2) La turbulenta economía argentina: una mirada panorámica (por Jan Doxrud)
II) Macroeconomía y populismo
Ya he explicado en otro artículo sobre la economía bajo Salvador Allende el trabajo de Rüdiger Dornbusch (1942-2002) y Sebastián Edwards sobre la macroeconomía del populismo, que resulta muy ilustrativo para comprender la dinámica de las economías populistas. Solo para aclarar, la macroeconomía es una rama de la economía que, desde una perspectiva amplia, aborda diversos temas económicos sacrificando detalles importantes que son objeto de estudio de la microeconomía. Así, la macroeconomía se ocupa de estudiar el crecimiento y fluctuaciones de la economía de un país o una región desde una perspectiva “macro”. Como una rama de la ciencia económica, la macroeconomía se ocupa, entre otros temas, del crecimiento económico y producción agregada (PIB), la inversión y ahorro agregado, las fluctuaciones económicas, el nivel de desempleo, el nivel de precios, ciclo económico, la política cambiaria, fiscal y monetaria.
Dornbusch y Edwards explican que la historia económica de Latinoamérica parece repetirse sin cesar, siguiendo ciclos irregulares y dramáticos. Lo anterior se hace evidente en lo que respecta al uso de políticas macroeconómicas populistas para propósitos distributivos. En virtud de lo anterior tenemos que con insistencia los gobernantes llevan a cabo programas económicos “que recurren en gran medida al uso de políticas fiscales y crediticias expansivas y a la sobrevaluación de la moneda para acelerar el crecimiento y redistribuir el ingreso”. Pero resulta que, con el paso del tiempo, comienzan a emerger los cuellos de botella que generan presiones macroeconómicas insostenibles y que, a la larga, llevan a la economía nacional al derrumbe de los salarios reales y a graves dificultades de la balanza de pagos. Los autores sintetizan esta dinámica en una serie de fases.
En la primera fase la producción, los salarios reales y el empleo, y las políticas macroeconómicas tienen gran éxito. Sumado a esto, los controles logran mantener la inflación a raya y, por medio de las importaciones, se logra alivianar los problemas de escasez. La disminución de los inventarios y la disponibilidad de importaciones (financiadas mediante la desacumulación de las reservas o la suspensión de los pagos externos) absorben la expansión de la demanda con escaso efecto en la inflación.
En una segunda fase comienzan a crearse los cuellos de botella debido, en primer lugar, a una fuerte expansión de la demanda de bienes nacionales y, en segundo lugar , a una creciente merma de divisas. A esto se añaden los bajos niveles de los inventarios y la necesidad corregir los precios. En esta fase también comienza la devaluación, el control de cambios o el proteccionismo. En cuanto a la inflación, aumenta de manera significativa aunque los salarios se mantienen. Por último, los economistas señalan que el déficit presupuestario empeora enormemente como producto de los subsidios generalizados a los bienes de consumo básico y las divisas.
En la tercera fase la escasez ya es generalizada, la inflación aumenta rápidamente y las divisas continúan declinando. Además el país se enfrenta a una fuga de capital y la desmonetización de la economía. Fruto del descenso de la recaudación fiscal y el aumento del costo de los subsidios, el déficit presupuestario se deteriora. Así la reducción de los subsidios y la depreciación de la moneda se vuelven inevitables. La cuarta fase es la de reajuste, es decir, se aplican políticas ortodoxas, con frecuencia bajo las directrices de un programa del Fondo Monetario Internacional.
Como señalé en un comienzo, Argentina tuvo un desempeño óptimo a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX, pero algo sucedió e impidió que este país pasara a engrosar la lista de los países desarrollados. De acuerdo a Kiguel fueron 2 los eventos que sacudieron la bases de la economía nacional: la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y la Gran Depresión, fruto de la crisis económica de 1929 (para mayor detalle de la crisis puede consultar mi artículo al respecto). Tras la crisis de 1929 y la posterior depresión económica que se expandió a lo largo del globo, se generó un cambio en el pensamiento económico de la época y, por ende, en las políticas económicas de los distintos países.
De acuerdo a lo anterior, se hizo común y la norma el nacionalismo y proteccionismo económico por medio de barreras arancelarias y no arancelarias, la fijación del tipo de cambio, favoritismos por parte del Estado y controles de diversos precios. En América Latina este “neomercantilismo” tomaría forma el modelo de industrialización por sustitución de importaciones, el modelo desarrollista o también el modelo estructuralista y la idea de que el mundo se dividía en una “periferia” (países subdesarrollados) y el centro (países desarrollados). Esta teoría creaba un conveniente chivo expiatorio: culpar al mundo desarrollado del subdesarrollo latinoamericano. Así la teoría de la explotación y la lucha de clases se extrapolaba a una escala planetaria.
Si bien no se transitó hacia un modelo de planificación central al estilo soviético, sí se construyó un modelo económico en donde el Estado jugaba un rol fundamental en el estímulo y regulación de la economía y el fomento de la industrialización. En este aspecto, Argentina no fue un caso aislado puesto que otros países siguieron el mismo rumbo como fue el caso de Chile donde este modelo tuvo su apogeo bajo los gobiernos radicales (1938-1952), la creación de la Corfo y de numerosas empresas estatales. Es en este sentido que el economista argentino, Aldo Ferrer[1] (1927-2016), afirmaba que las múltiples, diversas y contradictorias intervenciones que el Estado argentino realizó entre 1930 y 1970 en todas las esferas de la actividad económica no constituyeron una excentricidad a nivel mundial. Se transitaba así al modelo de industrialización por sustitución de importaciones, así como también malucha de clases llevada a nivel global con el modelo de “centro-periferia”.
Tras el impacto de la depresión los países decidieron desarrollar estrategias que buscaba hacer de estos países menos dependientes del exterior y protegerse así de mejor manera frente futuros shocks externos. Como señalé, las economías latinoamericanas eran dependientes de las exportaciones de materias primas por lo que, ante un declive de las exportaciones, el nivel de ocupación, actividad económica e ingresos se veían negativamente afectados.
Como explica el Aldo Ferrer, ante este desajuste entre exportaciones e importaciones el gobierno debía tomar medidas. Para ser más claros, si un país no exporta no solamente se ven perjudicados los tres aspectos anteriormente señalados, puesto que a esto hay que añadir la merma en la entrada de divisas. Resulta que estos países, como veremos, necesitaban de divisas para importar bienes de capital y otros insumos. Pero sucede que si el país carece de divisas entonces el tipo de cambio deberá inevitablemente subir, es decir, necesitará más pesos para comprar dólares. Lo anterior se traduce en que la moneda argentina se deprecia.
Pero si el peso pierde valor ante una divisa extranjera, entonces los bienes importados se encarecerán lo que afectará también los precios internos del país y, por consiguiente, perjudicará también los salarios reales. Ante esto, los gobiernos decidían mantener un tipo de cambio que no reflejaba el valor de mercado, lo que significaba que la moneda estaba sobrevaluada. El problema con lo anterior es que mantener artificialmente sobrevalorada la moneda tienen como consecuencia una perdida de competitividad del país, puesto que el tipo de cambio beneficia a los importadores y, no así, a los exportadores.
Llegamos así al mismo problema: si el país no exporta, no es competitivo, entonces no ingresarán divisas, por lo que será necesaria una futura devaluación o adoptar medidas que restrinjan las importaciones para evitar así una caída del stock de divisas. En resumen, la economía argentina era dependiente de la entrada de divisas (restricción externa), sin las cuales el proceso de industrialización era imposible de expandir. Como comenta Miguel A. Kiguel:
“En definitiva, la disponibilidad o escasez de divisas, que se conocía como la restricción externa, se volvió uno de los principales determinantes de los ciclos económicos y jugaría un papel central en la primera serie de crisis llamadas stop and go”.
La dinámica anterior fue muy características del período “stop and go” y explica por qué la sustitución de importaciones era una quimera: un país no puede autoabastecerse, ya sea por que no dispone de un bien específico o porque, incluso al poder producirlo, otro país puede hacerlo de manera más eficiente y a un menor costo. En palabras de Aldo Ferrer:
“(…) lo que la sustitución de importaciones no puede lograr es la autarquía total en el abastecimiento de manufacturas, esto es, llevar cerca de cero el coeficiente de importaciones. De hecho la reducción del coeficiente de importaciones más allá de ciertos límites – que, en el caso argentino, se alcanzaron a fines de la década de 1950 – debilita el desarrollo económico”.
Explica el mismo Ferrer que el desarrollo de la economía argentina a partir de 1930 requería que la producción rural cumpliera con 2 funciones. En primer lugar abastecer a la creciente y diversificada demanda de alimentos y materias primas. En segundo lugar, generar excedentes destinados a exportación para poder así tener una cuantiosa fuente de divisas utilizadas para importar materias primas y bienes intermedios destinados a la expansión de la industria argentina. Sin embargo, si bien el campo y la ciudad debían mantener relación de interdependencia, sucedió que comenzaron a emerger ciertas contradicciones entre la producción agropecuaria y la industria manufacturera.
En palabras de Ferrer se generaron tensiones en relación con el nivel de formación de los precios relativos y la distribución del ingreso lo cual comprometía la distribución racional de los factores productivos. Añade el economista argentino que el funcionamiento eficiente del campo dependía de varios factores. En primer lugar dependía de un régimen institucional e impositivo que pudiese incentivar un comportamiento del empresario rural que fuese compatible con el proceso de cambio tecnológico y de capitalización. En segundo lugar debía existir una estructura de precios relativos entre agro y resto de la economía y, específicamente, la agroindustria que asegurase una rentabilidad elevada y estable para poder de esa manera inducir el proceso de transformación agropecuaria.
Así, y como veremos con más detalle, Argentina era un país semindustrializado y aún fuertemente dependiente de las exportaciones agropecuarias. Pero la paradoja fue que, a pesar de esto, se adoptó el modelo nacionalista-proteccionsita de sustitución de importaciones, junto a la denominada teoría de la dependencia.
[1] Aldfo Ferrer. La economía argentina. Desde sus orígenes hasta el siglo XXI (Fondo de cultura Económica, 2004)
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