6) Profetas del pesimismo. Los Ecologistas (por Jan Doxrud)
El filósofo australiano Peter Singer se pregunta en su libro “Ética práctica” si acaso existe un valor más allá de los seres sensibles? La respuesta del autor y su posición ética frente a esta problemática consiste en extender la ética de la tradición occidental dominante centrada en el ser humano. En palabras de Singer: “Esta ética extendida traza la línea de división de la consideración moral alrededor de todas las criaturas sensibles, pero deja otros seres vivientes fuera de dicha línea”.
Así, el autor afirma que extender el círculo ético más allá de los seres sensibles resulta ser una tarea compleja. Conforme a esto, el ideal de sustituir el antropocentrismo por el biocentrismo o por una “veneración a la vida” (Albert Schweitzer) sería un cambio de paradigma difícil, ya que plantea una serie de problemas y dilemas que, para muchos, rayaría en lo absurdo. Al respecto escribe Singer:
“Si dejamos de hablar en términos de sensibilidad, la línea divisoria entre los objetos vivientes y los objetos naturales inanimados se hace más difícil de defender. ¿Sería peor realmente talar un árbol viejo que destrozar una preciosa estalactita que ha tardado incluso más en crecer? ¿Con qué criterio se podría emitir ese juicio?”
Siguiendo con Luc Ferry esta última vertiente del ecologismo constituye una cruzada contra al antropocentrismo y, podemos añadir, que tal postura toma ciertos tintes de antihumanismo y misantropía. Añade el filósofo francés que esta última versión de la ecología busca sustituir el “contrato social” por un “contrato natural”, en el cual “el universo entero se volvería sujeto de derecho: ya no es al hombre considerado como centro del mundo al que hay que proteger en primer término de sí mismo, sino al cosmos como tal al que hay que defender de los hombres. Ferry trae a la palestra las palabras del filosofo francés, Michel Serres (1930-2019), escritas en su obra “El Contrato Natural”
“¡Volvamos entonces a la naturaleza! Esto significa: al contrato exclusivamente social, añadir el otorgamiento de un contrato natural de simbiosis y de reciprocidad, en el que nuestra relación con las cosas le dejaría dominio y posesión a la audición admirativa.. El derecho de dominio y de propiedad se reduce al parasitismo. Por el contrario, el derecho de simbiosis se define por reciprocidad: en la misma medida en que la naturaleza le da al hombre, éste debe darle a aquélla, convertida en sujeto de derecho”
El filosofo francés cita también las palabras del político ecologista francés Antoine Waechter quien reivindica el concepto de naturaleza frente al de medio ambiente. La razón de esto es que, etimológicamente, “ambiente” es “lo que está alrededor”, por ende el concepto hace referencia a lo que “rodea” al “ser humano”, otorgándole así un posición central frente a una naturaleza periférica al servicio del primero.
Las palabras de Waechter citadas por Ferry dejan también en evidencia una crítica más profunda que es a la civilización Occidental, la cual sería la partera de los peores fenómenos que podamos imaginar: conquista, antropocentrismo, capitalismo (y el liberalismo económico) y depredación de la naturaleza. Estas idea también pueden verse plasmadas en otro representante de la ecología profunda, el ya mencionado Bill Devall.
En su paper sobre la “Ecología profunda”, el autor nos habla del paradigma social dominante que consiste en la imagen mental de la realidad social que guían las expectativas dentro de esa sociedad. Este paradigma dominante – en el caso de Estados Unidos – se caracteriza por considerar a la naturaleza como un mero almacén de recursos al servicio de los Estado - nación, que buscan incrementar los niveles de producción teniendo como medidor una variable central: el Producto Interno Bruto (PIB). Esta crítica va de la mano con otra que apunta al capitalismo, al consumismo, el hedonismo, el materialismo y el individualismo reinante en las sociedades occidentales. Ferry cita el artículo del científico estadounidense, Stan Rowe, titulado “Crimes against the Ecosphere”, en donde propone reconocer la supremacía de los valores de la ecósfera por encima del humanismo.
Por su parte otro de los grandes representantes de la ecología profunda, el noruego Arne Næss (1912-2009), quien definió una serie de principios que constituían tanto un diagnóstico de la situación del planeta, así como también las remediales que debían tomarse. Algunos de los puntos del filósofo noruego es que el florecimiento y bienestar de la vida humana y no humana poseen un valor intrínseco, es decir “no instrumental”.
Junto a esto, el ser humano solo tendría el derecho de reducir la riqueza y diversidad de las formas de vida para satisfacer necesidades vitales. El objetivo de fondo del autor es llevar a cabo una transición ideológica en donde se valore más la calidad de vida en lugar de aspirar a tener un estándar de vida mas elevado. En Næss también hay una postura crítica hacia Occidente, el individualismo, el hedonismo y materialismo.
Otros como Murray Boockchin (1921-2006) lanzaban sus dardos contra el sistema capitalista el cual tildaba de cáncer para la sociedad. No es un dato menor que Bookchin fue en su juventud un marxista-trotskista (después transitaría al anarquismo) que se vio influenciado por ideas de autores como Herbert Marcuse y André Gorz (1923-2007). En lo que respecta al tema ecológico, el autor desarrolló el concepto de “ecología social” como nuevo paradigma ético en donde la naturaleza debía ser concebida como un sujeto y, por lo tanto, debía promoverse una relación fecunda entre el ser humano y la naturaleza: una sociedad orgánica en lugar de la jerárquica.
Peter Singer plantea los problemas que emergen de este “igualitarismo biocéntrico” en virtud del cual todos los componentes de la biosfera tienen un idéntico valor moral. Por ejemplo la intuición de que todas las cosas de la biosfera tengan derechos a vivir y florecer nos plantea el dilema si acaso el derecho a vivir y florecer de los seres humanos tiene igual valor al de la levadura, o si esta última tiene igual valor al derecho de un gorila. Otro problema con esta postura es que adopta un holismo ontológico extremo en virtud del cual el todo es superior a la suma de sus partes. Esto es algo que se asemeja al colectivismo radical propio de los regímenes totalitarios en donde la “nación”, la “raza”, el “pueblo” o la “clase social”, estaban por encima de los individuos que la componen.
En el caso de la ecología profunda se venera y reifican conceptos tales como la “vida”, “ecosistemas” o “especies”. Incluso, en algunos casos, se llega a antropomorfizar al planeta, por ejemplo, cuando se habla de la madre naturaleza a la cual le asignan una serie de atributos propios de los seres humanos. Por su parte, algunos movimientos feministas han querido también hacer suyo el paradigma de la ecología profunda. De acuerdo a esta vertiente del feminismo (ecofeminismo), existiría un vínculo entre la explotación y degradación de la naturaleza, y la subordinación y la opresión de las mujeres.
Junto a lo anterior, se identifican los ya habituales enemigos: Occidente, capitalismo, tecnología y, en este caso, los hombres y sus sistema de dominación denominado patriarcado. En resumen, el lector tendrá que preguntarse si estaría dispuesto a otorgar igual valor a un bosque o un grupo de seres humanos. Y en su decisión tendría que preguntarse cuál sería el criterio para elegir una opción por sobre otra.
Tenemos entonces que los movimientos ecologistas radicales poseen una serie de rasgos presentes en otros movimientos filosóficos del pasado. En primer lugar esa obsesión anti - Occidental que Pascal Bruckner aborda formidablemente en su “Tiranía de la penitencia. Ensayo sobre el masoquismo occidental” (y sobre el cual escribí unos artículos). En segundo lugar está el odio igualmente obsesivo contra del capitalismo, el cual lo abordan como si solo existiese una modalidad y como si fuese intrínsecamente perverso.
En tercer lugar está el antihumanismo y la misantropía, lo que se traduce en un biocentrismo dentro del cual el villano que debe sentirse avergonzado y arrepentido es el ser humano. En cuarto lugar está la creencia de que lo natural es intrínsecamente bueno, de manera que todo aquello “artificial” (creado por el ser humano) es malo. De la mano con esta idea está la añoranza de una vida simple, comunitaria, autosuficiente y sustentable (una suerte de regreso a una mítica edad de oro…a la Arcadia perdida). En quinto lugar tenemos el biocentrismo y el culto a la vida. Obviamente esto en sí no constituye un problema alguno. El lector podrá preguntarse ¿acaso es algo positivo aborrecer la vida? Pero como apunta Ferry, hay que analizar con detención el significado de esto dentro de la ecología profunda. En palabras del autor:
“El amor a la vida, la propia como la de los seres queridos, es evidentemente una de las pasiones más comunes de la humanidad. Eso nada tiene que pueda chocar, ni tampoco que pueda pasar como característica de una sensibilidad ideológica particular. Pero cuando este cariño se transforma en “vitalismo”, cuan- do es llevado a lo que los ecologistas profundos llaman la biósfera, cambia de naturaleza y de significación”.
Como bien señala Ferry, cuando este cariño por la vida se transforman en vitalismo y es llevado – por los ecologistas profundos – a la biosfera, cambia de naturaleza y significación. Es importante entender que este concepto de biosfera hace referencia al “conjunto de los elementos que, en el seno de la ecósfera, contribuyen al mantenimiento y al completo desarrollo de la vida en general”. En virtud de esta definición Ferry llama la atención acerca de la distinción entre el amor a una vida aún de carácter “homocéntrico” (centrada en el ser humano) y un amor “holista”, esto es, “referido al todo biogénico de que depende directa o indirectamente nuestra existencia”.
Así, en este universo compuesto de partes interconectadas e interdependientes, el ser humano no tendría ningún primacía por sobre otro de los componentes, de manera que el homocentrismo sería eliminado en favor de biocentrismo. Pero este paradigma también echaría por la borda el dualismo en cualquiera de sus formas, por lo que no existiría ningún mundo trascendente más allá de este natural. De ahí que Ferry recuerde al filósofo Baruch Spinoza y su idea de un “Deus sive natura”, esto es , una sustancia única dotada de pensamiento y extensión. Al igual que Spinoza, los ecologistas profundos adoptan también una forma de monismo ontológico así como una forma de panteísmo, puesto que esta sustancia única es, a su vez, “naturaleza naturante (un principio que produce) y “naturaleza naturada” (realidad producida).
Lecturas complementarias:
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(2) Occidente: Autoflagelo y el monopolio de la culpa (por Jan Doxrud)
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(II) La influencia del Romanticismo alemán en el pensamiento occidental (por Jan Doxrud)
(III) La influencia del Romanticismo alemán en el pensamiento occidental (por Jan Doxrud)
(IV) La influencia del Romanticismo alemán en el pensamiento occidental (por Jan Doxrud)
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Entendiendo el Discurso Filosófico de la Modernidad (2) (por Jan Doxrud)
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Introducción a la Posmodernidad (1) (por Jan Doxrud)
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