18/39- La Guerra Civil Española . El Segundo Bienio, 1934-1936 (por Jan Doxrud)

18) La Guerra Civil Española . El Segundo Bienio, 1934-1936 (por Jan Doxrud)

Ricardo de la Cierva  también cita las palabras de Miguel de Unamuno escritas en “Ahora”, el 3 de julio de 1936. Ahí, Unamuno, refiriéndose al ambiente que se vivía, señalaba que ya no se podía hablar de ideología, puesto que no había tal y, en su lugar, solo había barbarie, suciedad, malos instintos y, lo que para él era peor aún, la estupidez.

Además de esta defensa de la CEDA, Moa apunta sus dardos a otro importante actor político: el Jefe de Estado  Niceto Alcalá -Zamora. La razón de esto es que Alcalá - Zamora constituyó un obstáculo para las fuerzas que triunfaron en las elecciones de 1933. Es decir, y como señala Moa, la CEDA y Niceto Alcalá-Zamora coincidían en varios objetivos, de manera que debió haber prevalecido un ambiente de armonía entre estos e incluso con el Partido Radical. Pero no sucedió así, puesto que el Jefe de Estado comenzó a interferir constantemente entorpecido la labor del gobierno de centro-derecha. Por ejemplo Moa señala que Alcalá-Zamora, en 1935, colaboró con Indalecio Prieto y Manuel Azaña para destruir políticamente a Alejandro Lerroux, líder del Partido Radical. 

Alcalá Zamora junto a Francesc Macià, militar, político y Presidente de la Generalidad de Cataluña (1931-1933)

Alcalá Zamora junto a Francesc Macià, militar, político y Presidente de la Generalidad de Cataluña (1931-1933)

No bastando lo anterior, Alcalá-Zamora además arrojó a la CEDA fuera del poder. La razón de esta actitud de Alcalá-Zamora, de acuerdo a Moa, es que el Jefe de Estado habría creído que tanto la experiencia de la izquierda y la derecha se habían extinguido, de manera que la opinión popular debía inclinarse hacia el centro, centro que él quería liderar lo que lo confrontó a Lerroux y a Gil-Robles. Así, habría sido Alcalá-Zamora quien pavimentó las vía hacia el poder a la izquierda la cual triunfó en 1936 con el Frente Popular. Pero resultó que esta misma izquierda terminaría por sacar del poder a Alcalá-Zamora ese mismo año. 

Por su parte, el historiador estadounidense  Stanley Payne  en su ya citado libro La Revolución española (1936-1939): Un estudio sobre la singularidad de la Guerra Civil”,  explica que la larga crisis final de la democracia en España no la iniciaron ni los revolucionarios ni la derecha radical, sino que presidente Niceto Alcalá-Zamora.  Payne califica el actuar del Jefe de Estado como “uno de los máximos errores de cálculo en la historia política de España”. De acuerdo al historiador, Alcalá-Zamora se veía a sí mismo como el último garante de la República liberal (forme creyente en esta) pero, por otro lado, Alcalá-Zamora era también un político perteneciente a la vieja política de caciquismo, de una cultura política elitista y oligárquica. Añade Payne que, por ello, Alcalá-Zamora “se encontró con numerosas dificultades a la hora de superar su excesivo personalismo y su obsesión con su propio liderazgo —por no decir dominación—”.

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Al igual que Moa, Payne destaca la interferencia obstruccionista de Alacalá-Zamora en el “Segundo Bienio”, en donde actuó, casi siempre, buscando desbaratar las opciones de un Gobierno mayoritario normal, “haciendo y desha​​ciendo Gabinetes a voluntad y sustituyendo Ejecutivos mayoritarios por otros minoritarios, siempre a su libre albedrío”.   Por lo demás, y en su afán de liderar el futuro centro político con la creación de un nuevo partido, vio a los líderes Lerroux y Gil-Robles como rivales. En virtud de lo anterior, el Jefe de Estado maniobró para socavar a Lerroux y al Partido Radical, que representaba la principal fuerza centrista. Así, Alcalá-Zamora nombró, en diciembre de 1935, a su nuevo favorito, Manuel Portela Valladares, como presidente del Gobierno, a pesar de que este  carecía de escaño en las Cortes. A esto, añade Payne:

“Además, Portela ostentaría la cartera de Gobernación (Interior) y uno de sus principales objetivos era manipular la administración electoral para crear una agrupación nueva de centro que pudiera reemplazar a Lerroux y a los radicales”. 

En su ya mencionado libro, “40 preguntas fundamentales de la Guerra Civil”, Payne añade que Alcalá-Zamora  ejerció un rígido control en el acceso al Gobierno republicano, habría servido de acicate a las fuerzas de izquierda. A esto añade que, si bien Alcalá-Zamora hizo caso omiso a las peticiones de cancelar los resultados electorales de 1933, igualmente  se negó a respetar la composición del nuevo Parlamento, “insistiendo en nombrar un Gobierno minoritario de radicales centristas al que, al principio, apoyarían con sus votos los líderes de la CEDA”. También menciona Payne las acciones de Manuel Azaña como la de proclamar la irreal y absurda proclamación de que Cataluña era el único poder republicano que había en pie en la Península.A esto agregaba Azaña que la situación del país era la misma en que se hallaba antes del colapso de la Monarquía. Payne cita las siguientes palabras de Azaña (Mi rebelión en Barcelona):

El historiador Stanley Payne (https://www.elespanol.com/cultura/20171017/254974847_0.html)

El historiador Stanley Payne (https://www.elespanol.com/cultura/20171017/254974847_0.html)

unas gotas de sangre generosa regaron el suelo de la República y la República fructificó. Antes que la República convertida en sayones del fascismo o del monarquismo... preferimos cualquier catástrofe, aunque nos toque perder”.

Payne, en su libro  “En defensa de España. Desmontando mitos y leyendas negras”, añade lo siguiente sobre Alcalá-zamora:

“No había duda de su sinceridad, pero muy pronto él mismo se convirtió en un problema. Alcalá-Zamora era un liberal y constitucionalista genuino, así como un distinguido jurista y un escritor de bastante talento, pero también era un político de la época del caciquismo, de una cultura política elitista y oligárquica poblada de personajes notables que representaban una forma de transición desde una cultura tradicional basada en el estatus y el concepto del honor”.

Así, cuando 3 miembros de la CEDA lograron integrar el gobierno, la izquierda percibió como un peligroso guión ya visto en Alemania, es decir, así como Hitler llegó al poder dentro de la legalidad en 1933, la CEDA (considerada como fascista), haría algo similar . El problema es que, como señalamos, la CEDA no era ni fascista ni pretendió violentar la legalidad. Tal rótulo únicamente obedecía a la estrategia de la izquierda de la época de tildar de fascista a cualquiera que no se cuadrara con sus políticas. Payne, trae a la palestra la opinión del político, catedrático y Presidente del PSOE (1925-1931), Julián Besteiro (1870-1940),  para quien la figura de Largo Caballero y el radical del PSOE, representaban en aquel momento “más rasgos propios de una organización fascista que la CEDA”.  

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Como escribió el mencionado  embajador chileno en España, Aurelio Núñez Morgado (1885-1951), Julián Besteiros era una persona muy correcta, culta y honorable que pretendió realizar en España una socialdemocracia al estilo belga o alemán. Por el contrario, Núñez se refiere en términos negativos al socialista radical Largo Caballero, del quien destaca su cortedad de inteligencia, así como la estrechez de sus conocimientos y al hosquedad de su carácter en las Asambleas.

La única sublevación exitosa, fue la ya mencionada  anteriormente, la revolución de 1934 en Asturias, en donde los sublevados se tomaron las cuencas mineras y gran parte de Oviedo. Como explica Payne, los insurrectos perpetraron atrocidades a gran escala, lo que se tradujo en el asesinato de 40 sacerdotes y civiles derechistas, “generalizando la destrucción y los incendios provocados y saqueando al menos quince millones de pesetas de los bancos , la mayor parte de los cuales nunca se recuperó”. Señala el mismo autor que la razón de las fuertes repercusiones de esta insurrección en particular,  se debió a que los revolucionarios tomaron el control  de la mayor parte de la provincia, lo que significó la necesidad de organizar una verdadera campaña militar para derrotarlos. 

Como señalé anteriormente, para Payne este acontecimiento fue un preludio de una verdadera guerra civil, pero no tuvo la suficiente fuerza para hacer estallar el gran conflicto. A esto añade el mismo historiador estadounidense:

Incrementó en gran medida la polarización, pero siguió existiendo una posibilidad de sobreponerse a ella. No era inevitable que se produjera otra insurrección (de izquierdas o de derechas), pero para evitarla hubiera sido necesario que los líderes políticos del país aprovecharan las oportunidades que todavía les quedaban, lo que dependía de cómo las fuerzas centristas y de la derecha y la izquierda moderadas hicieran uso de ellas durante los dos años siguientes. La intensidad y alcance de la insurrección fueron advertencias, pero no el inevitable origen de la Guerra Civil”.