3/3-El Nuevo Orden Mundial Post-Guerra Fría: Entre la armonía y la inestabilidad (por Jan Doxrud)

El Nuevo Orden Mundial Post-Guerra Fría (3): Entre la armonía y la inestabilidad (por Jan Doxrud)

 

Hemos examinado en los dos escritos anteriores dos célebres teorías elaboradas por dos prestigiosos politólogos estadounidenses sobre lo que ha venido a denominarse como el Nuevo Orden Mundial (NOM). Ahora bien, no debemos tomarnos al pie de la letra sus vaticinios puesto que ninguno describe lo que ha sucedido tras el final de la Guerra Fría de manera exacta, y tampoco era la intención de los autores hacerlo. Por lo demás, ambas teorías no son excluyentes entre sí, de manera que pueden complementarse y servirnos como clave interpretativa del “NOM” post-Guerra Fría. Tras la publicación del “Fin de la historia y el último hombre” y el “Choque de civilizaciones” han continuado saliendo del horno académico una serie de escritos que buscan cartografiar la nueva geopolítica mundial. De manera que tales enfoques son limitados y los politólogos no pueden estar haciendo de profetas y adivinos, o creer que su disciplina se asemeja a aquellas denominadas “ciencias duras” donde sí se pueden hacer predicciones. La ignorancia, la racionalidad limitada y la incertidumbre son fenómenos, tal como enfatizó Friedrich Hayek, que no pueden ser ignorados. Nassim Nicholas Taleb popularizó el concepto de “Cisne Negro” y la lógica que le subyace: lo que no sabemos es más importante de lo que sabemos. Taleb explica que un Cisne Negro es un suceso con 3 atributos saber:

a) Es una rareza, es decir, habita fuera de las expectativas normales, puesto que nada en el pasado podía apuntar de forma convincente a su posibilidad.

b) Produce un impacto tremendo.

c) Pese a ser una rareza, la naturaleza humana hace que inventemos explicaciones de su existencia después del hecho, con lo que se hace explicable y predecible. Taleb denomina a este, en su libro Antifragil, “Sindrome de (Joseph) Stiglitz: no se detecta el riesgo + contribuye a causarlo + se convence a sí mismo y a otros de lo contrario, es decir, que lo predicho y advertido.

d) ¿Ejemplo de un Cisne Negro? El ataque a las Torres Gemelas.

Zbigniew Brzezinski destaca el surgimiento de dos visiones, tanto del pasado como del futuro, que resultaron ser incompatibles entre sí. Tales visiones no deben ser consideradas como “ideologías” de acuerdo a Brzezinski, puesto que carecían de un núcleo doctrinario o un texto central o “libro rojo” proclamado formalmente y que pretendía ser infalible y con una validez universal.

La primera de estas visiones es la representadas por los denominados “Neoconservadores” (Neocons). Más adelante continuaremos con la segunda visión que es la de la globalización. Tal corriente neoconservadora de pensamiento logró florecer bajo la Presidencia de Ronald Reagan, pero tras el final de la Guerra Fría, su influencia declinó, para posteriormente resucitar bajo la presidencia de George W. Bush, especialmente, tras el ataque a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001. Lo que más interesa de este grupo – que incluye a William Kristol, Paul Wolfowitz, Condoleeza Rice, Richard (Dick) Cheney, Donald Rumsfeld y Robert Kagan –  es su concepción sobre el rol que Estados Unidos debe jugar en el tablero mundial. Alguno de los principios formulados en 1997 por el Think tank “Proyect for a New American Century” (PNAC) son:

a) Incrementar significativamente el gasto en defensa y modernizar las Fuerzas Armadas para que EEUU pueda llevar a cabo su responsabilidad global.

b) Estados Unidos debe fortalecerlos lazos con los aliados democráticos para poder así hacer frente a los regímenes que sean hostiles a sus intereses y valores.

c) EEUU debe promover al exterior una causa a saber: libertad económica y política.

d) Se debe aceptar la responsabilidad derivada del hecho del rol único de Estados Unidos de preservar y extender un orden internacional que sea amistoso a su seguridad, prosperidad y sus principios.

El influyente intelectual estadounidense, Noam Chomsky, explica que la estrategia imperial en el nuevo orden mundial es prevenir cualquier desafío al “poder, posición y prestigio de Estados Unidos”. Estas últimas palabras, nos recuerda Chomsky, fueron pronunciadas en 1963 por Dean Acheson, Secretario de Estado de Estados Unidos durante la presidencia de Harry Truman. Tales palabras las utilizó para justificar las acciones de EEUU contra Cuba y el desprecio de Estados Unidos por las organizaciones internacionales a la hora de ddefender sus intereses. Al respecto, y recordando las palabras del presidente Clinton ante la ONU (1993), señala Chomsky:

“El desprecio por el derecho y los organismos internacionales fue especialmente palpable durante los años Reagan-Bush, en el primer reinado de los actuales funcionarios de Washington; y los sucesores siguieron poniendo en claro que Estados Unidos se reservaba el derecho de actuar “unilateralmente cuando sea necesario”, incluyendo el “uso unilateral del poderío militar” para defender intereses vitales como “asegurar el acceso sin trabas a mercados clave, fuentes de energía y recursos estratégicos”[1].

Los ataques a las Torres Gemelas sirvieron como pretexto para poder justificar la agenda del “PNAC”. Al respecto comenta Brzezinski:

“Los asesores principales de Bush en el plano de la política interna aprovecharon los sucesos del 11-S para reivindicar una posición política destacada. Elevando aquel ataque criminal a la categoría de una alegórica declaración de guerra, ungieron al presidente con el estatus de un comandante en jefe en tiempo de guerra dotado de una autoridad ejecutiva incrementada. Apelar al patriotismo popular ultrajado y propagar el temor y la paranoia, calcularon ellos, les reportaría dividendos políticos: los resultados de las elecciones de 2004 así lo confirmaron. La interminable guerra contra el terror tuvo, pues, tanto de herramienta política interna como de estrategia de política exterior”[2].

Durante la Guerra Fría, los neoconservadores se sentían como peces en el océano, puesto que estaban en un escenario que les acomodaba: mundo bipolar y maniqueo en donde, por un lado, estaba la fuerza del mal – el comunismo – y por potro lado, estaba el eje del bien comandado por Estados Unidos. ¿Cómo lograron resucitar tras el final de la Guerra Fría? La respuesta es que el terrorismo islámico se transformó en el sustituto del comunismo soviético. Sobre los neoconservadores, comenta Brzezinski:

“Todos ellos tenían la convicción común de que el desafío que anteriormente planteaba la Unión Soviética y el comunismo se había trasladado a los Estados árabes y al islamismo combativo. Su enfoque estratégico sobre estas cuestiones era invariablemente coincidente con el del partido Likud de Israel y se hizo con un significativo apoyo entre los fundamentalistas cristianos estadounidenses”[3].

Ya sabemos que ocurrió después: Estados Unidos invadió Afganistán en el 2001, puesto que se sospechaba que los talibanes estaban dando refugio a Osama Bin Laden y, posteriormente, en el 2003, invadió Irak y derrocó a Sadam Hussein, bajo el pretexto de que el país estaba desarrollando armas de destrucción masiva, que resultaron existir sólo en la cabeza de Dick Cheney y Ronald Rumsfeld. Por lo demás, nunca nadie logró cuadrar el siguiente círculo: ¿qué relación existía entre el ataque del 11-S, Osama Bin Laden y Sadam Hussein? Para Brzezinski las consecuencias de la invasión a Irak fueron desastrosas.

         Estatua de Sadam Hussein y mapa de la intervención de EEUU en Irak y Afganistán

         Estatua de Sadam Hussein y mapa de la intervención de EEUU en Irak y Afganistán

Noam Chomsky señala que Estados Unidos desarrolló una nueva estrategia internacional con el objetivo de imponer su hegemonía. Tal estrategia se fundamentaba en la “guerra preventiva” que era parte de la “Doctrina Bush”. El objetivo de la guerra preventiva, continúa explicando Chomsky, era llevar a cabo una ofensiva contra países que reunieran los siguientes requisitos:

a) Debe ser virtualmente indefenso.

b) Debe ser suficientemente importante como para justificar el esfuerzo.

c) Hay que encontrar la forma de presentarlo como el mal supremo y un peligro inminente contra la humanidad

 

Sobre los costes de las incursiones bélicas de EEUU post-11-S, Brzezinski señala los siguientes:

a) Ocasionó un daño desastroso al prestigio de Estados Unidos y a su legitimidad internacional en el mundo. Esto se acentuó aún más tras las revelaciones de las violaciones a los derechos de los prisioneros en las cárceles de Abu Ghraib y Guantánamo. Otro resultado derivado de esto fue el descrédito del liderazgo de Estados Unidos a nivel global y su incapacidad de reunir al resto del mundo en torno a su causa.

b) Desastre geopolítico: resurgimiento de los talibanes, creación de nuevos refugios para Al Qaeda y un Pakistán cada vez más bajo la influencia del radicalismoislámico. A esto podemos añadir el surgimiento de nuevos focos de tensión como Boko Haram y la desastrosa situación en Siria, un país desgarrado en un lucha en donde se enfrentan diversos actores, apoyados por diversos países: ejército de Assad (apoyado por Rusia, Irán y milicias del Hezbolá), kurdos, rebeldes (Ahrar al Sham, Jaish al Islam), el Frente Al-Nusra y el autoproclamado “Estado Islámico”. A esto añade Brzezinski: “La destrucción de Irak eliminó del escenario regional al único Estado árabe capaz de hacer frente a Irán, lo que ha beneficiado al más ferviente oponente de Estados Unidos en la zona. En términos geopolíticos, la guerra ha sido una derrota autoinflingida para Norteamérica y un beneficio neto para Irán”[4].

c) Se ha incrementado la amenaza terrorista contra Estados Unidos. La tan poco clara “Guerra contra el terror” se ha caracterizado, señala Brzezinski, por estar desprovista de un enemigo claramente definido, aunque se encuentra dotada de fuertes connotaciones anti-islámicas.

 

Bajo el slogan “war on terror”, el gobierno de Bush se lanzó en una política exterior agresiva que se fundamentaba, señala Brzezinski, en tres artículos de fe propios de la cosmovisión neoconservadora:

a) Los terroristas originados desde Oriente Próximo y Medio eran el reflejo de una arraigada furia nihilista contra Estados Unidos que no tenía relación alguna con los conflictos políticos concretos y la historia reciente.

b) La cultura política de la región respetaba la fuerza por encima de todo, de manera que el poder duro – en contraposición del “soft power” de Joseph Nye – debía ser el componente esencial para la resolución de los problemas en dicha región.

c) La idea de que la democracia electoral era exportable a cualquier región, es decir, podía ser impuesta al margen de la cultura, creencia y valores de los habitantes de dicha región.

Brzezinski considera que Estados Unidos debe cambiar su rumbo y, haciendo eco de las palabras del intelectual francés, Raymond Aron (1905-1983), señala que la fortaleza de una gran potencia disminuye en el momento mismo en que deja de estar al servicio de una idea. Si Estados Unidos persiste en su política agresiva, sólo logrará acentuar su aislacionismo en un mundo políticamente antagónico a ella. Estados Unidos debe tomar conciencia del“despertar político global” que, de acuerdo Brzezinski, se caracteriza por ser emocionalmente anti-estadounidense, anti-occidental y anti-imperialista. Por lo demás, debe también captar que se está generando un desplazamiento del poder económico a favor de los Estados asiáticos. Continúa explicando el autor:

“En la práctica, lo que está surgiendo es una división tripartita entre Estados Unidos, la Unión Europea y el este de Asia, mientras que la India, Rusia, Brasil y, tal vez, Japón optan por actuar como Estados que fluctúan entre esos tres vértices en función de sus propios intereses nacionales. El resentimiento residual que aún produce en Rusia el estatus especial de Estados Unidos podría inducir a Moscú a asociarse con los rivales emergentes de Washington”[5].

 

Dentro de este contexto geopolítico, Brzezinski afirma que Estados Unidos debe conservar y fortalecer sus lazos transatlánticos, particularmente países de Europa, pero también con naciones no europeas más avanzadas y democráticas. EEUU deberá también intentar limar las asperezas entre Japón y China e involucrar a este último país en una responsabilidad compartida del liderazgo mundial. Al respecto, comenta Brzezinski:

“En los años venideros, China será un actor clave en un sistema global más auténticamente justo o se convertirá en la principal amenaza para la estabilidad de dicho sistema (ya sea por una crisis interna o por algún riesgo procedente de su exterior). De ahí que Estados Unidos deba alentar un papel más destacado para China en las diversas instituciones e iniciativas internacionales”[6].

El columnista y analista político neoconservador, Robert Kagan, defiende la idea de que la historia no ha llegado a ningún fin tras el final de la Guerra Fría, todo lo contrario, esta ha retornado. Este retorno se manifiesta en la forma de nuevas manifestaciones nacionalistas y la persistencia de la importancia de los Estados-nación que compiten por estatus e influencia (EEUU, Rusia, Irán, India, China, Unión Europea). Incluso la vieja a dicotomía liberalismo-autocracia ha renacido, si se tienen en consideración los gobiernos represivos de Corea del norte, Cuba, Uzbekistán y Chechenia entre otros. Kagan critica también a los apóstoles y profetas de la globalización quienes creyeron que este proceso traería consigo una convergencia entre naciones por medio de la integración e interdependencia económica. Continúa explicando el autor:

Regímenes autoritarios: Arriba izquierda: el recién fallecido Islam Karimov (uzbekistán); Abajo izquierda: Putin y Ramzan Kadyrov (Chechenia); Arriba derecha: Aleksandr Lukashenko (Bioleorusia); Abajo derecha: Robert Mugabe (Zimbabue)

Regímenes autoritarios: Arriba izquierda: el recién fallecido Islam Karimov (uzbekistán); Abajo izquierda: Putin y Ramzan Kadyrov (Chechenia); Arriba derecha: Aleksandr Lukashenko (Bioleorusia); Abajo derecha: Robert Mugabe (Zimbabue)

“La gran falacia de nuestra era ha sido la creencia de que el orden liberal internacional depende del triunfo de las idea y del despliegue natural del progreso humano (…) Nuestros expertos en ciencia política postulan teorías de la modernización, con fases secuenciales de desarrollo político y económico que conducen hacia el ascenso del liberalismo. Nuestros filósofos políticos vislumbran una grandiosa dialéctica histórica, donde la batalla entre las distintas visiones del mundo a la largo de los siglos da lugar, al final, a la correcta respuesta democrática liberal”[7].

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Continuemos ahora con aquella otra visión, más optimista, de la dinámica global tras el final de la Guerra Fría: la globalización. Si George W. Bush fue quien representó la primera visión – el neoconservadurismo – , Bill Clinton fue aquel que representó esta nueva visión optimista que depositaba sus esperanzas en los beneficios que raería consigo la globalización. Como explica Brzezinski, la globalización resultó ser un término de moda, debido a que era pegadizo y atractivo. Tenía la virtud de traer consigo un mensaje esperanzador y optimista, basado en que si las naciones cooperaba y se tornaba interdependientes, entonces las posibilidades de conflictos armados se reducirían a cero. La globalización, en suma, traería consigo mayor democracia y mayores beneficios económicos para la humanidad. Fue el presidente Bill Clinton quien se encargó de transformarse en el principal portavoz de esta buena nueva que traía la globalización. Al respecto explica Brzezinski:

“El presidente Bill Clinton (…) sí tenía una visión propia de lo global. El determinismo histórico inherente al concepto de globalización encajaba a la perfección con la profunda convicción que tenía el nuevo presidente que Estados Unidos sólo podía justificar su estatus de nación “indispensable del mundo” si, al mismo tiempo, se renovaba a sí mismo (…) el énfasis del nuevo presidente en la globalización proporcionó una fórmula más que oportuna para fusionar lo nacional y lo internacional en un único tema aparentemente coherente, liberándolo al mismo tiempo de la obligación de definir y aplicar una estrategia disciplinada en política exterior. La globalización se convirtió consiguientemente en el tema central que Clinton predicaría con convicción apostólica tanto en su propio país como en el extranjero”[8].

Pero no y tardaron en surgir las miradas escépticas a esta globalización concebida como un proceso natural y neutral que era casi inevitable. Como explica Robert J. Shapiro, Estados Unidos ha sido uno de los países que más se ha favorecido con el nuevo orden económico que emergió del “Consenso de Washington”, especialmente en lo que se refiere a la capacidad para crear en gran volumen tecnologías y otros tipos de propiedad intelectual valiosas, en el ámbito del software e Internet. A pesar que los demás países no se han quedado a tras en esta materia, Shapiro señala que ningún japonés, alemán o chino se encuentra a la altura de Microsoft, Google, Amazon Oracle (añadamos Apple). A esto añade Shapiro:

“Esta capacidad favorece la posición global de Estados Unidos, no porque incremente los beneficios que las empresas estadounidenses ganan en sus ventas al extranjero, sino porque, con un alcance mucho mayor, alinea hábilmente el rumbo económico de otros países con el de Estados Unidos y, tanto si les gusta,  como si no, los vuelve un poco más como este país”[9]

Más adelante añade el mismo autor:

“(…) el núcleo del peso geopolítico que Estados Unidos deriva de su preeminencia es que una parte tan grande del mundo adopta ahora su enfoque básico para organizar sus economías y hacer negocios”[10].

No es de extrañar entonces que con el tiempo hayan surgido grupos anti-globalizaicón, puesto que perciben a la globalización como la imposición, por parte de los países desarrollados (o directamente Estados Unidos), de un modelo económico específico: el capitalismo. La globalización es también percibida por otros grupos como una fuerza homogenizadora, es decir, que tiende a neutralizar y barrer con las identidad locales, culturas, tradiciones y creencias religiosas. Otros apuntan a fenómenos específicos que se han acentuado en nuestro tiempo como la crítica al a la deslocalización, esto es, el traslado, por parte de grandes empresas y multinacionales, de sus plantas de producción y/o de servicios a otros países menos industrializados que ofrecen menores costes y trabas en términos laborales. Organizaciones como la Asociación por la Tasación de las Transacciones financieras y por la Acción Ciudadana (ATTAC), denuncian las prácticas ilegales e inhumanas de empresas multinacionales que, fruto de la deslocalización, generan empleos precarios en países en vías de desarrollo. Critican a su vez el modelo capitalista actual por ser insostenible, debido al énfasis en el crecimiento a expensas de la destrucción de la naturaleza y la precarización de los trabajos.

Aquí se establece una identificación estrecha entre globalización y capitalismo. ATTAC Aboga también por mecanismos democráticos de regulación y control de los mercados y del sistema financiero internacional y defienden la idea de un gravamen sobre las transacciones financieras internacionales (Tasa Tobin). Noam Chomsky por su parte advierte que se debe tener precaución al hablar de globalización, ya que se debe precisar qué se entiende por este concepto. Chomsky argumenta que la globalización como “integración internacional” es una meta deseable, especialmente para la izquierda. Pero sucede que este concepto ha sido apropiado por un pequeño grupo de poder para redefinirla de manera que se ajuste a sus propios intereses, al de los grandes inversores y corporaciones mundial. Por su parte, el economista neomarxista egipcio, Samir Amin, es más radical en sus planteamientos y señala que en la “nueva globalización”, se ejercen nuevas formas de dominio monopolista sobre todo el sistema por parte del centro (países desarrollados). El resultado esuna  creciente polarización y desigualdad entre los pueblos. Añade Amin que la lógica de esta clase de globalización consiste nada más y nada menos que en la organización del apartheid a escala global. Otra visión escéptica es de aquellos que perciben que el Nuevo Orden Mundial no es el de la globalización o, si lo es, en su versión “neoliberal” (concepto extremadamente confuso y polisémico). Siguiendo la retórica de este discurso, por Medio del Consenso de Washington a comienzos de la década de 1990, el orden económico impuesto es el heredero del modelo los “Chicago Boys” de Chile, del “reagnomics” en Estados Unidos y el thatcherismo en Inglaterra. Dentro del saco del neoliberalismo se introducen autores tan disímiles (aunque coinciden en ciertos aspectos) como Ludwig von Mises, Friedrich Hayek, Milton Friedman, Wilhelm Röpke, Raymond Aron, Karl Popper, entre otros) No es espacio aquí para entrar en esta polémica, pero lo que es cierto es que neoliberalismo e un concepto poco afortunado y que carece de rigurosidad científica, lo que lleva a que cada autor tenga su propia definición de “neoliberalismo”: ¿neoestatismo? ¿neomercntilismo? ¿ultraliberalismo?

 

El economista estadounidense, Joseph E. Stiglitz, recuerda el clima de optimismo y esperanza que reinaba en la década de 1990, pero que finalmente llegó a su fin:

“Durante los felices años noventa la economía creció hasta niveles desconocidos en toda una generación. Los expertos y la prensa proclamaban el advenimiento de una Nueva Economía en las que las recesiones serían un resabio del pasado y la globalización traería la prosperidad al mundo entero. Pero hacia el final del decenio lo que se había saludado como el alba de una nueva era empezó a parecerse cada vez más a esas ráfagas de actividad, o hiperactividad económica que invariablemente desembocan en una crisis, obedeciendo a una ley que venía caracterizando al capitalismo durante doscientos años”[11].

Una de las causas o “semillas de la destrucción” señala Stiglitz, fue el auge mismo, es decir, la burbuja de precios de las empresas “puntocom”, es decir, un aumento de precios que no guardaba relación alguna con sus valores subyacentes, tal como sucedió con la burbuja de los tulipanes en Holanda en el siglo XVII (ver mi artículo). Entre 1997 y el 2001, el precio de las acciones de las empresas – basadas en las nuevas tecnologías – de esta Nueva Economía se dispararon. Yahoo alcanzó un precio tal, que valía más que General Motors y Amazon valía, todo esto facilitado por los bajos tipos de interés establecido por la Reserva Federal (Fed). Finalmente la burbuja explotó y la fiesta terminó. Además se descubrieron una serie de malas prácticas por parte de ciertas compañías. En el 2001 el gigante Enron se declaró en quiebra y quedó en evidencia que había manipulado sus balances y que había operado largo tiempo por medio de la mentira y el fraude. Worldcom, operadora de llamadas de larga distancia y proveedora del 70% del tráfico de Internet, tuvo que admitir en el 2002 que había cometido el mayor fraude contable de la historia. Worldcom había inflado sus ganancias en $7,2 mil millones por medio del registro inadecuado de gastos como el costo de capital. Pero este no fue el final de la historia, ya que cuando el Presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, daba un discurso el 2004 (aunque el discurso venía desde la década de 1990) sobre la “Gran Moderación” – el final de la volatilidad económica, de los ciclos económicos –  4 años después estallaba otra crisis: la de las hipotecas subprime. Se abre así un nuevo tema de debate, aunque para nada nuevo: ¿debemos dejar que los mercados funcionen solos? ¿cuál es el rol del Estado en la economía? El problema es que no hay acuerdo, puesto que no se precisa sobre qué clase de capitalismo se está hablando: ¿corporativista? ¿de amiguismo? ¿de libre mercado? (véase mi artículo al respecto) ¿Fallos del mercado? Pero, ¿qué hay de las fallas del Estado? Pero también debemos preguntarnos ¿mercado y estado se oponen? O, por el contrario, ¿se complementan? Debemos tomar distancia de enfrascarnos en antiguos problemas intentando resolverlos bajo el mismo antiguo enfoque, planteando las preguntas incorrectas y ofreciendo remedios erróneos. Al parecer debemos volver a leer A Gordon Tullock (1922-2014), James M. Buchanan (1919-2013) y a Mancur Olson.

 

Regresando a Stiglitz, el economista propone una nueva visión de Estados Unidos: “idealismo democrático”:

“Se trata de una visión situada en algún punto entre los que consideran que el Gobierno debe tener un papel dominante en la economía y los que defienden un papel minimalista; pero también entre los críticos que ven el capitalismo como un sistema absolutamente podrido y los que consideran la economía de mercado como un invento humano perfecto, milagroso, que proporciona una prosperidad sin igual a todo el mundo”[12].

 

[1] Noam Chomsky, Hegemonía o supervivencia. El dominio mundial de EEUU (Colombia: Grupo Editorial Norma, 2004), 26.

[2] Zbigniew Brzezinski, Tres presidentes. La segunda oportunidad para la gran superpotencia americana (España: Paidós, 2008), 186.

[3] Ibid., 54.

[4] Ibid., 197.

[5] Zbigniew Brzezinski, op. cit., 274.

[6] Ibid., 278-279.

[7] Robert Kagan, El retorno de la historia y el fin de los sueños (México: Taurus, 2008), 156.

[8] Zbigniew Brzezinski, op. cit., 114.

[9] Robert J. Shapiro, 2020 un nuevo paradigma. Cómo los retos del futuro cambiarán nuestra forma de vivir y trabajar (España: Ediciones Urano, 2009), 353.

[10] Ibid., 354.

[11] JosephS. Stiglitz, Los felices 90. La semilla de la destrucción (Argentina: Taurus, 2003), 37.

[12] Joseph E. Stiglitz, op. cit., 328.