19/39- La Guerra Civil Española . El Segundo Bienio, 1934-1936 (por Jan Doxrud)

19) La Guerra Civil Española . El Segundo Bienio, 1934-1936 (por Jan Doxrud)

Siguiendo con los sucesos de 1934, Pío Moa defiende la idea de que  la guerra, iniciada en 1936, tan sólo fue el reanudamiento de lo que había quedado a medias en el año 1934, “tal como las brasas de una hoguera mal extinta se resuelven en grandes llamas al recibir nuevo combustible y aire”.  Añade Moa que el conflicto de octubre de 1934 determinó la política española durante los siguientes 21 meses y que,  a su calor, “se cocieron a lo largo de 1935 varios procesos belicosos, y se quemaron los tímidos intentos de pacificación”.  

Toda esta “pendiente hacia el choque armado”, explica el historiador, comenzó en el año 1933 con la victoria de la centro-derecha, resultado que nunca fue aceptado por las izquierdas, lo que motivó su “ruptura con las instituciones y a la organización insurreccional”. Así, Moa, en su libro “los orígenes de la Guerra Civil” se refiere a la rapidez del fracaso de la revolución de octubre. Cita algunas explicaciones que apuntan a “fallos técnicos” como el anunciar la insurrección, falta de madurez o confusiones en el plano teórico y práctico. Frente a esto, Moa señala que el “anuncio” era inevitable y jugó un papel importante tanto en la movilización así como también en estimular a las masas y crear un clima de revuelta. 

El autor además no se muestra con aquellas interpretaciones que señalan que el gobierno habría previsto los planes de los sublevados. En realidad las causas del fracaso se debieron en parte a la dirección de esta misma por los líderes y la defección de militares (gran parte pertenecientes a la masonería) que en un comienzo se habían mostrado partidarios de los insurrectos. Frente a esto Moa afirma que, en realidad, la pregunta adecuada no es  por qué fracasó el movimiento, sino por qué fue derrotado con facilidad tan extraordinaria.

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La respuesta a esto se debe a que el gobierno se impuso “con increíble rapidez y economía de medios”. Finalmente Moa plantea lo siguiente en lo que concierne a la causa medular del fracaso:

“(…) la causa fue la falta de adhesión popular a la revuelta, a la guerra civil en definitiva. Pues el triunfo de una insurrección depende de su capacidad de arrastre sobre amplias masas. Son ellas las que compensan reveses iniciales y sostienen el ímpetu de la acción, como ocurrió cabalmente en Asturias. Pero ésta fue la excepción absoluta, y lo fue a tal punto que su ejemplo, mantenido durante dos semanas, no suscitó la menor emulación entre los obreros y campesinos del resto del país”. 

En lo que respecta a la particularidad y excepción de la revuelta en Asturias, Moa afirma que conviene matizar, en el sentido de que no se sublevó la región, puesto que esta era mayoritariamente de centro derecha. Lo que aconteció, por lo tanto,  fue el levantamiento de una pequeña parte de dicha región y, dentro de esa parte, el grueso del proletariado de las ciudades se abstuvo, señala Moa. A esto añade el mismo autor:

“En Gijón y Avilés sólo lucharon minorías anarquistas y socialistas, y en Oviedo los obreros permanecieron pasivos. Únicamente en las cuencas hulleras tuvo lugar la movilización de mineros y metalúrgicos”. 

Por ende, 1934 fue un año clave  para entender el conflicto posterior de 1936.  Ahora bien, esta importancia concedida a la insurrección 1934 no es una idea de unos pocos autores marginales. En un artículo del diario digital “El Español” titulado, “Hugh Thomas, el hombre que acusó a la izquierda de iniciar la guerra civil” (2017), se reproducen algunas palabras del fallecido historiador británico, en donde no sólo respalda la tesis de Moa, sino que añadía que no era original, puesto que ya habían sido señaladas por él mismo.

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En palabras de Thomas:

“Lo que dijo sobre la revolución de 1934 es muy interesante y pienso que dijo la verdad. ¡Pero no fue tan original! Él me acusa en su libro, pero yo dije casi lo mismo: la revolución de 1934 inició la guerra civil, y fue culpa de la Izquierda. Existe una conferencia pronunciada por Indalecio Prieto en México diciendo exactamente eso, aceptando su culpabilidad”

Por su parte,  Raymond Carr concluye que el levantamiento en Asturias alcanzó las dimensiones de una “guerra civil” con alrededor de 4 mil muertos y dejando a un país “moralmente dividido entre quienes habían favorecido la represión y los que no”. Luego añade lo siguiente el historiador británico:

“Asturias dividió a Europa tanto como a España: las acusaciones de atrocidades cometidas por ambas partes excitaron las conciencias de la derecha y de la izquierda y fueron expuestas en la prensa europea. Al igual que la propia revolución, aquellos fue un preludio de los clamores y las divisiones amplificadas de julio de 1936” 

Moa apunta sus dardos a la radicalización del PSOE que tomó cuerpo en 1935. Así como también el auge del Partido Comunista español (PCE) y el anarquismo. En el caso del primero, Moa explica lo que ya hemos señalado y es la división al interior del PSOE y su radicalización bajo el liderazgo de Largo Caballero el “Lenin español”. Frente a esta postura que abogaba por la violencia revolucionaria perdieron terreno otros actores como Julián Besteiro. Destaca Moa el folleto titulado “Octubre, segunda etapa” (1935) de Carlos Hernández Zancajo (1902-1979) y Santiago Carrillo (1915-2012). 

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En el folleto se abordan los más variados temas sobre el socialismo, bolcheviques, mencheviques, sindicalismo y tácticas para lucha contra el “reformismo” de la República. En cuanto a este último aspecto, en el foleto se puede leer que tal táctica se reducía a lo siguiente: depurar el Partidos de elementos indeseados. Por ejemplo, se puede leer lo siguiente:

“(…) es pre­ciso que las secciones de la Federación de Juventudes Socialistas, y los militantes adultos, comiencen la lucha en el terreno local contra el reformismo. Es preciso fomentar resueltamente la depuración del Partido. En cada localidad los militantes deben esforzarse por sustituir a los dirigentes de las agrupaciones y los sindicatos que no hayan defendido y defiendan una po­sición claramente revolucionaria, y que en octubre no hayan puesto todo su esfuerzo por llevar a las masas a la victoria”.

El hecho es que, para Moa,  a fínales de 1935 existían dos partidos socialistas enfrentados entre sí, tratándose  de la crisis interna “más dura y peligrosa desde la fundación del PSOE, en 1879, por el ferrolano Pablo Iglesias”.

Pero también cabe destacar otras dos fuerzas: el PCE y el anarquismo. En cuanto al PCE, este fue el partido que más consolidó su posición tras la revolución de octubre de 1934. Algunos de sus principales representantes fue José Díaz (1895-1942),  un ex anarquista que ejerció como Secretario General del PCE entre 1932 y 1942. Fue en este último año  cuando murió de cáncer al estómago en la Unión Soviética. Otra protagonista fue Dolores Ibárruri (1895-1989) “La Pasionaria”, célebre por sus discursos y sus dotes oratorias. Como los demás partidos comunistas, el PCE se caracterizaba por su adhesión y fidelidad a Moscú que representaba la “patria del proletariado”. 

Dolores Ibárruri

Dolores Ibárruri

Siguiendo con un poco de historia de este partido, el historiador y académico de la Universidad de Exeter, Tim Rees, explica –  en el libro editado por del Rey y Álvarez, El laberinto republicano. La democracia española y sus enemigos (1931-1936)” – que el PCE, desde su fundación, no logró establecerse como una opción política o sindical viable. Bajo la dictadura de Miguel Primo de Rivera fueron perseguidos y reducido a una condición miserable. Añade el autor que PCE sufrió divisiones internas bajo el  Secretario General José Bullejos (1899-1974),  que ejerció tal cargo entre 1925 y 1932. La razón es que este último aspiraba a centralizar el control del partido frente a los representantes de Madrid y Barcelona que deseaban una estructura más descentralizada. Finalmente el asunto terminó con expulsiones y acusaciones de “trotskismo” a quienes no se adherían a la línea del partido. 

Esto hizo que su posición se debilitara aun más frente a la influencia de los anarquistas y socialistas. No obstante lo anterior, Rees igualmente afirma que existía una amplia aceptación dentro de las filas del partido en relación con la estrategia adoptada por la Comintern en 1928, esto es, que el capitalismo había entrado en una fase crisis y que los partidos comunistas debían realizar una ofensiva revolucionaria para diseminar el comunismo a lo largo y ancho de las naciones.

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En palabras del historiador:

Eso entrañaba no solo derrocar todos los regímenes «burgueses», cualquiera que fuese su carácter político externo, sino adoptar la táctica sectaria de «clase contra clase», que suponía atacar a todas las demás organizaciones que afirmasen hablar en nombre de la clase trabajadora como traidoras a la causa revolucionaria: el bolchevismo era la única forma de revolución”.

Lo anterior significó monopolizar la causa de la “ revolución proletaria” y deslegitimar a otras asociaciones de izquierda por medio del desenmascaramiento y presentándolos como “agentes de la burguesía”, como fue el caso del PSOE el cual colaboró con la dictadura de Miguel Primo de Rivera.

Continúa explicando Rees que en enero de 1930 la Comintern envió su primera delegación permanente a España y que en en el XI Pleno de la Internacional Comunista (antes de la caída de la Monarquía) en el máximo representante del Secretariado Latino, Dmitri Manuilski (1883-1959) “proclamó que en España se daba una situación revolucionaria y que el partido debía actuar conforme a ella”. Esta postura de rechazo se tradujo en la nula relevancia del PCE en la transición hacia la Segunda República tras la dimisión de Alfonso XIII.