2/4-La búsqueda de la estabilidad política en el África Subsahariana (por Jan Doxrud)

2) La búsqueda de la estabilidad política en el África Subsahariana (por Jan Doxrud)

Con el final de la Guerra Fría, el derrumbe del comunismo y el comienzo de la retórica pro globalización y liberalización se generaron algunos cambios significativos en el África subsahariana. Como explica John Illife, cuando tumbaron el muro de Berlín en 1989, 42 de los 45 estados subsaharianos eran regímenes autoritarios y, 5 años después, ya ninguno era un Estado de partido único, 38 celebraron elecciones y 16 regímenes autoritarios fueron reemplazados por gobiernos electos. Continúa explicando Illife que el origen de este movimiento democratizador comenzó en Benín cuando, en 1989, comenzaron una serie de protestas por la situación económica bajo el gobierno de Mathieu Kérékou (1933-2015) que, finalmente, terminó perdiendo el apoyo del ejército y, por ende, también perdió el poder cuando se convocaron elecciones en 1991. Pero hubo quienes lograron apernarse al poder como Mobutu en Zaire, Paul Biya en Camerún (donde aun gobierna desde 1982), Daniel Arap Moi en Kenia (quien gobernó desde 1978 al 2002) o Robert Mugabe quien fue depuesto en el 2017, falleciendo posteriormente en el 2019 en Singapur (gobierno desde los comienzos de la década d 1980)

Pero, a la larga, los comienzos de 1990 no vino a mejorar el escenario en el África subsahariana, puesto que los enfrentamientos continuaban. Por ejemplo la guerra civil de 1991 en  Sierra Leona en donde que se extendería por cerca de 10 años y que tuvo como causas factores económicos (diamantes) históricos y especialmente étnicos. Otro caso fue el de  Liberia  donde comenzó una guerra civil en 1989 y que se extendió hasta 1997 y que tuvo, entre otros motivos, el vacío de poder dejado tras la caída y asesinato del Presidente Samuel Doe. Liberia sería víctima nuevementa de otra guerra civil entre 1999 y 2003 por causa de ataques de grupos rebeldes en contra del gobierno

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Burundi  también se vio envuelto en una guerra civil entre los años 1993 y 1995 producto de la tensión entre las etnias hutu y tutsis. Fue una triste paradoja que el conflicto se inicara cuando Burundi por primera vez elegía democráticamente a un Presidente tras años de dictaduras. Resultó que el Presidente electo Melchior Ndadaye (de etnia Hutu)  fue victima de un golpe de Estado por parte de los militares tutsis del ejército. Posteriormente, de acuerdo a los reportes, fue pasado por las bayonetas mientras colgaba del cuello lo cual le causó la muerte. Esto fue el detonante del estallido de la violencia étnica a lo largo de Burundi.

Quizás más conocido fue el terrible genocidio en Ruanda (1994) el cual también enfrentó a Hutus y Tutsis. Las causas de estas tensiones étnicas pueden rastrearse hasta la época colonial, cuando el país fue, en un primer momento, parte de Alemania para posteriormente pasar a ser dominio de Bélgica (1916). Se acusa a los colonizadores de haber introducido la enemistad étnica entre ambos grupos. Ahora bien, la causa inmediata que desencadenó el conflicto fue la muerte   del presidente de Ruanda de etnia hutu, Juvénal Habyarimana, cuando su avión fue derribado por un misil antes de aterrizar en el aeropuerto de Kigali en Ruanda. Por lo demás, junto a él viajaba otro el Presidente hutu de Burundi:  Cyprian Ntayamira.  Fue cuestión de horas para que comenzaran los ataques contra los tutsis en Ruanda lo que desembocó en un genocidio donde también fueron víctimas hutus más moderados.

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Así, para Sinduhije, el panorama durante la década de 1990 en el África subsahariana no era alentador y es verdad puesto que, a la larga, los autócratas se salieron con la suya y se mantuvieron en el poder por medio de estas dictaduras democráticas, demodictaduras o, como las denomina Sinduhije “democraturas”:

“Mientras que Europa del Este se democratiza, el continente negro idea un sistema que los raperos, o lo que es lo mismo, los poetas de lo moderno, denominarán  la «democratura», esto es, una dictadura con tintes de democracia, un sistema del todo contraindicado según la opinión pública occidental”.

Cada uno de estos (y otros) tiranos han recurrido a distintos  artilugios políticos para acceder y permanecer en el poder. Las estrategias van desde el soborno a aquellos grupos que ayudan al autócrata a mantenerse en el poder como pueden ser políticos influyentes y, por supuesto, el ejército. También está la compra de votos al por menor y al por mayor. La compra al por menor de votos,  explica Collier, si bien es cara y difícil, puede resultar ser bastante rentable electoralmente. Frente a esta estrategia el lector podrá preguntarse acerca de cómo el gobierno puede asegurarse de que los ciudadanos sobornados efectivamente cumplan su palabra a la hora de votar. Collier responde que el gobierno tiene dos puntos  su favor siendo el primero, paradójicamente, la ética, es decir, los ciudadanos “honestos” que fueron sobornados efectivamente cumplirán su palabra. El segundo punto a favor del gobierno es el miedo, vale decir, los ciudadanos tendrán ciertas dudas en cuanto a si el voto secreto es efectivamente secreto.   Así, por ejemplo, Collier cita el  caso de Zimbabue en donde los agitadores callejeros del dictador Robert Mugabe hacían correr el rumor de que el gobierno estaría al tanto sobre a quién habría votado cada elector. 

Robert Mugabe

Robert Mugabe

En cuanto a la compra al por mayor de votos, este opera pagando por votos emitidos en bloque y no de manera individual. Esta clase de prácticas es común en las zonas rurales tradicionales en donde el líder o preboste local es el sobornado y quien se preocupa de que la comunidad vote por la facción política que pagó el soborno. Otras estrategias del autócrata es la intimidación, por ejemplo, en Kenia, Arap Moi  forzó a una comunidad de kikuyus a trasladarse a una zona en donde no estaban inscritos como votantes para asegurarse de que estos no votaran por su contrincante. Otra estrategia es excluir a los candidatos más fuertes para lo cual muchas veces ni siquiera es necesario inventar un delito, puestoq ue basta con acusarlo de corrupción (lo cual probablemente es cierto) para sacarlo de la contienda electoral.  Robert Mugabe (1924-2019) llegó a utilizar retroexcavadoras para demoler casas de aquellos barrios que no lo apoyaran en las elecciones del 2005. Tras ganar las elecciones Mugabe puso en marcha su “Campaña para limpiar la mugre” que significó la destrucción de barrios bajo el subterfugio de que eran asentamientos ilegales. Pero, al parecer, la verdad es que muchos de estos asentamientos eran habitados por personas que habían votado por la oposición en las elecciones de finales de marzo.

Ahora bien, cabe preguntarse lo siguiente: si la democracia se ha expandido gradualmente hacia casi todos los continentes, ¿por qué razón la adopción de esta no se ha traducido en mayor estabilidad y disminución de los conflictos armados en los PCM? Como explica Collier,  existen dos razones para esperar que la democracia reduzca la violencia. La primera es la responsabilidad lo cual, básicamente, significa que un Gobierno no tiene más remedio que satisfacer las demandas de la ciudadanía para que, de esa manera, su partido pueda salir reelecto en las siguiente contienda electoral. En otras palabras, el Gobierno es consciente de que la democracia es una competencia pacífica por el poder de manera que, para poder ganar la contienda, necesita haber ejecutado una labor eficiente durante su mandato. La segunda es la  legitimidad  de la cual gozan quienes han fundamentado su triunfo en una mayoría que expresó su voluntad votando y, por ende, la minoría perdedora no debe recurrir a la violencia como un medio para rechazar los resultados electorales pero, a su vez, la mayoría no puede pasar a llevar los derechos de las minorías. 

Mugabe y Bill Clinton

Mugabe y Bill Clinton

En suma, desde esta doble perspectiva, la democracia ayudaría a reducir la violencia por parte del Gobierno y por parte de aquellos que perdieron en la contienda electoral (en virtud de la legitimidad que goza el bando ganador por medio del voto). Como señala Collier, se ha venido afirmando con tanta confianza que la democracia constituye la repuesta a la violencia política que resultaría grosero examinar las pruebas con el objetivo de poder verificar si lo anterior es efectivamente correcto. Lo cierto es que la idealización excesiva de la democracia tiene como efecto el que no se comprenda en qué consiste este procedimiento y se transforme en un fetiche o “dogma fundamental del mundo político” (en palabras de Collier) del cual nada negativo puede decirse. El punto, explica el autor, es que los años subsiguientes al comienzo del proceso de democratización de los PCM no fueron alentadores. 

Esto llevó a Collier a investigar, junto al académico suizo de la Universidad de Lausana, Dominic Rohner, la relación existente entre democracia y violencia política.  Una de las conclusiones fue que el efecto de la democracia en países pobres, como es el caso de los PCM, era pernicioso y contrario en comparación con los países ricos. En suma, de acuerdo a Collier y  Rohner debe existir un nivel de renta crítico bajo el cual la democracia hace más peligrosas a los PCM. Tal umbral crítico gira en torno a los 2.700 dólares per cápita anuales o siete dólares diarios por cabeza. El problema, añade Collier, es que todas las sociedades de los PCM se encuentran por debajo de ese umbral y la mayoría de ellas muy por debajo. En palabras de Collier:

Para desgracia para los mil millones de personas más pobres del mundo, la hipótesis pasó la prueba. En mi opinión, los resultados más extraordinarios lo obtuvimos al investigar una gama de distintas formas de violencia, desde asesinatos, disturbios y huelgas hasta episodios de actividad guerrillera y guerra civil pura y dura. Cuál no sería mi asombro al constatar que en todas ellas se repetía la misma pauta: dado un nivel bajo de renta, la democracia agravaba la violencia política”.

Mugabe y Fidel Castro

Mugabe y Fidel Castro

La conclusión de lo anterior es obvia y es que la democracia no es una sistema exportable, es decir, no se puede hacer un “copy/paste” desde la realidad de un país desarrollado a otro caracterizado por la extrema pobreza y la inestabilidad política. Pensar así, es pasar por alto la realidad histórica, económica, cultural y  valórica de tales países. Por ende, tales países requerirían de ciertas condiciones previas para poder lograr que la democracia pueda generar efectos positivos para la sociedad. Ahora bien, algún lector podrá aventurarse a pensar que entonces esto se reduce a un tema de dinero y que, por lo tanto, podría solucionarse mediante un flujo mayor de ayuda extranjera. El problema con esto, tal como lo abordé en mis artículos sobre el economista Angus Deaton, es que el problema de los PCM no es que no reciban recursos desde el exterior, sino que la recepción de estos no se traduce en una mejora en los estándares de vida de las personas. Incluso existen países como Nigeria que, a pesar de contar con recursos petrolíferos, es un país pobre. 

El problema es que a los autócratas y aliados no les interesa que el dinero llegue a la gente sino que llegue a sus bolsillos. Es por ello que el disponer de recursos naturales resulta ser algo positivo para el autócrata ya que no necesita presionar a la población por medio de impuestos para llenar su bolsillo y el de sus adherentes. En cuanto a la ayuda exterior, aun existen discusiones entre economistas del desarrollo sobre su verdadera eficiencia. La verdad es que los autócratas no cuentan con los incentivos para mantener a la ciudadanía viviendo bajo estándares de vida saludables, puesto que lo que importa es mantener agasajados a quienes realmente lo ayudan a mantenerse en el poder y es esto último lo que le interesa a un autócrata.