6-Daron Acemoglu y James A. Robinson: Economía, Instituciones y Democracia (por Jan Doxrud)
Ahora examinemos algunas críticas realizadas a los autores, principalmente a su libro “Por qué fracasan los países”. Una critica proviende del economista indio Arvind Subramanian. En resumidas cuentas lo que Subramanian pone en el tapete es el caso de la trayectorias seguidas por China e India que vendrían a desafiar la tesis de Acemoglu y Robinson sobre las los efectos políticos y económicos de las instituciones extractivas e inclusivas. Subramanian se pregunta la razón por la cual China, un régimen autoritario, ha logrado un mayor crecimiento económico y reducción de la pobreza en comparación con la vasta democracia existente en India. En el blog de su libro Acemoglu y Robinson se hacen cargo de esta supuesta contradicción puesta en el tapete por Subramanian, es decir, que un régimen autoritario fomentara mayor prosperidad que una democracia.
Los autores señalan que Subramanian omite hacer cualquier mención de la extensa discusión sobre China y el crecimiento extractivo presente en en el libro. Añaden que su teoría no pretende establecer que las instituciones políticas determinen “directamente” la prosperidad económica. Más bien, los autores señalan que las instituciones económicas determinan la prosperidad económica y aclaran que el vínculo clave es entre instituciones económicas inclusivas y el crecimiento económico sostenido (no necesariamente un crecimiento económico a corto plazo). El crecimiento económico puede darse dentro del contexto de instituciones extractivas y es un tema que lo desarrollan en el capítulo 5 así como también en su posterior libro “El pasillo estrecho”.
Ejemplos que dan son el de la Unión Soviética o la explotación de plantaciones de zonas del caribe en donde se logró un crecimiento económico. El caso chino, como ya se señaló anteriormente, fue fruto de disputas políticas tras la muerte de Mao en donde terminó venciendo la facción liderada por Deng Xiaoping quien implementó un programa de modernización que implicó una mayor liberalización de la economía. En lo que respecta a India, los autores reconocen que le dedican menor espacio en su libro. Pero igualmente hacen una acertada aclaración de que una democracia electoral no es sinónimo de institución inclusiva.
Así, después de todo incluso Bielorusia sería también una democracia o, como señalan los autores, también Méxicolo sería pero hay que tener en consideración que por mucho tiempo estuvo tutelada por el Partido Revolucionario Institucional (PRI). Este es un punto importante puesto que la democracia vista desde un punto de vista procedimental no necesariamente implica la existencia de un sólido Estado de Derecho. Hoy en día muchos países dicen tener democracias, desde Cuba, China hasta Noruega, Suiza hasta llegar, pero cabe preguntarse ¿cuál es la calidad de esas democracias? ¿Acaso en esos países existe un Estado de derecho o solo elecciones rituales cada cierto período de tiempo?
Otra crítica con un tono más “crítico” fue la de Francis Fukuyama en un artículo en “The American Interest” en donde critica en primer lugar el libro por ser similar al libro de Douglass North, John J. Wallis y Barry R. Weingast titulado “Violence and Social Orders. A Conceptual Framework for Interpreting Recorded Human History”. También critica el uso de concepto generales y amplios como el de instituciones políticas y económicas extractivas e inclusivas lo que lleva a sobresimplifcar el tema que abordan en el libro. Fukuyama también esgrime el caso de China e India como un caso que desafiaría o contraría lo postulado por los autores. En palabras de Fukuyama el sistema político indio es tan inclusivo que no puede iniciar grandes proyectos de infraestructura debido a todas las demandas y protestas democráticas, especialmente cuando se compara con el extractivismo chino.
Acemoglu y Robinson se hicieron cargo de esta crítica en su blog. Reconocen que el de Fukuyama ha sido el comentario más críticos en comparación con los muchos otros. Reconocen que un comienzo lo iban a ignorar pero al recibieron, al parecer, varias consultas acerca de su parecer sobre las opiniones de Fukuyama, por lo que se decidieron dar una respuesta al connotado cientista político. En relación con la supuesta similitud de su libro con el anteriormente mencionado, los autores responden que efectivamente su libro se inspira en los trabajos de North, particularmente su libro “Structure and Change in Economic History” así como también al paper de Weingast y North[1], y al trabajo de North, Weingast y Wallis.
Paso seguido los autores aclaran que existen diferencias significativas como la importancia que ellos dan a la política mientras que los otros tres autores colocan el énfasis en factores económicos y sociales. Acemoglu y Robinson concluyen que aunque su trabajo le debe mucho a North y a sus coautores, resulta ser falso decir que recrearon su argumento bajo un disfraz diferente.
En lo que respecta al uso de los conceptos de instituciones extractivas e inclusivas los autores señalan que si Fukuyama las entiende como dos extremos, entonces estaría en lo correcto y, como lo señalan en su libro, varios países se encuentran en algún punto intermedio entre estos dos tipos puros. En lo que respecta al caso chino, los autores responden lo mismo que a Subramanian, esto es, que China experimentó un dilatado crecimiento económico no por sus instituciones extractivas (más bien a pesar de estas) sino porque gradualmente transitó hacia instituciones más inclusivas en comparación con la era en la que ejercía el poder Mao. Así, el caso chino no vendría a invalidar la teoría de los autores.
A esto añaden , con cierta ironía, que no creen que Fukuyama argumente que el rápido crecimiento de la Unión Soviética durante más de cuatro décadas invalide la teoría de que los mercados son mejores que la planificación central. Por último agregan que China todavía es mucho más pobre en relación con los Estados Unidos y que si China pudiese alcanzar niveles de ingreso per cápita comparables a los de España o Portugal en función de sus instituciones políticas extractivas, entonces eso si que invalidaría su teoría. Pero no hay que dejarse embrujar por el caso chino pues, como bien nos recuerdan los autores, la Unión Soviética también logró embrujar y seducir a intelectuales y a economistas en relación con la viabilidad de sus sistema económico basado en la planificación central.
Hasta el connotado economista estadounidense Paul Samuelson (1915-2009) vaticinaba en su manual de economía (edición 1961) que el ingreso anual de la Unión Soviética superaría al de Estados Unidos para el año 1997, aunque en su edición de 1980 señalaría que esto sucedería para el año 2012. La verdad es que el crecimiento soviético fue posible debido al retrasado sistema económico bajo los Romanov y a la capacidad del Estado soviético de movilizar dictatorialmente tanto personas como recursos hacia el sector industrial, subordinando la agricultura a la industria y a las zonas urbanas. Los autores señalan que Comité de Planificación del Estado, el Gosplan, no era el supuesto organismo todopoderoso que tenía a cargo elaborar y diseñar los planes quinquenales, puesto que los que en realidad fijaban y refijaban los planes eran Stalin y el Politburó. Tenemos entonces que el caso soviético fue uno que hizo uso de sus instituciones extractivas para lograr crecer a lo largo de décadas, pero tal fenómeno fue posible porque se trataba de una nación atrasada que pudo hacer uso de un enorme potencial económico sin explotar. En palabrasd de Acemoglu y Robinson:
“La industrialización estalinista fue una manera brutal de desbloquear este potencial. Stalin trasladó, por decreto, esos recursos utilizados de forma insuficiente a la industria, donde se podrían emplear de un modo mucho más productivo (…) De hecho, entre 1928 y 1960 la renta nacional creció un 6 por ciento anual (…) Este rápido desarrollo económico no fue creado por el cambio tecnológico, sino por la reasignación de la mano de obra y la acumulación de capital mediante la creación de nuevas herramientas y fábricas”.
Por lo demás, el otro lado de la moneda fue el alto costo humano, específicamente el desastre que causó la colectivización siendo una caso paradigmático la hambruna generada en Ucrania (Holodomor).También no existían incentivos para querer mejorar, innovar y arriesgarse, propio de la destrucción creativa, puesto que tales acciones podían significar altos costos, incluyendo la libertad y la vida. A esto hay que añadir la ineficiencia de una economía que carece de mercado libres para la asignación de recursos, el libre emprendimiento, la propiedad privada de los medios de producción, todo enmarcado dentro de un Estado de Derecho y no un Estado totalitario.
En suma, es posible el crecimiento económico bajo instituciones extractivas siempre y cuando, apuntan los autores, se den dos precondiciones: que exista un grado significativo de centralización estatal y la existencia de una élite que maneja las palancas del Estado que no teme al crecimiento económico, a la innovación (destrucción creativa) y a la apertura institucional (caso de China bajo Deng Xiaoping). En el peor de los casos, un nación o civilización puede llegar a colapsar como sucedió con los Mayas, o ver su sistema político-económico sucumbir, como sucedió con la URSS o incluso el sistema implantado por los Tokugawa en Japón, que sucumbió para dar inicio, bajo la el emperador Meiji, a la modernización de este país.
Otra crítica bastante dura fue la realizada por el economista y académico de la Universidad de Columbia, Jeffrey Sachs. Sin entrar en detalles, las críticas de Sachs apuntan a puntos similares a los de Fukuyama como que las instituciones autoritarias pueden acelerar la afluencia tecnológica en lugar de impedirla y que las dictaduras, bajo la presión y amenaza internacional, pueden constituir agentes de reformas económicas profundas. En relación con lo primero, los autores dicen que es justamente lo que argumentan, especialmente en el capítulo 5. En relación con el segundo punto también resulta ser un punto válido, pero el hecho de que el crecimiento bajo instituciones extractivas pueda llegar a ser igual de rápido o un poco más rápido que bajo instituciones inclusivas es algo secundario para los objetivos del libro.
Otra critica de Sachs apunta a la importancia de la dotación de recursos de los cuales, por lo demás, depende el poder del Estado y la influencia de la geografía la cual puede ralentizar el desarrollo así como la difusión de tecnología. Frente a esto, Acemoglu señalan que no existen evidencias que respalden los dichos de Sachs. El tono de la discusión se vuelve más ácido cuando Sachs escribe que Acemoglu y Robinson pretenden jugar el rol de doctores confrontando diferentes dando un mismo diagnóstico para distintas enfermedades.
Frente a esto los autores bromean señalando que quizás sea Sachs el que piensa que es un “doctor”, aunque ellos creen que su Doctorado no es uno en medicina. El hecho es que los autores señalan que su objetivo es dar un marco de referencia que incluye lo medular para explicar el tema en cuestión que es el título de su libro y que apelan principalmente (no únicamente) a las instituciones para dar cuenta de porqué algunos países fracasan y otros prosperan.
Otra invectiva de Sachs apunta la falta de evidencias para sus aseveraciones ante lo cual los autores señalan que su libro es uno de divulgación y que el trabajo académico se encuentra en otros papers. Por ejemplo citan dos papers, ambos escritos por ellos y el académico Simon Johnson. El primero es “Reversal of Fortune: Geography and Institutions in the Making of the Modern World Income Distribution” y, el segundo se titula “The Colonial Origins of Comparative Development: An Empirical Investigation”. Al parecer, el enfoque de Sachs niega la importancia de la historia, específicamente la supuesta perdurable del colonialismo europeo en el actual desarrollo de ciertos países en África.
Otro intercambio de ideas (y en un tono menos confrontacional) se dio entre los autores y Jared Diamond (el cual es mencionado en el libro “Por qué fracasan las naciones”). Este último autor, célebre por libros como “Armas, Gérmenes y Acero”, “Colapso” y “El tercer chimpancé”, llama la atención acerca de la ausencia en el libro de Acemoglu y Robinson de explicar la importancia de los factores geográficos y climáticos (como factores adicionales a los institucionales), los problemas que acarrean consigo las enfermedades tropicales en la vida y productividad de las personas.
La respuesta de los autores es que no existen evidencias que den cuenta que los factores geográficos tengan, en la actualidad, un impacto significativo en la prosperidad de las naciones. Mientras estos factores geográficos se han mantenido relativamente constantes tenemos, por otro lado, que las fortunas de las naciones no se han mantenido así. Por lo demás, con el tiempo, los seres humanos se han adaptado a los diversos contextos geográficos e, incluso, han logrado modificarlos por medio de la tecnología.
Otro punto de Diamond es que existirían ciertos recursos naturales que constituirían una verdadera maldición para los países, como el de generar guerras civiles y corrupción, ante lo cual los autores responden que este no es un problema de los recursos en sí mismos sino que de las instituciones. Son estas últimas las que determinan si los recursos son una bendición o una maldición. Es por ello que el petróleo ha transformado ahora último en una maldición en Venezuela y en una bendición en Noruega.
[1] Douglass C. North and Barry R. WeingastThe Journal of Economic History Vol. 49, No. 4