El Libro Negro del Comunismo (III): ¿un libro negro del capitalismo? (por Jan Doxrud)
Examinemos ahora una reacción, bastante predecible por lo demás, ante el libro Libro Negro del Comunismo: el Libro Negro del Capitalismo. Considero completamente inútiles obras tales como “El Libro Negro del Capitalismo” ( para entender de mejor manera el concepto de capitalismo consulte mi artículo al respecto). El error se comete desde un comienzo al querer equipara un cosmovisión amplia (comunismo) con un sistema económico específico (capitalismo). Los autores adjudican prácticas, como el tráfico de esclavos, al sistema capitalista, cuando este ha sido un fenómeno que existe con mucha anterioridad al sistema capitalismo y, por lo demás, el capitalismo, lejos de desear la perpetuación de la esclavitud, promovió otra forma de relación laboral que, si bien no es perfecta, al menos la persona no era propiedad de otra, me refiero al trabajo asalariado. Por lo demás aquel libro intenta explicar una diversidad de fenómenos reduciéndolos todos a “una causa principal”, esto es, el capitalismo, de manera que, a la larga, no logra explicar absolutamente nada. En tal libro los autores abordan temas como la Primera y Segunda Guerra Mundial, el comercio de esclavos, el genocidio aborigen, carrera armamentista, la situación de Palestina y el “totalitarismo neoliberal”, todo explicado monocausalmente bajo la “lógica” de que la causa última de estos fenómenos es el capitalismo.
En realidad el Libro Negro del Capitalismo es un libro que representa aquello que intelectual y ensayista francés, Pascal Bruckner, describió en un ensayo como “La tiranía de la penitencia”, refiriéndose al hábito masoquista que ha caracterizado a Occidente, que carga con la culpa de todos los males que azotan a los demás continentes. El “Libro Negro del Capitalismo” es un antioccidentalismo enmascarado de anticapitalismo. Tomemos algunos ejemplos de este libro. Los autores anuncian cómo el capitalismo “ha ganado” y que al parecer ya no tiene adversario alguno (tras el final de la Guerra Fría), aunque realizan una precisión y es que ha ganado el capitalismo “en su versión mafiosa”, lo cual es un paso significativo de parte de los autores en no considerar al capitalismo como un único sistema. Podemos leer que el capitalismo ha acaparado los despojos de sus “enemigos”. ¿Quiénes serían los “enemigos” del capitalismo?:
“Los muertos y vivos. La innumerable muchedumbre de los que fueron deportados de África hacia América, descuartizados en las trincheras de cualquier guerra sin sentido, los quemados vivos por el NAPALM, los torturados hasta la muerte en las mazmorras de los perros guardianes del capitalismo, los asesinados en el Mur des Fédéres, en Fourmies, en Sétif, masacrados por cientos de miles en Indonesia, los prácticamente exterminados indios de América, los asesinados en masa en China para asegurar el libre comercio del opio…”[1].
Hay capítulos como el del escritor y dramaturgo Maurice Cury, donde se nos habla del “liberalismo totalitario”. El historiador Jean Suret-Canale (1921-2007) nos brinda una historia marxista del capitalismo, donde la ruina de campesinos y el comercio de esclavos figuran como un rasgo más de este sistema económico. Cierra el capítulo señalando que el liberalismo contemporáneo ha extendido sus malas prácticas a decenas de millones de niños en Brasil, Pakistán, Tailandia y otros lugares, llegando al mundo el capital triunfante, “chorreando sangre y lodo por todos sus poros”, como escribió Marx. Jean Pierre Flechad nos explica, a través de tablas con cifras, cómo durante la Primera Guerra Mundial estaban los intereses empresariales de por medio, lo que constituye una evidencia suficiente para culpar al capitalismo de las guerras. El capítulo XXVI bajo el título “Capitalismo y barbarie: cuadro negro de las masacres y guerras del siglo XX”, nos muestra una completa lista de guerras, que supuestamente, debemos atribuir al capitalismo. Quizás debemos entender esto leyendo el capítulo XXV donde se nos explica que con el capitalismo la guerra toma otra dimensión, ya que deja ser local y pasa a ser mundial y permanente….pero aquello no guarda relación alguna con el sistema capitalista. Otro ejemplo que dan los autores, Monique y Roland Weyl, es el del comercio de armamento que genera tremendos beneficios, pero que una voz se atrevió a denunciarla: la de ¡¡Fidel Castro!! Resulta ser curioso el nombre que toman como ejemplo los autores, ya que es justamente Fidel Castro uno de los representantes emblemáticos de ese “capitalismo mafioso” que denuncia el libro y que hizo uso de las armas para masacrar tanto a sus oponentes políticos, ex camaradas de armas y a los homosexuales.
Pascal Bruckner describe bien este sentimiento (la autoflagelación de Occidente), que se ve reflejado en el libro anteriormente mencionado, sentimiento que ha generado una verdadera industria académica que se nutre de las barbaridades cometidas por Occidente y la ruina de los continentes no occidentales (África y Asia). Esclavitud y afanes imperialistas, serían aspectos esenciales y propios de la civilización Occidental como si estos aspectos hubiesen estado ausentes en otras culturas y civilizaciones no occidentales. Por cientos de años las imperios, reinos y estados-naciones han emprendido guerras, se han invadido unas a otras motivadas por el afán de apoderarse de materias primas y extender sus territorios. Así lo hicieron los macedonios, egipcios y otomanos, quienes también esclavizaron a parte de la población o las sometían a pagos a cambio de poder residir en sus tierras. La esclavitud existe desde mucho antes que el imperialismo europeo desde musulmanes que esclavizaban a cristianos hasta personas “negras” que esclavizaban a otros “negros” para vendérselos a los “blancos”“
Pero resulta que, en nuestro siglo, cuando una nación invade a otra por petróleo, resulta ser un indudable “ejemplo” de una guerra capitalista.
Este sentimiento antioccidental, que va de la mano con el anticapitalismo, construye una representación particular de Occidente y específicamente de Estados Unidos. El primero y especialmente el segundo, serían la encarnación del capitalismo, representantes de una cultura materialista, sin alma, sin espíritu, consumista, individualista, que carece de profundidad, etc. Esta tradición, especialmente la antinorteamericana tiene una génesis bastante clara y es la intelectualidad francesa y alemana del siglo XIX. El odio a Estados Unidos y los valores que representa ha sido estudiado por el sociólogo Paul Hollander, quien analiza los escritos de diferentes autores como Henry de Montherlant, Joseph de Maistre, Nikolaus Lenau, Arthur Moeller van den Bruck, Richard Müller Freienfels, Theodore Lessing, Ernst Jünger, Martin Heidegger y Noam Chomsky entre otros (para examinar con mayor detalle este tema puede consulta mi artículo al respecto). Occidente sería la representación, por antonomasia, del materialismo, donde prevalece el fetichismo de la mercancía, donde las personas rinden culto a las mercancías y se relacionan a través de estas, lo que tiene como consecuencia, como explican Ian Buruma y Avishai Margalit, que el capitalismo burgués queda directamente vinculado a Occidente:
“…se asocia a Occidente, es acusado por dos direcciones opuestas, por los materialistas y por los creyentes religiosos, que coinciden en su acusación de fetichismo. Los occidentalistas religiosos ven la adoración occidental del dinero y de las mercancías como íntimamente emparentado con la adoración pagana de los árboles y las piedras, como algo a la vez muy alejado del reino espiritual que es verdaderamente digno de devoción. Y los marxistas ven en la adoración capitalista de la mercancía algo semejante a la propia ilusión que la religión representa”[2].
Lo que Buruma y Margalit hacen con su libro, es responder a las distorsionadas y estereotipadas imágenes que se han creado de Occidente, tal como Edward Said (1935-2003) lo hizo con respecto a Oriente. Algunos intelectuales europeos, así como algunos pertenecientes a otros continentes, se han preocupado de explotar esta narrativa y de reinventar (y mantener siempre vigente) este discurso acusatorio que tiene como objetivo presionar y hacer que Occidente se sienta culpable de su pasado (algo que no se le pide a otros imperios como el musulmán y a otras culturas). Como señala Bruckner, Occidente ha hecho suyo el Salmo XVIII: “Oh Dios mío, purifícame de los pecados que ignoro y perdóname los de los demás”. ¿Culpable de qué? De la situación en Palestina, de la crisis ecológica, de la pobreza en África, de las limpiezas étnicas y del patriarcado. Incluso los atentados terroristas islamistas tienen como culpable a Occidente ya que son ellos los que han provocado tal tipo de acciones, en otras palabras, algo tuvieron que haber hecho para que sufrieran tal ataque. En resumen, si Occidente ha progresado materialmente es por que lo ha hecho a costa de la periferia. El “Libro Negro del Capitalismo” representa a la perfección este discurso antioccidentalista unido con una crítica absoluta del sistema capitalista.
Otra reacción que provocó el “Libro Negro del Comunismo” tomó la forma de una clásica estrategia que consiste simplemente en señalar que todos aquellos regímenes, es decir la Unión Soviética, Checoslovaquia, Rumania, Hungría, Polonia, la República “Democrática” Alemana, Yugoslavia, Cambodia, Egipto, Cuba, no fueron en realidad comunistas, puesto que fueron “desviaciones” del “verdadero ideal comunista”. Como bien señala Revel, para muchos comunistas el derrumbe del comunismo fue un alivio, ya que no tuvieron que seguir afrontando la evidencia irrefutable del fracaso de su ideología, de manera que no tuvieron que seguir refugiándose en la supuesta “revolución inconclusa” para hacer frente a las objeciones acerca de las promesas no cumplidas por la ideología. Al respecto escribe Revel:
“Pero una vez que el sistema soviético desapareció, el espejismo del comunismo reformable se desvanecía con el objeto a reformar y con él la penosa servidumbre de tener que defender la causa en términos de logros o fracasos. Liberados de la inoportuna realidad, a la que además negaban toda autoridad probatoria, los fieles volvieron a encontrarse con su intransigencia. Se sintieron por fin libres para volver a sacralizar sin reservas un socialismo que había vuelto a su condición primitiva: la utopía. El socialismo encarnado daba pie a la crítica. Pero la utopía, por definición, es imposible de objetar. La firmeza de sus guardianes pudo volver, pues, a no tener límites desde el momento en que su modelo no era ya realidad en ninguna parte”[3].
Y como añade Revel, es una posición cómoda refugiarse en la utopía ya que justamente la función de esta es criticar lo que existe en nombre de lo que no existe, en este caso, condenar el capitalismo realmente existente en nombre del comunismo ideal inexistente. Acá hay que entrar a entender la mentalidad comunista, que es similar a la de un fundamentalista religioso, vale decir, tienen un conjunto de ideas que son rígidas, inmutables e irrefutables, a pesar de lo que pueda decir la realidad al respecto. El comunista opera refugiándose en el noble “ideal” del comunismo, por lo que a los comunistas pasados, presentes y futuros, no debemos juzgarlos por los resultados, sino que por sus buenas intenciones. Esto no es mera especulación, sino que es lo que realmente piensan muchos comunistas, es decir, la ideología no falló sino que fueron los seres humanos lo s que la utilizaron erróneamente. Así, la ideología comunista es pura, intocable, libre de toda crítica, como una idea platónica, nada malo puede emerger de esta y en caso de que sea así, la responsabilidad no es de la ideología ya que, al igual que un cuchillo puede ser utilizado para asesinar a alguien y puede, a su vez, ser utilizado para cocinar. En palabras de Revel:
“…el comunismo que ha fracasado no era el verdadero comunismo, el cual, por lo mismo, continúa y continuará hasta el fin de los tiempos permaneciendo tan imposible de sustituir como de encontrar, y por ello, inmune a toda crítica”[4].
Para cualquiera que intente debatir estos temas con un comunista convencido tendrá que tener en consideración que enfrentará a una persona diestra en el debate, pero con un universo mental bastante limitado y rígido, es decir, se llega a un punto en que el comunista convencido no tranzará en absoluto en relación a ciertas ideas centrales (por ejemplo, la lucha de clases como motor de la historia o la actividad empresarial como una mera extracción de beneficio a la clase trabajadora y el capitalismo como un sistema generador de pobreza y desigualda) Los comunistas convencidos todavía viven en un mundo donde el materialismo histórico es real, donde el mundo evoluciona dialécticamente a través de una lucha de clases, donde Lenin es un modelo a seguir, donde la sociedad se encuentra dividida en explotadores y explotados, y en donde las ideas de Marx son universal y eternamente verdaderas. A favor de algunas religiones, debemos decir que al menos reconocen que el paraíso final se encuentra en otro mundo, pero los comunistas no son capaces de hacer tal separación y quieren el paraíso en la tierra.
Fin parte 3
[1] V.V. A.A, El Libro Negro del Capitalismo (Editorial Txalaparta, 1998), 9.
[2] Ian Buruma y Avishai Margalit, Occidentalismo: breve historia del sentimiento antioccidental (España: Península, 2005), 113.
[3] Jean-François Revel, La gran mascarada, 19.
[4] Ibid., 47-48.