6/6- Libro: La guerra del retorno. Cómo  la indulgencia occidental con el sueño palestino ha obstaculizado el camino hacia la paz. (por Jan Doxrud)

6) Libro: La guerra del retorno. Cómo  la indulgencia occidental con el sueño palestino ha obstaculizado el camino hacia la paz. (por Jan Doxrud)

De acuerdo a Schwartz y Wilf, Arafat se dedicó a manipular a la comunidad internacional para que esta creyera que era un socio para la paz. Esto lo hizo apelando al derecho palestino a la autodeterminación “a la vez que minimizaba y confundía la demanda de retorno”. Para Israel el derecho a la autodeterminación no constituía un peligro en sí mismo.

Tal como explican Schwartz y Wilf, en teoría, este derecho era totalmente compatible con el derecho paralelo del pueblo judío a la autodeterminación. Junto con esto añaden que “esto solo es así si el objetivo último de los palestinos es verdaderamente un Estado independiente, en lugar de la sustitución de Israel”. El problema es que, mientras en Occidente la lectura era que la autodeterminación Palestina no ponía en riesgo el Estado de Israel, para los palestinos tal no era la lectura correcta, puesto que no implicaba renunciar al “derecho” a retornar a sus tierras.

En resumen, Arafat habría comenzado a implementar una estrategia que buscaba limpiar su imagen ante Occidente y a emplear un discurso con ideas ambiguas.  Por un lado, parecía que finalmente los palestinos serían pragmáticos y renunciarían al retorno pero, por otro lado, continuaban reclamando este su derecho a retornar y a acabar con el estado de Israel. Así, los autores dudan de que 1988 – año de la declaración de independencia de palestina – haya sido el año en que la OLP abandonó la vía armada.

En la declaración de independencia se hace referencia a la historia del pueblo palestino, los lazos con su tierra y cómo finalmente la perdieron. Como destacan los autores, en la declaración se hace un uso malicioso de la Resolución 181 de la ONU, puesto que la utilizan para darle legitimidad y derecho a la independencia al pueblo palestino, sin hacer mención del pueblo judío. En la declaración podemos leer lo siguiente:

“A pesar de la injusticia histórica sufrida por el Pueblo Árabe Palestino resultando en su dispersión y en la privación de su derecho a la autodeterminación, luego de aprobada la resolución 181 (1947) de la Asamblea General de las Naciones Unidas que partió a Palestina en dos Estados, uno árabe y otro judío –  es esta misma resolución la que le provee al Pueblo Árabe Palestino las condiciones de legitimidad internacional asegurándole el derecho a la soberanía y a la independencia nacional”.

Ejemplo de estas contradicciones entre el dicho y el hecho, fue cuando, en 1990, Arafat se unió con el dictador Sadam Husein. Este último había prometido conquistar Israel para Arafat por medio de la guerra. No obstante lo anterior, la comunidad internacional creía ingenuamente que se podía llegar a un acuerdo, minimizando así lo que los autores consideran el tema medular: la relevancia que tiene el retorno de los refugiados dentro de los palestinos. Tal fue el problema que aconteció en los acuerdos de Oslo (1993):

“ (…) los arquitectos de los acuerdos de Oslo no reconocieron la profundidad del problema del refugiado y la necesidad de tomárselo en serio. En este momento, cuando ya había más de tres millones de refugiados, la mayoría de los cuales eran en realidad descendientes de los originales, Israel no se preparó diplomática, legal o estratégicamente para la posibilidad de que el tema volviera a plantearse”.

Esto también explica el rechazo de la oferta de Bill Clinton (los llamados “parámetros” de Clinton) y Ehud Barak por parte de Arafat en el año 2000. Pero más allá de los detalles de los distintos acuerdos y la negativa palestina a cooperar, el punto medular al cual se refieren los autores es la falta de atención que se ha dado al peso que tiene el tema del retorno de los refugiados. Los autores hablan de un “westplaining”, una explicación occidental que señala que los palestinos en realidad saben que nunca volverán a sus tierras. El “westsplaining”, explican los autores,  “consiste en no tratar a los palestinos como agentes activos que saben perfectamente por qué están luchando”. Añaden que los palestinos son bastante racionales en su demanda constante de retorno y que estas no son necesariamente delirios o fantasías. En suma frente al tema del retorno, los autores afirman lo siguiente:

“Los palestinos se toman tan en serio el derecho al retorno que no están dispuestos aceptar frases ni formulaciones que lo puedan poner en peligro. Retratan el concepto «dos Estados para dos pueblos» como una amenaza a la ejecución de su demanda de volver y como una concesión respecto a su derecho a la autodeterminación dentro de las fronteras del Estado de Israel”.

¿Qué proponen los autores? En la conclusión, Schwartz y Wilf explican que “ha llegado el momento de que la comunidad internacional reconozca que la visión palestina de una tierra exclusivamente árabe en todo el territorio, desde el Jordán hasta el Mediterráneo, es irreal”. Sumado a esto, señalan que se debe poner fin al “refugismo” continuo que es uno de los causantes de que este conflicto se haya perpetuado en el tiempo. Este “refugismo” consiste en la política de considera como refugiados a una generación tras otra de palestinos para gozar de una legitimación internacional, de ser víctimas eternas de una guerra y de su derecho a retornar a sus tierras. No está de más señalar qué aquellos que a finales de la década de 1940 hacia Cisjordania y la franja de Gaza no son refugiados, sino que “desplazados”, lo cual vale para la situación actual.

Unido a esto, se debe poner fin a la existencia de la UNRWA y su sistema de registro que solo ha inflado el número de refugiados a lo largo de los años. Este organismo ha sido responsable de perpetuar el status de refugiados de millones de palestinos que, pese a no otorgar ningún derecho al retorno, no es así como lo interpretan los palestinos. Después de todo, la UNRWA continúa utilizando una definición operativa de  refugiados a saber: “personas cuyo lugar normal de residencia era Palestina durante el periodo del 1 de junio de 1946 al 15 de mayo de 1948, y que perdieron sus hogares y sus medios de vida como resultado del conflicto de 1948”.

Frente a esta definición los autores comentan que, aunque esta “puede haber sido adecuada cuando se usó para la provisión de asistencia inmediata después de la guerra, no tiene sentido y es contraproducente como definición fija de los refugiados palestinos en la actualidad”. Así, y como se señaló anteriormente, los palestinos ha recibido un trato sin precedentes en la historia. Recordemos que su situación no es excepcional puesto que también se han dado en otros lugares a lo largo del siglo XX. Pero el caso palestino es el único que no ha avanzado y que busca que la rueda de la historia gire en sentido inverso, es decir, poner fin a la existencia de un Estado para que ellos puedan retornar a sus hogares. En palabras de Schwartz y Wilf:

“(…) si los criterios inflacionarios que la UNRWA ha utilizado para registrar a los refugiados palestinos se aplicaran al resto de la población mundial, entonces no existirían solo los veinte millones que calcula hoy ACNUR. Más bien, una gran parte de la población mundial, cientos de millones de personas, se considerarían refugiados aún. O peor, el resultado de esas políticas de perpetuación de los refugiados habría sido un mundo encallado en una marcha atrás, negándose a dar ningún paso hacia un futuro nuevo. Corea del Sur aún sería la tierra yerma que era después de la guerra de Corea, en lugar de un tigre económico de Asia. A ambos lados de la frontera entre India y Pakistán, decenas de millones de refugiados hervirían de ira, generación tras generación, y continuarían la reclamación del otro país como propio”.

Los autores proponen que las operaciones de la UNRWA deberían fusionarse con la de la Autoridad Palestina (AP) y que los Estados contribuyentes deberían redirigir su apoyo económico hacia la AP, de manera que tanto escuelas y hospitales llevarían solo el nombre de la AP y no la UNWRA. Por ende, la ayuda seguiría pero esta vez solamente sería canalizada a la AP lo cual tendría un importante significado, tal como lo destacan los autores:

“El mensaje transmitido a través del proceso de transferir las operaciones de la UNRWA a la AP sería claro. Los refugiados palestinos ya no estarían recibiendo ayuda de una agencia de la ONU cuyo objetivo fuese mantenerlos mientras esperan a volver a Haifa. Más bien, su situación se aproximaría mucho más a la visión de la construcción de un Estado con ellos como ciudadanos asentados en su propio territorio que reciben ayudas sociales de su propio Gobierno”.

Otro punto central es lograr que la comunidad internacional envíe un mensaje claro a los palestinos: que no gozan de ningún derecho a retornar, puesto que es un derecho ficticio que no tienen. Como afirman Scwartz y Wilf, si bien a los palestinos no se les puede impedir soñar con una época anterior al nacimiento del Estado de Israel ni retornar a una Palestina mítica, sí es posible desprender este sueño de sus fuentes de alimentación y de apoyo internacional. Así, para los autores los palestinos parecen haber optado por permanecer para siempre como refugiados aun cuando ya muchos llevan años viviendo en Cisjordania o Gaza. Se ha creado así toda una narrativa, imaginario colectivo y un verdadero estereotipo sobre el refugiado palestino que no corresponde a la realidad de un verdadero refugiado. Como señalan Schwartz y Wilf:

No solemos imaginar a los refugiados como individuos de clase media que nunca han huido de sus casas, que disfrutan de viviendas permanentes, desempeñan profesiones no manuales y tienen la ciudadanía de un Estado funcional. Pero esta descripción se corresponde con la de muchos más palestinos de lo que se imaginaría la gente, solo por el hecho de que todavía están registrados como refugiados en la UNRWA”.

En suma, la UNRWA ha significado la aparición de incentivos perversos que han tenido como consecuencia el perpetuar la existencia de esta agencia. Para los autores, la “triste realidad” es que “si la UNRWA se hubiese dedicado a la ayuda humanitaria y no a los objetivos políticos, podría haber tenido éxito hace décadas y clausurado sus operaciones”. Pero sucede que la UNRWA no tiene interés en poner fin a sus operaciones y, por el contrario, ha decidido mantener su existencia “porque el éxito solo se puede constatar con un retorno completo e integral”. Es esta la razón, de acuerdo a los autores, que el número de refugiados registrados no hace más que aumentar, de manera que la UNRWA “se asegura un papel para la eternidad, y las partes en conflicto, otro siglo más de guerra”.