6/6-Sionismo: ¿de qué estamos hablando? (por Jan Doxrud)

6/6-Sionismo: ¿de qué estamos hablando? (por Jan Doxrud)

Segunda parte: ¿Qué es el sionismo?

Sionismo, claro está, proviene de la palabra Sión, una colina de Jerusalén, tal como lo podemos encontrar en el Salmo 48:2: “Hermosa elevación, el gozo de toda la tierra es el monte Sion, a los lados del norte, la ciudad del gran Rey”. Con el tiempo Sión se referiría a la misma Jerusalén, por lo que tiene un significado simbólico para el pueblo judío.  En otros pasajes de las Sagradas Escrituras se nos presenta como una ciudad-fortaleza:

2 Samuel 5:7

Sin embargo, David capturó la fortaleza de Sión, ahora conocida como la Ciudad de David.

2 Crónicas 5:2

y le dijeron a David: «Tú no podrás entrar aquí.» Sin embargo, David capturó la fortaleza de Sión, ahora conocida como la Ciudad de David.

Como explican Rafael Medoff y Chaim I. Waxman en el libro mencionado, el apego judío a Sión tenía muchos siglos de antigüedad, de manera que las raíces de la idea sionista se remontaban a hace cerca de 4.000 años, cuando el patriarca bíblico Abraham salió de su hogar en Ur del caldeos para establecerse en la Tierra Prometida. A esto añaden que

“Cuando el reino judío fue destruido y su población llevada cautiva a Babilonia en 586 a. EC, la pasión de los exiliados por regresar a Sión nunca fue sofocada. Impregnaba sus oraciones, sus trabajos de erudición religiosa y su cultura popular”.

Junto conesto, los autores añaden que para la abrumadora mayoría de judíos, la este Sión al cual hacían referencia, era celestial o espiritual más que a Eretz Israel como una realidad material. Por último, Medoff y Waxman, explican que la ocupación de Eretz Israel por fuerzas hostiles, junto con las duras condiciones en la desolada patria judía, además del estado primitivo del transporte internacional hicieron de la aliá una tarea irreal. Pero tal sueño comenzaría gradualmente a materializarse ene el continente europeo.

El político e historiador israelí, Shlomo Ben-Ami, explica en su libro “Cicatrices de guerra, heridas de paz”, que el sionismo es un “movimiento de conquista, colonización y asentamiento al servicio de una causa nacional justa, pero autoindulgente y con complejo de superioridad”. Añade que el sionismo es también “una lucha por la tierra como una carrera demográfica (…) la aspiración a un territorio con una mayoría judía”.

Como movimiento de liberación nacional y emancipación Ben-Ami introduce una precisión importante y es que el sionismo no puede verse como un típico movimiento colonialista al estilo europeo, que buscaba saquear materias primas y explotar a la población local. Añade el mismo autor que aquellos judíos que se dirigieron hacia Oriente Próximo para construir su hogar nacional, no eran emisarios de ninguna potencia extranjera, sino que pioneros idealistas que buscaban la renovación nacional. Esta utopía buscaba la autosuficiencia de manera que no estaban dentro de sus objetivos el someter a trabajos forzados la población local y arrebatar sus tierras.

Junto con esto, Ben-Ami afirma que el sionismo hay que entenderlo como una “revuelta contra el destino judío” por lo que, quienes se dirigieron hacia Palestina, cortaron sus lazos con sus países de origen. En otro libro – Israel, entre la guerra y la paz – Ben-Ami reconoce el legado europeo en los sionistas como fue el caso de la ideología nacionalista:

“No es difícil, pues, encontrar en la política sionista (…) un fuerte sabor a herencia nacionalista y etnicista proveniente del Este europeo. ”

Más adelante añade:

“El gran logro del sionismo, la rehabilitación de la lengua hebrea, estaba también aparentemente ligado a la principal idea nacional europea de finales del siglo XIX. El renacimiento lingüístico y literario del idioma nacional era un prerrequisito ideológico para la existencia de una nación según el modelo europeo. Alemania e Italia lograron sus respectivas unificaciones sobre una base lingüística; el Imperio Austrohúngaro se desmoronó por las aspiraciones de sus pueblos de establecerse, como naciones-estado sobre una base lingüística”.

Por su parte, Hannah Arendt en sus “Escritos judíos” afirma que, en términos generales, el sionismo “se fundó a partir de dos ideologías políticas típicas de Europa del siglo XIX, el socialismo y el nacionalismo”. Los ya mencionados Culla y Fortet, afirman que el sionismo “es un producto genuino de la Europa del último tercio del siglo XIX”, continente caracterizado por su creencia en la  “supremacía cultural, de ser portador de progreso y civilización”. Por ende, no es de extrañar que los sionistas participaran de este eurocentrismo general.

Pero, como ya se señaló, los sionistas no eran homologables al imperialismo europeo. Ben-Ami cita las palabras del filósofo judío-austríaco, Martin Buber (1878-1965), quien le explicaba a Gandhi que el retorno de los judíos a su patria histórica implicaba el trabajo de la tierra con sus propias manos y no, por ende, mediante la explotación de los árabes.  El autor cita las palabras de Max Nordau – cofundador junto con Herzl de la Organización Sionista Mundial – quien afirmó:

“haremos en Asia Menor lo que los ingleses hicieron en la India, me refiero a la labor cultural, no al dominio por la fuerza. Pretendemos llegar a Palestina como emisarios de la cultura, y extender las fronteras morales de Europa hasta el Éufrates”.

La filosofa Hannah Arendt explica, en la obra mencionada, que la construcción del hogar nacional judío no constituyó una empresa colonial que buscaba explotar las riquezas ajenas con la ayuda y esfuerzo de la mano de obra nativa de la zona. Añade Arendt que Palestina era un territorio pobre en donde la riqueza dependía exclusivamente del trabajo judío, de manera que no se dio la explotación y el robo propio de la “acumulación originaria” de la que hablaba Karl Marx

Para Ben-Ami, el sionismo constituyó una revolución social y cultural que buscaba inaugurar un nuevo comienzo como comunidad. Cuando se hablaba de conquista en ese contexto particular, añade el autor, se referían a la conquista de la naturaleza y el desierto. El lector debe entender que en la segunda mitad del siglo XIX lo que existía era el Imperio turco Otomano, que colapsó tras el final de la Primera Guerra Mundial (1914-1918). De acuerdo con esto, el territorio en donde actualmente está Israel y la Franja de Gaza estaba administrado por los británicos (1920-1948), quienes resucitaron el nombre de Palestina, nombre que ni siquiera figuraba como división administrativa del antiguo imperio turco. Fueron los europeos quienes trazaron las nuevas fronteras de Palestina (la que muchos reclaman hoy). No solo eso, fueron los ingleses los que decidieron crear un reino denominado Transjordania, lo que significó la partición de la Palestina “original” que habían trazado los ingleses.

Otro punto importante es que no existía ninguna Palestina histórica o nada parecido a un Estado-nación denominado Palestina[1] (ni siquiera en el pasado lejano). Lo más cercano a esto sucedió con la resolución 181 de la ONU, que los árabes rechazaron puesto que habría significado aceptar la existencia del Estado de Israel. Por ende, los sionistas no invadieron un Estado-nación llamado Palestina, puesto que tal entidad política no existía. Como explican Culla y Fortet, cuando los europeos – ya sea judíos o cristianos – hablaban de Palestina se referían “al país bíblico, al escenario idealizado del Antiguo y/o del Nuevo Testamento. Junto con esto, añaden los historiadores:

“Pero, si del imaginario religioso-cultural pasamos a la realidad de aquellos años, las cambiantes divisiones administrativas otomanas no permiten dibujar Palestina como una unidad política de límites precisos; de hecho, los sandjaks o distritos de Nablús y Acre dependen del norte, de Damasco o de Beirut, mientras que el de Jerusalén dependen directamente de Constantinopla”

Ben-Ami también destaca la ceguera del sionismo frente a la población autóctona árabe y su entorno físico. Lo anterior queda expresado en la famosa frase del escritor judío de origen británico, Israel Zangwill (también atribuida a Max Nordau), sobre Palestina (1864-1926): “(…) una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”. Ben-Ami añade que algunos sionistas miraban con desdén a la población árabe autóctona, puesto que los consideraban como poco civilizados.

Por su parte, los árabes veían la presencia de los judíos europeos como artificial, un argumento que se utiliza en nuestros días, es decir, que Israel es una suerte de Estado “artificial” (¿Qué “Estado” no lo es?), una suerte de “cáncer occidental” en Medio Oriente o, como afirmó el rey Abdullah sobre Israel: “una catarata en el ojo, una flecha en la carne viva, un hueso en la garganta”. En suma, los judíos representaban una “otredad” amenazante, tal como sucedía en ciertas zonas de Europa.

Culla y Fortet citan las palabras de Moses Lilienblum (1843-1910) quien, en 1881,  afirmaba que los judíos eran extranjeros tanto en Rusia como en Europa y que eran considerados como elementos exteriores y huéspedes indeseados. A esto añadía: “Así es: somos semitas entre arios, somos una tribu palestina de Asia en los países de Europa. Necesitamos un rincón que sea nuestro; necesitamos Palestina”. Lo mismo afirmaba otro autor que veremos a continuación León Pinsker:

“El judío es considerado por los vivos como un muerto, por los autóctonos como un extranjero, por los indígenas sedentarios como un vagabundo, por la gente acomodada como un mendigo, por los pobres como un explotador millonario, por los patriotas como un apátrida y por todas las clases como un competidor al que detestan”.

La historia nos mostrado que a los judíos se les ha acusado de ser los asesinos de Jesús, secuestrar y asesinar niños cristianos (líbelos de sangre),  de ser agentes revolucionarios comunistas e incluso de lo contrario: de ser la encarnación del capitalismo usurero, comerciantes, prestamistas y los titiriteros del mundo financiero. Como escribió Ben-Ami en el libro mencionado “Israel, entre la guerra y la paz”:

“El Oriente árabe y musulmán ha estado tradicionalmente por el temor de una conspiración de Occidente contra la herencia del islam; el sionismo forma parte de esta conspiración”.

Ahora bien, Ben-Ami señala que el presentar a los judíos como ajenos a las tierras del Oriente Próximo es una falacia. El lector debe tener presente que, así como había judíos dispersos en distintas partes de Europa, también los había en lo que hoy es Yemen, Irak, Marruecos, Siria o Túnez, los cuales serían posteriormente hostigados, expulsados y forzados a ser parte del nuevo Estado de Israel que se fundaría en el futuro. Los palestinos hablan de la “nakba” que se suele traducir como “desastre” producto del desplazamiento y huida de los árabes de sus tierras tras la guerra a finales de la década de 1940.

Pero, sin minimizar el dolor y traumatismo que eso conlleva, sucede que si hay un pueblo que ha sufrido varias de esas “catástrofes” es el pueblo judío: bajo el Imperio Asirio, Babilónico y Romano, bajo los reyes de Castilla y Aragón, bajo el imperio ruso de los Romanov con los pogromos, bajo la Alemania nazi y bajo los árabes (especialmente tras la derrota en la guerra de 1948-1949). Recordemos las palabras del Salmo 137 donde los judíos se lamentan por su situación tras el cautiverio babilónico:

Junto a los ríos de Babilonia, allí nos sentábamos y aun llorábamos, acordándonos de Sion.

Sobre los sauces, en medio de ella, colgábamos nuestras arpas.

Y los que allí nos habían llevado cautivos nos pedían un cántico,y los que nos habían desolado nos pedían alegría, diciendo: Cantadnos algunos de los cánticos de Sion.

¿Cómo cantaremos el cántico de Jehová en tierra extraña?

Si me olvido de ti, oh Jerusalén, olvide mi diestra su destreza.

Mi lengua se pegue a mi paladar si de ti no me acuerdo, si no enaltezco a Jerusalén como preferente asunto de mi alegría.

Por su parte, Shlomo Ben-Ami, refiriéndose a la población que habita en el Estado de Israel señala:

“La población israelí la forman refugiados descendientes de dos opresiones: la europea nazi y la árabe. Tal como reconoció el escritor árabe Sabri Jirys, el mundo árabe es el responsable directo de la expulsión de los judíos hacia Israel. En este sentido, la propaganda en torno a Israel “europeo” es una falacia. Los propios árabes ayudaron a convertir el Estado judío en un Estado más oriental de lo que pueda parecer”.

Frente a la presencia judía, los árabes locales no actuaron de manera mancomunada. En palabras de Ben-Ami: “(…) la incompetencia de los dirigentes árabes, su falta de propósito y cohesión nacional, se demostraron en todo momento un aliado crucial de la empresa sionista”. Así, existían árabes que estaban dispuestos a vender sus tierras a los sionistas, perjudicando así su propia causa. Esto se explica porque no existía una “causa palestina” tal como se extiende actualmente. Los árabes antes se consideraban como súbditos del Imperio Otomano y, como explica Ben-Ami: “En muchos casos, las relaciones de parentesco, las lealtades tribales y el vínculo con la aldea más que con un territorio nacional indefinido se impusieron a la fidelidad a una amorfa comunidad territorial palestina”.

En suma, el sionismo constituyó un movimiento de liberación nacional que albergaba el anhelo de retornar a su tierra ancestral. Por ende, debemos combatir aquella retórica que busca cargar de un contenido negativo al sionismo, presentándolo como algo que en sí mismo es execrable. En nuestros días sus detractores han intentado imponer una narrativa que nos presenta el sionismo como una ideología europea supremacista y racista, casi homologable al nazismo. Pero sucede que el Estado de Israel ha dado muestra de lo contrario, por ejemplo, cuando entregó por completo el Sinaí a Egipto (1979-1982) así como también la Franja de Gaza (2005).

Israel tiene la capacidad militar como para haber simplemente eliminado la presencia árabe en la zona hace mucho tiempo, pero no lo hizo. Qué pueden existir extremistas dentro del movimiento puede ser (como ha sucedido con otros movimientos de liberación nacional), al igual con lo que sucedió con el Haj Amín quien fue un abierto y activo colaborador del nazismo.

En suma, a la hora de abordar este término – sionismo – hay que tener en consideración una visión, aunque sea panorámica, de la historia de los judíos, en lugar de adherirse a eslóganes que carecen de base alguna y que ignoran completamente la historia. En nuestros días se considera el sionismo como sinónimo de ser judío o de ser israelí. Pero sucede que no todo judío es israelí y no todo judío es necesariamente israelí, pues existen árabes israelíes, así como también drusos y beduinos entre otros. Ahora bien, ser sionista hoy no tiene exactamente el mismo significado que en la época de Herzl, puesto que el Estado de Israel es hoy una realidad. Por ende, se puede afirmar que un mínimo común denominador que comparten los sionistas actualmente es defender la existencia y la supervivencia de ese Estado.

[1] En mis otros artículos abordo el tema de Palestina y la identidad palestina.

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