9/12- La globalización. Un poco de historia (VII) (por Jan Doxrud)

9) La globalización. Un poco de historia (VII) (por Jan Doxrud)

Algunos autores, preferentemente de la izquierda política , han querido denominar a esta nueva “era económica” que se gestó en la década de 1970 como neoliberal, de manera que en nuestros días vivimos dentro de un modelo económico llamado “neoliberalismo”. Ya he escrito varios artículos sobre lo problemático e impreciso que resulta ser este concepto, pero igualmente podemos señalar algunos aspectos de este modelo neoliberal . Este, a pesar de tener sus orígenes, sin ir más lejos, en la década de 1970, habría tenido su carta formal de nacimiento a comienzos de 1990 con el denominado “Consenso de Washington”, término acuñado por el ya mencionado economista John Williamson y que consistía en una serie de políticas económicas de corte liberal recomendadas a los países latinoamericanos.  

Como comentaba más tarde el mismo Williamson, nunca se imaginó que estaba acuñando un expresión que término a ser el grito de batalla en los debates ideológicos por más de una década.  Como bien señala el economista estadounidense, siendo discípulo del economista Fritz Machlup, heredó de él la importancia del uso preciso del lenguaje, de manera que al investigar sobre el concepto de neoliberalismo, se encontró con que este existía desde hace mucho antes y con un significado completamente diferente al que se utiliza actualmente. Añade Williamson que en su propuesta faltan algunos elementos importantes de lo que los antineoliberales considera como parte integral del neoliberalismo.

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En palabras de Williamson:

“(…) en mi versión del Consenso de Washington, hay una serie de doctrinas neoliberales que brillan por su ausencia en mi lista: el monetarismo, las tasas impositivas bajas que requiere la “economía de oferta”, el Estado mínimo que niega toda responsabilidad de corregir la distribución del ingreso o la internalización de las externalidades, y la libre circulación del capital”. 

Esta lista de reformas, como comenta Rodrik, eran originalmente 10 y consistía básicamente en medidas tendientes a desregular los mercados, privatizar, evitar la sobrevaloración de la moneda, disciplina fiscal y liberalización comercial y financiera . Ahora bien Williamson comentaba en un artículo[1] las reformas que habái propuesto. La primera, enfocada en la disciplina fiscal se daba dentro de un contexto de grandes déficits en que incurrían numerosos países con la consecuente crisis de balanza de pagos y la inflación que afectaba a los sectores más pobres puesto que, a diferencia de los ricos, no podían colocar su dinero en el extranjero. 

La segunda reforma,  la reordenación de las prioridades del gasto público, sugería redistribuir el gasto en favor del crecimiento, inversión en sanidad, educación e infraestructura. La tercera reforma que apuntaba a los impuestos sugería combinar una base tributaria amplia con tasa marginales moderadas. La  cuarta reforma,  la liberalización de las tasas de interés Williamson señala que hubiese preferido denominarla como liberalización financiera que fuese acompañada de una supervisión prudencial . La quinta reforma, adoptar tipo de cambio competitivo, implicaba adoptar un régimen intermedio (entre el fijo y flotante), pero reconoce Williamson que resulto ser una ilusión de su parte pensar que existía consenso respecto a este punto. La sexta reforma era la liberalización del comercio que era considerado como el camino acertado aunque, señala Williamson, no existía acuerdo acerca de la rapidez con la que se debía hacerlo.  La séptima reforma era la liberalización de la inversión extranjera directa, en donde el autor señala que no incluyó la liberalización general de la cuenta de capitales. La octava reforma era la privatización la cual tuvo una amplia aceptación. Al respecto comenta Williamson:

“Desde entonces se nos hizo cobrar conciencia de lo mucho que importa cómo se hace una privatización: puede ser un proceso sumamente corrupto que transfiere activos a una elite privilegiada por una fracción de su valor real, pero si se realiza como es debido, es beneficioso (en especial en lo atinente a la mejora del servicio), y la empresa privatizada vende en un mercado competitivo o se regula apropiadamente. 

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La novena reforma era la desregulación que trataba de distender las barreras al ingreso y a la salida, y no, señala Williamson, en abolir normas de seguridad o ecológicas. La décima y última reforma versaba sobre los derechos de propiedad

Williamson en el artículo anteriormente citado realiza otras serie de recomendaciones (y pide que no se le rotule de Consenso de Washington II) . En primer lugar sugiere fortalecer a los países latinoamericanos por medio políticas macroeconómicas responsables y una política fiscal anticíclica que privilegie la austeridad en épocas de bonanza con el objetivo de acumular divisas y reducir el coeficiente de endeudamiento para, de esa manera, disponer de recursos para las épocas de contracción económica. A pesar de la obviedad de esta idea desde una óptica económica, no resulta ser así desde un punto de vista político. Williamson también recomienda completar las políticas de liberalización recomendadas en el Consenso de Washington, pero efectuadas de manera eficiente y transparente, es decir, que la liberalización del comercio no se centre solamente en abrirse a las importaciones y que las privatizaciones se realicen dentro de un contexto competitivo y diáfano.

Otra recomendación guarda relación con optimizar el funcionamiento de las instituciones políticas, de manera que en esto Williamson sigue a la denominada “economía institucional”. Por último el autor recomienda políticas redistributivas para combatir la pobreza en América Latina aunque se debe privilegiar el los gobiernos sean capaces de abrir a los pobres los medios que les permitan emanciparse de la pobreza: educación para mejorar el capital humano, facilidades para que puedan montar emprendimientos, sistemas de microcréditos, etc

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En suma, como señala Rodrik, el “Consenso de Washington” ofrecía una narrativa que nos decía que la globalización era capaz de sacar a los países en vías de desarrollo de la pobreza por medio la apertura a la economía global. Tal idea fue respaldada por un paper de 1995 escrito por dos académicos de la Universidad de Harvard, Jeffrey Sachs y Andrew Warner titulado “Economic reform and the process of Globalization”[2]en donde se respaldaba la idea de que la apertura hacia el comercio exterior fomentaba el crecimiento económico, al menos eso mostraban los datos cuando se comparaban países “cerrados” con aquellos que abrían sus fronteras hacia el exterior. Ahora bien, Rodrik cuestiona el método utilizado para determinar cuales países eran considerados como abiertos y cerrados en el estudio de Sachs y Warner. Por ejemplo, los autores incluyeron tanto a Corea del Sur como a Taiwan dentro de la categoría de países “abiertos” aun cuando habían mantenido barreras a las importaciones en la década de 1980 hasta cuando pudieron adquirir capacidades industriales significativas. 

Como explican Sachs y Warner, el objetivo de su trabajo era el de documentar el proceso de integración global para poder así evaluar sus efectos sobre el crecimiento económico de aquellos países que habían adoptado reformas tendientes a liberalizar sus economía y aquellos que se habían mantenido cerrados. Una de las ideas claves de los economistas era que los países con economías abiertas tendían a converger, mientras que las economías cerradas no, de manera que la libertad de comercio tenía el poder de terminar con la  “gran divergencia” (termino acuñado por Kenneth Pomeranz) por medio de una serie de canales: mayor especialización, asignación eficiente de recursos según la ventaja comparativa, difusión del conocimiento internacional a través del comercio y mayor competencia interna como resultado de la competencia internacional. Al comienzo de su paper, los autores afirman que los años que van desde 1970 a 1995 (especialmente la última década) han sido testigos de la “armonización institucional”, así como la integración económica más notables entre las naciones dentro de la historia mundial. 

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Añadían los autores que en 1995 había emergido un sistema económico global dominante que incluía un conjunto de organismos internaciones como la OMC o el FMI, junto a la codificación de principios básicos que gobiernan el comercio de bienes y servicios, y la convertibilidad entre divisas. Una de las conclusiones de los autores es que entre los países en desarrollo, el la apertura comercial había tendido a correlacionarse con otras características de una economía saludable, como por ejemplo, el equilibrio macroeconómico y la dependencia del sector privado como motor principal del crecimiento. A esto añadía que, hasta cierto punto, la apertura de la economía había ayudado a promover la responsabilidad gubernamental en otras áreas, por lo que la política comercial debe considerarse como el principal instrumento de reforma.

En lo que respecta al “Consenso de Washington”,  Rodrik explica que, con el transcurso de los años, se transformó, tal como lo señaló John Williamson, en una  “marca dañada”, de manera que se hizo necesario buscar un nuevo consenso que consistió en dejar el antiguo consenso (privatización, deregulación, liberalización) pero con algunas reformas institucionales. Rodrik comenta la sorpresa que le causó el “fervor ideológico” de algunos gobiernos latinoamericanos de seguir al pie de la letra las ideas recomendadas por el Consenso de Washington” y, por ende, la falta de pragmatismo de estos mismos. Tal fue el caso de la crisis económica Argentina y el posterior corralito. También, debemos añadir, el actual “fervor ideológico” por parte de algunos sectores que creen ver en el neoliberalismo, literalmente, la causa de todos los males del mundo. Tal concepto de neoliberalismo lo utilizan como un adjetivo que puede acompañar tanto al capitalismo (“neoliberal”) como a la globalización (también “neoliberal”) e incluso tienden a rotular a personas de ser “neoliberales”.

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A estos cambios se unieron los economistas del desarrollo que intentaron de ampliar el consenso para incluir la ayuda para desarrollo de los países pobres, como or ejemplo el Proyecto del Milenio (2000) de la ONU dirigido por Jeffrey Sachs y que buscaba disminuir la pobreza extrema, detener la propagación del VIH/Sida y garantizar el acceso universal a la educación. En el ámbito del desarrollo también emergieron problemas sobre la eficacia de esta clase de ayuda a países pobres. Como ya he señalado en otros artículos, economistas como William Easterly, Angus Deaton o Dambisa Moyo se muestran escépticos frente a esta clase de ayuda con un enfoque top-down tecnocrático y paternalista que no tiene en consideración la realidad política, social y cultural de los países a los cuales ayudan

[1] No hay consenso. Reseña sobre el Consenso de Washington y sugerencias sobre los pasos a dar 

 (http://www.economia.unam.mx/lecturas/inae4/u1l4.pdf)

[2] Jeffrey Sachs y Andrew Warner, “Economic reform and the process of Globalization https://www.brookings.edu/wp-content/uploads/1995/01/1995a_bpea_sachs_warner_aslund_fischer.pdf

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