15) La Guerra Civil Española . Del Gobierno Provisional al Primer Bienio, 1931-1933 (por Jan Doxrud)
En cuanto al Gobierno Provisional, Preston destaca la heterogeneidad sus miembros, desde católicos conservadores, pasando por radicales hasta republicanos de centro-izquierda y socialistas. En cuanto a las ambiciones de los socialistas, Preston afirma que eran moderadas y estos se habrían percatado de que “la superación del capitalismo era un sueño lejano”. Así, los miembros del Gobierno Provisional, especialmente los del ala izquierda, se vieron “atrapados entre las exigencias de las masas impacientes por conseguir reformas significativas y la tenacidad hostilidad de los ricos ante cualquier tipo de cambio (…)”. Preston también hace referencia a la campaña propagandística por parte de las redes de prensa de la derecha, que presentaban a la República como la causante de los problemas seculares y la violencia de la chusma. Aquí Preston distingue 2 respuestas politicas.
En primer lugar esta los “accidentalistas”, quienes consideraban que las formas de gobierno, ya sea republicanas o monárquicas, eran accidentales y que lo que importaba era el contenido social del régimen. Esto llevó a este grupo a adoptar una actitud legalista. En segundo lugar estaban los “catastrofistas” que se oponían a la República y consideraban que esta debía ser terminada por medio de la violencia. Organizaciones que pertenecían a este segundo grupo, de acuerdo a Preston era la Comunión Tradicionalista carlista (anti-moderna y en favor de un régimen teocrático), los partidarios de Alfonso XIII y el dictador Miguel Primo de Rivera (1870-1930) y, por último, los fascistas que se coaligaron a la Falange española fundada por Antonio Primo de Rivera (hijo del fallecido dictador).
Pero de los diversos enemigos que tenía la República, Preston destaca 2: la Iglesia y el Ejército. A pesar de que la Santa Sede había solicitado al clero a respetar los poderes constituidos, Preston afirma que estos igualmente pasaron a las filas anti-republicanas, como fue el caso de figuras como Pedro Segura, arzobispo de Toledo, e Isidoro Gomá, arzobispo de Tarazona. Finalmente, y debido al lenguaje anti-republicano de su pastoral de Segura, este fue expulsado por el Ministor Maura (un católico).
En lo que respecta a los ataques incendiarios y saqueos de instituciones religiosas Preston señala que efectivamente el gobierno mostró una “notable falta de energía” pero que ello no significaba que fuese culpable de estos. Incluso añade que la indiferencia de las multitudes frente a estos sucesos “reflejaba hasta qué punto las personas corrientes identificaban a la Iglesia con la monarquía y la política de derechas”. El otro problema fue el ya señalado con de la Cierva y fue la pugna con el Ejército por las reformas de Azaña y por el tema de las autonomías que amenazaban con fragmentar al país en contra de los deseos de unidad del Ejército.
Azaña, entre otras medidas,cerró la Academia General Militar de Zaragoza por temas presupuestarios y, como señala Preston, por considerarlo un “nido de militarismo reaccionario, lo que le garantizó la eterna enemistad de su director, el general Franco”. Junto a lo anterior, Azaña abolió la jurisdicción del Ejército sobre los civiles acusados de delitos de injurias a las Fuerzas Armadas. Según Preston, fue responsabilidad de la prensa de derecha el mostrar a Azaña como un enemigo del Ejército y como un “monstruo corrupto supuestamente dispuesto a destruir tanto el Ejército como a la Iglesia, porque formaba parte de la conspiración judeo-masónico-bolquevique”.
Llegamos a las ya mencionadas elecciones de las Cortes Constituyentes en donde los socialistas ganaron las elecciones junto a republicanos de izquierda. Junto a esto destacó como segunda fuerza política el Partido Radical (centrista) de Alejandro Lerroux. Esto llevó a la necesidad de formar coaliciones para constituir el gobierno. El clima no era el mejor ya que se hacían sentir las consecuencias económicas de la crisis de 1929 lo que significó el desplome de los precios agrícolas, junto al aumento del paro entre campesinos y obreros. No ayudó la acción de grupos anarquistas como la ya mencionada FAI. Pero igualmente las Cortes lograron redactar, aprobar y promulgar la nueva Constitución. Preston, además de destacar el problema que surgió al Artículo 24 ya mencionado, también resalta la polémica en torno al Artículo 44 que establecía que el bienestar del país debía subordianrse a los intereses económicos de la nación. Lo anterior se traducía en que toda propiedad era suceptible de ser expropiada en nombre de la “utilidad social”
En cuanto a la actitud de la coalición republicano-socialista hacia la Iglesia, Preston explica que esta se fundamentaba en la creencia de que si su proyecto implicaba la construcción de una nueva España, entonces se hacía necesario eliminar la influencia que la Iglesia tenía sobre diversos aspectos de la sociedad. Si bien Preston considera tal punto de vista como razonable, igualmente reconoce que no tomaba en cuenta los sentimientos de millones de católicos dentro de España. Igualmente el autor señala que la Constitución no atacaba a la Iglesia sino que, más bien, “ponía punto final al respaldo gubernamental a la posición privilegiada de la Iglesia”.
Pero tal opinión no era la de la derecha ni, como destaca Preston, la de José María Gil Robles (fundador de la CEDA), quien en 1931 habló de una guerra espiritual en las Cortes y, días después, junto a otras figuras hizo un llamamiento en favor de una cruzada contra la República. Sumado a esto las palabras de Azaña de que “España ha dejado de ser católica” solo aumentaron los niveles de tensión. Pero, de acuerdo a Preston, las palabras de Azaña debían ser entendidas en un sentido “sociológico”, es decir, que el catolicismo ya no gozaba de la preeminencia de antaño. Como ya vimos con de la Cierva, esto provocó la dimisión de Alcalá-Zamora, quien regresaría en poco tiempo como jefe de Estado de la Primera República (1931-1936).
Así, Azaña se habría encontrado no solamente bajo fuego derechista, sino que también estaba presionado por la izquierda que demandaba reformas profunda. La reforma agraria desembocó en disturbios y en represiones letales como fue el caso del pueblo de Castilblanco. Preston cita la reacción del general Sanjurjo, para quien comparó a los trabajadores de Castilblanco con los moros contra los que había luchado en Marruecos.
En virtud de tal comentario, Preston aventura la idea de que el Ejército, al perder en 1898 sus posesiones territoriales, habría “interiorizado el imperio”, es decir, consideró a España misma como el imperio, considerando al proletariado sublevado como el “enemigo” y la raza colonial a la cual había que someter. Ademá de esto, estaba el otro punto de fricción ya mencionado y era el tema de las autonomías, específicamente el Estatuto de Autonomía para Cataluña, lo cual, para el Ejército, constituía un ataque a la unidad nacional.
Regresando a la religión, la II República prohibió a las autoridades municipales a hacer aportaciones económicas a la Iglesia o a sus festividades, se prohibieron en muchas villas y pueblos se prohibieron la celebración de procesiones religiosas lo cual, de acuerdo a Preston, constituyó una provocación gratuita. En 1932 los cementerios de la Iglesia pasaron a ser competencia de los municipios y hubo casos en que alcaldes de izquierda que cobraban impuestos a los entierros católicos o prohibieron por completo los cortejos fúnebre. Sumado a lo anterior tenemos que el Estado solo reconocía como matrimonio válido el civil, se suprimieron los crucifijos en las escuelas y las imágenes religiosas en los hospitales públicos, así como también la prohibición de tocar las campanas (en algunos casos también se cobraron impuestos por esto).
De importancia fue el fracasado golpe de José Sanjurjo el 10 de agosto de 1932. Como señala Preston el fracaso de este golpe perpetrado por uno de los héroes del viejo régimen benefició al gobierno y generó un fervor dentro de las filas republicanas. Tal impulso de optimismo se tradujo en la aprobación de la Ley de Reforma Agraria y el Estatuto Catalán. Pero para Preston, esto era un victoria de corto aliento puesto que, por otro lado, la derecha comenzaba a reorganizar sus fuerza y, por lo demás, la coalición gubernamental comenzaba a tambalear. Esto último, señal Preston, se vio reforzado por la actitud insurreccional de CNT y el aprovechamiento de la derecha, la cual culpó al gobierno. A esto Preston destaca la fundación de la CEDA en 1933 por José María Gil-Robles quien adoptó un discurso confrotnacional y hostil al marxismo.
Por lo demás, este grupo habría logrado extender el descontento entre los círculos agrarios y, para tener éxito en las elecciones, logró formar un único frente antimarxista. Para empeorar las cosas, la izquierda se vio dividida, como fue el caso del PSOE que se dividió entre la postura de Indalecio Prieto, quien abogaba por mantener la alianza electoral con los republicanos, y Largo Caballero, quien desechaba tal opción, creyendo que podían ir solos a la contienda electoral. Finalmente, el error de cálculo del sector radicalizado del PSOE se hizo ver con su derrota en las eleciones de 1933, que favoreció a la CEDA y al Partido Radical (con 115 y 104 diputados respectivamente). Así, el gobierno de Manuel Azaña llega a su fin cuando como señalamos, Alacalá-Zamora le pide la renuncia.