32/39- La reacción internacional ante la Guerra Civil en España (por Jan Doxrud)

32) La reacción internacional ante la Guerra Civil en España (por Jan Doxrud)

Lo que habría llevado a Mussolini a ayudar al bando nacional fue una mezcla de factores ideológicos – el anticomunismo – y, principalmente factores de orden estratégicos. Coverdale descarta, de paso, factores vinculados a la “raza, cultura y religión”. De acuerdo al historiador, Mussolini había pensado en España sobre todo en términos del poderío político y militar de Italia en el Mediterráneo. En otras palabras, tenemos por un lado, un Frente Popular integrado por comunistas marxistas-leninistas antifascistas y, por otro lado, un Mussolini que temía que España se acercase a Francia, lo cual podría comprometer su posición en el Mediterráneo. Por ende, considerando este último punto, una victoria del bando nacional era percibida por Mussolini como algo positivo en términos de seguridad colectiva y consolidación de intereses estratégicos en la zona del mar Mediterráneo.

Finalmente, relata Coverdale, el 29 de julio llegó de Alemania el primero de un grupo de 20 aviones de  transporte JU-52, en respuesta a las urgentes solicitudes de ayuda enviadas  por Franco. Junto a los aviones italianos, la operación tenía como objetivo transportar las tropas de Franco hacia Andalucía. Fruto de la ayuda germano-italiana, el bando nacional pudo transportar, en el mes de agosto, 6.500 hombres por medio de un puente aéreo. Durante el transcurso de la guerra Italia continuaría ayudando al bando nacional con cazas, tanques, ametralladoras, bombas, municiones, cañones antiaéreos, gasolina y lubricantes. Obviamente también participarían tropas italianas o, para ser más precisos, el “Corpo Truppe Volontarie”, las cuales sufrirían una humillante derrota en 1937 en la batalla de Guadalajara

INVASORITALIANO.jpg

Pasemos ahora a examinar la opinión de Pío Moa al respecto. En su libro “Los mitos de la Guerra Civil”(capítulo 22) . El autor afirma que ambos bandos tuvieron de manera inmediata el problema de adquirir la mayor cantidad de recursos posibles. Ahora bien, Moa se refiere al bando republicano como “populista” (del Frente Popular) puesto que el autor no le reconoce tal categoría. En esto se opone a su contrincante Paul Preston que, como señala al comienzo del capítulo VIII, la República “continuó siendo una democracia, incluso durante la guerra”. 

Más adelante añade Preston que el Estado sobrevivió. Aclarado esto, Moa continúa explicando que el bando “populista” poseía una considerable industria bélica puesto que bajo su poder habían quedado zonas fabriles en donde pudo reconvertir las fábricas disponibles para destinarlas a usos bélicos. De acuerdo a Moa, el gobierno no supo aprovechar esta ventaja debido a los celos y rivalidades entre grupos políticos así como también entre provincias. 

En cuanto a los sublevados, el autor escribe que estos carecían de industrias y poseían pocas municiones, barcos y gasolina. También no disponían de los recursos financieros suficientes y los aportes del millonario  Juan March  no eran suficientes. En este contexto se generó, por parte de ambos bandos , una “carrera por material foráneo, donde la presteza, la habilidad y la voluntad de superar obstáculos iban a desempeñar un papel no menor que en las decisiones estratégicas y tácticas, en la organización militar o en la estructuración política y económica de la retaguardia”. Moa descarta la “leyenda” que decía que los sublevados se habían asegurado, previo al conflicto, la ayuda de las potencias fascistas. 

Juan March 

Juan March 

Para Hitler y Mussolini se trataba de una apuesta arriesgada porque los sublevados no tenía todas la de ganar. Así, solo hacia finales de julio ambos Hitler y Mussolini decidieron ayudar a los sublevados. Las razones de esto eran hasta cierto punto ideológicas (anticomunismo) pero para Moa pesan más las estratégicas, es decir, que Alemania quedase rodeada por la URSS y por una Francia reforzada por una España revolucionaria. Moa también hace referencia al frustrado intento de Léon Blum de prestar ayuda a la II República, que se llevó el rechazo de la derecha y la opinión pública que no quería verse arrastrada a un conflicto para el cual no estaban preparados ni material ni psicológicamente. 

En lo que respecta al Reino Unido, Moa señala que el gobierno de Baldwin carecía de cualquier motivo de solidaridad con las izquierdas españolas y si bien algunos conservadores simpatizaban con el bando nacional, no lo hicieron de modo entusiasta “tanto por la improbabilidad de un triunfo de estos, como por la  cautela ante la interferencia italiana y, muy especialmente, alemana”. En cuanto a las consecuencias de la “No Intervención” Moa, apelando a los estudios de los hermanos Salas Larrázabal, señala que la ayuda recibida por ambos bandos habría sido aproximadamente igual (incluso algo superior en el Frente Popular). Así, el autor rechaza estudios como el de Gerald Howson de que la “No Intervención” habría perjudicado a la República, apelando a los estudios de Jesús Salas Larrázabal y otro historiador militar: Artemio Mortera. En suma, comenta Moa:

Howson parte de un desenfoque inicial, muy compartido por toda la historiografía de izquierdas y revalorizado en los últimos años: el de considerar la actitud de las democracias como traición a una república española, en rigor inexistente. No hay modo de entender por qué los conservadores ingleses debían simpatizar con un régimen revolucionario opuesto violenta y totalmente a sus valores y objetivos, por mucho de que ese régimen insistiese en presentarse como legítimo y democrático”.

En cuanto al coste total por la ayuda recibida, Moa señala que el bando nacional habría pagado algo más de 300 millones de dólares, mientras que a los alemanes cerca de 200 millones de dólares. En el caso italiano, se exigió el pago en liras, el cual la mayor parte fue devuelto después de la II Guerra Mundial y en condiciones favorables por la devaluación de la moneda italiana. En cuanto a Alemania, los términos fueron más favorables y, sobre el tema de la propiedad alemana de una serie de minas españolas, Moa afirma que estos “no supieron apreciar el verdadero valor de unos yacimientos muy pobres”. Por otro lado, el bando frente populista habría desembolsado superado los cerca de 500 millones de dólares pagados por el bando nacional a Italia y Alemania. En cuanto al tema del oro, Moa explica que España tenía el cuarto depósito de oro del mundo que fue acumulado, sobre todo, gracias a la neutralidad en la I Guerra Mundial. 

Sobre el tema del oro destacan 2 trabajos centrales. El primero es el “Oro de Moscú” de Angel Viñas, y “El oro de Moscú y el oro de Berlín” de Pablo Martín Aceña. También tenemos otros trabajos como “La economía de la Guerra Civil”,  editado por el mismo Pablo Martín Aceña y Elena Martínez Ruiz. En el capítulo escrito por  María Ángeles Pons  titulado “La Hacienda pública y la financiación de la guerra”,podemos leer que la cantidad de oro en el Banco de España ascendía a 638 toneladas , lo que incluía 72 lingotes y variedad de piezas amonedadas tanto españolas como extranjeras. Siguiendo los trabajos de Ángel Viñas, el gobierno gastó 633 toneladas de oro fino que se vendió, primero en Francia y, posteriormente a la URSS. En el caso de Francia este habría comprado un tercio de las reservas del Banco de España y el resto fue a parar a Moscú (Gosbank). 

Siguiendo a Pons, por su venta, el gobierno ingresó 469,6 millones dólares y que el Gosbank pagó el oro al precio de la onza troy en el mercado de Londres. Posteriormente también se liquidaron las reservas de plata las cuales fueron efectuadas en Estados Unidos y Francia en 1938 y 1939. Destaca Pons que la República no obtuvo nada gratis y que Moscú no se destacó por su generosidad. A esto añade:

De la cantidad ingresada por el Tesoro de la República por la venta del oro, el 28 por 100, unos 132 millones de dólares, se quedó en la Unión Soviética para liquidar los suministros enviados a España por el Comisariado para el Comercio Exterior, y el 72 por 100 restante, unos 338 millones de dólares, fue transferido a París, a la Bannque Commerciale pour l’ Europe du Nord”.

De acuerdo a Moa, el Ministro de Hacienda, Juan Negrín, presentó un decreto reservado que firmó Manuel Azaña en donde se autorizaba el traslado del oro a un lugar más seguro. Esta decisión significó su traslado a Cartagena en donde estaba situada la base principal de la flota del Frente Popular. Desde allí partieron hacia Moscú las 510 tonelada de oro. Nos explica Pons que en el plazo de 3 días se embarcaron las 7.800 cajas con más de 510 toneladas de oro en monedas y lingotes.

El problema que planteaba el decreto es si autorizaba que el oro pudiese ir a un lugar más seguro, en otro país, en este caso, la URSS. Sumado a esto Moa se pregunta por qué Moscú, un régimen dictatorial y poco transparente. De acuerdo a Moa, esta medida contravenía a la ley puesto que se prohibía la exportación de oro excepto como préstamo del banco al gobierno para defender el valor de la peseta. Sumado a esto, la medida pasaba a llevar formalidades como el acuerdo del consejo de ministros, así como las especificaciones por parte del Banco y Hacienda sobre las condiciones del préstamo y plazo de devolución. En esto, Moa toma distancia de Viñas puesto que este último considera en su obra que la transacción fue legal. 

Juan Negrín,

Juan Negrín,

Ahora bien, Moa no cree que no es probable que Stalin defraudara masivamente a sus “protegidos”, puesto que el suministro de armamento igual o, incluso, superó, al otorgado por Alemania e Italia. Otro tema polémico es si realmente Moscú era la única alternativa o único destino para enviar el oro. Aquí Moa, cita el trabajo de Pablo Martín Aceña, para quien no había necesidad de hacer tal movimiento. En primer lugar Cartagena era un lugar seguro, de manera que el peligro de un desembarco o bombardeo enemigo habrían sido solo pretextos. Por último el oro pudo haber sido destinado a un lugar más seguro y confiable como Francia. La conclusión de Moa es que la preferencia por Moscú fue puramente ideológica, a la influencia de Largo Caballero y Juan Negrín. A esto añade Moa:

“En cuanto al problema de la legalidad, Viñas y Martín lo resuelven a favor de la “república”” . Pero ¿es posible considerar legal una acción realizada con auténtica clandestinidad, a espaldas del presidente y del gobierno y en contravención de la ley bancaria. Como dije, se trató de una requisa típicamente revolucionaria, justificable por la lógica revolucionaria?”