Entendiendo el Discurso Filosófico de la Modernidad (7) Herbert Marcuse: Más allá de Marx, civilización y represión (por Jan Doxrud)
Vamos a tratar brevemente otro representante de esta escuela que ejerció gran influencia en parte de la sociedad de sus época, especialmente en el movimiento estudiantil: Herbert Marcuse. Nació en Berlin en 1898 y falleció en Starnberg, Alemania Occidental, en 1979. Al igual que sus demás colegas, fue testigo de las tragedias y transformaciones que azotaron a Europa y especialmentea Alemania. El Segundo Reich (1871-1918) dejó de existir tras el final de la Primera Guerra Mundial, sucediéndola una débil República de Weimar (1918-1933) que gradualmente se vería amenazada por movimientos político radicales como el nacionalsocialismo y el comunismo. Finalmente la República sucumbiría cuando Hitler se proclama Führer. Marcuse se vería obligado a dejar su país tras el ascenso del nacionalsocialismo en Alemania y residió temporalmente en Estados Unidos. Marcuse realizó sus estudios en Berlín y Friburgo de Brisgovia. Sus estudios fueron variados: literatura, filosofía y economía nacional. En 1922 realizo su doctorado con una tesistitulada “La novela artística alemana, influenciado tanto por la estética de Hegel como por la “Teoría de la novela” de Lukács. De Friburgo se trasladó nuevamente a Berlíndonde entró en contacto con la obra “Ser y tiempo” de Martin Heidegger (1889-1976), por lo que se trasladó junto a su esposa e hija nuevamente a Friburgo donde se convirtió en asistente de Heidegger que había sucedido a Edmund Husserl en su cátedra. Como escribió Rolf Wiggershaus, para Marcue, la obra de Heidegger encarnaba el punto en el cual la filosofía burguesa era trascendida desde adentro, en dirección hacia una nueva filosofía concreta. En otras palabras:
“La determinación de la existencia humana como esencialmente histórica debe devolver a la filosofía la agudeza de la concreción que ha perdido desde hace mucho tiempo…”[1].
Pero no fue Heidegger el que, quizás, más marcó a Marcuse, sino que el joven Marx y la lectura de sus Manuscritos económicos-filosóficos, publicados en 1932. La obra de Marcuse se encuentra globalmente permeada por la filosofía de Marx. Pretende poner al día las ideas de Marx y rescatar al pensador alemán de sus aquellos que distorsionaron e, incluso, traicionaron sus ideas como fue el caso del socialismo soviético. Parte de los temas centrales que aborda Marcuse y que nos interesan para efectos de este escrito son: el trabajo enajenado, el análisis del proceso del trabajo, la abolición del trabajo y la dialéctica. La sociedad capitalista carga dentro de si con la negatividad y la negación de esa negatividad. Esto es, la negatividad de la sociedad capitalista es el trabajo enajenado y la negación de esta negatividad sólo puede alcanzarse mediante la superación del trabajo enajenado. Este es el Marx de los Manuscritos, en el que el trabajo enajenado es uno de los puntos centrales y que Marcuse toma como herramienta para una crítica del sistema imperante. Para Marcuse la estructura del capitalismo es esencialmente dialéctica, en donde cada institución del proceso económico engendra su propia negación. Pero a su vez esta es positiva en cuanto a que encierra en sí misma la posibilidad de su negación. Llegamos a uno de los puntos de interés y es la crítica de Marcuse que, en la línea de Horkheimer, realiza de la sociedad capitalista y el papel que tiene la tecnología como forma de control de las masas. Para Marcuse, siguiendo a Marx, el capitalismo básicamente genera desigualdad, ya que la plusvalía aumenta mediante el crecimiento de la productividad del trabajo. Además, el progreso de la técnica disminuye el trabajo subjetivo que es utilizado en el proceso productivo en relación a la cantidad de medios de producción, en otras palabras, ocurre un cambio en la composición orgánica del capital (consulte el lector mis artículos sobre Marx). La tecnología racionaliza y somete el factor subjetivo humano del trabajo tanto a las necesidades objetivas de un aumento de los beneficios, como a una nueva visión de la sociedad capitalista, la de bienestar o consumo, que transforma al proletariado y lo “aburguesa” mediante mejoras salariales y la su integración gradual al sistema.
Como nos recuerda Touraine, la tesis central del libro de Marcuse titulado “El hombre unidimensional” es que la tecnología permite la institución de formas de control y de cohesión social que son a su vez nuevas, eficaces y más agradables. La simple nacionalización de los medios de producción no es la condición final para poner fin al trabajo enajenado, ya que Marcuse advierte de otra enajenación que es el trabajo mismo que consume energías del cuerpo humano y lo fatiga y que, por lo tanto. Pero la clave interpretativa de la sociedad capitalista que describe y explica Marcuse no es solamente Marx, sino que también el psicoanálsis de Sigmund Freud (1856-1939). La historia de la humanidad no es sólo la historia de la lucha de clases no es solamente la lucha por alcanzar la libertad, sino que es también la historia de la lucha de los seres humanos contra sus represiones. El precio de haber construido la civilización fue el sometimiento y ocultamiento de nuestras pasiones y las llamadas fuerzas irracionales, pero nuestra “naturaleza” amenaza en ocasiones con explotar y romper las barreras de la civilización. Freud ya había escrito en “El malestar en la cultura” que la civilización se basaba en la represión, pero no consideró que esta represión fuese un producto del capitalismo. Horkheimer por su parte nos hablaba de resentimiento y furia reprimida que traían como resultado estallidos esporádicos de irracionalidad. Marcusedesarrolla su pensamientoa partir de esta idea de contactos esporádicos que se aen donde entran en contacto la “civilización” y los “elementos irracionales”: civilización y eros. Existe, para Marcuse, un mundo no reprimido bajo la punta del iceberg, el Eros, que podía liberarse y crear nuevas relaciones laborales. Pero esto no era una tarea fácil, ya que la sociedad ha sido sometida sutilmente, ideologizada para que acepte como normal todos los códigos de comportamiento, de manera que quien se aleje de los parámetros de lo que se considera como normal, podrá convertirlo en un “anormal” y, por ende, en un marginado. La sociedad opulenta, donde el capitalismo alcanza su plenitud, es sometida a una fuerte crítica, esa sociedad donde el consumidor es un ente pasivo controlado por fuerzas que lo orientan en su actividad diaria y que, a su vez, le crea el espejismo de que es libre. Para Marcuse es el consumismo el que crea una falsa conciencia que es inmune a su falsedad. Lo trágico es que los elementos que pudiesen actuar como un movimiento antagónico sean gradualmente integrados al sistema, ya sea a través del estado de Bienestar o la ampliación de las libertades civiles. La tecnología juega un crucial relevante en el proceso de mecanización y estandarización y, además, puede lograr la liberación del individuo, tal como el Dr. Frankenstein. Pero como sucedió con el caso del Dr. Frankenstein, la creatura puede volverse en contra de su creador. Lo mismo puede suceder con los avances tecnológicos que han permitido la expansión del capitalismo: darán nacimiento al sepulturero del capitlismo.
La utopía de Marcuse podía construirse a través de la desintegración del sistema, pero, ¿quién sería el sujeto que llevaría a cabo tal acción? ¿quién es el sujeto revolucionario? A diferencia de Marx y Lenin, para Marcuse el proletariado no era la vanguardia revolucionaria, puesto que estos ya habían sido integrados al sistema, por lo que debían ser otros grupos marginales quienes debía tomar el estandarte de la libertad: los parias, excluidos, aqullos que quedaron fuera de la sociedad del consumo. Para Marcuse los nuevos escenarios de batalla eran las calles, los guetos, las montañas de América Latina y los arrozales de Asia. En este contexto estalló el movimiento estudiantil (Mayo de 1968) frente a los cuales los pensadores de la Escuela de Frankfurt, como Horkheimer y Adorno, no titubearon en proferirles invectivas y apoyar el que fuesen detenidos. Pero Marcuse, por su parte, dio su apoyo a este movimiento transformándose en una suerte de gurú de la contracultura. Posteriormente, Marcuse también se interesó por el feminismo respaldando a este tipo de estudios y a las teóricas feministas, que en nuestros días constituye una importante disciplina en algunos de las mejores universidades y con figuras como Julia Kristeva o Judith Butler, cuya influencia ha trascendido el campo de los estudios sobre género.
¿Qué es esta unidimensionalidad de la que habla Marcuse? (en su “Hombre unidimensional) Podemos considerar al individuo como un ser escindido en dos dimensiones. Para comprender esto resulta necesario volver a Freud y distinguir entre el principio del placer y principio de la realidad. El inconsciente está gobernado por ese principio ilimitado de poder, aquello que Freud describía como procesos antiguos y primarios que, a medida que avanza la historia humana, van encontrando obstáculos a la satisfacción del placer. De esta manera se impone el principio de la realidad y el hombre se hace razonable a través de la represión de sus fuerzas inconscientes que operan en este. Para Marcuse esta sustitución del principio del placer por el principio de la realidad es el gran acontecimiento traumático del ser humano. El ser humano se vuelve “razonable”, “adaptado” y “normal”. Pero como escribió Erich Fromm, también ligado a la Escuela de Frankfurt, la normalidad se puede definir de dos maneras. En primer lugar la podemos definir desde la perspectiva de la sociedad funcional, por lo que desde esta perspectiva una persona será normal si es capaz de cumplir con su papel social y pueda trabajar según las pautas requeridas por la sociedad a la cual pertenece y participa en la función de reproducción de la sociedad misma. En segundo lugar, se puede entender la normalidad desde el punto de vista del individuo, donde la persona sería sana si alcanza el grado óptimo de expansión y felicidad individual. Pero sucede que el individuo está inserto en una sociedad que impide su plena expansión y lo “normaliza”, y le impone una “manera de ser” en sociedad. Este ser humano unidimensional surge en sociedades industrial avanzadas, en una sociedad marcada por el “consumo, luego existo”, por la comodidad, el aletargamiento, la pasividad, una falsa sensación de inclusión y bienestar, que el Estado de Bienestar se encarga de perpetuar. Para Marcusela unidimensionalidadse transmite desde el poder, a través de la propaganda, la enseñanza y la información también de carácter unilateral. Para el pensador alemán esta situación lleva inexorablemente al totalitarismo, pero una nueva forma de totalitarismo diferente al de la Unión Soviética. Es el totalitarismo que impera en los países occidentales económicamente desarrollados donde se ha llevado a cabo la asimilación total entre la vida pública y la vida privada, entre las necesidades sociales y las necesidades individuales. Se nos ha hecho pensar que existe la tolerancia hacia todas las formas de expresión cuando en realidad, como expuso Marcuse en su “Tolerancia represiva”, en realidad esta es una falsa tolerancia, ya que una tolerancia verdadera exige la intolerancia hacia las formas dominantes de poder. La tolerancia de las sociedades industriales occidentales sirven sólo intereses que buscan la conservación del orden establecido, una tolerancia pasiva que acepta ideas y actitudes firmemente establecidas. Esta sociedad totalitaria carece del dinamismo dialéctico y avanza en una sola dirección, es decir, no hay negación y contradicción que permitan sanear a la sociedad. De esta manera se hace necesario pasar de la unidimensionalidad a la bimidensionalidad, para que de esa manera se pueda abrir esa otra realidad distinta al principio de la realidad, para que así el mundo de la experiencia sea expuesto y desgarrado entre estas dos dimensiones. Importantes son para Marcuse la experiencia estética y la fantasía. El arte desafía a la razón dominante, por medio de una lógica alternativa que permite retornar a aquello que se encuentra reprimido. Pero existe un problema que consiste en que, en la sociedad capitalista, el arte ha logrado sobrevivir a costa de la eficacia y así, la posibilidad de una transformación estética se hace compleja. La fantasía también es un medio para trascender la lógica de la racionalidad opresora.
Podemos decir que Marcuse es un seguidor de la Escuela de Frankfurt en lo que respecta a su concepción pesimista de la modernidad, como represora y deshumanizadora. Ahora bien, Marcuse fue más allá y realizó sus propios aportes. Rolf Wiggershaus escribió que lo que Marcuse intentó en “El hombre unidimensional” fue intentar completar o llenar la laguna que habían dejado las anteriores críticas. De acuerdo a Wiggershaus, Marcuse intentó “poner en un contexto sistemático los análisis de la sociedad capitalista tardía. Lo había hecho de una manera que atrapaba y era fácil de leer: n la forma que era característica de él y que lo distinguía en el tenor de los otros teóricos de Francfort”[2].
Marcuse deja traslucir cierto optimismo dentro de este escenario penitenciario y lo deja traslucir por medio luna frase de Walter Benjamin: “Sólo gracias a aquellos sin esperanza nos es dada la esperanza".
Terminemos con algunos comentarios de Alain Touraine frente a las ideas de Marcuse. Al igual que con Horkheimer, Touraine se muestra en desacuerdo con el análisis simplista del pensador alemán. No coincide en aceptar el que la tecnología ejerce un control total e irresistible sobre las masas. Para Touraine, esta imagen de una sociedad en que el poder esta diseminado y lo permea todo no resiste a la contrastación con la realidad. La sociedad se hace cada vez más compleja y difícil de control. Por lo demás, la imagen “de una sociedad enteramente unificada en la que tecnologías, empresas, estados, conducta de los consumidores y hasta ciudadanos se corresponden completamente y forman un bloque es algo que no cabe imaginar más alejado de la realidad observable”[3]. La nostalgia de algunos intelectuales por el “Ser” los lleva a describir una modernidad catastrófica que no se corresponde con la realidad, si bien, como admite Touraine, algunos de los peligros que denuncian existen, añade que “nada autoriza a afirmar que el consumo de las masas, el desarrollo del capitalismo industrial y el nacionalismo sean tres cabezas del mismo Cerbero que Marcuse llama sociedad”[4]. Para Touraine, la sociedad está lejos de ejercer un poder despótico, ya que esa sociedad descrita por Marcuse es una sociedad mítica, que no se corresponde con las sociedades reales de nuestro siglo. No me quiero extender más sobre esta escuela de pensamiento que por hoy ya está agotada aunque ha sido renovada por otras generaciones, principalemente por Jürgen Habermas y Axel Honeth. Sin embargo cabe reconocer junto a Touraine que estos pensadores representaron en su época un foco de doble resistencia en una época de extremos que oscilaban entre el comunismo y el fascismo. Las criticas al comunismo y al fascismo habrían quedado reemplazas por una desconfianza hacia la modernidad, aunque, más por lo que ofrecía que por lo que negaba.
“Intelectual o no, ningún ser humano que viva en el Occidente de fines del siglo XX escapa a esta angustia de la pérdida de todo sentido, de la capacidad de ser sujeto y de ver invalidada la vida privada por la propaganda y la publicidad, la angustia suscitada por la degradación de la sociedad en muchedumbre y del amor en placer”[5].
[1] Rolf Wiggershaus, La Escuela de Fráncfort (México: FCE, 2011) 135.
[2] Ibid., 759.
[3] Alan Touraine, Crítica de la Modernidad (Uruguay: FCE, 1995), 160.
[4] Ibid.
[5] Ibid., 163-164.