11/17- La democracia totalitaria (por Jan Doxrud)

 11) La democracia totalitaria (por Jan Doxrud)

 

La omnipotencia en sí misma es una cosa mala y peligrosa (…) No hay sobre la Tierra autoridad tan respetable en sí misma, o revestida de un derecho tan sacro, que yo quiera dejar actuar sin control y dominar sin obstáculos. Cuando veo el derecho y la facultad de hacer todo a cualquier potencia, llámese pueblo o rey, democracia o aristocracia, sea que se ejerza en una monarquía o en una república, yo afirmo que allí está el germen de la tiranía.

Alexis de Tocqueville. La democracia en América.

 

La lección más importante que se obtiene de esta investigación es que existe incompatibilidad entre la idea de un credo que todo lo abarca y todo lo resuelve, y la libertad real.

 Yaakov Talmon. La democracia totalitaria.

 

La idea del  hombre nuevo  es una presente en las religiones, pero también en otros personajes como Mao o Ernesto Guevara, y que va de la mano con una antropología anticientífica e ingenieril en virtud de la cual el hombre puede ser moldeado a voluntad por agentes externos. Robespierre, así como también Saint-Just, también cayeron en el embrujo de concebir la política como agente de regeneración moral o, como afirma Talmon, en un esquema utópico de legislación moral que estaría a cargo de las instituciones republicanas. En palabras de Talmón:

“El proyecto de regeneración de Saint-Just intentaba ofrecer remedio a la influencia corruptora del poder y al peligro de la sustitución de la voluntad personal del gobernante en vez de la influencia de la ley, para conformar el modelo de la conducta moral. Las instituciones propuestas ofrecían un sistema detallado y preciso de leyes en el que no quedaba lugar para la acción arbitraria o torpe, ni tampoco, ciertamente, para la espontaneidad”.

En Chile,  Juan Egaña (1768-1836)  tuvo un proyecto similar plasmado en su “Código Moral” (con 625 artículos) y su idea de que los excesos de la libertad podían ser impedidos por una “fuerza moral”. Sería, en el caso chileno, el senado el encargado de velar por el cumplimiento de la moralidad católica y por las buenas costumbres. Como nos recuerda el historiador Simon Collier, para Egaña , y en esto seguía a Platón, un buen código de leyes era un tratado moral. Ahora bien, Egaña no pretendía hacer tábula rasa del pasado, sino que consolidar los valores tradicionales así como también mantener la influencia del catolicismo.

La meta de regenerar moralmente a la sociedad tuvo que ir acompañada del uso del terror continuo y sistemático por medio de la implementación de la guillotina. Esta regeneración implicaba hacer tábula rasa del pasado, esto es, barrer con todos los remanentes del Antiguo Régimen.

Caricatura inglesa sobre la Revolución Francesa

Caricatura inglesa sobre la Revolución Francesa

Así, el 20 de septiembre de 1793 el diputado Romme presentó ante la Convención un nuevo calendario en donde los nuevos tiempos comenzarían con la proclamación de la República en 22 de septiembre de 1792. De esta manera, el año se dividió en 12 meses y cinco días. El día se dividió en 10 horas y una hora en décimos (1 hora de la nueva división correspondía a 2 horas y 24 minutos del antiguo sistema). Como explica Peter McPhee, el calendario Gregoriano fue abandonado y los días de los santos y festividades religiosas fueron sustituidas por nombres extraídas de plantas, estaciones del año, herramientas de trabajo y de las virtudes. Por ejemplo, el otoño se dividió en Vendimiario (vendimia), Brumario (bruma) y Frimario (escarcha). Lo mismo sucedió con el golpe de Estado bolchevique que fue seguida de una “revolución onomástica” que afectó a nombres de calles, cafés y buques, en donde los nombres de los zares fueron sustituidos por nombres tales como “ciudadano”, El Hombre Libre” o “Amanecer de la Libertad”. 

Con esto no se quiere dar a entender que tales autores eran comunistas ya que defendían la propiedad privada aunque, hubo casos, como el de Étienne-Gabriel Morelly, quien fue un comunista consecuente e inspirador de otros posteriores. Como nos recuerda Talmon, para Morelly la avaricia era una peste y una fiebre que tenía su origen en la propiedad privada. Como comenta Talmon:

“La visión comunista de Morelly de la sociedad perfecta presupone un totalitarismo espiritual, además de un plan perfecto. El sistema de producción y consumo se basaría en almacenes públicos a los que se llevaría toda la producción, y desde los que se haría la distribución de acuerdo a las necesidades. Habría un plan general”.

Afiche inglés comparando la revolución inglesa con la francesa

Afiche inglés comparando la revolución inglesa con la francesa

Otro ingrediente dentro de este relato de rendención terrenal es el pesimismo, no tanto de Morelly, sino que de otro pensador: Gabriel Monnot de Mably quien, como señala Talmón, tuvo una actitud que se vio determinada por la idea secularizada de la caída del ser humano y del pecado original (pecado que puede adoptar varias formas: imperialismo, neocolonialismo, neoliberalismo). 

En lo que respecta a la  economía, Talmon comienza señalando en el capítulo IX que la gran línea divisoria  entre las escuelas principales de filosofía social versaban sobre su actitud frente a la esfera económica. Una primera actitud defiende la idea de que tal esfera debía ser concebida como un campo abierto para el juego de la libre iniciativa en donde el Estado solo interviene ocasionalmente para fijar reglas generales y liberales del juego. La segunda actitud concibe la esfera económica como una en donde la totalidad de los recursos y habilidades humanas, desde un inicio, pueden ser tratados como algo que “debe ser formado y dirigido, de acuerdo a un principio definitivo, siendo este principio la satisfacción de las necesidades humanas. En la segunda mitad del siglo XVIII la Convención en Francia votó el decreto contra la especulación con la cual el libre comercio quedó suprimido. Otro decreto convirtió a los panaderos en funcionarios del Estado y también apareció una ley imponiendo precios máximos de artículos de primera necesidad.

Al final, la economía francesa terminó operando bajo la férrea dictadura de la Comisión de Subsistencia. La armonía social y la satisfacción absoluta de las necesidades del más desdichado de la sociedad constituían argumentos suficientes para violar el derecho de propiedad y perseguir a los especuladores y acaparadores. Esta idea de control del sistema económico revivió en el comunismo del siglo XX, por ejemplo, en el sistema de planificación central soviético o la dictadura económica y laboral establecida por los jemeres rojos en Camboya. Ya he argumentado en otros artículos la ineficiencia y fracaso de tal sistema, tal como lo advirtió Ludwig von Mises en la década de 1920 con la imposibilidad del cálculo económico y posteriormente (y desde un punto de vista epistemológico), Friedrich Hayek.

Hacia el final de su obra concluye Talmon que la democracia totalitaria es un fenómeno de la tradición occidental del siglo XVIII, específicamente, del proceso revolucionario en Francia que llegó a su máximo grado de violencia con el “Terror” bajo los jacobinos. Así, ideologías como el marxismo del siglo XIX fue solo una expresión más de esta democracia totalitaria. ¿Por qué remontarse al siglo XVIII? Explica el autor que fue en es siglo cuando se concibió el “orden natural” como algo alcanzable lo cual habría dado origen a una actitud mental desconocida en la esfera política. Tal actitud se caracterizaba por la creencia en que la historia se dirigía necesariamente hacia un desenlace, de manera que algunos privilegiados habrían sido capaces de identificar no sólo las fuerzas motoras de la historia, sino que también el final hacia el cual se dirigía. 

Desde los tiempos del emperador Diocesano hemos sido testigo de las nefastas consecuencias de los controles de precios.

Desde los tiempos del emperador Diocesano hemos sido testigo de las nefastas consecuencias de los controles de precios.

Tal estado mental, añade Talmon, encontró su expresión en la tradición democrática totalitaria que puso al ser humano en el centro y como punto absoluto de referencia. Así, se buscó liberar al ser humano de toda dependencia y eliminar todas las diferencias, así como también las desigualdades, apunta Talmon. Consecuencia de lo anterior es que se borró cualquier límite que existiera entre el ser humano y el Estado. Tal relación entre el ser humano y el Estado, escribe Talmon, se oponía a la diversidad natural, a los múltiples grupos sociales y a la espontaneidad humana. La expresión de la voluntad general fue canonizada y la democracia plebiscitaria se tornó en el medio de la expresión de la soberanía del pueblo. Bobbio añade que el  ideal de la democracia directa se ha mantenido con vida en grupos radicales que consideran el principio de representatividad como una errónea desviación de la idea del “gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo”

Por su parte Francois Furet (1927-1997)  nos recordaba que el escritor suizo Benjamin Constant (1767-1830) escribió que Robespierre y sus amigos creían que había que esmerarse en retornar a la democracia directa de los antiguos griegos que estaba fundada sobre la virtud cívica. El lado lúgubre de este ideal fue que el uso arbitrario de la coerción se transformaría en la norma. En palabras de Talmon:

“A fin de crear las condiciones de expresión de esa voluntad general, se creyó necesario eliminar los elementos que la torcieran, o, al menos, negar su real efectividad. El pueblo había de ser liberado de la perniciosa influencia de la aristocracia, de la burguesía, de los intereses creados, e incluso de los partidos políticos, de modo que ahora pudiera querer con eficacia lo que estaba destinado a conseguir”.

Por su parte Furet explicaba que la Revolución francesa había sido una sucesión de jornadas y batallas en torno a una sola idea:  “que el poder sea del pueblo, principio único e indiscutido, pero encarnado en hombres y en equipos que, por turnos, se arrogan esa legitimidad sin poder inscribirla nunca en instituciones verdaderas”

Pero como suele suceder, el pueblo no se guía solo y siempre en estos escenarios surge ese grupo de verdaderos iluminados, la vanguardia leninista, quienes creen haber descifrado cual es el motor, curso y desenlace de la historia mundial y, por ende están dotados de una sensibilidad y conocimiento que los convierte en los guías de la revolución.

La revolución es como Saturno tal como está representado en el cuadro de Goya: termina devorando a sus propios hijos

La revolución es como Saturno tal como está representado en el cuadro de Goya: termina devorando a sus propios hijos

La revolución  se transforma en un proceso inacabable que esta siempre en gerundio, un proceso permanente. La revolución es un proceso pero, a su vez, constituye una meta a la cual nunca se llega, por diversas razones, reales o imaginadas. La voracidad, insaciabilidad y la gula revolucionaria termina por destruir y engullir todo lo que, en su paranoia y afán de purificación, percibe como el enemigo impuro. Mararat, Robespierre y Saint-Just fueron ejecutados, y en el siglo XX igual suerte corrieron Zinoniev, Kamenev, Bujarin o Trotsky. La purificación moral de la humanidad solo puede lograrse por medio de la “violencia revolucionaria” que no escatima de valerse de cualquier medio para alcanzar la utopía: la revolución termina convirtiéndose en un fin en sí mismo.

Como ya señalé, para dirigir este proceso se encuentran aquellos elegidos y ungidos, la vanguardia o los “cuadros”, que gozan de una visión de mundo privilegiada que le ha sido velada al resto de la humanidad. Es por esto,  por ende, que tienen la misión de guiarla para que pueda trascender la visión limitada, egoísta y egocéntrica y diluirla en la “koinonía”, participación o comunión radical donde queda extinguida la personalidad, individualidad e intimidad. Finalizo con las siguientes palabras de Furet:

“Todos los revolucionarios de 1793 en Francia habían querido ser fieles a las promesa de igualdad democrática, descender de lo político a lo social, instituir una sociedad en que el individuo de los intereses y de las pasiones egoístas hubiese cedido al ciudadano regenerado, único actor legítimo del contrato social. Esta intención había sido su único título para llegar al poder, ¡pero qué título! Eminente, autosuficiente, superior a cualquier Constitución”-

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Si bien en el siglo XXI no hemos presenciado el fenómeno de un “totalitarismo democrático”, si somos testigos de nuevas formas de autoritarismos que ya no obedecen necesariamente a los modelos de dictaduras del siglo XX. Como ya he argumentado en otro artículo sobre los nuevos autoritarismos, los nuevos dictadores utilizan y manipulan la democracia a su favor, manteniendo solo de manera formal y cosmética el Estado de Derecho. Pero, lo que estos personajes hacen para perpetuarse en el poder, una vez utilizado el método democrático para acceder a este, es modificar leyes, confeccionar constituciones a la medida y apoderarse los órganos del Estado con sus partidarios. Ese es, hasta cierto punto, el camino seguido en Rusia, Venezuela, Bolivia o Nicaragua y, esperemos que no se transforme en la tendencia en más países.

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