8) Rene Descartes: El problema Mente y Cuerpo: ¿monismo o dualismo ontológico?
Otro de los frentes de combate cartesiano es el del problema mente-cuerpo.Descartes es considerado por los filósofos de la mente como el punto de partida de un tema que es objeto de discusión a lo largo de siglos. Descartes afirmó la existencia de dos substancia, siendo la primera la res cogitans, que se identifica con la mente y que su esencia es el pensar. Esta res cogitans posee una serie de propiedades como la de ser conocida directamente, ser libre, indivisible e indestructible. Por otro lado está la res extensa, que se identifica con el cuerpo y cuya esencia es poseer extensión. Las propiedades de esta sustancia extensa es la de ser conocida indirectamente, estar determinada, ser infinitamente divisible y ser destructible. Hay que agregar que Descartes dejó algunas respuestas sin responder, o al menos, no dio una respuesta satisfactoria al respecto.
Por ejemplo, ¿cómo se relacionan estas dos sustancias tan radicalmente diferentes? ¿Cómo es posible que algo mental e inmaterial tenga efectos en mi cuerpo material? ¿Cómo es posible que algo perteneciente al cuerpo (material = cerebro) pueda tener efectos en mi mente? Descartes, que estudió anatomía, postuló que debía haber en el cerebro algún punto unificador, y el único órgano no duplicado lo encontró en el cerebro y esta era la glándula pineal. Era ahí donde se encontraban la mente y el cuerpo. Es importante tener en consideración que Descartes explicó que no había que imaginarse a la mente como alojada en el cuerpo como un piloto en su nave, por lo que la mente debía estar difundida a través del cuerpo. Pero, como escribió el filósofo John Searle, estamos aquí ante una contradicción, ya que “de acuerdo a su propia doctrina esta afirmación es incorrecta, porque la sustancia mental no puede tener extensión espacial. No puede difundirse a lo largo del cuerpo porque no puede difundirse en absoluto”[1].
Otra crítica guarda relación con la certidumbre de la existencia del mundo externo. Descartes sólo estaba seguro de que dudaba y pensaba, pero el mundo externo aun permanecía como una incógnita, no podía ser demostrado. Los sentidos podían engañarlo o podía el sujeto estar inmerso en un sueño. Ya vimos que el mundo externo llega a tener su existencia sólo recurriendo a la figura de Dios, esto es, se recurre a esta idea perfecta que no podía venir del ser humano que es imperfecto, de manera que Dios debía existir. Tenemos la idea de este ser perfecto, omnisciente, omnipotente y un ser así, tiene que existir. En pocas palabras, la esencia de este ser implica su existencia. Dejando de lado la debilidad del argumento (paso de la esencia a la existencia), el punto es que Descartes recurre a Dios, y en nuestros tiempos, en el ámbito de las neurociencias, esto no puede ser un criterio para probar el mundo externo. Es un argumento religioso y comot al es sólo válido para el creyente.
Tenemos también el problema del yo ¿qué es el yo? Todos tenemos ese sentido de identidad, un centro unificador que nos hace tener una experiencia de que somos los mismos a lo largo del tiempo. Descartes concibió este yo como una sustancia mental y como tal permanecía siempre idéntica. El problema es que Descartes no explica esto. Posteriormente, David Hume realizara una crítica a esta concepción del yo, señalando que no existe tal yo, es decir, para Hume no existía experiencia de ese yo, habiendo solamente percepciones. Pero el punto es que para Hume era imposible percibir algo semejante como un yo unificador. Desde el punto de vista de las neurociencia, el yo no está localizado en un punto específico de nuestro cerebro.
El yo sería un “conjunto de funciones múltiples distribuidas en circuitos neuronales a lo largo y ancho del cerebro” [2]. Descartes suponía que la continuación de la conciencia era vital para la continuidad de nuestra existencia. Pero ¿qué sucede cuando estamos bajo el efecto de la anestesia o durante el sueño? ¿Dejamos de existir? Otros autores se refieren al yo y lo definen en términos similares a Hume. Francisco Varela, se refiere a la “angustia cartesiana”, que consiste en el dilema de si tenemos o no un fundamento fijo y estable para el conocimiento, un punto donde este comienza, o por el contrario no existe tal base y todo simplemente se desmorona. De acuerdo a Varela, las sensación de angustia “nace del afán de un fundamento absoluto. Cuando este afán no se satisface, la única otra posibilidad parece ser el nihilismo o la anarquía…La búsqueda de cimientos puede cobrar muchas formas…la tendencia es buscar un cimiento externo en el mundo o un cimiento interno en la mente. Al tratar la mente y el mundo como polos opuestos, subjetivo y objetivo, la angustia cartesiana oscila sin cesar entre los dos buscando tierra firme”[3].
Hay que tener presente la influencia del buddhismo en los trabajos de Varela donde el yo no es una entidad que existe en sí misma y por sí misma, sino que depende de causas y condiciones, por lo que está sujeta cambio y a la desintegración. El yo será un mero nombre, algo que designa a una pluralidad compleja. Varela escribió que el yo (con minúscula) “es una manera cómoda de aludir a una serie de acontecimientos y formaciones mentales y corporales, que tienen un grado de coherencia causal e integridad en el tiempo”[4].
El neurofisiólogo Rodolfo Llinás por su parte escribe: . “El yo…es tan sólo un término útil, referente a un evento tan abstracto como lo es el concepto del Tío Sam respecto de la realidad de algo tan complejo y heterogéneo como son los Estados Unidos ”[5]. Por último el filósofo Daniel Dennett, compara al yo con un centro de gravedad de un objeto. Así, solamente sería un objeto abstracto. Es una ficción bien definida escribe Dennett, por lo que el yo tampoco es algo físicamente detectable, sino un centro de gravedad narrativo siendo así una ficción útil.
Así parece que el yo pierde todo fundamento, se diluye aquello a lo que los seres humanos quizás están más aferrados y eso produce un vértigo existencial. Varela postula una vía media que representada por la escuela Madhyamika del budismo Mahayana. Esta escuela señala que la tendencia al apego es la raíz de los dos extremos del absolutismo y el nihilismo. Al no encontrar esos cimientos, un pilar sólido, la persona, retrocede y se aferra a esta ausencia de fundamentos y trata todo lo demás como ilusión[6]. Las tradiciones de Oriente ya se habían percatado cientos de años antes de este aferramiento a un fundamento interno (yo) y a un mundo pre-dado. Además agrega que el nihilismo (en su riguroso sentido nietzscheano) es un fenómeno occidental, debido entre otras cosas, al colapso del teísmo en el siglo XIX.
Varela critica las ciencias cognitivas, ya que ofrecen descubrimientos solamente teóricos de la mente sin yo permaneciendo alejado de la experiencia humana. Varela valora la experiencia directa: “En la tradición del examen alerta y abierto de la experiencia, la comprensión conceptual inicial de una mente sin yo se ahonda hasta alcanzar un nivel directo y personal”[7]. A nivel inferencial la falta de un yo se experimenta como perdida, pero de acuerdo a generaciones de meditadores, señalan que la falta de un yo no se continúa experimentando como una perdida sino que como una sensación de libertad, donde ocurre una transformación en el sujeto[8].
[1]John Searle, La mente. Una breve introducción, Bogotá, Grupo Editorial Norma, 2007, p.50.
[2]Francisco Mora, El yo clonado y otros ensayos en Neurociencia, Madrid, Alianza Editorial, 2008, p. 91.
[3]Francisco J. Varela, Evan Thompson y Eleanor Rosch, De cuerpo presente, Las ciencias cognitivas y la experiencia humana,Barcelona, Editorial Gedisa, 2010, p. 169-170.
[4]Varela, Thompson y Rosch p.152.
[5]Rodolfo Llinás, El cerebro y el mito del yo. El papel de las neuronas en el pensamiento y el comportamiento humano, Bogotá, Grupo Editorial Norma, 2003, p. 149.
[6]Varela, Thompson y Rosch p.172
[7]Francisco Varela, Evan Thompson y Eleanor Rosch, p. 153.
[8]Ibid.