“Todos los hombres, hermano Galión, quieren vivir felices, pero al ir a descubrir lo que hace feliz la vida, van a tientas, y no es fácil conseguir la felicidad en la vida, ya que se aleja uno tanto más de ella cuanto más afanosamente se la busque (…)”
Séneca. “De Vita Beata” (Sobre la felicidad)
1/5-¿Sé feliz y mantente positivo? (por Jan Doxrud)
En esta serie de artículos abordaré el polisémico y difuso concepto de felicidad y otros relacionados como “el pensar positivo”. Cabe de entrada señalar que estos artículos no tienen un carácter prescriptivo, por lo que aquí no se darán recetas sobre cómo ser feliz ni se recitará una lista de citas sobre la felicidad por parte de filósofos, psicólogos y “gurúes” espirituales. Aquí, más bien, examinaremos y evaluaremos cómo se nos presenta este concepto en la actualidad.
A su vez, abordaremos los aspectos negativos del “pensamiento positivo”, de la “psicología positiva”, así como también el amplio mercado espiritual que nos proporcionan diversas recetas para “ser feliz”. También examinaré los peligros de obsesionarse con ser feliz y, por ende, vivir centrado en uno mismo alerta de cada emoción y sentimiento que atraviesa nuestro organismo. En un estudio titulado “Can Seeking Happiness Make People Happy? Paradoxical Effects of Valuing Happiness”1 se plantea – entre otras ideas – que quienes más valoran la felicidad tienden a ser menos felices, en parte, por las expectativas y estándares autoimpuestos que no pueden satisfacer. Pero, sumado a esto, sabemos por experiencia propia que la felicidad no es algo permanente, de manera que obsesionarnos por ser felices podría tornarse en algo psicológicamente problemático.
En síntesis, será el lector quien evaluará por su cuenta las visiones de los distintos autores respecto al concepto de felicidad y pueda así construir su propia visión sobre este concepto. De acuerdo con lo anterior, estos artículos, más que dar respuestas, busca plantear interrogantes y dejar problemáticas abiertas a la discusión. Para esto, abordaré lo que han planteado autores provenientes de distintas disciplinas como la filosofía, economía o psicología.
El concepto mismo de “felicidad” – claro está – es un constructo lingüístico ideado por el ser humano y que pretende dar cuenta de cómo nos sentimos, es decir, buscamos rotular lo que experimentamos internamente (el ser humano no solo rotula la naturaleza, sino que también su mundo interno). De hecho, la palabra deriva del latín (no así en otros idiomas como el inglés “happyness” o “glück” en alemán) – lengua que, por lo demás, nació en un espacio-tiempo particular y en una cultura específica – y se asociaba con la fortuna, el placer, la fertilidad y lo fructífero. No debemos ni podemos subestimar el entorno cultural en el cual surgieron las palabras, puesto que la cultura va moldeando y dotando de contenido a los conceptos que surgen en su interior.
Por ende, lo que llamamos “felicidad” ha ido cambiando a lo largo de los siglos e incluso, en la actualidad, no todas las culturas (e incluso personas) tienen una misma concepción de lo que la felicidad es. Lo mismo sucede con otros conceptos como los de libertad, justicia o igualdad: estos han mutado a lo largo de los siglos y hay que especificar qué significa cada uno. No existe la “igualdad en general” de manera que debemos especificar si nos referimos, por ejemplo, a la igualdad ante la ley, igualdad de oportunidades, igualdad económica, etc.
Como bien escribió el filósofo español Gustavo Bueno (1924-2016) en su libro “El mito de la felicidad”, no debemos partir del supuesto de que existe “una Idea de felicidad”, unívocamente delimitable. Con esto, el autor quiere dar a entender que la “Idea de felicidad” no se asemeja al concepto de “cuadrado” de “triángulo”, los cuales son conceptos geométricos universales, “independientemente de que se expresen por distintas palabras en cada idioma”. Junto con esto añade Bueno:
“Pero esto no puede aplicarse a la felicidad, porque, dada su naturaleza (vinculada a la evolución plural de los distintos grupos humanos) no existe ni puede existir una idea unívoca universal de felicidad. Y, por tanto, fingir que existe esa Idea universal diciendo que «la felicidad se dice Glückseligkeit en alemán, happiness en inglés, makariotes en griego...» es una ingenuidad o una impostura”.
Nosotros nacemos en un mundo en donde ya operan una serie de “regímenes emocionales”. Con “régimen” se quiere dar a entender el conjunto de normas y principios por el que se rige una institución, lo cual aplica también al mundo de las emociones. Como explica Richard Firth-Godbehere en su libro “Homo Emoticus”, los regímenes emocionales hacen referencia a “los comportamientos emocionales esperados que nos impone la sociedad en que vivimos”. Así, en el caso de la felicidad, en nuestros días existen contextos en donde se espera que nos mostremos como personas felices y eso nos presiona a aparentar que los somos.
Tales regímenes operan en microcontextos como puede ser el caso de los trabajadores de Disney, quienes tienen que proyectar una imagen de felicidad ilimitada e inagotable. Hace unos días leí una noticia en donde una cadena de supermercados japonesa de nombre EON, obligaba a sus empleados a sonreír a sus clientes. No bastando esto, para lograr esto, los empleados eran vigilados por un sistema de inteligencia artificial llamado “Mr Smile” el cual detecta las expresiones de la cara, así como también el tono y volumen de la voz. De acuerdo con EON, el objetivo era satisfacer al máximo a sus clientes.
Como explica Firth-Godbehere la existencia de estos regímenes emocionales implica un gran esfuerzo y trabajo emocional para no salirnos de los márgenes o límites que tal régimen impone. En virtud de lo anterior, debemos ser conscientes de estos regímenes que, muchas veces, los naturalizamos o normalizamos, de manera que quedan fuera de toda crítica o cuestionamiento. En este sentido la anécdota del supermercado japonés no debemos tomarla a la ligera.
Otro hecho es que nosotros nacemos en un mundo en donde se utilizan ciertos conceptos para dar cuenta de nuestros estados de ánimo pero, tales conceptos, suelen ser limitados. Por ejemplo, una persona puede utilizar la palabra “felicidad” para describir el día en que contrajo matrimonio y en el que nacieron sus hijos, pero también para describir lo que sintió cuando su equipo de fútbol ganó el campeonato, cuando se compró el auto que tanto deseaban o cuando fue al recital de su artista favorito.
Ahora bien, creo que es evidente que entre el nacimiento de un hijo y la compra de un auto existe una distancia bastante considerable, pero para ambos usamos el concepto de felicidad. No hemos creado conceptos para diferenciar aquella felicidad que proviene de sucesos más “profundos” y significativos, de aquella que emerge de otros más banales y superficiales. Estamos tristes porque perdió nuestro equipo de fútbol, pero usamos esa misma palabra para describir nuestro estado de ánimo cuando fallece un amigo o familiar.
Lo que en el occidente europeo de ese entonces comenzó a denominarse “felicidad” (derivado del latín), en otras civilizaciones y culturas recibió otro nombre. Esto último no se reduce a una mera diferencia lingüística puesto que, como señalé anteriormente, el contenido del concepto también ha evolucionado de manera diferente. Imaginemos que tenemos una máquina que nos permite viajar en el tiempo para poder realizar preguntas a personas de diversas épocas en el pasado. Podríamos plantearles las siguientes preguntas: ¿Qué es para ti la felicidad? ¿Qué es lo que te hace feliz? ¿Cuáles son sus fuentes? ¿Qué nos responderían, por ejemplo, las siguientes personas? (omitiremos el principal problema que sería como plantear tal concepto en los diferentes idiomas y hacerles entender que queremos decir con la palabra “felicidad”)
-Un samurái del período Edo (siglo XV).
-Un monje benedictino (siglo VI)
-Un señor feudal (siglo XIII)
-Un monje jainista (siglo VI a.C)
-Un Caballero Templario (siglo XII)
-Un filósofo griego (siglo IV a.C)
-Una popular “influencer” sobre moda (año 2025)
-Un ucraniano en el frente de combate (año 2025)
Ciertamente podríamos aventurar algunas respuestas en base a la cultura en la que tales personas se desenvolvían, el contexto histórico que les tocó vivir, la coyuntura, el sistema de valores imperantes y el tipo de vida que llevaban. Si bien quizás todos nos hubiesen finalmente entendido a qué nos referíamos con la palabra “felicidad” (sobre la que versaba la pregunta), lo más probable es que las fuentes de esa felicidad hubiesen sido diferentes para cada una de estas personas. Por ejemplo, alguno de los encuestados pudo haber respondido que sería feliz si pudiese liberar Tierra santa de los infieles, o ser fiel al “bushido” o “camino del guerrero” o aumentar el número de seguidores en su red social o que que acabe la guerra con Rusia. La felicidad es relativa y está históricamente (y coyunturalmente) condicionada.
Tenemos que, por mucho tiempo, este concepto de felicidad no existió como tal (y cuando existió fue moldeado por el sistema de valores de aquellas sociedades), de manera que el concepto no dio origen al estado afectivo, de la misma manera que no se tuvo que inventar la palabra miedo para sentir miedo. El hecho es que tenemos la necesidad de crear conceptos para dar cuenta a los demás de cómo nos sentimos, pero quizás el lenguaje es aún muy limitado a la hora de dar cuenta o pretender reflejar nuestro mundo interior, de manera que ciertos matices quedan al margen en nuestro deseo de rotular lo que sentimos.
Como suele suceder, la creación de un concepto lleva aparejado su contrario, es decir, si existe la felicidad tiene que existir su contrario que, por lo general, lo asociamos (aunque no únicamente) a la tristeza, la angustia. Si se borra la línea divisoria entre la felicidad y su contrario, entonces ¿qué es lo que queda? (digamos que sé que algo es redondo cuando lo veo, pero también porque se diferenciarlo de algo que es cuadrado o rectangular)
1 Iris B Mauss, Maya Tamir, Craig L Anderson Nicole S Savino
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