2/8-Guerra y Guerrilla (por Jan Doxrud)

2) Guerra y Guerrilla (por Jan Doxrud)

Siguiendo a  Aristóteles  podemos distinguir entre una dimensión  arquitectónica y otra agonal de la política. La primera pone el énfasis en la cooperación como el mecanismo por medio del cual se forman las instituciones. Por otro lado, la dimensión agonal coloca el énfasis en las relaciones no cooperativas (Maquiavelo).  Siguiendo al filósofo y teólogo alemán Johannes Althusius (1557-1638), podemos también definir la política como el arte de unir a los hombres entre sí para establecer una vida social en común, cultivarla y conservarla. En lo que respecta a la política “profesional”, tenemos que esta siempre  trata del poder, es decir, tiene un fuerte contenido cratológico. Es por ello que la “ciencia política” es una disciplina que estudia el poder: su obtención, distribución, mantenimiento y administración de este mismo y cómo se ejerce sobre una sociedad determinada.

Dicho esto sobre la política, continuemos con  su relación con la  guerra. Otro autor que se ha especilizado en el pensamiento de Clausewitz, el cientista político argentino  Pablo Anzaldi, explica que  la política aparece en Clausewitz como una totalidad dominante. Independiente de si entendemos “política” como “situación” o como una “línea de acción” (policy), esta se nos presenta como paz en acto y guerra en potencia o guerra en acto y paz en potencia. 

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Si bien Clausewitz se aleja del ideal kantiano de la paz perpetua y del comercio como medio para promover la paz, igualmente considera que el fin de la guerra es la paz. Como explica Anzaldi, el fin de la guerra no es la reproducción de sí misma  puesto que aquí estaríamos ante la disolución de la guerra en la mera violencia. En virtud de lo anterior hay que entender la célebre frase del autor de que la guerra es la continuación de la política por otros medios. Para Clausewitz la  guerra era un instrumento de la política. Además, como apunta Anzaldi, existe una imbricación estructural entre ambos términos, de manera que existe una suerte de continuum entre ambos. 

Es en este sentido que Clausewitz afirmó que la  guerra constituía sólo una parte del intercambio político y, por ende, “en ninguna forma constituye una cosa independiente en sí misma”. De acuerdo al autor argentino hay que entender de manera precisa la frase de Clausewitz de que la guerra es la continuación de la política por otros medios o, la inversa, la política es la continuación de la guerra por otros medios. Anzaldi explica que la palabra “continuación” no significa un estadio posterior, sino que “parte estructural del mismo todo continuo”. En otro pasaje comenta Clausewitz:

“Volviendo a nuestro asunto principal, vemos que aunque es verdad que en cierta clase de guerras la política parece haber desaparecido completamente mientras que en otra aparece en forma bien definida en primer plano, podemos afirmar, sin embargo, que una clase es tan política como la otra. En efecto, si consideramos la política como la inteligencia del estado personificado, entre las combinaciones de circunstancias que deben ser tenidas en cuenta en sus cálculos, debemos incluir aquella en que la naturaleza de todas las circunstancias determina una guerra del tipo de la primera clase”. 

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Otro autor influyente en el análisis de la guerra fue el sociólogo francés Gastón Bouthoul (1896-1980). Como explica el capitán de Armada, cientista político y polemólogo, Federico Aznar, en su paper  “Filosofía de la guerra”, fue Bouthoul el creador de la denominada “polemología” en el año 1945. La palabra deriva del griego “polemos” que significa guerra. Para el francés la guerra no era un fenómeno que pudiese ser domesticado por un “ilusionismo jurídico”,  es decir, por medio del derecho internacional. 

Es por ello que la guerra no debe transformarse en un tema tabú o ser camuflada con nuevos neologismos como “fuerzas de paz”.  Por ejemplo la Organización de las Naciones Unidas señala que, tras la devastación de la Segunda Guerra Mundial, su prioridad ha sido el mantener la paz y la seguridad internacionales. El lenguaje de la ONU evita utilizar la palabra “guerra” (habla de conflictos) y solo centra su atención en lograr la paz, creando no sólo las condiciones para que esta anide, sino que también para que se mantenga. De acuerdo a la ONU el mantenimiento de la paz se rige por 3 principios: consentimiento de las partes, imparcialidad y el no uso de la fuerza, excepto en legítima defensa y en defensa del mandato.

Ciertamente nadie quiere y desea una guerra pero, en ocasiones, es el único medio para resolver los conflictos. Ahora bien, la guerra, una vez iniciada, puede completamente desbordarse. Así, aunque el “telos” o fin de una guerra puede ser encomiable, no así pueden ser los medios. En otras palabras derrotar al nazismo constituyó un fin deseable, pero no así el abuso y masacre de población civil, ni la violación sistemática de mujeres. También se dan guerra paradójicas en donde ninguno de los dos contendientes son dignos de admiración, de manera que la mutua aniquilación habría sido lo deseable: tal fue el caso del enfrentamiento entre Hitler y Stalin.

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Bouthoul  no cree posible evitar la guerra  ni por el derecho internacional, ni por medio de un “Estado único” (lo más cercano sería la Unión Europea) ni por medio de un supuesto “equilibrio de poderes” tal como lo promovió el Congreso de Viena en 1815 en Europa. Igualmente este Congreso, bajo la influencia de Klemens von Metternich (1773-1859),  logró consolidar cerca de 40 años de relativa paz. Incluso se incorporó a la derrotada Francia restituyendo a Luis XVIII en el trono. Así, las potencias victoriosas no cometieron el error que se cometió a finales de la Primera Guerra Mundial, donde los vencedores castigaron irracionalmente a la derrotada Alemania. 

Finalmente, en la segunda mitad del siglo XIX resurgieron los conflictos y el equilibrio comenzó a tambalear,  producto de la presión nacionalismos que terminaron por dar origen a una Italia y Alemania unificada. Posteriormente el sistema de alianza promovido por  Otto von Bismarck (1815-1898) buscó la estabilidad de en Europa por medio de un intrincado sistema de alianzas. En sus memorias, Bismarck señalaba que los monarcas debían comprender la importancia de unirse con el objetivo de mantener el orden público y social. Sumado a esto advertía el peligro que significaba el que los monarcas se sometieran al chauvinismo de sus súbditos. Lo anterior solo traería consigo el que las luchas internacionales y revolucionarias se tornaran más peligrosas y constituyeran un obstáculo para el triunfo monárquico

Guillermo II y Bismarck

Guillermo II y Bismarck

Pero finalmente Bismarck sería retirado de su cargo y su sistema sería abandonado por Guillermo II  lo que, a la larga, llevaría a Europa a una nueva e inédita guerra como la que estalló en 1914. Tampoco cree Bouthoul  que el fenómeno de la violencia esté necesariamente vinculada con una forma de gobierno determinada, de manera que las guerras no serían más comunes, por ejemplo, en una monarquía que en otras formas de gobierno. Ahora bien, con la expansión de las repúblicas representativas, las guerras (al menos interestatales) han disminuido en relación con el pasado.

En relación con la guerra, Federico Aznar señala que esta no puede comprendida si no se entiende su contraparte: la paz. La  paz existe porque hay guerra,  de lo contrario, es decir, si no existiese tal polaridad no tendría sentido hablar de paz. Por ende, mientras hablemos de paz estamos implícitamente aceptando que existe la guerra como posibilidad siempre latente. En palabras de Aznar:

“Y es que con el silencio se trata de conjurar la guerra, pero sin embargo, se la convoca cuando se habla de paz. Ello sucede por la alteridad dialéctica de los conceptos que trae consigo la armonización de los opuestos; de este modo, cuando se invoca a un término implícitamente también se llama a su contrario, por la simple razón de que se conjugan simultáneamente”. 

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Sumado a lo anterior, Aznar afirma que la guerra no es un concepto estático y sus límites no son precisos puesto que no están delimitados necesariamente  por la violencia. Desde esta perspectiva, y siguiendo a Clausewitz, la guerra muta, cambia y también es fuente de apertura de nuevos caminos. Ejemplo de esto fue el de Erich Ludendorff (1865-1937) durante la Primera Guerra Mundial y la denominada  “guerra total”. Ludendorff  invirtió la fórmula de Clausewitz, es decir, subordinó la política a la guerra. En el caso de Clausewitz, este hablaba de la “guerra total” que era una suerte de abstracción consistente en una guerra sin límites que el autor creía imposible. En su obra “La Guerra Total” (Der Totale Krieg), Ludendorff reniega de las enseñanzas de Clausewitz, tachándolas de anacrónicas.

De acuerdo a Ludendorff, la guerra y la política servían a la conservación del pueblo,   pero añadía que la guerra constituía la expresión suprema de la voluntad de la vida racial, por lo que era la política la que debía servir a la guerra. La guerra total demanda que todos los recursos, tanto físicos como humanos, se subordinen a los intereses bélicos . Dentro de la filosofía de guerra de Ludendorff era crucial la cohesión total del pueblo, la subordinación de la economía a las necesidades de la guerra y el sometimiento de todo lo anterior ante una autoridad suprema.

Esto sucedió efectivamente en Alemania a partir del 28 de agosto de 1916, cuando  Paul von Hindenburg y Erich Ludendorff se transformaron prácticamente en los señores de la guerra que gobernaron Alemania, y en donde la autoridad militar se encumbró por encima de las autoridades políticas. Así, la nación estaría bajo una sola autoridad en la cual recaerían todas las decisiones cruciales, un caudillo o un Führer, que se encarnaría en la figura de Hitler en 1933.

Hindenburg y Ludendorff

Hindenburg y Ludendorff

Como explica Raymond Aron, ya desde el comienzo de la Primera Guerra Mundial Alemania cometió el error de violar la neutralidad belga por medio del Plan Schlieffen, arrastrando a Gran Bretaña al conflicto. El problema con esto fue que el Segundo Reich se alejó de las advertencias de Clausewitz, puesto que no se respetó el principio de subordinación de los jefes militares al poder del Estado. Como afirma Aron, para Clausewitz resultaba absurda la idea de preparar un plan de guerra en función de consideraciones estrictamente militares.  A esto añade Aron que el plan Schlieffen 

“jamás fue discutido en común por los diferentes autoridades, civiles y militares, mientras que los planes del estado mayor general francés eran estudiados en el Consejo Superior de Guerra, presidido por el presidente del Consejo”

De acuerdo al intelectual francés, resulta que Alfred von Schlieffen (1883-1913)  no conservó ni un ápice del espíritu filosófico de la obra de Clausewitz. Schlieffen era más bien un “operador” que carecía del espíritu reflexivo y la inteligencia política de Clausewitz. Así, Schlieffen llegó a ser una suerte de “tecnócrata” militar que, desde la lejanía del campo de batalla, planifica de antemano la movilización, concentración y el despliegue de tropas. Por lo demás, el alto mando alemán que aplicó el plan (cuando Schlieffen ya había muerto) creyeron posible infringir una rápida derrota a los franceses para luego volcar sus fuerzas hacia el frente oriental con el imperio ruso. Al respecto comenta Aron:

“El pensamiento del conde Schlieffen es simple, pobre, dogmático, aunque el plan al cual dio su nombre manifieste una especie de genialidad.  Pero quien dirigió los destinos del ejército alemán entre 1890 y 1905 pensaba como hombre de operaciones, no como estratega en el sentido de Clausewitz. En el Tratado, la destrucción de estos ejércitos en una batalla única y decisiva no constituye sino un caso límite”