14/15-Apuntes sobre Immanuel Kant. La Crítica del juicio (por Jan Doxrud)

14/15-Apuntes sobre Immanuel Kant. La Crítica del juicio (por Jan Doxrud)

Ahora continuemos con la Crítica del Juicio de Kant. Como afirma Kuehn, algunos autores sostienen que el tratamiento kantiano de esta obra procede en tres fases. En primer lugar la etapa estética, en segundo lugar existe un giro cognitivo caracterizado por el juicio reflexivo (que veremos posteriormente) y por último el enfoque ético. Otros sostienen además que esta tercera Crítica fue un ataque  a Herder, su hilozoísmo y la captación artística de la ciencia. Lo cierto es que la tercera Crítica es frecuentemente interpretada como un tratado de estética y en efecto, la primera parte trata sobre este tema.

La Crítica del Juicio está dividido en dos partes: la Crítica del juicio estético y la Crítica del juicio teleológico. Ambas partes tienen una Analítica y una Dialéctica. La Dialéctica del juicio teleológico está seguida por un extenso Apéndice sobre el método de aplicación de este tipo de juicio y de una observación general sobre la teleología. La Crítica del juicio estético versa sobre la validez de los juicios estéticos. Así, podemos maravillarnos por el David de Miguel Ángel, alguna pintura de Rembrandt o Velázquez y afirmar que es bella. Podemos observar una imponente montaña como el Kanchenjunga o el Annapurna y decir que es sublime. Pero, ¿qué es lo bello? ¿qué es lo sublime?

En la Analítica de lo bello Kant traza cuatro características del juicio del gusto, de uno de sus elementos que es la belleza. Este juicio del gusto son apreciaciones de los objetos en los que encontramos placer o aversión independiente de cualquier otro interés que podamos encontrar en ellos. De esta manera tenemos aquello que es bello y nos deleita sin provocar en nosotros interés alguno. En segundo lugar lo bello es algo que complace universalmente, independiente de cualquier concepto que podamos tener de este.

En tercer lugar Kant señala que la belleza es la forma de la finalidad de un objeto, en cuanto es percibida en él sin la representación de un fin. Así el juicio del gusto se ocupa de lo que Kant denomina belleza libre, que no presupone ningún concepto de lo que el objeto debería ser. En cuarto lugar lo bello es lo que, sin concepto,  es conocido como objeto de una necesaria satisfacción. En la Crítica del juicio teleológico Kant señala que las explicaciones mecánicas de la naturaleza son incapaces de dar sentido a la naturaleza orgánica que parece estar diseñada y en donde todo parece tener una función determinada.

Teniendo en consideración parte de los temas que trata Kant regresemos al comienzo. La Crítica de la Razón Pura se ocupó de la facultad teorética, del aspecto cognoscitivo de la razón humana. La primera Crítica concluye que la razón no puede aventurarse más allá del mundo fenoménico, ya que el entendimiento humano impone leyes a los fenómenos. Esta naturaleza se caracteriza por la causalidad mecánica y la necesidad. La segunda Crítica nos muestra que la razón pura puede, en el dominio práctico, aventurarse hacia la  cosa en sí, pero no los puede conocer teoréticamente.

Tenemos entonces dos mundos cerrados uno con respecto al otro. Lo que se propone la Crítica del juicio es el intentar mediar entre estos dos mundos y de captar la unidad y su fundamento. Esta facultad que intermedia entre el entendimiento como facultad cognoscitiva y la razón como facultad práctica, es el juicio. La palabra juicio indica una facultad diferente a la indicada con el mismo nombre en la Crítica de la razón pura. Kant identifica el pensar con el juzgar y además distingue dos clases de juicios: a) juicio determinante;  b) el juicio reflexivo.

El primero es propio de la actividad cognoscitiva y que es tratado en la primera Crítica. En cambio, el juicio reflexivo es aquel que es tratado en la Crítica del juicio. El juicio determinante ejerce la función de someter lo múltiple, que es ofrecido por la intuición, a las categorías del intelecto. En otras palabras, el juicio que opera la inclusión del particular en el universal (ambos dados), es el determinante. Todos los juicios de la primera Crítica son determinantes, determinan teóricamente al objeto.

El juicio reflexivo no presupone lo universal, sino que lo busca operando de la experiencia y reflexionando acerca de la misma, suponiendo que existe que existe una unidad de las cosas de la naturaleza y que concuerda con lo universal. En otras palabras, puede ser dado sólo el particular, y lo universal debe ser encontrado por el juicio. Este juicio es reflexivo debido a que el universal que debe ser encontrado no se fundamenta en una función a priori del entendimiento. El juicio reflexivo apela a la ideas de la razón, sobre todo a la idea de fin (telos). Este juicio expresa no obstante una regla subjetiva que es la idea de establecer un acuerdo entre lo sensible y lo racional.

En resumen, lo universal propio del juicio reflexivo corresponde a las Ideas de la razón y a su uso regulativo. Para elevarse de lo particular a lo universal (que ha de encontrarse)  se necesita de un principio a priori que guíe, y que es la hipótesis de la finalidad de la naturaleza según una unidad como la habría podido establecer un entendimiento divino. Así, el concepto de fin que había quedado excluido de la primera Crítica, entra en esta tercera. Este concepto de fin no es teorético que algo que se radica en una necesidad y en una instancia estructural del sujeto. Es el juicio reflexivo el que provee el concepto intermediario entre el concepto de naturaleza y el de libertad. Es la finalidad la que hace que la naturaleza pierda la inflexibilidad o rigidez mecanicista y hace posible el acuerdo con la libertad.

Es importante aclarar que para Kant “reflexión” significa comparar y unir entre sí representaciones y colocarlas en relación con nuestra facultad de conocimiento. En la naturaleza podemos encontrar el finalismo de dos maneras diferentes, que están relacionadas entre sí. En primer lugar, la podemos encontrar en el objeto, reflexionando sobre la belleza. En segundo lugar, podemos encontrarlo en el sujeto, reflexionando sobre el ordenamiento de la naturaleza. De estos surge la distinción kantiana de dos tipos de juicios reflexivos: el juicio estético y el juicio teleológico.

El juicio estético plantea el problema acerca de establecer lo que es propiamente lo bello y establecer el fundamento que lo hace posible. Kant, a diferencia del filósofo alemán Alexander Gottlieb Baumgarten (a quien se le debe la creación del concepto y del nombre estética que significa sensación) no pensaba que el conocimiento de lo bello pertenecía a la esfera del conocimiento sensible, ya que vincular lo bello con la sensibilidad impide que el juicio estético sea aceptado universalmente y resulte de esta manera sintético a priori. Kant libera a la belleza de cualquier elemento sensible y la hace derivar de dos facultades cognoscitivas: la imaginación y el intelecto, y del libre juego del primero con el segundo. El juicio estético nos permite captar lo bello y lo sublime.  

Lo bello de acuerdo a Kant no es una propiedad objetiva de las cosas, sino que este emerge fruto de una relación entre el objeto y el sujeto. La belleza nace de la relación de los objetos conmensurados  con nuestro sentimiento del placer y que atribuimos a los objetos mismos. Por lo tanto, bello sería lo que agrada de acuerdo con el juicio del gusto. Podemos destacar cuatro características que Kant deduce de las cuatro clases de categorías. En primer lugar lo bello es el objeto de un placer si interés, un placer que no está ligado al placer vulgar de los sentidos. En segundo lugar lo bello es aquello que agrada universalmente sin concepto. Lo bello es universal, vale para todos y debido a eso se diferencia de los juicios universales. Se trata de una universalidad subjetiva, es decir, que vale para cada sujeto.

En tercer lugar, lo bello es la forma de la finalidad de un objeto percibido sin la representación de un propósito. En cuarto y último lugar, lo bello es lo que es reconocido como objeto de un placer necesario. La belleza depende solamente de la imaginación, específicamente lo bello manifiesta el acuerdo entre intelecto e imaginación, y el yo, a través del intelecto, tiende a lo inteligible. Tenemos entonces que, a pesar de que no existe una regla objetiva que determine a través de conceptos lo que es lo bello, sí existe en el ser humano una idea de lo bello, una especie de modelo arquetípico por el cual juzgamos.

Habiendo establecido lo que es lo bello, ahora debemos abordar la pregunta sobre el fundamento del juicio estético. Esta respuesta ya fue dada arriba. Como escribió Kant, consiste en el libre juego y la armonía de nuestras facultades espirituales, entre la imaginación y el entendimiento. Para Kant el juicio puramente subjetivo sobre el objeto o sobre la representación por la que el objeto es dado, precede al placer por el objeto, y es el fundamento de este placer por la armonía de nuestras facultades de conocer. El juicio estético no sólo trata de la belleza, sino que también sobre lo sublime.

¿Cuál es la diferencia entre ambos? En el sentimiento de lo sublime el yo advierte la incapacidad de la realidad natural para adecuarse a las ideas de la razón. Lo sublime es afín a lo bello ya que agrada por sí mismo. Pero mientras que lo bello mira a la forma del objeto, lo sublime mira también lo informe. Lo bello produce un placer positivo y lo sublime un placer negativo, ya que el ánimo experimenta alternativamente atracción y rechazo por el objeto. El ánimo se conmociona y maravilla, y se encuentra en el hombre y no en las cosas. Lo sublime es de dos especies: matemático y dinámico.

El primero es originado por lo inmensamente grande y el segundo por lo infinitamente poderoso. En el primer caso puede ser la inmensidad del océano o del cielo, y en el caso del segundo el poder de un sismo o un volcán. ¿Cómo nos sentimos frente a estos espectáculos de la naturaleza? Nos sentimos pequeños, desbordados, impotentes, abrumados, pero también, señala Kant, superior al mismo, ya que el ser humano lleva en sí la idea de la razón que son ideas de la totalidad absoluta. Pasemos a revisar el juicio teleológico que es la otra forma de juicio que distingue la Crítica del juicio. El juicio teleológico nos muestra la finalidad objetiva.

Esto nos lleva a una concepción finalista de la naturaleza que se añade a la concepción mecanicista, sin perturbarla, ya que comienza donde finaliza la explicación mecanicista. En el ser humano existe una tendencia a considerar la naturaleza como finalísticamente organizada. De acuerdo a Kant, no conocemos a la naturaleza como es en sí, ya que sólo la conocemos fenoménicamente. Sólo podemos pensar esta naturaleza como organizada finalísticamente debido a esta tendencia interna en el hombre a la que hice alusión.

Hay ciertos aspectos de la naturaleza que no se pueden explicar desde el punto de vista mecanicista y exigen una causalidad finalista. Para el filósofo prusiano, la finalidad es el acuerdo formal entre la existencia de una cosa y su fin posible. No es una propiedad del objeto, sino que un concepto a priori que tiene su origen en el juicio reflexivo. Kant reconoce a la consideración teleológica un uso regulativo heurístico, para encontrar las leyes básicas de la naturaleza. El concepto regulativo de fin es intermedio entre la libertad y el concepto constitutivo de la naturaleza.

La finalidad hace que la naturaleza, es decir, el mundo fenoménico pierda su rigidez mecanicista y hace posible su acuerdo con la libertad, es decir, con el mundo nouménico. Ahora cabe preguntarse: ¿cuál es el propósito de la naturaleza? Kant responde que podemos pensar al ser humano como el fin último de la naturaleza en la tierra, de modo que respecto del mismo todas las otras cosas naturales constituyen un sistema de fines.