6/7- John Locke: Ensayo sobre el entendimiento humano (por Jan Doxrud)

6) John Locke: Ensayo sobre el entendimiento humano (por Jan Doxrud)

Locke distingue entre esencias reales y esencias nominales. Las primeras son desconocidas para nosotros y las segundas son las que efectivamente captamos. Es importante aclarar que para Locke, la esencia constituye un límite, la cerca que delimita cada clase o especie. 

La esencia nominal del oro, o por decir, de un cuerpo amarillo, de un cierto peso, maleable, fusible, fijo; pero la esencia real es la constitución de las partes insensibles de ese cuerpo, de la cual dependen esas cualidades y todas las demás propiedades del oro[1]

Ambas son esencias pero son radicalmente distintas, ya que de la primera somos testigos, podemos apreciarla y no así la segunda. En el caso de las esencias reales, ¿cuál es esa constitución de la cual dependen, cualidades y facultades, como el movimiento, el razonar en el caso del hombre? Para Locke solo captamos las esencias nominales y no así las esencias reales, que están construidas sobre fundamentos objetivos, ya que no existe tal afirmación como fundamento de las cosas, un gran contenedor de todas las cualidades que cambian permanentemente.

Y, en verdad por lo que toca a las esencias reales de las substancias, únicamente suponemos su ser, sin saber con precisión lo que sean[2]

Locke se mostró escéptico respecto a la capacidad de la ciencia de conocer el mundo.  Cuando Locke trata sobre el alcance del conocimiento humano es claro en aseverar que el conocimiento no va más allá de las ideas y  no va más allá de la percepción del acuerdo o del desacuerdo de nuestras ideas:

Tenemos las ideas de materia y de pensamiento, pero posiblemente jamás podremos saber si un ente puramente material piensa o no piensa, ya que nos es imposible, por la contemplación de nuestras propias ideas y sin auxilio de la revelación, llegar a descubrir si la Omnipotencia no ha dotado a algún sistema de materia…de una potencia de percepción y de pensamiento…”[3].

Este escepticismo de Locke en relación al progreso real de la ciencia y su capacidad de conocer el mundo era tal que ni siquiera los notables avances realizados por Newton lo convencieron, al parecer, de lo contrario. Pero como escribió Mario Bunge, aunque Locke hubiese tenido conocimiento de la obra de Newton, su escepticismo no habría cambiado ya que no sabía suficiente matemática para comprender las fórmulas del científico y además, aceptar la mecánica newtoniana hubiese significado abandonar su empirismo ya que la mecánica de Newton “incluye conceptos que como los de masa, aceleración e interacción gravitatoria no aparecen en los datos empíricos que se utilizan para contrastar la teoría[4]

¿Qué podemos decir respecto a la afirmación de que la constitución interna de todo en cuanto existe esta fuera del alcance de nuestro conocimiento y que las abstracciones no son más que creaciones de nuestra mente a través de las ideas y el lenguaje? Solo conocemos entes particulares, personas, a Platón,  Hobbes, Lenin, Nietzsche o una montaña, pero no vemos a la humanidad ¿Qué es eso? ¿Humanidad? ¿Un grupo de personas reunidos? ¿Cuántos tienen que ser para que lo designemos como humanidad? ¿Tienen que ser personas moralmente correctas para ser dignas de recibir ese nombre? ¿Basta con ser humano solamente? 

Con respecto a este tema de los universales, Mario Bunge escribió que las ciencias factuales y tecnologías no pueden prescindir de elementos tales como moléculas, organismos y sistemas sociales, de manera que no son meras colecciones de individuos. Tampoco pueden prescindir de las propiedades y relaciones, que el nominalista intenta evitar. Como acertadamente escribió Bunge, el nominalista confunde las propiedades con los atributos correspondientes y a su vez estos con sus extensiones. 

Bunge también critica el nominalismo semántico que establece que no existen conceptos, hipótesis o teorías, sino que solamente nombres de entes. Las objeciones de Bunge al nominalismo semántico apuntan, en primer lugar, a que las cosas concretas no tienen propiedades conceptuales y los conceptos no tienen propiedades biológicas, físicas o sociales. En segundo lugar, escribió que “los nombres no pueden reemplazar a los conceptos, aunque sólo sea porque un mismo concepto probablemente sea nombrado de diferentes maneras en lenguas distintas[5].

El Ensayo de Locke fue un duro golpe a la metafísica, a eso que esta mas allá (meta) de la naturaleza (phycis), y a sus ramas, como la Ontología y la Teología, que apuntan hacia conceptos abstractos como  el  de Ser y Dios. Esta obra fue un éxito de ventas en el siglo XVII y se introdujo rápidamente en las universidades como libro de texto. Esto no significó que estuviera, como era de esperar, exenta de críticas. El filósofo Gottfried Leibniz en su “Nuevo Ensayo sobre el entendimiento humano”, obra escrita en forma de diálogo entre Teófilo (quien es el mismo Leibniz) y Filatetes, critica las ideas de Locke. La obra de Leibniz fue publicada años después de la muerte de Locke. 

Pero las críticas a Locke giraron en torno a su escepticismo, tanto desde el punto de vista de la teoría del conocimiento como desde el punto de vista religioso. No fue del gusto de parte de la intelectualidad de la época el rechazo, por parte de Locke, de las ideas innatas, la puesta en duda de los universales y la incognosciblidad de la substancia material. Nos queda por aclarar como Locke explica el hecho de que afirmemos que tenemos conocimiento de nuestra existencia, la existencia de Dios y de otras cosas. Con respecto a nuestra existencia, tenemos experiencia de esta por medio de la intuición. 

En palabras de nuestro autor, nosotros pensamos, razonamos, sentimos placer y dolor. Si yo sé que siento dolor, resulta claro que tengo una percepción cierta mi existencia, como la de ese dolor que sentimos. En caso de que dudemos de lo anterior, tenemos la percepción cierta de aquella cosa sobre la que dudamos así como del pensamiento que denominamos duda. En resumen, somos conscientes de nuestro propio ser y sobre esto, escribió Locke, no nos falta el más alto grado de certeza. En cuanto a la demostración de la existencia  de Dios, Locke retoma el principio metafísico ex nihilo nihil y el de causalidad. 

Leibniz (Leipzig, Alemania)

El ser humano sabe intuitivamente que la nada no puede generar un ser real, por lo que debemos concluir que desde la eternidad tuvo que haber existido algo, por lo que, aquello que no ha existido, lo que no tiene ser desde la eternidad, tiene su origen en algo que es, ya que debe necesariamente tener como principio otra cosa distinta de sí mismo. ¿Qué sería ese “otro” del procede nuestro ser? Debe ser un principio omnipresente, omnisciente y eterno, es decir, claro está, Dios. Para nuestro autor tenemos un conocimiento de Dios más cierto que de cualquier otra cosa que nuestros sentidos nos hayan manifestado inmediatamente. 

Por último, acerca de cómo conocemos los objetos externos, Locke escribió que podemos estar seguros de la existencia de un objeto que produce en nosotros una idea, sólo cuando la sensación es actual. Así, para nuestro autor,  sólo estaremos seguros del objeto que vemos mientras lo vemos y hasta cuando lo veamos. Esta es una idea extravagante en Locke ya que si se sustrae el objeto que estamos observando a nuestra sensación actual, no tenemos más certeza de su existencia. ¿Qué hubiese contestado Locke a la pregunta acerca de si hace ruido o no un árbol que cae en un bosque en Suiza donde no existe nadie que pueda oírlo? 

Si Locke se hubiese sentido tentado por el fenomenismo respondería que hubiese habido ruido sólo si alguien hubiese estado ahí para escucharlo. Pero, como escribió Bunge, si somos listos, responderíamos que “hubo sonido (más precisamente una onda de choque) sin sonoridad: un noúmeno sin fenómeno”. Tenemos, en resumen, que nuestra existencia la conocemos por intuición, la existencia de Dios por demostración y la existencia de otras cosas por sensación. 




[1] Ibid., 430-431.

[2] Ibid., 434.

[3] Ibid., 539.

[4] Mario Bunge, A la caza de la realidad. La controversia sobre el realismo (España: Editorial Gedisa, 2007), 76.

[5] Mario Bunge, Diccionario de filosofía (Siglo XXI Editores), 152.