3/4- Introducción al Anarcocapitalismo (por Jan Doxrud)

3) Introducción al Anarcocapitalismo (por Jan Doxrud)

Teniendo claro este breve esquema, pasemos a examinar las ideas de Murray Rothbard (1926-1995) . Rothbard es una figura central dentro del desarrollo del anarcocapitalismo en Estados Unidos. Recibió su doctorado en economía en la Universidad de Columbia, pero sería los seminarios dictados por el economista austriaco Ludwig von Mises (1881-1973) – quien no era un anarquista – los que marcarían profundamente su pensamiento económico y político.  

Entrando en materia, tenemos que  Murray Rothbard explica que históricamente el Estado ha sido considerado casi universalmente como una institución de servicio público.  Algunos veneran al Estado como la apoteosis de la sociedad, mientras que otros lo perciben como una entidad amigable, aunque algunas veces ineficiente en lo que respecta a la organización para el logro de fines sociales. Añade el autor que casi todos consideran el Estado como un medio necesario para lograr los objetivos de la humanidad, específicamente, como un medio que se opone al denominado “sector privado” y que usualmente gana en esta competencia por recursos. Para Rothbard, el surgimiento de la democracia sólo vino a significar que la identificación del Estado con la sociedad se reforzara hasta tal punto que es común escuchar y cometer la falacia de pensar que “nosotros somos el Estado”.

Pero evidentemente esta clase de mentalidad estatista es una completa falacia.  Como explica Rothbard, si nosotros fuésemos realmente el Estado, entonces todo lo que un gobierno en un momento determinado hiciera a un individuo, no sólo sería justo y no - tiránico, sino que también sería voluntario de parte del individuo involucrado. Por ejemplo, explica que si un gobierno incurriese en una enorme deuda pública que deberá ser pagada (como toda deuda) gravando a un grupo en beneficio del otro, la realidad de esta carga sería oscurecida (disimulada) diciendo que la deuda “nos la debemos a nosotros mismos”. 

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De acuerdo a este razonamiento, continua explicando Rothbard, cualquier judío asesinado por el gobierno Nazi no fue realmente asesinado, sino que debe haber “cometido suicidio”, ya que los judíos eran parte de un gobierno que llegó al poder dentro de las reglas del juego político, pero claro está que el caso nazi es uno extremo en donde queda claro que el Estado no es el pueblo ni los ciudadanos. Pero como señalé, el “pueblo” no existe, es decir, no existe una masa homogénea de personas que compartan los mismos valores y cosmovisiones en distintos ámbitos. El pueblo no es más que un vaso vacío en donde cada quien vierte sus propias creencias ideológicas, creando así “su propio pueblo”.

Por lo tanto, Rothbard aclara que “nosotros” no somos el gobierno o el Estado, ya que el gobierno no representa a la mayoría del pueblo. Aún si un gobierno contara con el 70% del apoyo de la población y si ese 70% decidiera asesinar al restante 30%, eso sería asesinato y no suicidio voluntario. Por lo tanto, el Estado no es una gran familia, sino que es una organización que intenta mantener un monopolio sobre el uso de la fuerza y la violencia dentro de un territorio determinado. Es el Estado, escribe Rothbard, la única organización que obtiene sus ingresos, no a través de contribuciones voluntarias o el pago por servicios prestados, sino a través de la coerción.  Agrega el autor que el Estado nunca ha sido creado mediante un “contrato social”, sino que ha nacido de la conquista y la expotación.

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La idea central del autor es que, no por el hecho de que el Estado posea el monopolio de una serie de funciones , signifique deba ser “sólo” el Estado el que pueda cumplir tales tareas. Por ejemplo, explica que podemos tener el caso de un mercado con varios puestos donde se venden melones, pero que gradualmente “X” comienza a expulsar por la fuerza a los demás comerciantes, impidiendo la entrada de cualquier otro competidor. Así, tendríamos que “ X” se convierte en el único proveedor de melones. ¿Debemos entonces aceptar que sea sólo “X” el que provea de melones dentro de un espacio territorial determinado? 

No solamente es ilegal para Rothbard sino que, desde el punto de vista de la teoría económica, “X” tenderá a ofrecer un producto y un servicio de menor calidad ya que no existirá ninguna competencia que compita con el bien o servicio que ofrece “X”. El punto es que para Rothbard el Estado no es otra cosa que nuestro monopolista “X”, claro que a una escala global. Explica el economista estadounidense:

A lo largo de la historia, grupos de hombres que se dan a sí mismos el nombre de «el Gobierno» o «el Estado» han intentado – generalmente con éxito – hacerse con el monopolio coactivo de los tableros de mando de la economía y la sociedad. El Estado se ha arrogado, más en concreto, el monopolio coactivo sobre la policía y los servicios militares, la promulgación de las leyes, la administración de justicia, la acuñación de moneda, las tierras vírgenes (el «dominio público»), las vías de comunicación, los ríos y aguas costeras y los servicios postales”[1].

Debemos recordar que  los monopolios condenables son los artificiales, es decir, aquellos que son posibles debido a privilegios concedidos por el Estado a una empresa, impidiendo coactivamente la entrada de competidores. Y, claro está, que  el Estado es el monopolio por excelencia, el cual tiene uno sobre la fuerza, la justicia, pensiones y la emisión monetaria (y en algunos países sobre la educación).

Banco Central y el monopolio de la emisión monetaria

Banco Central y el monopolio de la emisión monetaria

Ahora bien,  el Estado no ha necesitado únicamente de la violencia para autolegitimarse, ya que la ideología también ha jugado un papel preponderante. Para Rothbard la ideología ha tenido siempre una importancia fundamental para la continuidad de la existencia del Estado. Lo que cambia es el contenido específico de la ideología, por ejemplo, antaño era la clase sacerdotal y en nuestras sociedades más secularizadas, son los intelectuales los que han perseguido la meta del poder, la realización del ideal platónico del “rey filósofo”. Explica el economista que la alianza entre el Estado y los intelectuales  fue simbolizada por el deseo ansioso de profesores de la Universidad de Berlín, durante el siglo XIX, de formar la “guardia intelectual” de la Casa real de los Hohenzollern. 

Esta dinastía, posteriormente se transformaría, gracias a la política bélica del Canciller Otto von Bismarck (1815-1898), en la nueva dinastía que gobernaría la unificada Alemania (1871), cuando fue coronado Guillermo I en Versalles (1871). El propósito de las ideologías son siempre los mismos y consiste en convencer a las personas de que el Estado es algo vital, necesario y una condición necesaria para la convivencia pacífica. Lo que tales ideologías, ya sea religiosas o seculares, pretenden defender son, para Rothbard, básicamente dos ideas:

1)  Los gobernantes estatales son hombres grandiosos y sabios (gobiernan por “gracia divina”, son la “aristocracia” de los hombres, son los “expertos científicos”) , mucho más grandiosos y sabios que los buenos pero bastante simplones súbditos.

2) La hegemonía del gobierno es inevitable, absolutamente necesaria y muchísimo mejor que los indescriptibles males que surgirían después de su caída 

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Rothbard fue un crítico de Robert Nozick (1938-2002) y su libro “Utopía, Estado y Anarquía”. El economista rechaza la interpretación de Nozick sobre el surgimiento del Estado, esto es, como emergiendo en virtud de un proceso guiado por una “mano invisible” que no viola ningún derecho, en primer lugar bajo la forma de una agencia protectora dominante, después como un Estado ultramínimo y, finalmente como un Estado mínimo. Tal descripción no se ajusta a los datos históricos acerca del surgimiento de la mayor parte de los Estados. De acuerdo a la evidencia histórica, el esquema de Nozick es falso y, en realidad, opera en sentido contrario, es decir, que todos los estados surgieron de un proceso de violencia, conquista y explotación. 

Incluso aceptando que algún Estado haya tenido una concepción “inmaculada”, explica Rothbard, esto no basta para justificar la existencia del Estado. El autor rechaza todas las teorías que se sustentan en un supuesto “contrato social” ya que adolecen de una falacia. Si tal contrato social realmente hubiese sido llevado a cabo en un supuesto “estado de naturaleza” pre-político, entonces todas aquellas personas que cedieron todos o parte de sus derechos lo hicieron para siempre, ya que tal pacto es vinculante. 

Rothbard, siguiendo las ideas del académico estadounidense Williamson Evers, explica que una correcta teoría contractual “de transferencia de títulos” sostiene que el único contrato válido y vinculante es aquel en el que se hace entrega de algo filosóficamente enajenable. Son precisamente los títulos de propiedad los únicos que poseen este carácter específico, lo que significa que pueden cederse a otra persona su posesión. Pero existen también atributos humanos que son inalienables, es decir, intransferibles por medio de un contrato vinculante: la autoposesión de la voluntad, del cuerpo y los derechos de la persona.

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Rothbard resume su postura como sigue:

1) “que ninguno de los Estados actuales ha tenido una concepción inmaculada, sino exactamente todo lo contrario;

2) que, por consiguiente, que el único Estado mínimo que tal vez pudiera encontrar justificación es el que surgiría tras el establecimiento de un mundo anarquista de mercado libre;

3) que, por ende, y en virtud de su propio razonamiento, Nozick debería convertirse en anarquista y pasarse a esperar que actúe la invisible mano nozikiana, y

4) que incluso en el caso de que algún Estado hubiera tenido un origen sin mancilla, las falacias de la teoría del contrato social implican que ninguno de los Estados actuales, ni siquiera los mínimos, pueden tener justificación”[2].

Lecturas complementarias

Bakunin, el anarquismo y el Estado (por Jan Doxrud)

(III) La Escuela Austriaca de Economía: El Capitalismo (por Jan Doxrud)

(I) Robert Nozick: Anarquía, Estado y Utopía (por Jan Doxrud)

II) Robert Nozick, Anarquía, Estado y Utopía: mano invisible y el surgimiento de agencias de protección (por Jan Doxrud)

III-Robert Nozick, Anarquía, Estado y Utopía, Estado y justicia distributiva (por Jan Doxrud)

IV-Robert Nozick, Anarquía, Estado y Utopía: Explotación y Envidia (por Jan Doxrud)








[1] Murray Rothbard, La ética de la libertad (España: Unión Editorial, 2009), 220.

[2] Ibid., 306.