4) Octubre de 2019: ¿El fin del “oasis” chileno? ¿Qué es lo que anda mal en el país? (por Jan Doxrud)

4) Octubre de 2019: ¿El fin del “oasis” chileno? ¿Qué es lo que anda mal en el país? (por Jan Doxrud)

El lunes 28 el Presidente Piñera finalmente  anunció su nuevo gabinete. En el ministerio del Interior, Andrés Chadwick fue reemplazado por Gonzalo Blumel. En Hacienda otra figura emblemática, Felipe Larraín, fue reemplazado por el economista y ex decano de la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibañez:Hernán Briones. La Segpres fue asumida por Felipe Ward y el ministerio de Bienes Nacionales fue asumido por Julio Isamit. Cecilia Pérez dejó la Secretaría general de Gobierno, puesto que fue asumido por la Intendenta Karla Rubilar (Cecilia Pérez asumió el Ministerio de Deporte). El miércoles 30 el Presidente Piñera decidió suspender la cumbre Apec y Cop25. En palabras del Piñera:

“dadas las difíciles circunstancias que ha vivido nuestro país, y que hemos vivido todos los chilenos durante las últimas semanas, y considerando que nuestra primera preocupación y prioridad como gobierno es concentrarse absolutamente en, primero, restablecer plenamente el orden público, la seguridad ciudadana y la paz social; segundo, impulsar con toda la fuerza y la urgencia que se requiere la nueva agenda social para responder a las principales demandas de nuestros ciudadanos; y tercero, impulsar un amplio y profundo proceso de diálogo para escuchar a nuestros compatriotas”.

Pasemos ahora a otro tema. ¿Qué sucedió en Chile? Ya todos sabemos algunos temas medulares (y para nada nuevos) que reclaman las personas. Varias palabras salen a la luz: AFP, pensiones, endeudamiento, desigualdad, pobreza , salud, Isapre, Fonasa, nueva Constitución, etc. En Chile no existe “un malestar” sino que varios “malestares” que afectan a distintos sectores socioeconómicos en distintos grados y de diferentes formas. Una pregunta interesante es ¿por qué razón existe este malestar si, de acuerdo a diversos datos, Chile es un país que sobresale en comparación con los demás países latinoamericanos?Tenemos que Chile.  En el año 2017 nuestro país se encontraba en el puesto nº25 (de 125 países) en el Índice de Progreso Social, desarrollado por Michael Porter (Harvard) y Scott Stern (MIT). Tal indicador se fundamentaba en indicadores agrupados en 3 categorías: necesidades humanas básicas, bienestar fundamental y oportunidades de progreso. 

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Según el Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social,  lideró el índice de calidad de empleo latinoamericano en el 2018. Ese mismo año Chile lideró también en  materia de innovación y competitividad.  También en el 2018 el Programa de Naciones para el Desarrollo destacó que Chile mantiene el primer lugar dentro de América Latina en materia de Desarrollo Humano y número 44 a nivel mundial. Continuando en el 2018 el Índice de Capital Humano del Banco Mundial estableció que Chile era el mejor país, dentro de América Latina, en capital humano y nº 45 del ranking (de un total de 157 países)

En el 2019  la  Comisión Económica para América Latina (Cepal) en su documento “Panorama Social de América Latina” señala que Chile redujo su procentaje de pobreza a un 10,7% (desde un 13,7%). En palabras su Secretaria Ejecutiva Alicia Bárcenas: 

"Hay países que han logrado avanzar mucho en pobreza extrema, casi superándola en el caso de Chile, Uruguay y Argentina"

Lo mismo había afirmado la  encuesta CASEN (aunque el desafío estaba en la distribución de ingresos) y un estudio del Banco Mundial en su Atlas de Objetivo  de Desarrollo Sostenible que ubicó en el sexto lugar a nuestro país dentro del ranking de naciones cuyo 40% de población más pobre mejora económicamente más rápido, en comparación al promedio mundial.

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También en el 2019 un  informe de las Naciones Unidas ubicó a Chile como el país con menor tasa de homicidios en América Latina, por debajo de la media mundial de 6,1 crímenes por cada 100 mil personas. También cabe destacar la estabilidad Chile en materia inflacionaria cuya variación (IPC) fue  nula  durante  septiembre, acumulando una inflación  del 2% en lo que va del 2019. Por su parte, el Fraser Institute señaló en el 2019 que Chile era  el sexto país más atractivo en el mundo para invertir en minería  (y primer a nivel Latinoamericano). En lo que respecta al  Índice de Libertad Económica  (2019) Chile se encuentra en el lugar 18 y número 1 a nivel latinoamericano. Los 4 pilares que mide este índice son: Estado de Derecho, tamaño del gobierno, eficiencia regulatoria y apertura de los mercados.

El “World Justice Project” que elabora el  “índice de Estado de Derecho”  ubica a Chile en el puesto número 25 a nivel mundial y primer a nivel latinoamericano . En el 2019 el “World Happiness Report” situó a Chile en el puesto 26 a nivel mundial y primero a nivel latinoamericano. En ese mismo año “Bloomberg New Energy Finance” posicionó a Chile en el primer lugar en el ranking de mercados atractivos para  invertir en energías renovables. El país también se ha destacado por liderar los últimos 5 años como el mejor destino de turismo aventura dentro de Sudamérica y lidera, dentro de América Latina, la venta per cápita de comercio electrónico. Ese mismo año  Forbes mantenía a Chile como el mejor país para hacer negocios dentro de América Latina.

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Dado lo anterior, no resulta banal preguntar ¿cuáles son los malestares de nuestro país? Vayamos por partes. Es importante recordar que una  sociedad es un sistema, es decir, un objeto complejo constituido por partes interdependientes y que, de sus interacciones, emergen propiedad de las cuales carecen sus componentes individuales. Por lo demás este sistema que llamamos sociedad está compuesto de otros sistemas como el biológico, puesto que el ser humano no se reduce a cultura, ya que es un ser con necesidades primarias como la supervivencia, alimentación, crianza o búsqueda de seguridad de sí y sus cercanos. También tenemos el  sistema económico  en donde tenemos la creación de riqueza, la producción y distribiución de bioenes y servicios, relaciones laborales, etc.

En tercer lugar tenemos el  sistema político que se ocupa de la administración legal del poder y, por último, tenemos el  sistema cultural  que involucra ideas, ideologías, creencias, valores etc. Así, tenemos que los problemas sociales muchas veces son  problemas sistémicos que no tienen soluciones simples. Lamentablemente los objetivos nobles y las buenas intenciones no bastan y pueden terminar por empeorar aún más el problema o generar otros mayores, tal como destacó el sociólogo  Robert K. Merton  a propósito de las  consecuencias no intencionadas  de la acción (también conocido como el “efecto cobra”). Es por ello que las políticas públicas deben ser abordadas y diseñadas con seriedad, y no caer en reduccionismos absurdos. Es este enfoque sistémico el que nos previene de caer en reduccionismos como que un cambio e constitución o la destrucción del “neoliberalismo” resolverá los principales reclamos de los chilenos.

Uno de los temas que ha sonado con fuerza el tema de  la desigualdad.  La desigualdad es una consecuencia del progreso y el crecimiento económico, al menos, desde la Revolución industrial. Como aseveró el economista del desarrollo Angus Deaton“La desigualdad global fue creada, en gran medida,  por el éxito del crecimiento económico moderno”.  De acuerdo a Deaton, la desigualdad es consecuencia del progreso puesto que no todos se enriquecen al mismo tiempo y no todos tienen un acceso inmediato a los medios que salvaguardan la vida. Pero la conclusión lógica de esta aseveración no es naturalizar la desigualdad y mantenernos impávidos e indiferente ante esta. Como señala el mismo Deaton, ls desigualdad puede inhibir el progreso o afectar al progreso.

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Resulta importante precisar  qué se quiere decir con desigualdad  y, en segundo lugar, cómo podemos abordar la cuestión. Por ejemplo,  en materia económica debemos precisar bien este concepto, puesto que en ese ámbito la desigualdad se refiere a las diferencias en la distribucion de una variable determinada.  En virtud de lo anterior podríamos preguntarnos qué desigualdad es la que más nos debería preocupar  ¿desigualdad de ingresos?  (lo que gano),  ¿desigualdad patrimonial?  (lo que tengo) o  ¿desigualdad de consumo? Otro tema que da para numerosas paginas nace de la pregunta ¿Importa más la desigualdad o la pobreza? El informe “Desiguales” del PNUD  nos señala que las desigualdades que tienen su origen en las diferencias en las distintas cantidades de recursos de que disponen las personas en la forma de ingresos, riqueza, empleos, educación, salud, vivienda y otros aspectos que permiten funcionar efectivamente en la sociedad. Así, de acuerdo a este informe, la desigualdad no se reduce a los ingresos puesto que también  abarca temas, sociales, políticos, culturales, territoriales, étnicos, raciales y de género. 

El informe no aboga por una igualdad de resultados ni nada parecido. Es más, basándose en los trabajos de Pierre Rosanvallon, el informe señala  no podemos hablar de una “igualdad en general” sino que en singular, ya que esta siempre se refiere a una propiedad en común. En lo que respecta al tema de los ingresos, el informe es claro en señalar que las diferencias de salarios “no siempre constituyen una desigualdad, especialmente si descansan en criterios aceptados y no atentan contra la dignidad o el bienestar de quienes reciben menos” (tenemos una desigualdad de ingresos pero que no se traduce en que el que gana menos no tenga acceso a los bienes y servicios básicos). La interrogante nuclear que plantea el informe “Desiguales” queda plasmada en la siguiente pregunta ¿Cuándo una diferencia de recursos (ingresos, educación, etc.), de prestigio o de influencia política se puede calificar como desigualdad? 

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No entraré en detalles sobre est e tema, ya que no es mi objetivo proponer soluciones a problemas complejos que, por lo demás, exceden mis competencias. Pero es importante definir el problema (por ejemplo ¿a qué desigualdad nos referimos?) para poder adoptar medidas serias y no caer en la demagogia que proponen soluciones reduccionistas, es decir, reducen el tema como el de la desigualdad o la pobreza a una sola variable. Pero ya sabemos que la pobreza es multidimensional y que la desigualdad no afecta a una sola variable. Surge así ese tan repetido dilema: ¿crecimiento o igualdad? Pero ¿acaso está bien planteada esta pregunta? La verdad es que este es un falso dilema.

Es importante no caer en el populismo redistributivo que ha demostrado ser un fracaso. La distribución de la riqueza ayuda pero los países no se enriquecen por medio de esta sola medida. Como explicaban los economistas  Rudiger Dornbusch (1942-2002) y Sebastián Edwards en su “Macroeconomía del populismo” (que, por lo demás,  nos ayuda a explicar, en parte, lo sucedido en el caso venezolano) explican que este enfoque macroeconómico tiende a aplicar   políticas expansivas con una acelerada redistribución que generan inicialmente un elevado crecimiento con aumento de remuneraciones reales. El problema es que esto, a la larga, lleva a un aumento del nivel general de precios con la consecuente política de controles de precios que intentan reprimir las presiones inflacionarias.  

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El aumento del poder adquisitivo termina siendo una ilusión y en algún momento las personas terminarán percatándose de cómo el poder adquisitivo de la moneda va disminuyendo. Políticas redistributivas no constituyen una bala de plata de manera que deben combinarse con el crecimeitno económico, puesto que la riqueza no es estática, no es una torta que se encuentra “ahí” para ser repartida, de manera que hace necesario buscar un equilibrio entre estos dos conceptos de manera que las políticas tributarias no termine por afectar el crecimiento.

El economista y ex Ministro de Hacienda del segundo gobierno de Michelle Bachelet, Rodrigo Valdes,  aborda el tema del “trade-off” entre crecimiento económico en el “Latin American Policy Journal” (2918). Explica que la centro-izquierda, a diferencia de la derecha, tiende a favorecer las políticas redistributivas. Pero existe un tema central que pon e un limite al alcance de tal clase de política y es el hecho de que el votante medio ha experimentado en las últimas décadas. Valdés aboga por un  equilibrio apropiado entre las políticas redistributivas y de crecimiento económico. Si bien, reconoce que existe alguna evidencia de que en ciertos casos no existe una compensación entre crecimiento y redistribución (casos en que la desigualdad extrema podría hacer que el crecimiento sea inviable), igualmente afirma que los líderes políticos enfrentan compensaciones económicas entre estos objetivos y eligen diferentes combinaciones de crecimiento y ciertos esfuerzos de redistribución.

En sus reflexiones finales, Valdés señala que  una pregunta crítica es cómo poder equilibrar las compensaciones de redistribución y crecimiento. Añade que la centro-izquierda, casi por definición, se inclina hacia una mayor redistribución, pero lo crucial resulta calibrar minuciosamente cuánto debemos sacrificar en términos de crecimiento. Explica el economista chileno que, cuando los ciudadanos valoran el crecimiento del ingreso y, más aún, cuando lo han experimentado, constituye un error suponer que una agenda centrada en la redistribución puede triunfar. Por otro lado se necesita la adopción de una estrategia creíble para el crecimiento y tal estrategia probablemente fracasará si se olvida la relevancia, dentro de un sistema económico, de contar con una economía de mercado que funcione de manera óptima y un sector privado sólido. Con esto, Valdés dice no pretender que la debamos olvidar el tema de la equidad. 

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Todo lo contrario, explica que la centro-izquierda tiene como misión principal una sociedad más justa. Pero esto debe ir acompañado de una  calibración cuidadosa de las compensaciones entre redistribución y crecimiento, puesto que el aumento de los ingresos también es fundamental. Esto es aún más relevante cuando el alcance de la redistribución del ingreso no es grande cuando se lo compara con lo que el crecimiento puede ofrecer, al menos en términos de expansión de las posibilidades de consumo. Otro Minsitro de Hacienda, del primer gobierno de  Bachelet, Andrés Velasco, explica que el remedio para la  mala  distribución en América Latina no radica   solamente en   los   cuantiosos   impuestos   a la riqueza.  Para el conomista chileno la redistribución de activos o de la renta de capital a los  más  pobres  puede  propiciar  la igualdad, pero no hay que ignorar que existen límites al monto de las  rentas  que  el  aparato  fiscal  puede redistribuir. En palabras de Velasco:

“Lograr que Chile y algunos de sus vecinos se transformen en países con los niveles de igualdad de la  OCDE  requiere  mucho  más  que  una  reforma  tributaria (…) si  el  campo de  juego de una sociedad está muy desnivelado  desde  un  inicio, esa  sociedad  seguirá  bastante desigual  aun después de una importante redistribución fiscal”.

Haciendo alusión al trabajo del director del Institution   for  Social and Policy  y  profesor  de  la  Universidad  de  Yale, Jacob Hacker, Velasco señala que la política económica debería enfocarse en la “pre-distribución”, esto es, en la estructura de la renta salarial  determinada  por el mercado. Para mejorar esta pre-distribución del ingreso existen tres herramientas.  La primera es la reforma en materia educacional, con un énfasis en la educación técnica. La segunda herramienta consiste en implementar políticas industriales focalizadas  que  puedan  crear  una demanda de los servicios de esos trabajadores y sus nuevos conocimientos.  En tercer lugar,  está  la   modernización  de  los  mercados de trabajo, de manera tal que pueda facilitar mejor “el   calce   entre   las   destrezas  de  los  trabajadores  y  las necesidades particulares de las empresas, en un contexto productivo cada vez más heterogéneo”.

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Otro economista como  Klaus Schmitt-Hebbel, Jorge Quiroz y Juan Andrés Fontaine, en su contribución al informe “95 propuestas para un Chile mejor” (2013) explican que el crecimiento económico es una condición necesaria para el desarrollo socioeconómico de los países y para el bienestar humano. Aclaran que, ciertamente, el crecimiento no constituye un fin en sí mismo, pero resulta crucial entender que el crecimiento “es la única forma de lograr las condiciones materiales para asegurar una mayor igualdad de oportunidades y alcanzar mayores niveles de bienestar”. Añaden que lo anterior no implica que crecer sea condición suficiente para alcanzar el desarrollo y, haciendo eco de las palabras del economista Amartya Sen agregan: “el alcance e impacto del crecimiento depende en gran parte de qué es lo que hacemos con el mayor ingreso”. 

Un estudio interesante en relación al tema de la desigualdad es el del Profesor Titular de economía en la PUC:  Claudio Sapelli.  En su estudio sobre la desigualdad estudiada por cohortes o generaciones señala que, tanto el índice  Gini para toda la población, como la distribución del ingreso por generaciones muestran mejoras sustanciales, de manera que los datos duros “indican que el Chile de hoy es sustancialmente más equitativo que el de ayer”. Como explica el economista, lo que hace es separar la población en cohortes según el año de nacimiento del grupo de personas, en lugar de estudiar la evolución de los indicadores año a año como promedios de toda la población. Teniendo en consideración esto, Sapelli señala:

“Y lo que obtenemos es que los indicadores cuando se estiman por generación tienen una historia de mejora importante y aún más importante que la que muestran los indicadores globales. De hecho el mensaje de la segunda edición del libro es que con los nuevos datos se observa una confirmación de la fuerte tendencia a la baja de la des- igualdad y una aceleración del proceso”. 

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Alguna de sus reflexiones finales sobre las políticas públicas a adoptar destaca, en primer lugar, la educación. Específicamente enfatiza la importancia de continuar perfeccionando la subvención preferencial. Añade que  no hay que perder de vista la relevancia de la educación temprana (pre-escolar) y la necesidad de que dicho sistema proporcione calidad (y no sea solamente un sistema de guarderías). En relación con el tema específico de la pobreza, Sapelli resalta su dimensión temporal, esto es, el que las personas pasan por episodios de pobreza pero no “son” pobres. 

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