4/10-George Berkeley y el idealismo subjetivo (por Jan Doxrud)
Siguiendo a Bunge, ¿cómo podemos refutar a Berkeley más allá del argumento de patear piedras como pretendió Samuel Johnson? Puede ser que este pudo haber pateado la piedra ya que la percibió (ser es ser percibido) y, por lo demás, no pateamos galaxias, ni el núcleo de la tierra, ni las placas tectónicas, por lo que patear algo no es prueba suficiente. En palabras de Bunge:
“En resumen, patear y observar una reacción (…) no es suficiente para certificar la realidad de una entidad”[1].
Siguiendo al filósofo argentino, se puede establecer, en contra de Berkeley, la siguiente tesis acerca de la versión científica del realismo ontológico: la realidad es comprensible, el conocimiento indirecto es el más profundo, falibilismo (a veces erramos), meliorismo (modera el impacto del falibilismo,) pluralismo moderado y por último, que el conocimiento objetivo apoyado en pruebas firmes y teoría válida es muy superior a las corazonadas subjetivas.
¿Por qué hablar de este autor y sus ideas que, para algunos pueden, parecer algo extravagante? La razón es que la teoría del conocimiento de Berkeley aún ronda en la mente de algunas personas. No me refiero a psíquicos ni ilusionistas sino que a respetados científicos que, a la luz de los nuevos avances en la ciencia, específicamente la física cuántica, desarrollaron y escribieron ideas acerca del mundo, la materia y como percibimos este mundo que se asemeja a la ontología y gnoseología de Berkeley. A partir de la física cuántica se han desarrollado teorías acerca del problema mente-cuerpo. Por otra parte, la mecánica cuántica vino a redefinir el rol del observador y de la medición.
Adelantaré algo para que se entienda posteriormente los experimentos mentales de Schrödinger y Wigner. Desde la década de los treinta los fundamentos matemáticos de la mecánica cuántica adoptaron nuevas formulaciones. Estas formulaciones se articularon en torno al concepto de superposición de estados cuánticos. Matemáticamente la superposición de dos estados cuánticos genera un nuevo estado cuántico. Si nos pidiesen que adivináramos en cual de las dos cajas que están frente a mí está el electrón, no lo sabré, pero al menos sé, como lo afirma la física clásica, que está en una de las dos cajas.
Desde el punto de vista “cuántico” existe un estado en que la función de onda del electrón está en una caja, pero también existe otro estado en que la función de onda está en la otra caja. ¿Le parece al menos curioso? ¿Dónde está el electrón? No podemos afirmar con seguridad que el electrón esté con mayor seguridad en una caja y no en la otra, ya que la función de onda adquiere valores no nulos en cada una de las cajas. Sólo cuando interviene el observador es posible saber en que caja se encuentra la partícula. De acuerdo con la interpretación de Copenhague no existe una manera de identificar el verdadero estado del mundo ya que la función de onda que describe el sistema se esparce en una serie de situaciones superpuestas posibles.
Sólo cuando se realiza la observación la función de onda colapsa en una de las diferentes opciones superpuestas. Mario Bunge explica, en relación con la mecánica cuántica, que tal teoría fue interpretada inicialmente como
“una afirmación de que todos los hechos microfísicos están creados por actos de observación o medición: esa es la esencia de la intepretación de Copenhagen, que ha prevalecido en los libros de texto hasta hace muy poco. Esta concepción, que evoca el esse est percipere vel percipi de Berkeley, es insostenible…”[2].
De acuerdo con Bunge, la axiomatización de la teoría no contiene el concepto de observador y cuando se plantea un problema teórico, que no incluye un sistema de medición, el entorno macrofísico se da por descontado y se trata como un todo, es decir, no es analizado en microentidades. Cabe preguntarse si nuestro universo no es sino un sistema cuántico complejo en donde existe un “observador externo” cuyas mediciones tiene como consecuencias la determinación de una de las tantas posibilidades cuánticas del estado del universo. Todo lo que suceda necesita de algo que este efectuando una medición que produzca el colapso de la función de onda. Caemos así nuevamente en un idealismo al estilo de Berkeley en donde las cosas suceden por la intervención de alguien externo, “ser es ser percibido”.
Todo esto parece ciencia ficción, pero es lo que piensan algunas personas de la academia y si el lector quiere sorprenderse más lea acerca de la teoría de las cuerdas y universos múltiples. Existen ejemplos de esto como el “gato de Schrödinger” y el “amigo de Wigner”. A partir de estos ejemplos, tanto físicos respetados charlatanes y gurúes espirituales, han hecho reemerger el idealismo en su versión cuántica en donde la realidad depende exclusivamente de la conciencia. Hay que advertir que la física cuántica ha sido indudablemente una gran revolución dentro de la física así como para la vida práctica de las personas. Sin embargo, muchas personas se han aprovechado de algunas nociones de esta ciencia para dar rienda suelta a la imaginación y a desarrollar teorías descabelladas sobre el mundo.
No es la primera vez y no será la última que tanto algunos sujetos usen descubrimientos de la ciencia para extrapolarlas a otros ámbitos como el filosófico-religioso. Por ejemplo se puede observar en las librerías libros sobre el “toque cuántico”, sanadores cuánticos, los cuales los únicos conocimientos de física cuántica provienen de libros como el Tao de la Física de Capra o “La danza de los maestros de Wu Li” de Gary Zukav que, si bien pueden servir para acercar la física a los legos, fallan al establecer forzadas analogías entre la física cuántica y las religiones no occidentales.
Eddington, quien llevó a cabo la expedición que fotografió el eclipse que brindó la primera prueba de la teoría de la relatividad general de Einstein, escribió:
“Yo rechazo la idea de que la fe característica de la religión pueda demostrarse a partir de los datos o métodos de la ciencia física”[3].
Tenemos el caso James Hopwood Jeans (1877-1946) físico, astrónomo y matemático. Cursó sus estudios en la Universidad de Cambridge y enseñó en la Universidad de Princeton. Cuando uno lee a Jeans y a otros físicos pareciera que se estuviese leyendo a aquellos autores pertenecientes a aquella tradición filosófica conocida como “filosofía perenne”, que postula que, en lo que respecta a la materia, que es una cristalización de la mente. De acuerdo con la filosofía perenne, popularizada en el siglo XX por Aldous Huxley, así como otros pensadores ligados con los estudios religiosos como Frithjof Schuon, Réne Guénon y Ananda Coomaraswamy, el mundo físico no es la única realidad que existe ya que existe una realidad no física, que podemos denominarla espiritual, mental o sobrenatural.
El mundo material sería solamente una sombra de un mundo que se encuentra más allá de los sentidos. Las ideas de Jeans no dejan de ser interesante ya que el idealismo absoluto parece estar a flor de piel en estas. Jeans pretende realizar un cambio de paradigma abandonando el modelo cartesiano mecánico, por uno, por una realidad de orden mental. Los sentidos, y en esto estamos de acuerdo, no son la única fuente de conocimiento, Einstein elaboró sus teorías apelando no sólo a su razón y persistencia, sino que también utilizó su imaginación. Posteriormente sus predicciones como por ejemplo la dilatación del tiempo a velocidades cercanas a la luz o la distorsión que generan los cuerpos masivos en el espacio-tiempo.
Así por ejemplo, los matemáticos, de acuerdo con Jeans, sólo ven la naturaleza a través de los filtros que ellos mismos se han fabricado, y para él estos son los filtros indicados y exitosos para captar la realidad. Para Jeans la materialidad es un concepto puramente mental que se corresponde con el efecto directo que los objetos producen sobre nuestro sentido del tacto. Jeans también habla de de una “mente universal” en la cual todas las mentes individuales forman parte como unidades. El universo era para Jeans un mundo compuesto de pensamiento puro. “Si el universo esencialmente pensamiento, también su creación debió de ser entonces un acto de pensamiento…El tiempo y el espacio, que forman el marco del pensamiento, tuvieron que venir al ser como parte de ese mismo acto”[4].
Más adelante escribió:
“…existe un acuerdo ampliamente generalizado en el seno de la ciencia, y que en la ciencia física alcanza casi la unanimidad, de que la corriente del conocimiento está apuntando hacia una realidad no mecanicista; el universo está empezando a parecerse más a un gran pensamiento que a una gran maquinaria. La mente ha dejado de ser considerada como un intruso en los dominios de la materia; estamos empezando a sospechar que más bien deberíamos saludarla como creadora y gobernadora del reino de la materia –no, por supuesto, la mente de cada uno de nosotros, sino la mente en la que existen como pensamientos los átomos a partir de los cuales se han desarrollado nuestras mentes individuales”[5].
Jeans llega a plantear el desvanecimiento de la dualidad mente-cuerpo típico de la ontología cartesiana “reduciendo toda materia sustancial a una creación y manifestación de la mente”[6]. En otra párrafo escribió:
“Ahora bien, los pensamientos o las ideas, para existir, necesitan de una mente en la cual existan Podemos decir que algo existe en nuestra mente mientras somos conscientes de ello, pero este hecho no acredita su existencia en los períodos en que no somos conscientes de ello. El planeta Plutón (…) existía antes de haberlo sospechado ninguna mente humana, y su existencia estaba atestiguada por placas fotográficas antes de que ningún ojo humano llegase a verlo. Consideraciones de este tipo llevaron a Berkeley a postular un Ser Eterno, en cuya mente existían todos los objetos”[7].
Recordemos que Berkeley escribió que todo el coro de los cielos y el ropaje de la tierra no tienen sustancia alguna fuera de la mente. Si no son percibidos por alguien entonces, o no existieron o existieron porque subsistían en la mente de una Espíritu Eterno. Al respecto, Jeans escribió que tenía la impresión de que la ciencia moderna conducía, aunque por otro camino, a una conclusión no muy distinta a la de Berkeley. De acuerdo con él, no importa si los objetos existen en mi mente o la mente de cualquier otro espíritu, la objetividad de esta proviene del hecho de subsistir en la mente de algún Espíritu Eterno.
Este físico representa una forma de desmaterializar la materia, y como escribió Mario Bunge, esta tesis se apoya en una semántica errónea, la cual establece que una teoría científica no es más que una formalización matemática, que fue expuesta por primera vez por el físico y filósofo de la ciencia Pierre Duhem (1861-1916). El error reside de acuerdo con Bunge en que “una teoría física es una formalización matemática con una interpretación física. Y la teoría, lejos de ser idéntica a su referente (una entidad física), lo representa o describe (de manera clara o pobre según sea el caso)“[8]. Así, de acuerdo a Bunge, la matemática cuenta sólo la mitad de la historia.
Continuemos con Erwin Schrödinger (1887-1961), sucesor de Max Planck en la Universidad de Berlín. Schrödinger abandonó Alemania tras la llegada de los nazis y se convierte en fellow del Magdalene College de la Universidad de Oxford. En 1933 recibió junto a Paul Dirac el Premio Nobel de Física. Este notable físico conocido por la ecuación que lleva su nombre y el famoso “gato de Schrödinger” es quizás el que tiene una visión más mística, en el sentido de que tiene ideas que se asemejan mucho a lo que enseñan dentro de la tradición budistas o escuelas hinduistas. No es sorpresa que este físico se sintiese atraído por las ideas de oriente y por un filósofo alemán que sintió esa misma admiración: Arthur Schopenhauer. Por ejemplo respecto al mundo escribió que este nos viene dado de una sola vez y no hay un mundo que existe por un lado y mundo percibido por el otro.
El sujeto y el objeto son uno. Los idealistas también estarían de acuerdo con este físico ya que desde el punto de vista gnoseológico no existe una separación clara entre sujeto y objeto, lo que lleva a que uno y otro se confunda, y que sea el sujeto el creador de la realidad. En otra parte escribió Schrödinger escribió que existe una muchedumbre de egos conscientes y que, sin embargo el mundo es uno, lo que lleva a preguntarse si mi mundo es igual al tuyo:
“¿Hay un único mundo real, distinto de las imágenes de él introyectadas en cada uno de nosotros por medio de la percepción? Y si esto es así, ¿se parecen se parecen esas imágenes al mundo real, o es tal vez este último, el «mundo en sí mismo», muy diferente del que percibimos?”[9].
Esto es lo que Schrödinger denomina la “paradoja aritmética” que consiste en que existen numerosos egos conscientes y que, a partir de sus experiencias mentales se ha elaborado el concepto de un mundo único. Las soluciones del autor caen cada vez más en el antirrealismo (el mismo científico reconoce que parecen ser dementes desde el punto de vista de la ciencia). La primera solución es la de multiplicar los mundos de acuerdo a la doctrina de las mónadas de Leibniz. La otra alternativa, que acepta Schrödinger, es la unificación de las mentes o conciencias, que como señaló el autor, es lo que plantean las Upanishads. También admira el libro de Aldous Huxley sobre la filosofía perenne.
De acuerdo con el físico la mente humana es una especie de entidad inmaterial, un fenómeno reciente, pero no así la mente que contempla. Aquí llegamos a un punto que tiene que relación directa con Berkeley. Si la mente humana es un fenómeno reciente, ¿cuál era la situación del mundo antes de la aparición de esta? Schrödinger se pregunta si acaso todo habría sido una representación sin espectadores.
Más adelante escribió:
“Más aún, ¿acaso merece el nombre de mundo lo que nadie puede contemplar?”[10].
Continúa Schrödinger:
“El mundo desplegado en el espacio y en el tiempo es sólo nuestra representación (Vorstellung) de él. La experiencia no nos proporciona el menor indicio de que sea algo más que eso, como ya Berkeley lo hizo notar claramente”[11].
El tono de Schrödinger se vuelve cada vez más “berkeleyano” cuando afirma que todos los sucesos que acontecen en el mundo, todo ese espectáculo adquiere sentido en relación con una mente capaz de contemplarlo. Se opone a quienes dicen que la mente desaparece junto al mundo, que está “condenada a desaparecer con él cuando el sol acabe finalmente por enfriarse y la tierra se haya convertido en un desierto de nieve y hielo”[12].
Antes de finalizar con Schrödinger haré una breve alusión al célebre experimento mental conocido como el “gato de Schrödinger” o “paradoja de Schrödinger”. En este experimento mental contraintuitivo el físico plantea la existencia de un sistema compuesto por una caja cerrada que en su interior contiene un gato, una botella con gas venenoso y un dispositivo que contiene una partícula radiactiva que tiene un 50% de probabilidad de que se desintegre y, si esto último ocurre, el veneno se libera y el gato muere.
Tenemos entonces dos situaciones: el gato muerto y el gato vivo. De acuerdo con la mecánica cuántica la función de onda será el resultado de la superposición entre los dos estados en que se encontraría el gato. Para aclarar rápidamente, la función de onda se refiere a la forma de representar el estado físico de un sistema de partículas (y que contiene toda la información del sistema). Sólo será cuando abramos la caja y veamos la situación real cuando la función de onda colapse y observemos si el gato está vivo o muerto. Así debemos pensar de acuerdo con la interpretación de Copenhague que el gato mientras no abramos la caja estaría en una situación de superposición (al igual que la partícula radiactiva), esto es, vivo y muerto, y no vivo “o” muerto como diría la física clásica.
Pero aquí se cae en la falacia de la composición, es decir, pensar que lo que es verdad para las partes resulta que es verdad para el todo. Así, por ejemplo, decimos que las partículas subatómicas no tienen vida, por lo tanto, todas las cosas hechas de estas no tienen vida. Si dos partículas parecen estar interconectadas no podemos decir que a nivel suprafísico aseveremos que existe la telepatía. Esto es una falacia ya que el todo puede ser más que la suma de sus partes ya que puede tener propiedades que sus partes no tienen.
Estas propiedades presentes en el todo, pero no en las partes son denominadas propiedades emergentes. En el caso de nuestro gato, como escribió Bunge, es erróneo extrapolar la teoría a cosas dotadas de propiedades suprafísicas como la vida. Quien quiera que lea estos escritos de Schrödinger sin saber que se trata de él, diría que se trata de algún escrito de Ramakrishna, Swami Vivekananda o Sri Nisargadatta Maharaj, por mencionar alguno de los más célebres maestros espirituales no occidentales.
Otro experimento mental, que ilustra la vigencia del idealismo, es el propuesto por el físico húngaro y Premio Nobel de física (1963) Eugene Wigner (1902-1995). Wigner hizo una propuesta que consiste en diferenciar los procesos de medición, que involucran, por un lado, a un observador consciente que lee los instrumentos de medición, de los procesos que, por otro lado, no participa ningún observador, puesto que la conciencia del observador interviene en el mundo físico provocando el colapso de la función de onda. La pregunta es ¿quién es capaz de generar este colapso de la función de onda? Es decir ¿sólo la conciencia humana? ¿Qué sucede con los animales? ¿Puede un chimpancé hacerlo?
El experimento es una continuación del gato de Schrödinger que consiste en que un amigo de Wigner lleva a cabo el experimento con el gato mientras Wigner abandona el laboratorio. Cuando Wigner recién regresa al laboratorio sabe del resultado del experimento de su amigo: si el gato está vivo o muerto. Nos encontramos así ante el estado de un sistema donde existe una superposición entre el gato muerto y el amigo triste o el gato vivo alegre. Nos encontramos así ante el dilema de si, de acuerdo con Wigner, este estado de superposición es sólo determinado cuando Wigner se entera del experimento o este estaba ya determinada en un punto previo.
La idea de Wigner es demostrar que la conciencia es necesaria para el proceso de medición cuántica. El físico norteamericano Hugh Everett (1930-1982) señaló que el proceso de medición hace que el mismo observador entre en un estado de superposición, es decir, vio un gato vivo o vio un gato muerto. Existen de esta manera dos observadores que son parte de cada uno de los componentes de la función de onda del universo. Es aquí donde el asunto se vuelve más curioso, ya que ninguno de los observadores de cada uno de los componentes es consciente de su propia existencia y de la existencia de los otros componentes, por lo que podemos considerar estas posibilidades como pertenecientes a “mundos paralelos” que existen de manera simultánea.
Agreguemos otro ejemplo. Imaginemos una persona que va a pescar a un lago. Para un idealista cuántico antes de que la persona pueda pescar algo, el pez se encuentra potencialmente en todo el lago, pero sólo es al momento de pescarlo cuando el pez pasa de tener una existencia potencial a una real. ¿Existe el pez al momento en que la persona siente que muerde el anzuelo o cuando lo saca de lago y lo observa? Wigner como otros físicos, hacia el final de su vida demostró gran interés por las ideas como el hinduismo, especialmente el Vedanta. Al parecer, de acuerdo con ciertos autores, debemos reformar nuestros conceptos filosóficos para poder abordar y describir la realidad cuántica. Quizás vieron en las corrientes de pensamiento de Asia un vocabulario más adecuado para la descripción del mundo cuántico y no la lógica limitante en donde una propuesta es verdadera o falsa, pero no ambas.
Un último caso que podemos citar es el del biólogo chileno Humberto Maturana. En una entrevista el Maturana niega cualquier forma de separación entre sujeto y objeto, entre observador y lo obervado. Para Maturana, postular la existencia de de una realidad externa e independiente a nostoros es absurda y sin sentido. Postular la existencia de una supuesta realidad que nos es imposible conocerla pero que igualmente existe es un juego intelectual sin sentido, ya que tal realidad independiente, a la larga, es igualmente dependiente del sujeto que postula su existencia. Al respecto señala Maturana:
“El observador observa, ve algo, y afirma o niega su existencia y hace lo que hace. Lo que existe independientemente de él es necesariamente una cuestión de fe, no del conocimiento seguro, porque siempre tiene que haber alguien que ve algo”[13].
El entrevistador pregunta a Maturana si se encontraría dentro de la misma línea de pensamiento de Protágoras (“el hombre es la medida de todas las cosas”) a lo cual el biólogo responde:
“Y subrayar aún mas esta declaració: el observador es la fuente de todo. Sin él no hay nada. Es el fundamento del conocer, es la base de cualquier hipótesis acerca de sí mismo, el mundo y el cosmos. Su desaparción sería el fin y la desaparición del mundo que conocemos; ya no quedaría nadie que podría percibir, hablar, describir y explicar”[14].
[1] Mario Bunge, op. cit. , p. 349.
[2] Mario Bunge, Diccionario de filosofía (México: Siflo XXI editores, 2005), 134.
[3] Ken Wilber, Cuestiones Cuánticas. Escritos místicos de los físicos más famosos del mundo. Barcelona, Kairós, 2006, p. 235.
[4] Ibid. , p. 196.
[5] pp. 196-197.
[6] p. 197.
[7] p. 189.
[8] Mario Bunge, Crisis y reconstrucción de la filosofía, Barcelona, Gedisa, 2002, p. 68.
[9] Ken Wilber, op. cit. , p. 132.
[10] Ken Wilber, op. cit. , p. 138.
[11] Ibid.
[12] p. 140.
[13] Humberto Maturana y Bernhard Pörksen, Del ser al hacer. Los orígenes de la biología del conocer (Chile: J. C Sáez Editor, 2007), 37.
[14] Ibid., 38.