3/5-¿Sé feliz y mantente positivo? (por Jan Doxrud)

3/5-¿Sé feliz y mantente positivo? (por Jan Doxrud)

Examinemos a vuelo de pájaro lo que han planteado algunos autores sobre el concepto de felicidad para, posteriormente, continuar con una evaluación critica del concepto de felicidad y la psicología positiva. Cabe recordar el lector que, si bien yo utilizo el concepto de “felicidad”, algunos de estos autores utilizaban otros conceptos que, por lo demás, tenían un significado diferente. Comencemos con el Séneca (4 a.C-65 d.C) y su breve tratado traducido como “Sobre la felicidad”, pero que en realidad se denominaba “De Vita Beata” (en donde “beatitud” sería sinónimo de felicidad interior pero no de carácter pasajera).

Para Séneca, la vida feliz es aquella que tiene como base la virtud (conforme a principios morales y a la razón) y que se  encuentra conforme con su naturaleza.  Esto no podía acontecer si previamente el alma no estaba sana y en constante posesión de su salud, y si no era enérgica, magnánima y paciente, “adaptable a las circunstancias, cuidadosa sin angustia de su cuerpo y de lo que le pertenece”.

Añade más adelante que una persona feliz es aquella que tiene un juicio recto y que está contento con las circunstancias presentes . Así Séneca representa una visión de la felicidad (beatitud) consistente en un trabajo de cultivo interior, de independencia emocional y no dejarse llevar por la vorágine del mundo externo. Esta es una narrativa que sigue en boga y lo podemos ver en los múltiples libros de autoyuda que se nutren de la tradición estoica a la cual pertenecía Séneca.

Por su parte, Aristóteles (384 a.C -322 a.C) desarrolló una ética que tenía como objetivo la felicidad y es por ello que se su ética es una “eudemonista” en donde “eu” es bueno y “daimon” significa “espíritu” o “genio”. A diferencia de otros filósofos, Aristóteles se relaciona con el bien, y el fin último del ser humano es aquellos que se quiere por sí mismo: eso es la felicidad, el sumo bien elegido por sí mismo. Añade en su Ética que la felicidad es contemplación, es decir, “theoría”, la cual se relaciona con la parte más noble y propia del ser humano: el uso de su razon (alma intelectiva).

Son las virtudes dianoéticas (intelectuales), como la sabiduría (sophia), la prudencia (phronesis) y el conocimiento teórico o ciencia (episteme), y el vivir acorde a estas lo que permite al ser humano alcanzar la felicidad. Pero también es improtante vivir de acuerdo con las virtudes morales que son el resultado de la acción repetitiva y el hábito (y se encuentran subordinadas a las virtudes dianoéticas). En resumen, para Aristóteles todas las acciones humanas estaban orientadas hacia un fin y todos los fines conducían a ese fin “último” que era la felicidad. Santo Tomás de Aquino (1224/1225-1274) continuaría desarrollando las ideas de Aristóteles bajo una óptica cristiana y teísta, en donde el ser humano solo podá alcanzar una felicidad incompleta y terrenal. Por ende, para el filósofo cristiano, la felicidad última del ser humano e encontraba en el conocimiento de Dios que tiene la mente humana después de esta vida.

Para el filósofo alemán, Arthur Schopenhauer (1788-1860), la felicidad ni siquiera era pensable en un mundo donde no existe estabilidad de ninguna clase y en donde todo “se halla inmerso en un torbellino de incesantes cambios”. Así, el filósofo sentenciaba en su “Paralipomena” que nadie es feliz y que solo se experimentaba una supuesta felicidad que solo termina por hacerle experimentar un gran desengaño.

Avanzando en los siglos tenemos al monje (y biólogo molecular) Matthieu Ricard quien en su libro “En defensa de la felicidad” nos recuerda lo problemático que resulta ser definir este concepto. Recuerda las palabras del pensador francés Henri Bergson quien afirmó que la felicidad era uno de esos conceptos que habían sido dejados en el terreno de la vaguedad para que cada cual lo precisara a su manera. Para Ricard la felicidad es un estado adquirido de plenitud que subyace a cada instante de nuestra existencia y que “perdura a lo largo de los inevitables vicisitudes que la jalonan”. Siguiendo la tradición del buddhismo Mahayana, Ricard nos habla de “sukha” que designa un estado de bienestar que emerge de una mente excepcionalmente sana y serena. En una entrevista para el sitio web ethic.es

Ricard explica que  el sentimiento de plenitud es fruto de un proceso consistente en cultivar un cierto número de cualidades humanas fundamentales como por ejemplo, el altruismo, la compasión, la fortaleza, la libertad interior, la serenidad. Añade que juntas constituyen una forma de ser. Así, para Ricard la verdadera felicidad no debe homologarse a la búsqueda de una sucesión ininterrumpida de sensaciones placentera. A esto agrega:

“La felicidad es una forma de ser óptima y sostenible que nos proporciona los recursos internos para gestionar los altibajos de la vida. En esencia, se trata de convertirse en un ser humano mejor para servir mejor a los demás”.

En otra entrevista con el “The New York Times” Ricard se muestra escéptico con los intentos de “medir” la felicidad y añade que él disfruta cada momento de la vida, lo cual no implica que existan hay momentos de extrema tristeza, especialmente cuando se es testigo de tanto sufrimiento. A esto añade:

“Pero esto debería encender tu compasión, y si enciende tu compasión, te diriges a una forma de ser más fuerte, saludable y significativa. Eso es lo que yo llamo felicidad. No es como si todo el tiempo estuvieras saltando de alegría.  La felicidad es más como tu centro, donde tocas base. Es a donde llegas después de los altibajos, las alegrías y las tristezas”.

Por su parte, la psicóloga y académica Sonja Lyubomirsky – académica de la Universidad de California (Riverside) y autora del popular libro “La ciencia de la felicidad” – señala que la felicidad es una emoción o estado subjetivo cuyo “aumento” es temporal, de manera que tras un período de tiempo las personas retornarían a su nivel de bienestar origina o de referencia. Es en el capítulo 2 donde la autora nos da una definción de felicidad:

“Uso la palabra felicidad para referirme a la experiencia de alegría, satisfacción o bienestar positivo, combinada con la sensación de que nuestra vida es buena, tiene sentido y vale la pena”

Más adeante añade que la felicidad nos está afuera de nosotros puesto que, al ser un estado mental, se encuentra dentro nuestro, de manera que uno puede ser feliz si “elges cambiar y manejar tu estado mental”. De acuerdo con la autora el 50% de la diferencia entre los niveles de felicidad entre las personas depende de un valor de referencia determinado genéticamente, mientras que solo un 10% de las discrepancias entre los niveles de felicidad se explica por las circunstancias.

Por último, el 40% restante está representado por nuestras acciones deliberadas, lo que lleva a afrimar a Lyubomirsky que la clave de la felicidad no radica en cambiar nuestra constitución genética ni en cambiar nuestras circunstancias. A partir de este gráfico de torta que aparece en el libro de la autora, se ha popularizado la siguiente ecuación en libros y portales de internet (y sobre la cual volveremos más adelante):

H = S (50%) + C (10%) + A (40%)

 Cuando la autora habla de “actividades deliberadas para la felicidad”, se refiere a aquellas que explica en la segunda parte de su libro, por ejemplo: practicas la gratitud y el pensamiento positivo, invertir en contactos sociales, vivir el presente, comprometerte con tus objetivos u ocuparte de tu cuerpo y tu alma. Añade Lyubomirsky que la felicidad humana, tal como la temperatura o la altura, se desarrolla a lo largo de un continuo que puede ser representado por medio de una escala numérica. Siguiendo con el tema de la cuantificación de la felicidad, un diminuto reino – Bután –  es ya célebre por haber creado e implementado en 1972 un índce que trascendiera al el PIB: la Felicidad Nacional Bruta.

Este indicador incluye: nivel de vida, salud, bienestar psicológico, uso del tiempo, educación, Diversidad cultural y resiliencia, buen gobierno, vitalidad comunitaria, diversidad ecológica y resiliencia. Ahora bien, no hay que idealizar a este pequeño reino buddhista, ya que se le ha criticado de usa la FNB para ocultar otros aspectos “menos felices” como la corrupción, los bajos estándares de vida de la población (desempleo y pobreza) y hostigamiento de minorías como la nepalí denominados Lhotshampas.

Pasando al terreno de la economía quisiera detenerme en algunas ideas del economista Joseph Ramos en su reciente libro “Economía Humanista”. Ramos explic ene l capítulo 7 que el PIB y el PIB per cápita son indicadores importantes, necesarios pero no suficientes. El PIB mide el valor de todos lo bienes y servicios finales producidos dentro de la frontera de un país en un período típicamente de 1 año. Pero el PIB no es suficiente ya que no incluye el trabajo doméstico, el cuidado del mediambiente, cuantas horas trabajan las personas (y el tiempo de ocio disponible), esperanza de vida, distribución del ingreso, etc.

Frente a esta limitante, el economista destaca el “World Happiness Report” que comenzó a publicarse en el año 2012 por la Sustainable Development Network. Añade Ramos que, en los estudios sobre la felicidad, se debe distinguir entre cuan  feliz está un persona en un momento dado (indicador más volátil) y el grado de satisfacción que una persona  tiene con su vida como un todo. Ramos se centra en el segundo y explica que los entrevistados deben responder la pregunta acerca de cómo evalúan su vida como un todo en donde 0 significa lo peor posible y 10 la mejor vida posible. Por ejemplo, por sexto año consecutivo Finlandia se encuentra en el primer lugar con 7,8. Ahora bien, como  estos son valores promedio Ramos explcia que el informe analiza cómo se dostribuyen las repsuestas, por ejemplo, la de la mitad más feliz y la mitad menos feliz.

Tomemos el caso de mi país, Chile, en donde la mitad más feliz alcanza un valor promedio de 7,9 puntos. Esto significa que esta mitad de los chilenos tiene 0,1 punto mpas que el promedio de Finalndia. Pero, si tomamos la mitad menos feliz, nos arroja 4,7 puntos el cual nos iguala a Namibia, pais que se encuentra en el lugar 105 del ranking (mientras que Chile está en el 35). Así, con sarcasmo, Ramos afrima que Chile tiene un pie en Europa y otro en África. Otro dato importante es que mientras mayor es el PIB per cápita maypr tiende a ser el índice de felicidad. No obstante lo anterior, Ramos señala que esta no es una relación lineal y estrecha.

Con esto quiere dar a entender que, por ejemplo, por cada USD 1.000 que aumenta el PIB per cápita, el índice de felicidad auemnta “pero” de manera fuertemente decreciente. En palabras del autor: “Significa que, mientras mayor el ingreso, menos significativo es el impacto sobre la felicidad de cada peso adicional de ingreso (en jerga técnica, la utilidad marginal del ingreso es decreciente, y, en este caso, altamente decreciente)”. Las razones de por qué la felicidad no parece haber aumentado con el tiempo se deben a varias razones: inseguridad, delincuencia, drogadicción.

A esto Ramos añade otra razón y es el igreso relativo. Los ricos gozan de un elevado ingreso tanto en términos absolutos como en términos relativos y, en el otro extremo, los pobres tienen un ingreso absoluto y relativo bajo. El problema es que, como indica el autor, el ingreso absoluto puede aumentar sin limies pero no así el relativo. En suma, al ser humano le importa saber como está PERO también le interesa saber cómo está en relación con el resto. Puede que ganar X unidades monetarias sea mucgo si vives en un barrio de clase media, pero se hace “poco” si vives en un barrio de clase acomodada

Sumado a lo anterior, está el fenómeno de la normalización o adaptación al progreso. Por ejemplo, la gente no se muestra más feliz por el aumento de la esperanza de vida ya que este ha sido un fenómeno gradual y dilatado en el tiempo. Los bienes posicionales de antaño ahora se conaideran como algo “normal”. Ramos nos da otro ejemplo a partir de un estudio:

“(…) si bien Chile goza, objetivamente según todos los indicadores, de un mejor sistema de salud que Guatemala por lejos, los guatemaltecos estaban más satisfechos con el suyo que los chilenos con el nuestro. Esto muestra, una vez más, que la felicidad depende no solo de factores objetivos, sino como estos se comparan con las expectativas”.

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