(5) Thomas Piketty y el Capital en el siglo XXI: los impuestos (por Jan Doxrud)
Ahora pasaré al tema que ha generado más polémica y es el impuesto progresivo sobre el ingreso. La innovación y desarrollo del impuesto progresivo sobre el ingreso es, para Piketty, la principal innovación del siglo XX en materia fiscal. Continúa explicando el economista:
“Esta institución desempeñó una función clave en la reducción de la desigualdad en el último siglo, pero hoy la amenazan de forma alarmante las fuerzas de la competencia fiscal entre países entre países…”[1].
La segunda gran innovación fue el impuesto progresivo a las sucesiones. El impuesto progresivo nació en el siglo XIX y principios del XX. Nació, como señala el autor, del “caos” de las guerras. En los casos de países como Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Alemania, todos experimentaron un fuerte incremento de las tasas aplicadas a los ingresos más elevados con el estallido y desarrollo de la Primera Guerra Mundial, y estas no volvieron a los niveles que prevalecieron antes de 1914, que eran inferiores al 10%. Piketty añade que la “gran pasión por la igualdad” que tuvo lugar entre 1930-1970 tomó una dirección opuesta en Estados Unidos y el Reino Unido con la ya aludida “revolución conservadora” encarnada en las figuras de Ronald Reagan y Margaret Thatcher.
De acuerdo a lo anterior el autor afirma:
“Si se examinan los países desarrollados en conjunto, se aprecia que la magnitud de la baja de la tasa marginal superior del impuesto sobre el ingreso observada de 1970 a 2000-2010 está estrechamente ligada a la magnitud del alza de la participación del percentil superior en el ingreso nacional en el mismo período. Concretamente, hay una correlación casi perfecta entre estos dos fenómenos: los países que más redujeron su tasa superior son también aquellos en que los más altos ingresos – y sobre todo las remuneraciones de los directores ejecutivos de las grandes empresas – ha aumentado más, y al contrario, en los países en que la tasa superior ha bajado menos, los altos ingresos han avanzado mucho más moderadamente”[2].
Piketty critica los estratosféricos salarios de los directores ejecutivos, que de ninguna manera responden a la supuesta teoría de la productividad marginal que, para el economista francés, afronta graves problemas conceptuales y empíricos. La explicación que da Piketty es que en la década de 1980 las reglas del juego cambiaron, es decir, hubo una transformación total en los modos de formación y negociación de los salarios de los altos ejecutivos. Lo cierto es que tal aumento no tiene justificación alguna desde el puntode vista de la productividad. Piketty explica que no existe ninguna relación estadística significativa entre la reducción de la tasa marginal superior y la tasa de crecimientode la productividad de los países desarrollados. Es más, señala que el crecimiento en el Reino Unido y en Estados Unidos no ha sido mayor al de Alemania, Francia, Japón, Dinamarca o Suecia. En palabras del economista:
“Dicho de otra manera, la baja de la tasa marginal superior y el aumento de los ingresos altos no parecen haber estimulado la productividad (a diferencia de los pronósticos de la teoría de la oferta), o cuando menos no lo suficiente para que sea estadísticamente detectable en el ámbito de la economía en su conjunto”[3].
En síntesis, de acuerdo a Piketty, las elevadas remuneraciones de los ejecutivos de alto nivel no tienen mucho que ver con l a hipotética mejora de la productividad, sino que guardan más bien relación con los modelos de negociación. En otras palabras, la posibilidad de obtener y negociar una remuneración más elevadase explica por la baja de la tasa marginal. Esto ha llevado a que las remuneraciones de lo altos ejecutivos sean mayores respecto de las utilidades “azarosas”, esto es, “las variaciones en las utilidades que no pueden ser producto de la acción del ejecutivo, como lo son las vinculadas con el desempeño promedio del sector en cuestión”[1]. Si bien Piketty reconoce que este es un tema complejo e integral que involucra aspectos económicos, políticos, culturales y sociales, igualmente cree que la solución a lo anterior pasa por el establecimiento de tasas confiscatorias en lo más alto de la jerarquía de ingresos para contener las desviaciones observadas en la cima de las grandes empresas.
El nivel óptimo de la tasa impositiva más alta en los países desarrollados sería superior al 80%, pero el economista afirma que no hay que ilusionarse con la precisión de tal estimación, ya que ninguna fórmula matemática ni cálculo econométrico permite saber con exactitud qué tasa aplicar y a partir de que nivel de ingresos. Pero de lo que se puede estar seguro, señala el economista, es que tales estimaciones conciernen a niveles de ingresos extremadamente elevados, en el nivel del 1 o el 0,5% de los ingresos más elevados. Hacia el final del capítulo XIV Piketty escribe que el Nuevo Mundo esté quizás a punto de convertirse en la nueva vieja Europa del planeta.
Examinemos ahora la idea del impuesto mundial sobre el capital. Piketty sabe que este no es un tema nuevo y ha sido objeto de discusión en todas aquellas sociedades donde el poseedor del capital obtiene una parte sustancial del ingreso nacional sin trabajar, práctica que ha sido condenada a lo largo de la historia. Los antiguos griegos, principalmente Aristóteles, condenaban la “crematística” y a quienes engendraban dinero a partir del dinero. En el caso de la Europa medieval, e l clero condenó la usura. Sobre este tema, podemos citar las palabras de Jacques Le Goff quien explicaba que el mercader-banquero enfrentaba un difícil caso de conciencia. En los manuales de confesiones queda reflejado los problemas de conciencia de los mercaderes y la turbación de los religiosos.
“La Iglesia medieval, marcada por el ascetismo de los monjes y que ha leído en las Escrituras la condena del préstamo con interés, está aprendiendo a despreciar el dinero”[2].
Le Goff añade que estas prácticas comenzaron gradualmente a ser aceptadas y legitimadas debido al gran desarrollo que trajo consigo el comercio. En palabras del medievalista:
“Todo el mundo, incluido los clérigos, saca provecho de este éxito de un modo u otro, y no únicamente un provecho material. Este triunfo es, en sí mismo, una forma de legitimación. Se acompaña de un importante trabajo teórico”[3].
Con el tiempo se reconocería que los mercaderes-banqueros realizaban un trabajo, y que no se enriquecen “durmiendo”, y como tal merecen un salario. De acuerdo a Piketty, este tipo de respuestas, formuladas en términos de prohibición, carecieron de coherencia. Esto se debe a que tales limitaciones se centraron en ciertos tipos de inversiones y ciertas categorías particulares de actividades comerciales y financieras. Lo que faltó fue el cuestionamiento del rendimiento del capital en general. Al respecto escribe el economista:
“No se trataba de cuestionar el principio general según el cual un capital puede producir a un ingreso a su poseedor sin que éste tenga que trabajar. La idea era más bien desconfiar de la acumulación sin fin: los ingresos derivados del capital debían utilizarse de modo conveniente, en la medida de lo posible para financiar buenas obras e indudablemente no para lanzarse a aventuras comerciales y financieras que podrían alejar de la verdadera fe. Desde este punto de vista, el capital inmobiliario era tranquilizador, pues parecía no poder hacer más que seguir siendo idéntico año tras año, siglo tras siglo. De este modo, todo el orden social y espiritual del mundo parecía inmutable. Antes de convertirse en el enemigo jurado de la democracia, durante mucho tiempo los ingresos inmobiliarios se vieron como el germen de una sociedad apaciguada, cuando menos para quienes lo poseían”[4].
En cuanto a la solución dada por Marx y los socialistas posteriores, así como la URSS, Piketty piensa que sin duda fueron medidas más radicales y tienen el mérito de ser más coherentes. De acuerdo al autor, la abolición de la propiedad privada del conjunto de los medios de producción, de las tierras, de bienes inmuebles, del capital financiero e industrial, tuvo como consecuencia la desaparición del conjunto del rendimiento privado del capital. En palabras de Piketty:
“La prohibición de la usura se generalizaba: la tasa de explotación…por fin desaparecía, y con ella la tasa de rendimiento privado. Al llevar a cero el rendimiento del capital, la humanidad y el trabajador se liberaban finalmente de sus cadenas y de las desigualdades patrimoniales arrastradas desde el pasado”[5].
Tenemos que tales medidas hicieron de r > g un “amargo recuerdo”. A esto añade Piketty:
“Desgraciadamente, el problema para las poblaciones afectadas por estos experimentos totalitarios era que la función de la propiedad privada y la economía de mercado no era sólo la de permitir que los poseedores del capital dominaran a quienes no tenían más que su trabajo: estas instituciones también desempeñaban una función útil para coordinar las naciones de millones de individuos y no era tan fácil prescindir de ellas por completo. Los desastres humanos causados por la planificación centralizada lo ejemplifican muy claramente”[6].
[1] Ibid., 569.
[2] Jacques Le Goff, En busca de la Edad Media (España: Ediciones Paidós Ibérica, 2003), 70.
[3] Ibid., 74.
[4] Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI, 594.
[5] Ibid., 594-595.
[6] Ibid., 595
[1] Ibid., 546.
[2] Ibid., 565-566.
[3] Ibid., 567.