Norberto Bobbio: El Fascismo (por Jan Doxrud)

Artículo introductorio:

Fascismo: ¿de qué estamos hablando? (por Jan Doxrud)

Norberto Bobbio: El Fascismo (por Jan Doxrud) 

En este breve artículo continúo con el tema del fascismo, esta vez, bajo la óptica de Norberto Bobbio ( 1909 - 2004 ) .  Bobbio fue un connotado y prestigioso jurista y filósofo italiano. Ideológicamente era cercano al socialismo pero, a su vez, era un estricto defensor del Estado de Derecho, por lo que rechazaba aquella vertiente del socialismo antidemocrático y autoritario, propia del marxismo - leninismo. Durante la Segunda Guerra Mundial fue parte de la resistencia antifascista militando en Justicia y Libertad. Posterior a la guerra continuó su formación y con una frondosa producción intelectual, siendo a su vez académico. También fue nombrado senador vitalicio por Sandro Pertini en 1984 y fue un activo intelectual público dentro de Italia que lo llevó, en la década de 1990, a tener relaciones tensas con el Presidente del Consejo de Ministros: Silvio Berlusconi

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En lo que respecta al fascismo, Bobbio destaca el paradójico hecho de que el fascismo, en sus comienzos, se presentó – de manera deliberada – como un movimiento “antiideológico”. El fascismo no se presentaba a sí mismo como una ideología sino que como una “praxis” que no tenía otra justificación que el éxito. Ahora bien, como añade Bobbio, el fascismo igualmente era una ideología a la cual denomina como “activismo” y poseía también una filosofía a saber: el irracionalismo. En un capítulo,  Bobbio se refiere a estas  fuerzas de lo “irracional” encarnadas en movimientos e individuos en las primeras décadas del siglo XX. Aquí Bobbio incluye, en primer lugar, al periodista italiano  Giuseppe Prezzolini (1882 - 1982)  que, entre sus obras, se encuentra una biografía de Mussolini, del cual fue amigo personal. Prezzolini fue cofundador (junto a Giovanni Papini) de la Revista Leonardo en 1903 y, por lo demás, combatió por Italia en la Primera Guerra Mundial (1914 - 1918). También mantuvo contacto con personalidades como el teórico del sindicalismo revolucionario, Georges Sorel (1847 - 1922), y el filósofo vitalista y Premio Nobel de Literatura (1927), Henri Bergson (1859-1941). Para Prezzolini, su propia ideología se definía más bien por los odios en común que por los fines comunes. Entre sus enemigos se encontraban los colectivistas democráticos, burgueses, el positivismo y el materialismo. 

Giuseppe Prezzolini

Giuseppe Prezzolini

En segundo lugar tenemos a otro autor representativo del irracionalismo: Giovanni Papini (1881-1956).Bobbio destaca una de las frases de Papini que, a su vez, plasma el ideal de este irracionalismo militante: “Nosotros queremos servirnos del mundo más que conocerlo; queremos hacerlo a nuestro modo más que traducirlo a grises fantasmas”. Así, como señala Bobbio, el irracionalismo activista reformuló la Tesis 11 sobre Feuerbach de Karl Marx. Si el pensador alemán había declarado que los filósofos, en lugar de interpretar el mundo debían transformarlo, los irracionalistas señalaban, en cambio: “Hasta ahora los filósofos han interpretado el mundo: ahora es preciso adueñarse de él”.  Tanto la filosofía de Prezzolini como la Papinni   pertenecen al denominado “pragmatismo mágico” (en oposición al lógico), integrado por espíritus aventureros, paradójicos y místicos, señala Bobbio. En relación con este pragmatismo mágico comenta Bobbio:

“(…) fue una especie de exaltación mística de la acción por la acción, que habría debido dar al nuevo Hombre - Dios la posesión del mundo y que con mucha más justicia habría podido llamarse activismo (como efectivamente será llamado cuando se conozcan sus frutos)” 

Estos dos personajes fueron sólo un ejemplo de cómo intelectuales y artistas sucumbieron al embrujo del fascismo como fue el caso del Premio Nobel Luigi Pirandello, el intelectual Curzio Malaparte, el futurista Filippo Marinetti y el poeta Gabriele d´Annunzio.

El fascismo también se destacó por su culto a la violencia regeneradora y a la adhesión a ideologías negativas. Así, por ejemplo, el fascismo se declaraba antisocialista, antiparlamentario, antibolchevique, antidemocrático y antiliberal. (Mussolini incluso llegó a señalar que el fascismo no era aun partido sino que un antipartido) Fue precisamente ese sello de negatividad (anti) de la ideología fascista, comenta Bobbio, la que permitió en él confluir varias corrientes como fue el caso de distintas  vertientes antidemocráticas existentes en Italia.

Giovanni Papini

Giovanni Papini

Estos movimientos antidemocráticos se mostraron bajo dos aspectos. En primer lugar Bobbio destaca a los conservadores, quienes no percibían a la democracia como un mal en sí mismo, sino que como una manera inadecuada de gobierno para países inmaduros. Esto último se traducía en que la democracia daba rienda suelta al ascenso de demagogos, siendo así un “caballo de Troya que introduciría en un régimen liberal todavía frágil la subversión socialista”,  escribe Bobbio. La vertiente conservadora, con su fascismo instrumental, en 1943, cuando se percató de que tal instrumento ya no servía (con el final de Mussolini en el poder) se tradujo en que dejaran de lado esta ideología, sin mayores preocupaciones.

Por otro lado  tenemos aquellos otros antidemocráticos que se destacan por ser decididamente destructivos, compuesto por literatos decadentes, críticos estetizantes y nacionalistas furiosos que, a diferencia de los conservadores, no consideran la democracia como una forma inadecuada de gobierno, sino que la encuentra como un mal en sí. Como explica Bobbio, para este grupo, la democracia es una degeneración de la política. La razón de esto es que la política debía ser una actividad de la aristocracia escindida del vulgo y del hedonismo del demos. Así, sobre estas 2 vertientes antidemocráticas Bobbio comenta: 

“Lo que para los primeros era un problema de madurez histórica, para los segundos era un problema que encubría una concepción general de la historia basada en la distinción entre estirpes de amos y estirpes de esclavos”. 

Regresando al tema del fascismo,  el filósofo italiano explica que este logró encauzar las distintas corrientes antidemocráticas . Así se generaría, a su vez, una división dentro del seno del fascismo, en donde unos (fascistas eversivos los llama Bobbio) defenderían la idea de una revolución, mientras que los segundos, los conservadores, apuntaban solamente a la instauración de un Estado autoritario, de manera que el fascismo tenía para estos un mero carácter instrumental. Por su parte, para los eversivos (más destructivos), el fascismo era un fin en sí mismo, “el ideal de quien creía con sinceridad que el monstruo bolchevique debía ser extinguido para que la humanidad pudiera retomar el camino violentamente interrumpido de la civilización (…)”. 

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Bobbio destaca otra figura , la del importante ideólogo del fascismo:  Giovanni Gentile (1875-1944).  Gentile fue un filósofo idealista neo-hegeliano quien, por lo demás, fue coautor (junto al mismo Mussolini) de una parte de “La doctrina del fascismo (1932). Bobbio lo describe como un hombre intelectualmente vigoroso, optimista hasta la ingenuidad y con una profunda vocación de apostolado filosófico y su consecuente concepción militante de la filosofía. El background ideológico de Gentile era la derecha y defendía un liberalismo que tomaba distancia de la tradición “clásica”. El liberalismo de Gentile, explica Bobbio, era uno que concebía al Estado “como la misma voluntad individual en su profunda racionalidad y legalidad”. El Estado, para Gentile, constituía el órgano del interés colectivo en donde el “pueblo” es él mismo el Estado. En virtud de lo anterior, el fascismo era para Gentile, no una novedad o una ruptura con el pasado (o una anomalía en la historia italiana), todo lo contrario, constituía la plena realización del verdadero liberalismo.

Como explica Roger Campione en “Fascismo y Filosofía del Derecho”, la teoría política Gentile postula la existencia de un Estado ético en donde el ser humano se realiza solamente a través de su participación en el Estado. Añade el mismo autor que Gentile vació completamente de significado los límites que Hegel había impuesto al Estado, como por ejemplo, la presencia de otros Estados y la existencia, en el seno del Estado, de otros dos ámbitos donde se desenvuelve el individuo: la familia y la sociedad civil. A esto Bobbio añade que Gentile no solo no reconoció la multiplicidad de Estados, sino que también elevó su propio Estado a Estado único. Tal filosofía política se plasmaría en la célebre sentencia de Mussolini:

“Todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada contra del Estado”

Concluye Bobbio que Gentile terminó creando escuela:

 “(…)  la idea del Estado-todo, del Estado superior a las partes, a los conflictos de parte, a los individuos aislados, confluyó en la doctrina (…) del Estado corporativo que media los conflictos de clases en nombre del interés superior de la nación”

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En relación con el Estado corporativo, sería el jurista italiano, nacionalista y efervescente antiliberal (en lo político y económico),  Alfredo Rocco (1875 - 1935), quien, en virtud de su principio de la “organización”, defendió la idea de sustituir el predominio de las masas organizadas por el de los entes corporativos. En su discurso de 1925 “La doctrina política del fascismo”, Rocco destaca la “italianidad” del fascismo y en otro discurso de 1927 destacaba que el Estado fascista era aquel que realizaba el máximo de la potencia y de la cohesión de las sociedades. Ante el sindicalismo revolucionario, que opone los sindicatos al Estado, Rocco proponía el sindicalismo integral del Estado. El modelo fascista del sindicato, explica Bobbio, se trata de un “sindicalismo estatizado, en definitiva la negación de la esencia misma y del significado histórico del sindicalismo. La venganza de la política sobre la economía, de la autoridad sobre la autonomía, del poder sobre la libertad”.

Entre el 29 y 30 de marzo de 1925 en Bolonia, Gentile presentó su Manifiesto, para ser aprobado en la “Convención de instituciones Fascistas de Cultura”. En esta reunión había cerca de 250 intelectuales, en su mayor parte, pertenecientes al movimiento futurista. En el Manifiesto, Gentile afirma que el fascismo era antiguo y reciente enel espíritu italiano. Sus orígenes inmediatos se encontraban en el año 1919 cuando surgió en torno a la figura de Benito Mussolini un puñado de hombres “veteranos de las trincheras y dispuestos a combatir enérgicamente la política democrático-socialista” que en ese entonces imperaba. Añadía que el fascismo había sido en sus orígenes un movimiento tanto político como moral, que promovió la abnegación y sacrificio del individuo, así como el ensalzamiento de la Patria como ideal “que se viene realizando históricamente sin jamás agotarse (…)”. 

Para Gentile, el  fascismo poseía un carácter religioso  y, por ende, también intransigente y combativo. Nació como un movimiento minoritario que tuvo que hacer frente al Estado liberal que permanecía  “extraño a la conciencia del libre ciudadano”. Este movimiento religioso terminó transformándose en una “fe” de todos aquellos italianos  “desdeñosos del pasado y ansiosos de una renovación”.  Esta era una fe que había madurado en las trincheras de la Primera Guerra Mundial y, fruto de tal experiencia, había hecho suyo el espíritu de sacrificio frente a un valor superior como lo es la Patria. Esta “Patria fascista”, agregaba Gentile, era la Patria que  “que vive y vibra en el pecho de todo hombre civilizado, aquella Patria donde el sentimiento se ha convulsionado por todas partes en la tragedia de la guerra, y vigila, en cada país, y debe vigilar la salvaguardia de intereses sagrados, aún después de la guerra, más bien por efecto de la guerra que ya nadie puede creer sea la última”

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Un intelectual de peso, como Benedetto Croce, se transformó en un crítico del fascismo y del Manifiesto de Gentile, y en un defensor del liberalismo. En primer lugar criticó la idea de que el fascismo constituía el verdadero liberalismo, puesto que estas ideas liberales ya se habían hecho presente en el período de la pequeña Italia. También criticó el Estado ético, una distorsionada lectura de Hegel, que sólo servía a los intereses de los politizantes autoritarios y reaccionarios. Por último, Croce también criticó la idea fascista de que el liberalismo había muerto. Como explica Bobbio, Croce presentó una visión global de la historia “en que el liberalismo no es ya una ideología entre otras ideologías, sino el último punto de llegada del pensamiento moderno (…)”.  Para Croce el liberalismo satisfacía  la necesidad “de dejar, lo más posible, libre juego a las fuerzas espontáneas e inventivas de los individuos y de los grupos sociales, porque sólo de estas fuerzas se puede esperar el progreso mental, moral y económico, y sólo en el libre juego se dibuja el camino que la historia debe recorrer”.

Para terminar, Bobbio señala que el fascismo no consiguió originar una cultura propia a la que podamos denominar “fascista” y añade que ni siquiera dejó una huella, “salvo de artificios retóricos, de ampulosidades literarias, de improvisaciones doctrinales, en la historia de la cultura italiana”. Además, la interpretación de Bobbio, como destaca Enzo Traverso , nos dice que la coherencia del fascismo era sólo aparente y se fundamentaba, más bien, en una postura negativa combinada con otros valores heredados de una tradición autoritaria y conservadora antirrevolucionaria.

Sin duda que el fascismo, como un estilo o forma de hacer política trascendió Italia y la figura de Benito Mussolini, para ser adoptado por autócratas en el siglo XXI. El fascismo se ha despojado de sus ropajes ideológicos y se ha tornado en una mezcolanza o sincretismo de ideas que se acomoda a cualquier autócrata sediento de poder.

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