(2) Feminismos: ¿de qué estamos hablando? (por Jan Doxrud)
El feminismo de la “segunda ola” comienza con las ideas de Simone de Beauvoir (1908-1986) y su obra “El segundo sexo” y podemos también añadir a Betty Friedan (1921-2006) y su obra “La mística de la feminidad. El feminismo de la “tercera ola” se caracteriza por su heterogeneidad y por la adopción de un proyecto radical de ingeniería social que pretende reconstruir la realidad en su totalidad. Se caracterizan por un fuerte activismo, dogmatismo extremadamente rígido, la violencia, intolerancia y la ignorancia científica. Esta última versión del feminismo es lo que Christina Hoff Sommers llama en su escrito, “Who stole feminism”, como “feminismo de género” para distinguirlo del feminismo de la igualdad y de la libertad, aquel que lucha por el reconocimiento de los derechos de la mujer y evitar que estas sean discriminadas arbitrariamente. En una entrevista, la autora explica de la siguiente manera qué es el feminismo de género:
“Es una escuela de feminismo de línea dura que ve a las mujeres, incluso en Occidente, como cautivas de un sistema de injusticia y de opresión. Según esta teoría, cada logro humano en realidad lleva el sello del patriarcado: literatura, filosofía, ciencia, música o lenguaje. No es suficiente con cambiar leyes o tradiciones. El sistema entero tiene que ser desmantelado. El feminismo de género salió de la política radical de los 60 y estuvo marcado por la filosofía marxista y la de Marcuse, Frantz Fanon y Michel Foucault”.
En cuanto al feminismo interseccional, este nació en la década de 1970, con mujeres negras que acusaban a las feministas blancas de no tenerlas en consideración. Así este pone el énfasis en otras variables como la clase, la raza, el sexo o si hay discapacidad. Por ejemplo, una mujer blanca es discriminada por ser mujer, “pero” privilegiada por su “raza”, en cambio una mujer negra es doblemente discriminada y si, además es lesbiana, sufrirá más discriminación y peor aun si además es inmigrante.
La misma autora añade que un hombre negro tendría ventaja como hombre y desventaja por su raza. Fue Patricia Hill Collins, quien fue presidenta de la Academia de Sociología, la artífice de este pensamiento. Retrata en un libro a EE.UU como una tierra de opresión. Collins y sus colegas advierten que, aunque la mayoría no lo vea así, es porque ha sido escondido a la sociedad y esto se explica porque el conocimiento dicen que se ha construido con las experiencias de los poderosos. Añaden que la idea de la objetividad basada en el conocimiento es una manera de pensar muy masculina y occidental.
Por su parte, el académico de psicología en la universidad de Harvard, Steven Pinker, el feminismo de género consiste en una doctrina que se compromete con tres afirmaciones sobre la naturaleza humana:
1) Las diferencias entre hombres y mujeres no guardan relación alguna con la biología, puesto que tales diferencias son socialmente construidas.
2) Los seres humanos poseen una única motivación a saber, el poder, y la vida social sólo puede entenderse desde el punto de vista de cómo se ejerce el poder. Podemos añadir que lo más peligroso de esta obsesión con el poder es la creencia de que la verdad es un efecto del poder. Alan Sokal cita las palabras del académico Alan Ryan respecto a esta peligrosa postura. Ryan señala que creer que la verdad es un efecto del poder o que no existe la verdad puesto que esta es una creación de quienes tienen las riendas del poder resulta ser letal para las minorías acosadas. Por ende, es errónea la afirmación anterior puesto que es la verdad la que puede socavar el poder. La académica de sociolinguística de la Universidad de Alcalá, Mercedes Bengoechea, explica que en la década de 1980 el ímpetu político feminista que originó los Estudios de Lengua y Género transformó al “poder” en el foco central de sus investigaciones y en el eje incuestionable de la sociedad. A esto añade sobre el “feminismo de la dominación”:
“Las investigadoras se dejan embaucar por el concepto de poder, deidad absoluta que fascina y sobre la que supuestamente rotaría la vida social en su totalidad. Igualan poder a dominación, y se comprometen a una crítica del poder que desenmascare la dominación masculina. Asumen que el poder es lo que los hombres ejercen sobre las mujeres, considerando, por tanto, a las mujeres principalmente víctimas de la dominación”[1].
Para esta autora el error está en la excesiva preponderancia que se le da al concepto de poder y, por lo demás, no elaboran una teoría del poder que de cuenta de aquellas situaciones donde son las mujeres las que detentan el poder y, además, añade la autora
“impide vislumbrar otras dimensiones también presentes en las relaciones mujer- hombre y de las mujeres entre sí. La excesiva politización (negativa y viril) del concepto de género, con su énfasis en la dimensión del conflicto, ha hecho más arduo desarrollar políticas de solidaridad femenina (entre mujeres y entre mujeres y hombres)”.
La excesiva atención a las relaciones heterosexuales deja en la penumbra otras formas de violencia como las que existen entre parejas homosexuales . Aquí, al parecer, la violencia es solo patrimonio exclusivo del hombre, mientras que la mujer monopoliza la victimización. Junto a esto, muchas feministas, al tener una visión reduccionista de la realidad, todo lo interpretan bajo las gafas del “género”. Cada vez que un hombre mata a una mujer dirán que la mató por ser mujer. Aquí se comete un error similar como cuando se dice que cuando un policía mata a un afroamericano, lo hace por un tema de racismo.
En un artículo en el diario El País la autora ruso - estadounidense Cathy Young (Ekaterina Jung) se refiere a ciertas corrientes feministas actuales caracterizadas por el odio hacia el hombre (¿misandria?), un discurso que se centra en condenar al hombre y mostrado como el único detentor de violencia. Tal enfoque no contribuye en nada en promover la igualdad entre hombres y mujeres, y podríamos decir que ni se trata de feminismo ( al igual como sucede con el feminismo de genero que llega a plantear que no existen géneros puesto que son sólo construcciones discursivas)
Continúa explicando que “ridiculizar y criticar a los hombres no es la forma de mostrar que la revolución feminista es una lucha por la igualdad y que queremos contar con ellos”.
A esto añade la autora:
“Ahora, esta tendencia ha alcanzado una nueva cima inquietante: las teorías feministas radicales que consideran que la civilización occidental es un patriarcado han pasado de sus nichos académicos y activistas a la conversación general, amplificadas por las redes sociales. Sean cuales sean las razones de la ola actual de misandria —una palabra usada irónicamente por muchas feministas—, el caso es que existe. Pensemos en la cantidad de neologismos creados para burlarse de unos comportamientos que no son esencialmente masculinos. Sentarse con las piernas abiertas puede ser de hombres, pero también hay mujeres que ocupan un espacio enorme en el transporte público con sus bolsos, sus bolsas y sus pies sobre el asiento. La expresión mansplaining, “explicar como hombre”, se utiliza para calificar cualquier argumento de un hombre que no le gusta a una mujer”.
3) Las interacciones humanas no surgen de las motivaciones de las personas que se tratan a sí como individuos, sino que lo que prevalece es la “mentalidad de grupo” y la “identidad de grupo” y , por ende lo importante son las motivaciones de los grupos y el individuo queda absorbido dentro de estos. Tu identidad personal queda absorbida y anulada por la identidad grupal encarnada en algún movimiento que cree representar a los distintos individuos anulados. En síntesis, estamos ante una nueva forma de colectivismo, tal como sucedió Unión Soviética (derivada de los escritos de Marx) donde lo que importaban no eran los individuos sino que la clase social. Así, si para algunas autoproclamadas feministas, no serán feministas aquellas mujeres católicas, que se oponen a la aborto y que son políticamente de derecha y a favor del libre mercado. La misma historia se repetía en el comunismo: el verdadero proletario no vota solo por la izquierda, sino que vota comunista (algo por lo demás nunca sucedió) En Chile esto se puede apreciar con aquel epíteto: facho pobre (hombre pobre que vota por la derecha)
4) Podemos añadir otro punto relevante y es una suerte de fobia a cualquier “esencialismo”, es decir, la existencia de concepto fijos e inmutables. Esto hasta cierto punto es cierto, por ejemplo, no existe un “modelo de mujer” y la historia ha ido demostrando que la mujer (y el hombre) han ido evolucionando tanto desde el punto de vista biológico como cultural. El problema surge cuando se pretende transformar la realidad y todo lo que existe en esta en una suerte de flujo informe, una suerte de masa amorfa que puede adoptar cualquier forma que desee. Por ejemplo, una autora como Judith Butler afirma que el sexo, es decir, el sustrato biológico-material del género, es también fruto de una construcción social, de manera que hay que abandonar cualquier creencia en una “sexo natural” y con esto la existencia de una división binaria masculino-femenino. Si no existe una esencia, o para hablar en otros términos, una naturaleza humana, el ser humano puede ser lo que desea.
En otras palabras, estamos ante una postura antropocentrismo que concibe al ser humano como algo separado del resto del mundo animal, erigiéndose así en el único ser que carece de una naturaleza, postura anticientífica y antropocéntrica. Lo anterior obedece a la influencia del denominado Modelo Estándar de las Ciencias Sociales (MECS). El antropólogo John Tooby y la psicóloga Leda Cosmides, quienes introdujeron este término, explican que El MECS se caracteriza por adoptar la filosofía de la “tábula rasa” (nuestros cerebros son como pizarras en blanco), el determinismo cultural y el constructivismo social.
Por su parte, la filósofa política de la universidad de Chicago Martha Nussbaum critica a este feminismo que se ha apoderado de las universidades puesto que se han deslizado gradualmente desde lo real hacia el terreno de lo simbólico, marcando así un retroceso de la tradición feminista del pasado. Sus críticas van dirigidas principalmente a una de las representantes más emblemáticas de este “feminismo de lo simbólico”, Judith Butler, quien a promovido un quietismo político y fomentado la creencia de que la forma de hacer política feminista es utilizando palabras subversivas en publicaciones académicas caracterizadas por su obscuridad y desdeñosamente abstractos. Nussbaum señala que es resulta difícil lidiar o enfrentarse con las ideas de Butler, puesto que resulta complejo saber cuáles son. Nussabum incluso se pregunta para quién escribe Judith Butler.
Cabe aclarar que esto no es nada nuevo puesto que el estilo obscuro de escribir se ha transformado en una moda académica, puesto que obscuridad sería sinónimo de “profundidad”. Sin ir más lejos, esta tradición la podemos apreciar en escrito como los de Hegel en el siglo XIX, Martin Heidegger en el siglo XX y muchos de los discípulos de Heidegger, me refiero a la intelectualidad francesa de la década de 1960 y 1970, como Jacques Lacan o Jacques Derrida, cuyos escritos son simplemente ininteligibles. Lo mismo sucede con Butler, el lector que no se haya iniciado en los escritos y vocabulario de Louis Althusser, Jacques Lacan o Michel Foucault (entre otros), simplemente no entenderá nada de lo que esta autora escribe.
[1] Silvia Tubert (ed.), Del sexo al género. Los equívocos de un concepto, Ediciones Cátedra, 2003, 318-319.