20) La Guerra Civil Española . El Segundo Bienio, 1934-1936 (por Jan Doxrud)
En 1932 los dirigentes del PCE caerían en desgracia y sustituidos por otros los cuales continuaron expulsando a sus opositores de la organización. Sin embargo el PCE no hacía avances e incluso tras las elecciones de 1933 continuó en su ensimismamiento ideológico. Tras obtener la autorización de la Comintern, los comunistas se unieron a la insurrección obrera de 1934 y comenzó la actitud de apertura hacia la colaboración con otros partidos lo que llevaría finalmente a ser parte del Frente Popular como vetemos más adelante.
Fue Stalin quien, a través de la Tercera Internacional (Comintern), intervenía en asuntos como la designación misma de la dirección del PCE. José Díaz fue designado como vocal de la Comisión Ejecutiva de la Internacional durante la celebración del VII Congreso celebrado en Moscú en 1935. Como señala Pío Moa, la Comintern no era un tejido laxo de partidos autónomos como era el caso de la Segunda Internacional, sino que constituía “un aparato rígidamente centralizado en Moscú y sumiso a Stalin”.
Añade Moa que los militantes del PCE se concebían a sí mismos como una organización de “revolucionarios profesionales”, siguiendo así la idea leninista de vanguardia y de ser los verdaderos depostiarios de las verdades marxistas y los únicos capaces de liderar y hacer triunfar la revolución. Para el PCE el PSOE eran “socialfascistas” al igual que los demás partidos socialdemócratas europeos (en realidad en aquella época bastaba ser anti-comunista para ser fascista).
A esto añade Moa:
“La escuela comunista, más aun que la socialista, forjó un tipo de militante fanático y al tiempo ilustrado en una concepción del mundo científica, que anunciaba la pronta caída del sistema burgués, último de los basados en «la explotación del hombre por el hombre»”.
Continúa explicando Moa que una de las fuentes de poder del PCE era su cohesión, su disciplina militar y su capacidad de maniobra, de agitación y de propaganda. Así, tenemos un partido que había sido irrelevante desde su fundación y ni siquiera tuvo protagonismo alguno en la formación de la Segunda República. Pero con la revolución de 1934 en Asturias fue aprovechada por el PCE, presentándose a sí mismos como los responsables del mismo (aunque, como señala Moa, habían tenido un papel auxiliar y PSOE no les había dado armas).
Tenemos, pues, que el PCE cosecharía algunas victorias como la de integrar el Frente Popular abandonando así el ghetto ideológico y lograría integrar su sindicato, la CGTU, a la UGT en donde paulatinamente lograría ejercer un control cada ve mayor, principalmente cuando llegó a fusionar las juventudes ambos partidos, asestándole un golpe al PSOE.
Por último, tenemos a los anarquistas a los cuales ya habíamos hecho referencia con Preston, específicamente sobre la figura de Fanelli y su influencia en el desarrollo este pensamiento. Moa destaca la figura de Juan García Oliver (1901-1980) quien, junto a Buenaventura Durruti (1896-1936), fue uno de los principales exponentes de la corriente anarquista. Como explica Moa García Oliver establecía una clara diferencia entre el “anarquista proletario” y el “anarquista burgués”, siendo Bakunin un ejemplo del segundo caso (y Marx en el caso del comunismo). Para el anrquista español el anarquista de origen proletario lo movía la pasión por llevar a cabo pronto la revolución social e instaurar una sociedad en donde prevaleciera una estricta igualdad.
De suma importancia fue la CNT en Barcelona (1910) que se basaba en el modelo del sindicalismo revolucionario francés. En relación con la CNT, Moa comenta que tal agrupación aunaba de manera confusa diversas corrientes anarquistas, desde los individualistas que abogaban por los ataques terroristas, hasta la sindicalista partidaria de la acción de masas. Explica el mismo Moa que tal Confederación se propuso una serie de objetivos como la de conseguir, por medio de la lucha y la expropiación de la burguesía, la emancipación integral de la clase obrera.
Junto a esto, el uso del terror y el asesinato se volvió también en una parte integral de sus métodos “revolucionarios”. Dentro de la CNT surgieron conflictos internos entre los violentistas, como García Oliver, y aquellos que querían darle una oportunidad a la República. El resultado fue la victoria de los violentistas quienes eran partidarios – como defendía García Oliver – de la “gimnasia revolucionaria”, esto es, golpear sin tregua y con la mayor violencia posible al régimen.
Pero la “burguesía” no resultó ser el principal enemigo del anarquismo (ni siquiera durante la guerra civil) puesto que estos mantuvieron relaciones hostiles con el PSOE y el PCE. Para los anarquistas tanto el PSOE y el PCE apoyaban, a la larga, la instauración de una dictadura. Estas tensiones ya se habían hecho sentir entre Bakunin y Marx en la primera mitad del siglo XIX, lo que tuvo como resultado una división irreconciliable entre marxismo y anarquismo (además de diferencias ideológicas, intervinieron otras de desavenencias más personales, por motivos culturales y nacionales).
Así la Primera Internacional o Asociación Internacional de Trabajadores (1864) terminaría por sufrir esa primera gran escisión. En la posterior Segunda Internacional (1889), marxistas y anarquistas ya no tendrían presencia, puesto que la postura predominante la tendrían los socialdemócratas que comenzaron a abandonar la teoría de la revolución violenta como medio para instaurar el socialismo. Esto generaría otra gran división , producto de la Primera Guerra Mundial, entre “reformistas” y “revolucionarios”, lo que terminaría con la creación de la Tercera Internacional (1919) en Moscú bajo el férreo liderazgo de Lenin.
Sobre estas 3 fuerzas de izquierda concluye Moa:
“Tres poderosas fuerzas, dos marxistas y una anarquista, el grueso absoluto de la izquierda, se orientaban en 1935 a la revolución social. Tenían influencia hegemónica —pero no total, ni con mucho— en el proletariado urbano y agrícola, y muy fuerte, directa e indirecta, en las clases medias, incluso en las altas, y entre los intelectuales, así como largos hilos en las fuerzas armadas y el resto del aparato estatal. Afirman algunos historiadores que la democracia no estaba amenazada desde la izquierda, pero basta recordar las insurrecciones anarquistas, la socialista y nacionalista catalana de octubre, y los procesos abiertos a continuación, para comprender que la revolución social se ponía realmente a la orden del día”.
Cabe añadir otro actor que también, en su corta vida, lograria adquirir una importancia significativa. Me refiero a José Antonio Primo de Rivera y la Falange. Raymond Carr describe a José Antonio, hijo del dictador Miguel Primo de Rivera, como una persona de carácter complejo, encanto personal y con un cerebro y autoridad suficientes para crear un movimiento como la Falange.
Pío Moa en su libro “Los Mitos de la Guerra Civil” explica que la Falange fue fundada el 29 de octubre en el Teatro de la Comedia, como José Antonio como principal orador. Posteriormente (y como ya los señalamos anteriormente con Preston) se uniría a la Falange las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista” (JONS). En cuanto al pensamiento de José Antonio, este resultaba un tanto complejo de rotular, especialmente dentro de ese contexto en donde las 3 opciones eran: comunismo, fascismo o república. El pensameinto de este eprsonaje es bastante fecundo y existen múltiples escritos sobre sus ideas y visión de mundo.
Como explica Moa una idea importante era la sensación de crisis de Occidente, muy influenciada por la obra del alemán Oswald Spengler (1880-1936) titulada “La Decadencia de Occidente”. Para José Antonio Primo de Rivera la principal amenaza la constituían los bárbaros comunistas sumado a una democracia liberal que no constituía un muro de contención lo suficientemente sólido para contener tal amenaza. Por ende el marxismo, la dictadura del proletariado y el aniquilamiento del individuo eran las principales amenazas en ojos de José Antonio. Pero sucede que él tampoco era un partidario del capitalismo en el sentido de que, si bien consideraba de suma relevancia la propiedad privada, consideraba que el capitalismo vigente había entronizado al “capital” como el principal propietario.
Es por ello que defendía la idea de que la plusvalía no fuera a manos del capital, sino que a los sindicatos. Ahora bien este era un “sindicato nacional productor” (no uno de “clases”) compuesto por obreros, técnicos y empresarios, y en donde el Estado armonizaría los conflictos e intereses contrapuestos. En cuanto al tema del fascismo, Moa señala que la Falange era lo más cercano a este, aunque sus miembros no se reconocieron como tal. Pero con lo que no tenían ninguna cercanía era con el nazismo, puesto que la falange no tenía un componente racista y tenía un apego importante a la religión católica. En palabras de Pío Moa:
“José Antonio apreciaba poco a Mussolini, y muy poco a Hitler, lo cual no impedía a la Falange simpatizar con los fascismos, por su lucha contra el comunismo, su supuesta superación del liberalismo, y por los valores comunes de disciplina, patriotismo y jerarquía”.