3/3-¿Por qué vivimos en sociedades?: Contrato Social y Naturaleza Humana (por Jan Doxrud)

¿Por qué vivimos en sociedades? (3): Contrato Social y Naturaleza Humana (por Jan Doxrud)

Hasta aquí con Hobbes, el egoísmo y la teoría de juegos desarrollada posteriormente. Pero el pensador inglés no fue el único exponente del contractualismo, por lo que cabe ver rápidamente otros dos autores. Comencemos con John Locke, un liberal inglés que también recurrió a la idea de un estado de naturaleza que posteriormente es abandonado por medio de un contrato. Ahora bien, Locke nos presenta en el capítulo II de su Segundo Tratado del Gobierno Civil un panorama diferente al de Hobbes. Explica que para entender el poder político y su origen, se debe considerar en qué estado se encontraban naturalmente los seres humanos. Para Locke este estado no era otro que el de perfecta libertad para ordenar sus acciones, así como de disponer de sus personas y bienes dentro de los límites de la ley natural, sin pedir permiso o depender de la voluntad de otro hombre alguno. No obstante lo anterior, los seres humanos igualmente pueden violar la “ley natural”, pasando a llevar la libertad y la equidad. En el capítulo III de la misma obre, Locke describe el estado de guerra . Para el autor, el estado de guerra era sinónimo de enemistad y destrucción en donde la vida de los seres humanos están constantemente bajo peligro. Continúa escribiendo Locke:

“(…) y es por cierto razonable y justo que tenga yo el derecho de destruir a quien con destrucción me amenaza… por la fundamental ley de naturaleza, deberá ser el hombre lo más posible preservado, y cuando no pudieren serlo todos, la seguridad del inocente deberá ser preferida, y uno podrá destruir al hombre que le hace guerra, o ha demostrado aversión a su vida; por el mismo motivo que pudiera matar un lobo o león, que es porque no se hallan sujetos a la común ley racional, ni tienen más norma que la de la fuerza y violencia. Por lo cual le corresponde trato de animal de presa; de esas nocivas y peligrosas criaturas que seguramente le destruirían en cuanto cayera en su poder”[1].

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Más adelante Locke añade que, para evitar ese estado de guerra, los seres humanos se ponen a sí mismos en un estado de sociedad donde exista una autoridad o un poder terrenal del que puede obtenerse reparación apelando a él.  En el capítulo VII Locke explica que siempre cuando un número de hombres en sociedad se agrupen y abandonen su poder ejecutivo de la ley de naturaleza y lo depositen en manos del poder público, entonces existirá una sociedad civil o política.

Otro autor que cabe traer a la palestra es el ginebrino Jean - Jacques Rousseau y su teoría soberanista. En Rousseau el estado de naturaleza se caracteriza por la bondad, la libertad y la igualdad. Sin embargo, en opinión del ginebrino, el ser humano, a pesar de ser libre por naturaleza, se encuentra encadenado. Cassirer explica que Rousseau describe un estado de naturaleza en el que cada cual se encuentra aislado completamente de los demás, es decir, lo que predomina es la indiferencia. A esto añade Cassirer:

“El defecto de la psicología de Hobbes, según Rousseau, reside en que, en lugar de un egoísmo estrictamente pasivo que gobernaría el estado de naturaleza, coloca un egoísmo activo. El impulso al despojo y a la dominación violenta le es extraño al hombre natural en cuanto tal, y nace y echa raíces en él cuando penetra en sociedad y conoce todos los deseos artificiales alimentados por ella. El factor dominante en la constitución psíquica del hombre natural no es el de la opresión violenta de los demás, sino la indiferencia por ellos, la inclinación a la separación. Según Rousseau, el hombre natural es capaz de simpatía, pero ésta no tiene sus raíces en un instinto social innato, sino sencillamente en un don de la fantasía”[2].

En el capítulo VI de su “Contrato Social”, Rousseau, asevera que el contrato social da solución a la siguiente cuestión:

Encontrar una forma de asociación que defienda y proteja de toda fuerza común a la persona y a los bienes de cada asociado, y por virtud de la cual cada uno, uniéndose a todos, no obedezca sino a sí mismo y quede tan libre como antes”.

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Para el ginebrino, el orden social es un derecho sagrado y sirve de fundamento a todos los demás. Añade que este derecho no viene de la naturaleza, sino que se encuentra fundada sobre convenciones. Las distintas cláusulas del contrato social se pueden resumir en el siguiente fragmento expuesto en el capítulo V:

"Cada uno de nosotros pone en común su persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general, y nosotros recibimos además a cada miembro como parte indivisible del todo".

Al respecto escribe Cassirer:

“...para Rousseau, no se trata de emancipar a los individuos, de suerte que escapen a la forma de comunidad, sino, por el contrario, de encontrar una tal forma de comunidad que proteja a cada uno con toda la fuerza reunida de la asociación estatal, de suerte que el individuo, al unirse con los demás, sin embargo, en esta reunión se obedece tan solo a sí mismo”[3].

Añade el intelectual alemán acerca del error interpretativo del movimiento Sturm und Drang en relación a las ideas políticas de Rousseau. De acuerdo a esta interpretación, había que retornar al estado de naturaleza donde supuestamente habitaban los “buenos salvajes” inocentes y benevolentes, aún no corrompidos por lo males de la civilización e, incluso, había que quebrantar la ley para lograr esto. El hecho es que Rousseau calificaba a la ley como la más sublime institución humana, donde del cielo “en cuya virtud el hombre ha aprendido a imitar en su existencia terrenal los mandatos inviolables de la divinidad[4].

En lo que respecta a David Hume, él creía que era imposible mantener una sociedad de cualquier género, sin justicia y sin la observancia de las leyes fundamentales concernientes a la estabilidad de la posesión, su transmisión por desconocimiento y la realización de las promesas, que son leyes anteriores al mismo gobierno. El gobierno, escribe Hume, fue una nueva invención para hacer cumplir las tres leyes fundamentales en sociedades más amplias y cultas. Immanuel Kant (1724-1804 ) , continuó dentro de la tradición contractualista concibiendo la idea de un “ contrato originario” como única manera de fundar una constitución civil universalmente judicial entre los seres humanos, que permitiese de esa manera instituir una comunidad.

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Recapitulemos. Tenemos que la teoría del contrato social nos explica cómo el ser humano transitó de un estado de naturaleza a una sociedad política que garantizara la seguridad, la paz y una convivencia armoniosa entre sus habitantes. Por otro lado tenemos que tal contrato es un contrato ficticio, es decir, no fue ni un contrato ni fue social. Aún aceptando la existencia de tal contrato, existen otros problemas tal como los mencionados más arriba.

Regresemos a las preguntas planteadas anteriormente: ¿Cuál es el fundamento de la moral? ¿Qué es la moral desde el punto de vista de la teoría del contrato social? Al respecto , explica James Rachels:

“Así pues, podemos resumir la concepción de la moral del contrato social de la siguiente manera: La moral consiste en el conjunto de reglas que gobiernan cómo las personas deben tratarse unas a otras, que la gente racional estará de acuerdo en aceptar, para su mutuo beneficio, a condición de que los demás también sigan esas reglas”[5].

El hecho de que el contrato social sea ficticio, de que no haya sido llevado a cabo en algún período de la historia y que el contrato mismo no sea garantía de que las partes se beneficien mutuamente, no constituyen las únicas críticas a la teoría. El primatólogo y etólogo Frans de Waal explica que, a la luz de la evolución de la especie, ideas como la de Hobbes, Rousseau y Rawls, no tienen asidero alguno. De acuerdo a de Waal, nunca hubo un momento en el que devinimos sociales,  debido a que descendemos de ancestros altamente sociales, de manera que siempre hemos vivido en grupos. La socialización, continúa explicando de Waal, se ha vuelto cada vez más arraigada en la biología y psicología de los primates, por lo que cualquier zoólogo clasificaría a nuestra especie como obligatoriamente gregaria. Continúa explicando el autor:

“Nuestra naturaleza social es tan evidente que no sería necesario insistir en este aspecto de no ser por su notoria ausencia de explicaciones sobre el origen de nuestra especie en las disciplinas del derecho, la economía y la ciencia política. La tendencia occidental a ver las emociones como signo de debilidad y los vínculos sociales como algo caótico ha hecho que los teóricos recurran a la cognición como la guía predilecta del comportamiento humano. Celebramos la racionalidad. Y lo hacemos pese a que las investigaciones psicológicas sugieren la primacía del afecto: es decir, que el comportamiento humano deriva ante todo de juicios emocionales rápidos y automatizados, y sólo secundariamente de procesos conscientes más lentos”[6].

Las ideas del primatólogo se fundan en una concepción de la evolución de la ética no dualista, es decir, que no sitúa a los animales contra los humanos y la cultura frente a la naturaleza. En otras palabras, de Waal tiene una concepción de la evolución de la ética de tipo unitaria, esto es, que existe una continuidad entre la moralidad humana y las tendencias sociales de los animales.

 

                                        ¿Ser humano: bueno o malo por naturaleza?

Otra idea cuestionada es la de la supuesta naturaleza humana, esto es, si el ser humano es bueno o malo por naturaleza. Creo que carece de sentido preguntarse esto dentro de en un vacío histórico y contextual si el ser humano es bueno o malo por naturaleza, es decir, ¿qué queremos realmente decir con “bueno” y “malo”? Hobbes fue quien nos brindó la imagen negativa de los seres humanos, lo que explicaba la necesidad de realizar un pacto de sumisión en vistas de obtener una vida protegida y, por ende, más segura. Esta es una idea que ha trascendido al mismo Hobbes y ha sido adoptada por otros autores. Por ejemplo Sigmund Freud (1856-1939) opinaba que la tendencia agresiva era una disposición innata e instintiva de los seres humanos, siendo así el mayor obstáculo con el que tropezaba la cultura. La violencia ha existido siempre e individuos pacíficos pueden volverse violentos por una serie de circunstancias.

Los etólogos han estudiado el tema de la agresividad y distinguen entre lo que denominan la agresividad interespecífica y la agresividad intraespecífica. La primera se refiere a los conflictos entre animales de distinta especie, por ejemplo, la agresión depredadora o la agresión defensiva. La segunda hace referencia a las agresiones contra animales de la misma especie. Ambos tipos de agresividad están presentes tanto en seres humanos como en otra clase de animales. El ser humano se ha transformado en el agresor por excelencia tanto interspecífico como intraespecífico y ejemplos no faltan: guerra mundiales, bomba atómica, genocidios, terrorismo, etc.

El antropólogo Ashley Montagu (1905-1999) llegó a afirmar que, comparado con los seres humanos, la mayoría de los animales eran pacifistas naturales. Al parecer, el ser humano sería el único animal que mata por matar. De acuerdo a una de las interpretaciones más aceptadas por los etólogos,  el comportamiento agresivo sería aprendido y se encuentra estrechamente vinculado con el contexto y la biografía del individuo. Pero, al parecer, al ser humano no podemos reducirlo una tabla rasa ni a un ser genéticamente determinado, de manera que la respuesta debe estar en un camino intermedio En relación con el tema de la naturaleza humana, el antropólogo Michael Ghiglieri escribió que la idea defendida por Franz Boas, Friedrich Engels, John Locke, Karl Marx, Margaret Mead y B. F. Skinner en virtud de la cual, al nacer, los seres humanos somos tabulas rasas y nos convertimos progresivamente en puros productos del adoctrinamiento cultural, “ha impedido de forma sistemática la exploración de la naturaleza humana, al negar que disponemos de una psique dotada de instintos”. A esto añade:

Para los protegidos actuales de estos filósofos y los investigadores de las ciencias sociales, la sociedad es la que crea los programas mentales que rigen el comportamiento humano. En cambio, muchos biólogos sostienen todo lo contrario, es decir, que los seres humanos disponemos de un arsenal de instintos – una naturaleza humana – que procede de nuestro pasado remoto. Esta opinión resulta tan molesta para algunos que la pasión que sienten en ese tipo de discusiones les impide ver con claridad”[7].

Explica Ghiglieri que somos fenómenos biológicos, por razones que resultan bastante evidentes: debemos alimentarnos, comer, respirar, en otras palabras, debemos sobrevivir. Al ser fenómenos biológicos, nos encontramos influidos por nuestros genes. La hipótesis del libro de Ghiglieri es que somos comprensibles tanto desde un punto de vista biológico así como desde un contexto ambiental. Pero lo que Ghiglieri no acepta es la negación de la naturaleza humana tal como lo hizo la antropóloga Margaret Mead, quien borro de un plumazo de sus teorías la biología, haciendo del ser humano un recipiente vacío que es llenado por la sociedad. Como explica el filósofo y lógico español, Jesús Mosterín, la idea de concebir al ser humano como una tabla rasa es un ejemplo mala filosofía, en este caso, el de una filosofía que le da la espalda a la ciencia. La idea del ser humano como una hoja en blanco y como pura plasticidad han sido defendidas por existencialistas, conductistas, idealistas y marxistas. 

Fue Pico Della Mirandola (1463 -1494) quien expresó claramente esta idea cuando escribía sobre la naturaleza limitada de los demás animales, en contraposición al ser humano, quien podía determinar su naturaleza sin barrera alguna. Pero la verdad es, siguiendo a Mosterín, que todos los animales poseen naturaleza, y el el ser humano no constituye una excepción.

Regresando a Hobbes, al parecer, Ghiglieri estaría hasta cierto punto de acuerdo con el filósofo político inglés. De acuerdo a Ghiglieri los hombres – no las mujeres – serían violentos por naturaleza. Ahora bien, el autor no pretende dar una visión fatalista y determinista, ya que más adelante en su libro añade que el antídoto contra la violencia es la educación de los niños, enseñarles disciplina, autocontrol así como una serie de valores básico que permitan la convivencia pacífica en sociedad. Por su parte, Steven Pinker señala que la teoría moderna de la evolución se sitúa en la tradición del contrato social. Para Pinker, en la tradición del contrato social, la sociedad aparece como una disposición que negocian unos individuos racionales y con intereses propios. La sociedad, por ende, vendría a ser fruto de un sacrificio que realizan las personas sacrifican parte de su autonomía en vistas de una mayor seguridad. En cuanto a la moderna teoría de la evolución, escribe Pinker:

“Sostiene que se desarrollaron unas adaptaciones complejas, incluidas las estrategias conductuales, para beneficiar al individuo (es más, a los genes de esos rasgos dentro del individuo), y no a la comunidad, la especie o el ecosistema. La organización social evoluciona cuando los beneficios a largo plazo para el individuo superan los costes inmediatos. Darwin estaba influido por Adam Smith, y muchos de sus sucesores analizan la evolución de socializad utilizando herramientas que proceden de la economía, por ejemplo la teoría de juegos y otras técnicas de optimización”[8].

El altruismo recíproco vendría a ser, explica Pinker, el concepto tradicional del contrato social reformulado en términos biológicos. Esta idea ya estaba en Bronisław Malinowski (1884-1942), esto es, que la reciprocidad constituye una base fundamental para la existencia del Derecho. El contrato social puede ser entendido como una constante negociación entre los miembros de una sociedad donde se busca principalmente acuerdos que beneficien a la comunidad en su conjunto. Los objetivos mínimos que cualquier miembro de una comunidad dada buscará es la conservación de la vida, el mantenimiento del equilibrio de la reciprocidad y la cohesión del grupo por medio de una serie de valores. Ahora bien, desde un punto de vista científico, resultan ser completamente falsas aquellas descripciones de un estado de naturaleza caracterizado por individuos viviendo de manera aislada, donde no existía ningún tipo de organización social o comunidad cooperativa.

[1] John Locke, Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil (España: Tecnos), 22-23.

[2] Ernst Cassirer, op. cit., 288.

[3] Ibid., 290.

[4] Ibid., 291.

[5] James Rachels, Introducción a la filosofía moral (México: FCE, 2009), 231.

[6] Frans de Waal, Primates y filósofos. La evolución de la moral del simio al hombre (España: Ediciones piados Ibérica, 2007), 29-30.

[7] Michael Ghiglieri, El lado oscuro del hombre. Los orígenes de la violencia masculina (España: Tusquets Editores, 2005), 25-26.

[8] Steven Pinker, La tabla rasa. La negación moderna de la naturaleza humana (España: Editorial Paidós, 2003), 415-416.