1/4-Apuntes sobre el pensamiento de David Hume: introducción (por Jan Doxrud)
Introducción
Hume fue un filósofo escocés que elaboró una filosofía radical, llevando el empirismo hasta sus consecuencias lógicas. Nos invitó a repensar cómo entendemos aquello que denominamos “realidad”. Hume sometió a una poderosa crítica algunos conceptos utilizados hasta ese entonces por la filosofía y escribió escritos polémicos acerca de la religión, lo que significó que fuese visto como un escéptico e incluso un ateo. Por ejemplo, víctimas de Hume fueron el concepto de “Yo”, substancia, ese “no sé qué” de Locke, que sería eliminada definitivamente con el filósofo escocés.
Con Locke, la substancia material y espiritual todavía seguían con vida y, con Berkeley, se mantenía la substancia espiritual. Hume se aleja así tanto de los presupuestos ontológicos de Hobbes, del racionalismo cartesiano, así como de los intentos de defender la religión por parte de Berkeley. Hume dirigió también su crítica a otro concepto que es para muchos evidente e incuestionable: la causalidad. De acuerdo con el pensador alemán Ernst Cassirer (1875-1945) Hume constituye un importante punto de arranque y no meramente un eslabón en la cadena intelectual que va de Bacon a Hobbes y de este a Locke, y de Locke a Berkeley.
Si bien Berkeley se nutrió de estos, “su cuestión específica y peculiar surge de otros motivos, pues nace en continuidad y avance rectilíneos de la problemática de la ciencia natural de los siglos XVII y XVIII”[1]. Un eslabón intermedio, agrega Cassirer, es Newton y la continuación de ese trabajo por los investigadores holandeses como Christian Huyghens. Pero, continúa señalando Cassirer, el paso del empirismo matemático al empirismo escéptico, es decir, el paso de Newton a Hume, era inevitable. Hume quiso hacer lo que Newton hizo en el campo de la física, en su caso, fundamentar la ciencia del hombre sobre bases empíricas.
Pretendió aplicar el método experimental, que ya había sido recomendado por Roger Bacon, a la naturaleza humana, al sujeto. Así, nuestro autor se convertiría en el nuevo Galileo o Newton de la naturaleza humana.
“Si Newton había comprendido que toda la materia está sujeta a la gravedad, Hume se propuso establecer el centro de gravedad en la mente. Su ambición: reemplazar siglos de especulación metafísica con una filosofía de la deducción científica…lo cual significaba que había que descartar todas las formas de conocimiento que no podían tomarse de la observación de la naturaleza, pues no tenían valor alguno”[2].
Para Hume esta nueva ciencia de la naturaleza humana era más relevante que la física, ya que esta y las demás ciencias dependían de la primera. En palabras del filósofo:
“Es evidente que todas las ciencias mantienen una relación más o menos estrecha con la naturaleza humana y que, por muy lejos que algunas de ellas parezcan separarse, vuelven siempre a ella por uno u otro camino”[3].
Así la filosofía natural, las matemáticas y la religión natural dependían en parte de esta ciencia del hombre, ya que se encuentran bajo su conocimiento y son juzgadas por sus facultades y poderes, escribió Hume. Le “bon David”, como sería conocido en los círculos intelectuales en Paris, no se va con rodeos y pretendió ir a la médula del asunto, planteando que había que
“abandonar el aburrido y lánguido método que hemos seguido hasta ahora, y en lugar de tomar de vez en cuando un castillo o una aldea en la frontera, marchar directamente hacia la capital o centro de estas ciencias, hacia la naturaleza humana misma; una vez dueños de ella, podemos esperar en todas partes una fácil victoria”[4].
Junto con el interés de ir directo a la ciencia del hombre, no hay que olvidar que Hume está inserto dentro de la corriente empirista ya que, como escribió:
“Del mismo modo que la ciencia del hombre es el único fundamento sólido para la fundamentación de las otras ciencias, la única fundamentación sólida que podeos dar a esta ciencia misma debe basarse en la experiencia y en la observación”[5].
Por lo tanto, tenemos que Hume va a centrar su mirada en lo que considera el origen y fuente de las demás cosas: el sujeto y cómo este entiende el mundo que le rodea. Nuestro pensador abordará una serie de temas como la percepción, las impresiones, las ideas, la causalidad, la moral y la religión. Así, como Newton construyó su mecánica perfectamente ordenada y explicada a la luz de leyes y fuerzas, Hume extrapoló esto al sujeto. Pero, a diferencia de Newton, el pensamiento de Hume desembocó en un escepticismo radical que ponía en tela de juicio la misma posibilidad de la existencia de una ciencia exacta.
¿Qué pensaría el lector si se le dijese que el “¿Yo” en realidad no existe como algo sólido, sino que más bien es un flujo de sensaciones? ¿Qué pensaría si se le dijese que en realidad la causalidad tiene un valor práctico, una suerte de guía para que el ser humano se desenvuelva diariamente, pero que en realidad no existe ninguna conexión lógica entre ideas y que nada nos garantiza de que el sol salga mañana?
Tenemos que pensadores anteriores trataron de dar cuenta de cómo era la realidad, cómo estaba estructurada. Descartes planteó la existencia de un genio maligno que nos engañaba, que este mundo sensible no era real. Otros pensadores nos decían que existía una realidad que podía ser conocida, que existía por un lado un objeto y por otro un sujeto, que existían cada uno por su parte, por lo que existía algo de que aferrarnos. Como escribió Cassirer: “Descartes tuvo que recurrir a la «veracidad de Dios» para poner la clave de bóveda a su doctrina de la certeza del conocimiento. Disputar la absoluta validez de las ideas y principio contemplados por nosotros con suprema claridad y evidencia, poner en duda los conceptos y las máximas de la matemática pura equivaldría a poner en duda dicha veracidad:
“Ahora, para asegurar la verdad de la experiencia, tenemos que recurrir, no a la veracidad de Dios, pero si a su bondad”[6]. De esta manera, continúa explicando Cassirer, “el problema fundamental del método de la física se transformó en un problema de teodicea”[7].
El empirismo matemático había avanzado hasta una etapa en donde la convicción de la uniformidad de la naturaleza se basaba en una especie de fe. Fue Hume quien se adhirió a esta conclusión, despojando a la fe de sus componentes metafísicos y separó de estas los elementos trascendentes. Así este fenómeno no descansa ya en motivos religiosos, sino psicológicos puros, pues corresponde a una necesidad puramente inmanente de la naturaleza humana. En este sentido, la teoría de Hume es una prolongación y una liquidación irónica de toda una serie de pensamientos con los que se trató de dar a la misma ciencia de la experiencia un fundamento religioso.
Hume llegó a poner un manto de dudas, al decirnos que en el mundo en que vivimos no hay nada necesario, lógico, sino que es un mundo que funciona como lo hace debido a nuestra “creencia”. Nada puede ser objeto de conocimiento, sino que de creencia. Creemos que existen objetos independientes de nosotros y creemos que existe un Yo inmutable y que perdura en el tiempo. La imaginación juega un papel fundamental en Hume ya que es la responsable de esta creencia, de considerar la uniformidad y coherencia en el mundo. Como bien escribió Bertrand Russell, Hume es uno de los filósofos más importantes, porque desarrolló hasta sus consecuencias lógicas la filosofía empirista de Locke y Berkeley. No seguiré adelantando más sobre el pensamiento de Hume, así que antes de examinar su filosofía, revisemos brevemente lo que fue la vida de este pensador.
Breve biografía
David Hume nació en Edimburgo, en las tierras bajas de Escocia en 1711 dentro de una familia perteneciente a la pequeña nobleza terrateniente. Su nombre real era David Home pero anglicanizó su apellido a Hume. Su padre descendía una rama de los condes de Home o Hume. Su madre era hija del presidente de la Audiencia de Edimburgo, sir David Falconer. Hume era el menor de tres hermanos por lo que el patrimonio que le correspondía era reducido.
Desde joven experimentó la pasión por clásicos y la filosofía, leyendo, por ejemplo, a Virgilio y Cicerón, que eran los autores que, de acuerdo con Hume, decoraba en secreto. Estudió leyes en la Universidad de Edimburgo, a la edad de doce años, lo cual era algo normal en aquella época. Pero lo suyo no eran las leyes, sentía una fuerte atracción por la literatura, la vocación de Hume era la de ser un verdadero escritor independiente. Como alguna vez escribió Hume, sintió una aversión insuperable hacia todo aquello que no fuesen los intereses de la filosofía y la cultura en general. Trabajó como secretario de un comerciante de azúcar en Bristol (1734) pero se percató que el comercio no era su fuerte, y fue posteriormente despedido por corregir el estilo con que escribía su empleador.
Tras este episodio Hume compró un pasaje en dirección a Francia, el centro de la cultura y la intelectualidad. Allá terminó sus estudios literarios y pudo ampliar sus conocimientos. Su situación económica hizo compleja su estadía en París, por lo que se dirigió a Reims y desde se dirigió a Anjou. En Anjou cursó estudios donde tiempo atrás había estudiado Descartes: La Flèche. Hume permaneció en Francia entre 1734 y 1736, donde arrendó una habitación y se dedicó a aprender francés y tuvo la oportunidad de acceder a la valiosa biblioteca jesuita.
Como otros intelectuales de la época, Hume tuvo numerosos intereses, pero se destacó especialmente como un gran pensador que abarcó diversos temas como la moral, la causalidad, el conocimiento. También sobresalió como un gran historiador, siendo el autor de una voluminosa Historia de Inglaterra. Fue en Francia, cuando estaba en La Flèche, donde comenzó a trabajar su primera obra titulada Tratado sobre la naturaleza humana, cuyos dos primeros volúmenes fueron publicados en Londres en 1739. El tercer volumen fue publicado en 1740, pero no causaron impresión en el público. Para desgracia de Hume, esta obra causó ninguna reacción.
Sólo con sus “Ensayos morales y políticos” (1741) y sus “Ensayos sobre el entendimiento humano”, donde expone de manera simplificada su Tratado de 1739, Hume comenzó a llamar la atención y a obtener reconocimiento. La progresiva fama de Hume fue un arma de doble filo para nuestro autor. Por una parte, comenzó a adquirir mayor notoriedad, tenemos que por otra se ganó también la fama de escéptico y ateo, lo que significó que no pudiese obtener una cátedra en la Universidad de Edimburgo y que su candidatura a la cátedra de lógica en la Universidad de Glasgow fuese rechazada.
Hume tuvo que ganarse la vida por un tiempo como tutor del marqués de Annandale en 1745, trabajo que difícilmente coincidía con la naturaleza independiente de él. Permaneció con la familia alrededor de un año, sacrificio que seguramente soportó para aumentar su patrimonio, pero finalmente Hume terminó con su labor de tutor y su relación con el demente Annandale. En 1746 fue secretario de su primo, el teniente general James Saint Clair, pudiendo participar en una expedición a Francia, así como de una embajada en Viena y Turín. Durante esa época, Hume aprovechó de sacar partido a lo que estaba viviendo. Siendo un autor consagrado, tuvo contacto en los salones con los medios intelectuales de París.
Hume se destacó por ser un hombre que disfrutaba de las reuniones con amigos, en donde podía discutir sobre temas que estaban en la palestra en aquella época, como lo hacía en París, especialmente en el hogar de D´Holbach. El mismo Hume solía cocinar él mismo para sus invitados. De regreso en Inglaterra, en 1749 estuvo con su hermano en el campo en su tierra natal, donde continuó redactando sus Ensayos y otros escritos. En 1751 se trasladó del campo a Edimburgo donde publicó al año siguiente sus Discursos políticos.
Mencioné que Hume se destacó también como historiador y en su época fue en realidad más conocido por esta profesión que como filósofo. Hume fue autor de una magna Historia de Inglaterra, obra que inició en 1752 y que le tomó cerca de diez años en finalizar. Esta obra la escribió cuando sirvió como bibliotecario de la Facultad de Derecho de Edimburgo, en la Biblioteca de los defensores. Si bien, no era un trabajo lucrativo, tuvo la ventaja de poner ante Hume una inmensidad de libros a su disposición, lo cual Hume supo sacar provecho. Su Historia de Inglaterra pasó a ser parte central de la Biblioteca Nacional de Escocia. Para mala suerte de Hume, su obra tuvo una fuerte competencia, me refiero a la Historia de Inglaterra del poeta y autor escocés, Tobias George Smollett (1721-1771). La obra de este último, publicada en Londres en 1757, fue un éxito de ventas.
Por su parte, Hume fue publicando los distintos volúmenes por separado y no obtuvo el reconocimiento que esperaba. Por supuesto que esto no significó que su obra pasase inadvertida. Por ejemplo, Adam Smith en su clásica obra cita la Historia de Hume, refiriéndose a temas tan específicos como el precio del vellón de lana o sobre la dificultad que habían tenido los reyes ingleses en sostener guerras costosas fuera de sus dominios. Smith también cita sus Discursos políticos, especialmente las ideas de Hume en relación con temas económicos como el interés, el comercio y los lujos.
A pesar de que la Historia de Inglaterra responde a inquietudes de la época de Hume y deja traslucir sus sesgos, como su crítica la mal denominada “Edad Media”, la obra fue leída y sobrevivió a muchos de sus rivales, siendo por más de un siglo la Historia de Inglaterra más leída. Incluso Winston Churchill señaló que esta obra había sido el manual de estudio durante su adolescencia.
En 1757 Hume renunció a su empleo de bibliotecario. Posteriormente publicó en Londres su Historia natural de la Religión. En 1763 el conde de Hertford le ofreció un puesto como secretario de su embajada en París. En un principio Hume rechazó la oferta, pero finalmente Hertford logró su anhelo y Hume permaneció en Francia desde 1763 a 1766, en donde recibió un trato de celebridad intelectual, incluso le presentaron a los tres hijos del Delfín, el duque de Berry, el conde de Provenza y al conde de Artois en Versalles. No eran sólo los intelectuales de la talla de Didetrot o D´Holbach, sino que también un número no menor de salonières como Marie Charlotte Hyppolite, condesa de Boufflers Rouvel, quien llegó a viaja a Londres en 1762 para conocer a Hume, pero se encontró con la lamentable noticia de que él se encontraba en Edimburgo.
Durante esta época, en Francia, Hume participó en las tertulias en el salón de D´Holbach. El escocés escribió a su amigo Hugh Blair:
“Aquí los hombres de letras son realmente muy agradables: todos son hombres de mundo, viven en plena, o casi plena armonía entre ellos, y son de una moral absolutamente inrreprochable. Te daría (…) una gran satisfacción descubrir que entre ellos no hay un solo deísta. Aquellos cuya persona y conversación prefiero son D´Alambert, Buffon, Marmontel, Diderot, Duclos (y) Helvetius”[8].
Como veremos, Hume planteó un verdadero desafío para quienes se consideraban ateos, ya que nuestro pensador consideraba que era imposible que existiesen ateos.
Después de su cómoda estadía en Francia, Hume regresó a Inglaterra, pero no solo, ya que trajo consigo a otro gran intelectual que ejercería una tremenda influencia para la posterioridad: Jean Jacques Rousseau. Rousseau estaba en una situación complicada por sus ideas y por la publicación del Emilio. Sus Cartas escritas desde la montaña, donde criticaba a los ciudadanos de Ginebra, tuvo como consecuencia de que tuviese que marcharse de allí y dirigirse en dirección a Francia.
Por mediación de la duquesa de Boufflers, Hume accedió a ayudar a Rousseau y, como secretario de la embajada británica, decidió llevarse a Rousseau a Inglaterra. Al parecer Hume no sabía con qué personaje estaba tratando. Hume no se imaginaba que unos meses después sería el protagonista de una de las disputas intelectuales más célebres de su tiempo. Hay que agregar que Hume había recibido la advertencia de sus amigos en Francia sobre la personalidad de Rousseau, aquella “serpiente escondida en la hierba, un destructor de amistades, un hombre que sólo incumplía promesas”[9].
El escritor alemán residente en París, Friedrich Melchior, Baron von Grimm (1723-1807) escribió a Hume: “No conoce a su hombre. Se lo diré claramente, se ha metido usted una víbora en el pecho”[10]. Voltaire tampoco disimuló su opinión respecto a Rousseau, al cual lo consideraba como un loco que se encontraba preso de sus propios delirios de grandeza. Samuel Johnson no se quedó atrás cuando dijo a su amigo y biógrafo Boswell, que no existía hombre peor que Rousseau, aunque era tan despreciable como Voltaire. Pero, al parecer, Hume pensaba que él podría avenirse sin problema alguno con Rousseau.
Desafortunadamente para Hume, sus dotes sociales no fueron suficientes para poder establecer una relación duradera con el ginebrino. Rousseau se encontró con Hume en Paris en 1765 y durante esa época se paseó por la capital sin vergüenza alguna, a pesar de la orden de arresto en su contra. Finalmente partieron a Inglaterra en 1766 donde el ginebrino fue recibido como una verdadera celebridad y Rousseau supo muy bien explotarla:
“Era famoso como novelista (más que como filósofo) …y en cuanto a hombre perseguido por sus ideas era una atracción irresistible…Y Rousseau interpretó hábilmente su papel de residente excéntrico, y se presentaba en las reuniones de sociedad con su gorro de piel y la túnica armenia”[11].
Pero esta fama se fue progresivamente difuminando y al parecer, los momentos de soledad en Wootonhall para Rousseau, fueron el caldo de cultivo para que el ginebrino especulara sobre una serie de teorías conspirativas en su contra. ¿Cuál fue la causa del quiebre de la relación entre Hume y Rousseau? Este último se convenció de que Hume junto con los intelectuales en Francia habían conspirado en su contra. Esta acusación que hizo Hume se basó en una broma de la que fue víctima. Esta consistió en una carta satírica y anónima que tuvo gran difusión y consistió en que supuestamente el rey de Prusia, Federico el Grande, realizaba una invitación a este para que fuese a su reino.
Esta carta fue un verdadero golpe al inflado ego del pensador ginebrino. Pero sucedió que ni Hume, ni D´Holbach y sus amigos participaron de esta broma. El autor de esta carta fue el político, escritor y arquitecto Horace Walpole IV conde Oxford. En realidad, Walpole sintió envidia de las atenciones que recibió Hume en Francia y despreciaba a los philosophes. Como resultado de esta broma, un Rousseau profundamente humillado comenzó a sospechar de su anfitrión y de D´Holbach y compañía. Rousseau comenzó a aparecer como la víctima en este pleito y explotó aquella imagen de superioridad moral e incluso pagó a un abogado para redactar una acusación formal contra le bon David, como era conocido en Francia.
Hume tuvo que defender su honra, por lo que comenzó a enviar numerosas cartas a sus amigos como Madame Boufflers, D´Holbach y D´Alambert. El escocés recibió el apoyo de los intelectuales franceses ya que estos últimos sabían de lo que Rousseau era capaz, pero a la larga fue el ginebrino el que habría ganado la batalla mediática. Como escribió Philip Blom, Rousseau era más popular debido en gran parte a sus novelas, las cuales sus lectores
“disfrutaban celebrando sentimientos intensos y que consideraban al autor el profeta de una nueva manera de vivir, más natural y sincera. Y, por supuesto, esos lectores no iban a perdonar a un grupo de sofisticados filósofos franceses que intentaran mancha la reputación de su ídolo”[12].
En todo caso, la relación entre Hume y Rousseau no hubiese prosperado ya que sus visiones de mundo diferían completamente. Así, en materia religiosa Rousseau necesitaba de un Dios creador, de un mundo dotado de sentido mientras que Hume ponía en tela de juicio tal cosmovisión.
Tenemos entonces que Hume terminó rompiendo relaciones con Rousseau y se retiró a Edimburgo. Posteriormente regresó nuevamente a Londres donde ejerció el cargo de subsecretario de Estado, gracias a la influencia del general Conway. Sólo ejerció por dos años el cargo y regresó a Escocia. Hume falleció en 1776. A sus amigos, entre ellos Adam Smith, dejó sus manuscritos. Hume dejó la compleja tarea a Smith de publicar sus Diálogos sobre la religión natural. Al parecer Smith no tuvo la osadía de publicarlos y sólo tres años después vieron la luz gracias a las gestiones del sobrino de Hume. Dejemos la vida de nuestro pensador y pasemos a abordar su pensamiento.
[1] Ernst Cassirer, Filosofía de la Ilustración (México: FCE, 1993), 77.
[2] Philip Bloom, Gente peligrosa: el radicalismo olvidado de la Ilustración europea (España: Anagrama, 2012), 200.
[3] David Hume, Tratado de la naturaleza humana (México: Porrúa, 2005), 12.
[4] Ibid., 13.
[5] Ibid.
[6] Ernst Cassirer, op. cit., 80.
[7] Ibid., 80
[8] Philip Bloom, op. cit., 194
[9] Ibid., 209.
[10] Ibid., 309.
[11] Ibid., 311.
[12] Ibid., 321-322.