fácil a un precio provechoso. La ley de Say, digámoslo de nuevo, era contraria a las afirmaciones de los keynesianos y no la piedra angular en que estuviera basado el gran edificio de las doctrinas positivas de los economistas clásicos”. 

Continúa Hazlitt criticando la idea de Keynes de que los trabajadores están más preocupados de sus salarios nominales que sus salarios reales. Frente a esto, el periodista estadounidnse señala que es una idea pasada de moda, al menos , en Estados Unidos donde existen sindicatos que poseen sus propios economistas y jefes de investigación que conocen las variaciones mensuales del IPC. Otros conceptos problemáticos para Hazlitt son los de “nivel general de salarios y de precios”, puesto que estos no existen en la realidad, siendo más bien construcciones estadísticas, un valor matemático limitado que evade los problemas derivados del carácter dinámico de la economía. En palabras de Hazlitt:

“La palabra “nivel” puede dar origen a otro supuesto falso, a sa­ber, el de que los salarios suben o bajan de forma igual o uniforme­ mente. Es precisamente el hecho de no ocurrir así lo que origina la mayoría de los problemas de la inflación o de la deflación”. 

En virtud de lo anterior, Hazlitt afirma que la economía global o “macroeconomía”, junto a la falacia de los promedios que le es propia, constituye un retroceso en materia económica, puesto que “que encubre las relaciones reales y la causalidad real, y le conduce a levantar y elaborar una estructura de relaciones y causalidad ficticias”. Otras complicaciones que detecta Hazlitt es el uso que da Keynes al concepto de “trabajo” que se asemeja al utilizado por Marx, esto es, como un trabajo homogéneo despojado de sus particularidades y, por lo demás, como si constituyera un bloque uniforme que tiene como contrincante a otro bloque uniforme que serían los empresarios. 

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De acuerdo a esto, el autor explica que esta manera de abordar el tema tiene como consecuencia el hacer caso omiso de los frecuentes conflictos de intereses entre diferentes grupos de trabaja­dores, así como también la identidad de intereses entre trabajadores y empresarios en la misma industria o empresa. Otro concepto problemático es el de “propensión marginal a consumir” que para Hazlitt no es una “propensión” en el sentido habitual del termino, sino que se trata de una relación matemática, es decir, se refiere a aquella fracción o porcentaje del ingreso que la comunidad gasta en bienes de consumo a diferentes niveles de ingreso.  Más problemático resulta ser que la PMC sea en bienes de consumo y no en bienes de capital, de manera que en este último caso no queda incluido en la PMC, puesto que sería una inversión. Frente a esto, Hazlitt se pregunta:

“Si usted compra una segadora estrictamente para utilizarla en su propia hacienda, sin duda forma parte de su “propensión a consumir”. Si usted la compra para alquilarla a otros, es una “ inversión” . ¿Pero qué es si usted la utiliza en parte para su propia hacienda y en parte para alquilarla a otros?” 

Junto a lo anterior, Hazlitt critica el concepto de “inversión” que utiliza Keynes, a propósito del “multiplicador”, el cual significa gasto gubernamental, gasto que, por lo demás, no tiene como fin aumentar la productividad en términos cuantitativos y cualitativos. En suma, este gasto para cualquier fin es, para Hazlitt, inflación y no, como piensa Keynes: inversión. También cae bajo su radar  la teoría del interés  de Keynes. El británico rechazó la idea que el interés reflejaba la abundancia o escasez de ahorro y, en cambio, postuló que el ahorro variaba de acuerdo a la renta y que el interés era el precio a pagar por renunciar a la liquidez.

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Como explica Astarita, Keynes rechazó la teoría cuantitativa del dinero de Fisher ( MV = PT) y la versión reformulada de Cambridge (MV = Py). Siguiendo al economista argentino, dentro de la teoría de Keynes la oferta y demanda de dinero  determinaban la tasa de interés y no el nivel de precios. A partir de tal idea, tenemos entonces que un aumento de la cantidad de dinero no afecta directamente al nivel de precios, sino que influye en los precios “en la medida en que incida sobre la tasa de interés, y ésta sobre la demanda y el ingreso”. 

Por lo tanto, como apunta Skidelsky, un programa de rearme como era el caso del británico ad portas de comenzar la guerra contra Alemania, podía ser financiado mediante un préstamo que aumentase el ingreso nacional y, por consiguiente la renta, de manera que no no habría peligros de generar inflación. Así Keynes descarta la preferencia temporal como determinante del tipo de interés. Esta  teoría, fundamentada en la oferta y la demanda, no era incorrecta, pero resultaba ser superficial e incompleta, puesto que cuando uno se  pregunta qué es lo que a su vez determina la oferta y la demanda de fondos prestables, no podemos responder que es el tipo de interés, ya que caeríamos en un razonamiento circular, de manera que para salir de tal círculo se hace necesario dar una explicación que apele a factores reales.  Esta es la crítica que hace, por ejemplo Jesús Huerta de Soto en libro“Dinero, crédito bancario y ciclos económicos”, afirmando que el economista británico cae en el razonamiento circular propio del análisis funcional de los economistas matemáticos. Este razonamiento consiste en señalar, por un lado, que el tipo de interés viene determinado por la demanda de dinero (preferencia por la liquidez) y, por otro lado, que esta demanda de dinero depende, a su vez, del tipo de interés

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El anterior razonamiento, junto a la idea de que el bienestar puede alcanzarse mediante aumento del gasto se explica, señala Huerta de Soto, debido a que Keynes carecía de una teoría del capital. Al carecer de esto, el británico no concibió que es el aumento del ahorro, o lo que es lo mismo, la disminución del consumo “lo que permite e impulsa la creación de una estructura productiva más intensiva en capital”. que, una vez culminada, proporciona a la sociedad más y mejores bienes de consumo.

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