5) El Estado emprendedor de Mariana Mazzucato (por Jan Doxrud)
Estamos así ante un constructivismo arrogante y ciego ante el hecho de que las sociedades son complejas, en donde la causalidad es sistémica y la incertidumbre tiene un rol preponderante. En virtud de lo anterior, los autores resaltan que la innovación no es algo que se pueda planificar desde las alturas del poder y es mejor aceptar que opera mejor desde abajo hacia arriba. Frente a lo que ellos denominan como el paradigma del “diseño inteligente”, que abraza Mazzucato, ellos oponen la teoría evolutiva de Darwin en donde no existe ningún cerebro o autoridad celestial que guíe el proceso desde las alturas. Añaden los autores que la planificación es, por definición, un intento por evitar la creatividad puesto que constituye un intento de “por tumbar el futuro por acción de la rutina”. En palabras de McCloskey y Mingardi:
“La postura estatista de Mazzucato es la misma que se observa entre cristianos progresistas, como el economista favorito del papa Francisco, Stefano Zamagni. Tal postura sostiene que lo que se requiere para mejorar el mundo es una acción consciente, planificada e intencional a nivel colectivo. La sociedad no puede depender de aquella absurda mano invisible neoliberal (…) o de órdenes espontáneos del tipo hayekiano que han determinado, por ejemplo, la evolución del lenguaje, la pintura o la moda”.
Otros tres autores – Nils Karlson, Christian Sandström y Karl Wennberg – en un paper titulado “Bureaucrats or Markets in Innovation. A critique of the entrepreneurial state” (2020), también destacan estos dos enfoques. Explican que el enfoque bottom-up enfatiza la dinámica competitiva de los mercados libres, los cuales constituyen el mecanismo central de la creación e innovación de innovaciones. También introducen, basándose en Hayek, en el tema del conocimiento, la incertidumbre, el proceso de descubrimiento y la ignorancia respecto a las condiciones de producción, oportunidades de negocio y las preferencias de los consumidores. Este es el tema que abordó Hayek en la fatal arrogancia y en su discurso cuando ganó el premio de Ciencias Económicas otorgado por el Banco de Suecia.
Un órgano central no cuenta con toda la información que se encuentra dispersa entre miles de millones de personas, por lo que no está en condiciones de dirigir un proceso tan complejo como la innovación. Así, los autores añaden que la economía de mercado es más compatible con esta noción de “conocimiento disperso” en comparación con las políticas públicas. En suma, el tema de fondo es que el libro de Mazzucato descansa en la teoría de los “fallos de mercado” y asume que la innovación es, en esencial, un problema de asignación en la financiación de I + D
Otra consecuencia de esta visión mecanicista es que también se piensa que la causalidad es mecánica y unidireccional, ignorando así los “cisnes negros” y las consecuencias no intencionadas de la acción que advertía el sociólogo Robert Merton. Los economistas traen a la palestra el caso de internet y si acaso fue realmente una creación del Estado. Citando las palabras del historiador económico Price Fishback (Universidad de Arizona), tenemos que efectivamente el Ejército contribuyó a “distribuir beneficios por efecto de desborde para el desarrollo de la Internet comercial”. Aquí Fishback destaca un punto central y es que se deben diferenciar las consecuencias espontáneas de aquellas que no lo son (direccionalidades). En palabras de McCloskey y Mingardi:
“La internet es, a decir verdad, una muy compleja realidad: más un ecosistema de invenciones e instrumentos que cualquier otra cosa que pudiera considerarse un dispositivo o una herramienta fácil de dirigir. Al señalar las contribuciones de ARPANET – conmutación de paquetes y ser precursores de los modernos correos electrónicos – Mazzucato da por hecho que estas constituyen los ingredientes claves de la ecología de Internet, claves en el sentido de irremplazables, necesarios y con coeficientes inalterables. Pero no ofrece ninguna clase de evidencia para tal cualidad”.
Así, ambos economistas critican lo que denominan como la “falacia de la cadena de la oferta” de Mazzucato. Esta consiste en que para cualquier innovación, se busca en la cadena de suministro alguna instancia en donde participó el Estado y se le magnifica y presenta como indispensable para que esa innovación haya surgido. Así, los autores destacan el hecho de que Mazzucato confunda causas necesarias y suficientes. Así, señalan que la existencia de la salsa de tomate en Europa (tras el descubrimiento de América) no fue por causa de la presencia de tomates, al igual que el triunfo de una empresa no se debe a que las calles fueron construidas por el Estado. Llevándolo al absurdo, entonces la causa de todo lo que se hace serían nuestra madres, puestas que ellas fueron las que nos parieron (y a un Bill Gates, Amancio Ortega, o Warren Buffet).
Podemos añadir la crítica que realiza Mingardi en su paper en donde afirma que Mazzucato adopta una definición amplia de “política industrial” que incluso incluye aquellas consecuencias no intencionadas de la acción del gobierno. Además, la economista se enfoca en el siglo XX y, además, en los Estados Undios, desde donde pretende construir una suerte ley general aplicable a otros casos.
Otra crítica exhaustiva es la realizada por el Instituto Juan de Mariana (IJM) en el año 2016 en su informe titulado “El Estado Emprendedor. ¿Realmente es el Estado el impulsor de la investigación básica y la innovación? La sentencia final de este estudio es lapidaria y es que las tesis de Mazzucato son fundamentalmente erróneas desde 3 puntos de vista: teórico, histórico y empírico, de manera que una sociedad sí es capaz de innovar en ausencia del Estado emprendedor. Pasemos ahora a revisar por qué razón se llega a esta conclusión. El tema del rol del Estado en la innovación y el desarrollo científico ya han sido abordados por economistas como Kenneth Arrow y Richard R. Nelson.
Como explica el informe del IJM, estos economistas plantearon el problema que el sector privado podría tener a la hora de financiar investigaciones científicas. Con esto se refieren a un problema relacionado con los incentivos, esto es, que las empresas no estarían dispuestas a investigar si los beneficios de tal investigación estarán disponibles para las demás empresas. Por ende, para llevar a cabo una cantidad óptima de investigación, Arrow sostiene que se necesitarían organizaciones dedicadas a la ciencia, es decir, que conciban a la ciencia como un fin en sí mismo y no con miras a obtener un beneficio económico.
Es aquí donde puede entrar el Estado, universidades, institutos de investigación, etc. ¿Qué postura tiene Mazzucato frente a este rol del Estado? La respuesta es que no sería suficiente, puesto que el Estado emprendedor debe proyectar su actuar más allá, lo que significa que este debe establecer bancos públicos de desarrollo, subsidiar proyectos y recibir parte de lo s beneficios de aquellos productos que hayan utilizados tecnologías en donde el Estado haya participado, contribuido y coordinado.
Así, tenemos que el IJM critica desde un comienzo la idea de que el Estado pueda operar como un solucionador de “fallos del mercado”, un creador de mercados y un emprendedor. Paso seguido, el IJM revisa algunos casos concretos como el caso de la URSS y Japón. En el caso de Japón, Mazzucato sobrevalora el rol del Estado y su política industrial a través del Ministerio de Comercio Internacional e Industria (MITI). Si bien no puede infravalorarse el rol del MITI, el IJM señala que Mazzucato pasa por alto el hecho de que fueron las empresas privadas la s protagonistas del crecimiento japonés y no las públicas. Por otro lado, el caso de la URSS evidencia que el hecho de que el Estado invierta en ciencia no garantiza un mayor y mejor desarrollo económico que redunde en un aumento del nivel de vida de las personas.
Ciertamente la URSS logró grandes avances en materia armamentista y espacial, pero los ciudadanos carecían de los bienes básicos para poder vivir. Otro punto relevante es que Japón logró florecer a pesar de no poseer abundantes recursos naturales y se explica debido a sus instituciones, esto es, permitir el funcionamiento de la economía de mercado. Por el contrario, la URSS operaba bajo un ineficiente sistema de planificación central y en donde los estándares de vida de la población eran paupérrimos, a pesar de que el país contaba con abundantes recursos naturales. Como se afirma en el informe del IJM:
A lo largo de su discusión, Mazzucato olvida mencionar el factor diferencial clave entre Japón y la URSS: Japón es una economía de mercado, donde el sistema de precios permite guiar las decisiones de inversión empresarial hacia la satisfacción de las necesidades de los consumidores, y la URSS no. El Estado puede originar nuevo conocimiento científico, pero lo tiene muy difícil para difundir ese conocimiento y convertirlo en productos útiles para la sociedad”.