(4) Thomas Piketty y el Capital en el siglo XXI: El impuesto global y un nuevo rol del Estado (por Jan Doxrud)
¿Cuáles son las propuestas realizadas por Piketty para evitar que las fuerzas de la divergencia continúen ampliando la brecha entre ricos y pobres? Piketty se pregunta:
¿Podemos imaginar para el siglo XXI algo que trascienda al capitalismo y que sea al mismo tiempo más pacífico y duradero, o bien debemos simplemente esperar las próximas crisis o las próximas guerras, esta vez verdaderamente mundiales?...¿qué instituciones y políticas públicas podrían permitir regular, de manera tanto justa como eficaz, de capitalismo patrimonial globalizado del siglo que comienza?”[1].
Piketty afirma que la institución ideal que permitiría evitar una espiral desigualitaria sin fin sería un impuesto mundial y progresivo sobre el capital. Tal impuesto, de acuerdo a Piketty, tiene el mérito de generar transparencia democrática y financiera sobre las fortunas, una condición necesaria para la regulación eficaz del sistema bancario y de los flujos financieros internacionales. Añade Piketty que el impuesto mundial y progresivo sobre el capital permitiría que el interés general prevaleciera por sobre los intereses privados y, a su vez, preservaría la apertura económica y las fuerzas de la competencia. Ahora bien, Piketty admite que un impuesto a nivel mundial es una utopía, aunque se podría comenzar por aplicarlo a nivel regional o continental.
Entonces, ¿qué propone el economista francés? En la cuarta parte de su libro Piketty explica que creer que la solución pasa por un “regreso del Estado” no es correcta, ya que no se puede comparar la situación actual con la situación política y económica de la década de 1930. En palabras de Piketty:
“El «regreso del Estado» no se plantea para nada de la misma manera en la década iniciada en 2010 que en los años treinta, por una simple razón: el peso del estado es mucho mayor hoy de lo que era entonces y, en cierta medida, es aún mayor de lo que jamás había sido”[2].
De manera que la solución no es un “regreso” del Estado, ya que el Estado no se ha ido hacia ninguna parte, de manera que no necesita regresar. Lo que Piketty propone es inventar nuevas herramientas para retomar el control del capitalismo en su forma actual: el capitalismo financiero. Para ello se hace necesario desarrollar un “Estado social” adaptado al siglo XXI. El autor explica brevemente la evolución del papel del Estado desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la actualidad. Destaca el hecho de que en países como el Reino Unido, Suecia, Francia y Estados Unidos, las contribuciones obligatorias (impuestos) representaban menos del 10% del ingreso nacional entre 1870 y 1910.
El Estado tenía un papel mínimo en la vida económica y social, limitándose a asegurar la existencia de instituciones como el ejército, policía, justicia, administración general, etc. A partir de 1920 - 1930 y hasta 1970 - 1980 comenzó un incremento considerable el porcentaje del ingreso nacional dedicados a impuestos. Recordemos que cuando hablamos de ingreso nacional nos referimos al 90% del PIB una vez que se sustrae más o menos el 10% que corresponde a la depreciación del capital. Concluye Piketty:
“Así pues, a lo largo del siglo XX todos los países ricos, sin excepción, pasaron de un equilibrio en el que dedicaban menos de la décima parte del ingreso nacional a los impuestos y al gasto público, a un nuevo equilibrio en el que destinaron durante mucho tiempo a estos conceptos entre un tercio y la mitad del ingreso nacional”[3].
Cabe realizar que una precisión respecto al “regreso del Estado”. Piketty explica que el peso del Estado nunca había sido mayor en lo que se refiere a materia fiscal y presupuestaria. Pero existen otros ámbitos, como es el mercado financiero, que se regulan de manera menos estricta desde 1980-1990 en comparación con el período 1950-1970. Piketty añade que las privatizaciones llevadas a cabo a lo largo de las últimas tres décadas en el sector industrial y financiero también redujeron el papel del Estado en comparación con los tres decenios de la inmediata posguerra. En relación a la redistribución moderna, Piketty explica que esta no consiste en transferir riquezas de los ricos a los pobres, al menos no de manera explícita.
Lo que hace la redistribución moderna es financiar servicios públicos e ingresos de reposición (pensiones de jubilación, seguros de desempleo) más o menos iguales para todos, principalmente en el ámbito de la salud, educación y jubilaciones. En lo que respecta a la educación y salud, aquí nos encontramos ante una verdadera igualdad de acceso para cada individuo, independiente de los ingresos y otros factores. De acuerdo a lo anterior, Piketty señala que la redistribución moderna “se edifica en torno a una lógica de derechos y a un principio de igualdad de acceso a cierto número de bienes considerados fundamentales”[4].
La justificación de tal enfoque se encuentra en el Artículo 1 de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789: “Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en Derechos. Las distinciones sociales sólo pueden fundarse en la utilidad pública”. Piketty enfatiza este último aspecto del artículo que, por lo demás, es algo que Rawls retomaría en su segundo principio de la justicia:
“Las desigualdades sociales y económicas habrán de ser conformadas de modo tal que a la vez que: a) se espere razonablemente que sean ventajosas para todos, b) se vinculen a empleos y cargos asequibles para todos”[5].
De hecho, Piketty hace alusión al “principio de diferencia” de Rawls (ver mi artículo sobre el filósofo estadounidense). Escribe Piketty:
“En la medida en que la desigualdad de las condiciones de vida se debe, por lo menos en parte, a factores que los individuos no controlan, como la desigualdad en las dotaciones transmitidas por las familias (herencia, capital cultural, etc.) es justo también que el poder público intente reducir, tanto como sea posible, esa desigualdad de condiciones. La frontera entre igualación de oportunidades y de condiciones es a menudo bastante permeable (la educación, la salud y el ingreso son al mismo tiempo oportunidades y condiciones). La noción de Rawls de bienes fundamentales permite esta oposición fundamental”[6].
Lo problemático para el economista francés es el concepto de “derechos”, así como el de “igualdad”. Piketty plantea las siguientes preguntas:
“¿hasta dónde tiene que llegar la igualdad de los derechos? ¿Se trata únicamente en el derecho de poder contratar libremente, lo que en la época de la Revolución francesa ya parecía totalmente revolucionario? Y si se incluye la igualdad del derecho a la educación, a la salud, a la jubilación, como se empezó a hacer con la instalación del Estado social en el siglo XX, ¿debe incluirse hoy en día el derecho a la cultura, a la vivienda, a viajar?”[7].
Si la igualdad es la norma y la desigualdad sólo es aceptable si se fundamenta en la utilidad común, entonces debemos adaptar tal idea de los revolucionarios franceses a nuestra época. Es decir, el Antiguo Régimen ya no existe, por lo que se hace necesario ahora dar un paso más y ampliar el concepto de “utilidad común”. De acuerdo a Piketty, una interpretación razonable es que las desigualdades sociales “no son aceptables más que si son interés de todos y, en particular, de los grupos sociales más desfavorecidos”[8]. Los logros alcanzados por revoluciones pasadas fueron fundamentales, pero aún quedan desafíos en materia de justicia social para el siglo XXI.
Lo que Piketty propone es modernizar el Estado social creado a lo largo del siglo XX. Por ejemplo, el economista francés señala que el sector público, cuando rebasa cierto tamaño e influencia, puede traducirse en graves problemas en lo que se refiere a organización, de manera que la solución no es expandir el sector público, sino que desarrollar nuevos modos de organización descentralizadas y participativas, así como formas innovadoras de gobierno que permitan estructurar de manera más eficaz el sector público. En cuanto al concepto de “sector público”, Piketty lo considera simplista, ya que “el hecho de que exista un financiamiento no significa que la producción del servicio en cuestión sea realizada por personas directamente empleadas por el Estado o por entidades públicas en sentido estricto”[9]. Piketty afirma que existen “estructuras intermedias” entre las dos formas polarizadas que son el Estado y la empresa privada.
“En todos los países, en el sector de la educación o de la salud existe una gran diversidad de estructuras jurídicas, sobre todo en forma de fundaciones y asociaciones que en realidad son estructuras intermedias…”[10].
De acuerdo a esto, Piketty señala que la idea conforme a la cual existiría una sola forma posible de propiedad del capital y de organización de la producción no corresponde a la realidad económica actual caracterizada por la existencia de economías mixtas. Dentro de los campos de acción que tiene el Estado, a Piketty le preocupan dos: la educación y las jubilaciones. En lo que respecta a la educación, el autor ve serios problemas ya que esta no estaría cumpliendo con uno de sus objetivos que es la movilidad social. La masificación de la educación no se ha traducido en una renovación más rápida de los ganadores y los perdedores en la jerarquía de las calificaciones en relación con la desigualdad social.
El autor examina el caso de la educación universitaria en Estados Unidos y Europa, cuestionando la supuesta movilidad social que se daría en el primero, que sería menor en comparación a Europa. Piketty destaca el alto costo de las colegiaturas de las universidades más prestigiosas de Estados Unidos, lo que lleva a que se forme una oligarquía universitaria que no se fundamenta en mérito alguno. El tema es que ni siquiera la gratuidad en la educación es garantía de mayores oportunidades.
Basándose en los estudios del sociólogo Francés Pierre Bourdieu (1930-2002) explica que a menudo la selección financiera es sustituida por mecanismos de selección sociocultural más sutiles. En el caso del sistema francés de las grandes escuelas, Piketty explica que se destina una mayor parte del gasto público a estudiantes proveniente de los medios sociales más favorecidos, mientras que una menor cantidad va a aquellos estudiantes provenientes de sectores más modestos, lo que viene a cuestionar seriamente el discurso de la meritocracia republicana. Pierre Bourdieu escribe en “La nobleza de estado: Educación de elite y espíritu de cuerpo”:
“Sería necesario decir adiós al mito de la «escuela liberadora», garante del triunfo del achievement sobre la ascription, de lo que se ha conquistado sobre lo que se ha recibido, de las obras sobre el nacimiento, del mérito y del don sobre la herencia y el nepotismo, para percibir la institución escolar en la verdad de sus usos sociales, es decir, como uno de los fundamentos de la dominación y de la legitimación de la dominación”[11].
En cuanto al tema de las jubilaciones, Piketty explica que en Europa predomina principalmente el sistema de reparto. En ese sistema, las cotizaciones retenidas sobre los salarios son utilizadas de manera inmediata para pagar las pensiones de los jubilados.En el caso del sistema de capitalización (como el chileno), cada afiliado posee una cuenta individual donde se depositan sus cotizaciones previsionales las cuales se capitalizan para obtener de esa manera una rentabilidad, vale decir, mientras que la contribución es definida, el beneficio es indefinido. En el sistema de capitalización no se “promete” una pensión determinada a la persona al momento que esta jubile. El sistema de reparto en cambio, se basa en el denominado “principio de solidaridad entre generaciones”, siendo el pago inmediato, es decir, no se reinvierte.
Piketty reconoce que las condiciones actuales plantean un desafío al sistema de reparto, ya que las jubilaciones que han de ser pagadas en el futuro serán tanto más elevadas en la medida en que la masa salarial aumente. En las condiciones actuales existen al menos dos problemas importantes: la baja tasa de natalidad y la disminución de la tasa de crecimiento. Las condiciones actuales ya no son las mismas que aquellas cuando se introdujeron los sistemas de reparto a mediados del siglo XX. El tema de las pensiones ha sido uno de los blancos de crítica hacia Piketty como lo veremos más adelante con el economista Xavier Sala i Martin. Después de todo, si tenemos que r > g, entonces lo más viable sería abandonar el sistema de reparto y adoptar el sistema de capitalización. A pesar de esto, Piketty cree que no se debe abandonar el sistema de reparto por razones que veremos más adelante.
[1] Ibid., 519.
[2] Ibid., 521.
[3] Ibid., 524.
[4] Ibid., 529.
[5] John Rawls, Teoría de la Justicia (México: FCE, 2010), 68.
[6] Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI, 530.
[7] Ibid., 529.
[8] Ibid., 530.
[9] Ibid., 533.
[10] Ibid.
[11] Pierre Bourdieu, La nobleza de estad: Educación de elite y espíritu de cuerpo (Buenos Aires: Siglo XXI editores), 19.