10/17-La democracia totalitaria (por Jan Doxrud)

10) La democracia totalitaria (por Jan Doxrud)

Los dos grandes  elementos de diferenciación entre una democracia y una república son los siguientes: en primer lugar, en el caso de esta última (república), hay una delegación de la acción gubernativa y un pequeño número de ciudadanos elegidos por los demás; en segundo lugar, ella (república) puede extender su influencia sobre un número mayor de ciudadanos y sobre una mayor extensión territorial 

James Madison. El Federalista

Los ideales corresponden a los dos instintos más hondamente arraigados en la naturaleza humana, el anhelo de salvación y el amor a la libertad. El intento de satisfacer ambos a la vez conduce, si no a una cruda tiranía y servidumbre, a lo menos a una colosal hipocresía y decepción que son concomitantes a las democracias totalitarias. Este es el resultado de los credos salvacionistas: haber nació de los más nobles impulso del hombre y caer en las garras de la tiranía

Jacob Talmon. La democracia totalitaria

Retomo aquí la serie de artículos que he escrito sobre la democracia. Esta vez examinaremos el fenómeno de la “democracia totalitaria”. La idea de que una sociedad debe (y puede) ser regida por un único y exclusivo principio rector  que hace oídos sordos y ojos ciegos ante la diversidad, complejidad y el carácter sistémico de una sociedad no es nuevo. Esta no ha sido solo una pretensión de los monoteísmos universalistas y proselitistas, sino que también de los totalitarismos ideológicos como fue el caso del comunismo en el siglo XX. La idea de que algo anda mal, la sensación de que algo se ha perdido, una suerte de edad dorada abandonada y que tenemos que recuperar toma diversas formas. Por ejemplo, en las ideas planteadas por los teóricos del Socialismo del Siglo XXI (tal como lo he detallado en una docena de artículos) se ajustan formalmente a esta clase de relato. Bajo un lenguaje moralista, emocional y pesimista, denuncian la pérdida de la solidaridad, la bondad y la belleza en las sociedades actuales debido al advenimiento del neoliberalismo, que promueve la competencia, el materialismo y el consumismo. 

En este relato específico es el neoliberalismo el concepto elegido para cargarle con todos los males del mundo: económicos, políticos sociales, valóricos, culturales, etc. Para extirpar ese mal se debe llevar a cabo una revolución que implica una “renovatio mundi”  total , así como también una renovación completa del ser humano, sus deseos, valores y tradiciones. La mentalidad utópica totalitaria tiende a ver a todos los demás sistemas de pensamiento tal como se percibe a sí misma, es decir, tienden a creer que los demás sistemas ideológicos son igualmente totalitarios y omniabarcante. Así, en este caso específico, cierto sector de la izquierda percibe al neoliberalismo como una ideología equivalente (en sus pretensiones) y rival del socialismo. Es por ello que el cambio no puede pasar por meras reformas, puesto de lo que se trata es de cambiar el sistema mismo.

Si bien, la revolución violenta ha quedado en el pasado dentro de la retórica socialista, existen otros medios para llevarla a cabo: la democracia. La democracia liberal, caracterizada por ser indirecta, representativa, por tener una división de los poderes del Estado y un Estado e Derecho, se convierte en el caballo de Troya para el ingreso de las nuevas cabezas totalitarias que pretenden renovar y refundar países bajo un único principio rector. Tales personajes, una vez en el poder, tienden a rechazar las instituciones de la democracia liberal, incluyendo el principio de representatividad (cuando las mayorías ya no le sirven), así como también la división de poderes. 

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Estos personajes tienden a  convertir la democracia en una religión  en donde el “pueblo” es enaltecido como la nueva deidad con una sabiduría y bondad incuestionables . Así, se va gradualmente pavimentando el camino hacia uno de los peores totalitarismos: aquel que descansa en la complicidad de las masas cuyos deseos, apetitos, pasiones y anhelos no conocen límites. Así,  el “Pueblo”  quedará integrado solamente por aquellas personas que se adhieran acríticamente a los principios ideológicos que la élite redentora imponga, de lo contrario, pasarán a ser parte del “no-pueblo”, apátridas y traidores. Estas divisiones no estaban exentas de consecuencias prácticas, puesto que quien no pertenecía al “volk” de Hitler, al “popolo” de Mussolini o al pueblo ruso de Stalin (especialmente durante la Segunda Guerra Mundial ) quedaba prácticament eanulado como individuo portador de derechos. Por ejemplo, Boris Kolonitskii y Orlando Figes, nos señalan el ambiente que se respiraba con la revolución en Rusia en 1917:

“Una señal en 1917 era la comprensión c omún de la palabra democracia. Empezó siendo un concepto político universal – que incluía a todo el pueblo en una república democrática. Pronto se convirtió en un término social exclusivo – que separaba al pueblo obrero de los burgueses”.

Más adelante añaden los autores:

“Pero en Rusia, en 1917, la interpretación social de la palabra democracia no solamente dominaba, sino que era dictatorial: no se permitía desafiarla con ninguna otra construcción del término. Democracia se entendía casi universalmente como el pueblo llano y su contrario no era la dictadura , sino la burguesía o, incluso toda la sociedad privilegiada”.

El académico israelí,  Yaakov Talmon (1916 - 1980),  aborda este fenómeno de la democracia totalitaria, rastreando sus orígenes en el siglo XVIII. Este no es un tema inédito y ya la tiranía de las mayorías había sido abordada por los griegos, por Polibio (oclocrasia) y Alexis de Tocqueville. Este último autor en su célebre “Democracia en América” se refirió a la tiranía de la mayoría. Como explica Norberto Bobbio, el principio de mayoría constituye un principio igualitario en cuanto a que pretende hacer prevalecer la fuerza del número sobre la de la individualidad y haciendo eco de Tocqueville, 

reposa sobre el argumento de que hay más cultura y sabiduría en muchos hombres reunidos que en uno solo, en el número más que en la calidad de los legisladores. Es la teoría de la igualdad aplicada a la inteligencia”.  

En suma la democracia en sí misma no es liberal ni es sinónimo de libertad. Autores como Mill o de Tocqueville, antes de ser demócratas, eran liberales . Es importante tener esta consideración y no considerar democracia y libertad como sinónimos.  Como explicaba Norberto Bobbio (1909-2004),  la igualdad y la libertad constituyen valores antitéticos en el sentido en el que no se puede realizar en plenitud uno sin limitar fuertemente el otro. En palabras del filósofo italiano:

“Liberalismo e igualitarismo tienen sus raíces en concepciones del hombre y de la sociedad profundamente diferentes: individualista, conflictiva y pluralista la liberal; totalizante, armónica y monista la igualitaria”

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Ahora bien como señalaba  Bobbio  democracia y libertad eran compatibles y estaban ligados, y era el “Estado liberal” el único capaz de promover ambos ideales. Pero, por otro lado, advertía el mismo autor, democracia y libertad podían ser antitéticos  en el sentido de que la democracia, llevada a sus consecuencias extremas podía destruir el Estado liberal. Así, para Bobbio, en lo que respecta a los diversos significados de la palabra “igualdad”, el liberalismo y la democracia no coincidían. En virtud de lo anterior se pregunta el filósofo italiano “¿en qué sentido la democracia  puede ser considerada como la consecuencia del Estado liberal como para justificar el uso de la expresión democracia-liberal para designar a cierto número de regímenes actuales?”. Para Bobbio la democracia puede ser considerada como el desarrollo natural del Estado liberal,  “a condición de que no se considere la democracia desde el punto de vista de su ideal igualitario sino desde el punto de vista de su fórmula política que (…) es la soberanía popular”.

Regresando a Talmon,  el autor nació en Polonia y en 1934 abandonó el país para estudiar en la Universidad Hebrea de Jerusalén que, en ese momento, era aparte del Mandato Británico. Tras un paso por Francia, luego tuvo que huir (producto de la amenaza nazi) a Londres donde obtuvo su Doctorado en el London School of Economics. Uno de sus principales trabajos aborda el tema de la democracia totalitaria  junto a la influencia del romanticismo, la figura de Rousseau y otros intelectuales ilustrados. Lo que unía varios de estos pensadores era la idea de que la libertad solo puede alcanzarse (y digna de ser alcanzada) cuando se persigue y se alcanza un fin colectivo absoluto. Esto es lo que el autor denomina como democracia totalitaria y mesiánica, y es lo que abordaré, no exhaustivamente, a continuación.

En la introducción de su libro  “El origen de la democracia totalitaria” (1952), el autor explica que el objetivo de su libro es demostrar que, junto al surgimiento de la democracia liberal, emerge también otro fenómeno desde el siglo XVIII: el surgimiento de la democracia totalitaria. Así, de entrada, tenemos que el autor diferencia entre dos escuelas de democracia. Tenemos, por un lado, la democracia liberal y empírica que acepta la incertidumbre de la vida, la posibilidad de que la política sea materia en la cual se puede acertar y errar, reconoce también la existencia de otros planos en donde las actividades colectivas y personales exceden el campo de la política. Por otro lado, tenemos la ya  mencionada democracia totalitaria, de carácter mesiánica y que se fundamenta en la creencia de que solo existe una verdad política exclusiva a partir de la cual se organizan todas las esferas de la vida. Es en este sentido que Talmon la describe como un “mesianismo político” puesto que esta clase de  democracia “postula esquemas de realidades perfectas, preordenadas y armoniosas, hacia las cuales los hombres son llevados irremisiblemente y a las que están obligados a llegar”. 

Como consecuencia de lo anterior, esta clase de democracia no concibe que puedan existir esferas sociales que escapen al control del Estado, de manera que nada ni nadie escapa a la política. El concepto de política queda estrictamente subordinado al Estado de manera que cuando hablamos de política hablamos, necesariamente, de Estado.  Si bien ambas escuelas valoran la libertad, tenemos que la democracia liberal la concibe como espontaneidad y ausencia de coacción, mientras que la totalitaria piensa que tal libertad solo se alcanza por medio de un plan y el logro de un propósito absoluto. Es aquí donde llegamos a una paradoja sobre la democracia totalitaria y su concepción de la libertad. Talmon se pregunta si es acaso compatible la libertad humana con la idea de un modelo “exclusivo” de organización (y existencia) social que busca la salvación del ser humano en este mundo. En virtud de lo anterior, Talmon explica que el estudio de la democracia totalitaria requiere de un estudio de las mentalidades, modos de sentir, de elementos emocionales y comportamentales (de aquellos quienes promueven esta clase de democracia)

¿Cómo se puede conducir a los seres humanos hacia la libertad y la felicidad? Sabemos que, si bien la naturaleza humana no es rígida, tampoco es infinitamente plástica, de manera que se hace complejo someter a una sociedad a los dictados de una única y exclusiva filosofía social que pretende diseñar y planificar el destino de esta misma. El ser humano busca el interés propio como lo resaltó Adam Smith, una forma de egoísmo sana o de amor propio que busca el beneficio de uno mismo y de nuestro más cercanos. Pero este interés propio, a su vez, puede crear un beneficio no intencionado para otros seres humanos. Por ende,   nos encontramos ante el dilema de equilibrar este interés propio con aquel otro interés que busca el denominado “beneficio social” o  “bien común”. 

Talmon señala que algunos filósofos ilustrados vieron en la educación, las instituciones y en la legislación un medio para llegar a alcanzar un equilibrio entre el instinto de la búsqueda del bien personal con el de la búsqueda del bien común. Todo muy bien, pero cabe preguntarse ¿cuál es el costo de tal titánica tarea de buscar la sociedad perfecta en donde abundan personas desinteresadas y que tienen como prioridad la búsqueda del bien común? Debemos ser precavidos y no caer en la falacia moralista, esto es, el pretender inferir un hecho a partir de un deseo, valor, imperativo o enunciado moral o deóntico. En otras palabras, la falacia moralista consiste inferir el “es” del “debe” (“los seres humanos deberían ser iguales, por lo tanto son iguales). Frente a esto señala Talmon:

“La propia idea de un sistema autosuficiente, del cual todo mal y toda falta de felicidad han sido excluidos, es ya totalitaria. La suposición de que tal esquema ideal sea factible y en verdad inevitable es una invitación a proclamar un régimen que contenga en sí tal perfección, a exigir también de los ciudadanos aceptación y sumisión y a tachar a toda oposición  de viciosa y perversa”

“La Libertad guiando al pueblo”: Delacroix retrata la insurrección parisina de julio de 1830 (Trois Glorieuses), que puso fin al el reinado de Carlos X y el ascenso a Luis Felipe de Orleans

“La Libertad guiando al pueblo”: Delacroix retrata la insurrección parisina de julio de 1830 (Trois Glorieuses), que puso fin al el reinado de Carlos X y el ascenso a Luis Felipe de Orleans

Otro punto importante de Talmon es la concepción de democracia que tenían algunos filósofos ilustrados. Para estos, la democracia no consistía en una competencia pacífica por el poder por medio de elecciones, puesto que rechazaban la idea de la existencia de diversos puntos de vistas e intereses que chocaban en la arena pública. Así, de acuerdo al autor, los primeros padres de la democracia del siglo XVIII defendían la unidad y la unanimidad, de manera que el principio de diversidad solo vino después, cuando quedaron en evidencia las complicaciones del “principio de homogeneidad” tras la experiencia de la dictadura jacobina. 

Si creemos en la existencia real de una  voluntad general o una voluntad del pueblo, entonces no tiene sentido que existan división al interior de una sociedad. Rousseau, explica Talmon, llegó a postular la existencia de un “Legislador” que posee una visión panorámica y que escapa a la influencia de intereses parciales y de las pasiones. Continúa explicando Talmon que el “Legislador” preparaba al pueblo para desear la voluntad general y eliminar en los seres humanos todas aquellas influencias que no son del “pueblo” y que no se identificaban con la “voluntad general”. Continúa explicando el mismo autor:

La labor del Legislador es crear un nuevo tipo de hombre, con una nueva mentalidad, con nuevos valores, un nuevo tipo de sensibilidad, libre de los viejos instintos, prejuicios y malos hábitos”.

 

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