7) Michel Foucault: Estado y Biopoder (por Jan Doxrud)
Otras limitaciones que se pararon en frente de la razón de Estado fue el Derecho natural y la teoría del contrato entre los individuos para constituir el soberano, claro que se trata de un contrato con cláusulas que el soberano deberá acatar y respetar. Recordemos que se desarrollaron teorías del regicidio, por ejemplo el caso del jesuita Juan de Mariana (1536-1624), donde existían casos en donde era lícito dar muerte al monarca si éste no se mantenía fiel a los principios del cristianismo. Otro límite a la razón de estado lo representa una “nueva naturalidad”, que surge con el pensamiento de los economistas. Foucault menciona este tema en su curso de 1978 y lo continúa desarrollando en el de 1979. Con respecto a esta “nueva naturalidad” escribe el intelectual:
“Se trata de la naturalidad de los mecanismos que, cuando los precios suben, y si se los deja subir, permiten que se detengan por sí solos…Es una naturalidad que se opondrá justamente a la artificialidad de la política, de la razón de Estado, de la policía. Se les opondrá, pero de una manera específica y particular… es una naturalidad específica de las relaciones de los hombres entre sí, de lo que sucede de manera espontánea cuando cohabitan, cuando están juntos, cuando hacen intercambios, cuando trabajan, cuando producen”[1].
Se trata de la naturalidad de la sociedad. En el “Nacimiento de la biopolítica”, el curso dictado por Foucault en 1979, el autor retoma aquella tradición trazada por Adam Ferguson, Adam Smith, Michael Polanyi y F. A. Hayek, esto es, la idea de un poder descentralizado, de una nave sin piloto, de una sociedad policéntrica o, para ser más precisos, de la “mano invisible” de Adam Smith. Para Foucault se había puesto demasiado énfasis en el aspecto de la mano y no en la invisibilidad de esta, siendo esto último clave para entender el mundo de la economía y entender también a la economía política como una crítica de la razón gubernamental. El mundo de la economía es descrito por Foucault como un espacio oscuro, donde el gobierno
“no sólo no debe interferir en el interés de nadie; es imposible que el soberano pueda tener sobre el mecanismo económico un punto de vista capaz de totalizar cada uno de los elementos y de combinarlos de manera artificial o voluntaria. La mano invisible que combina espontáneamente los intereses prohíbe, al mismo tiempo, todo tipo de intervención y más aún, todo tipo de mirada desde arriba que permita totalizar el proceso económico”[2].
Para Foucault no existe soberano en la economía y es el rol de la mano invisible el descalificar al soberano político, así como a la posibilidad misma de un soberano económico. Además la mano invisible viene, más bien, a liberar al soberano de un peso tremendo que es el de controlar el proceso económico. Escribe Foucault haciendo eco de las ideas de Adam Smith:
“…el soberano no puede sino sentirse muy bien, pues queda «liberado de una tarea que no podría tratar de cumplir – la vigilancia de todos los procesos económicos – sin exponerse infaliblemente a ser engañados de mil maneras«…si el soberano, que es un hombre solo y que está rodeado de consejeros más o menos fieles, se propusiera la tarea infinita de vigilar la totalidad del proceso económico, resultaría sin duda engañado por administradores y ministros infieles”[3].
Foucault afirma que la economía es una disciplina “atea”, vale decir, “una disciplina sin Dios; es una disciplina sin totalidad; es una disciplina que comienza a poner de manifiesto no sólo la inutilidad sino la imposibilidad de un punto de vista soberano, de un punto de vista del soberano sobre la totalidad del Estado que él debe gobernar”[4].
Como señalé anteriormente , la economía política se presenta como una crítica de la razón gubernamental, de manera que la economía no es solamente una disciplina atea, sino que es un mundo que no se deja atrapar por ningún centro que reclame para sí un punto de vista privilegiado. Foucault explica que existe una incompatibilidad entre el sujeto económico y el sujeto jurídico:
“De hecho, el mundo político jurídico y el mundo económico se presentan, desde el siglo XVIII, como mundos heterogéneos e incompatibles. La idea una ciencia económico jurídica es rigurosamente incompatible y además, en efecto, jamás se realizó”[5].
El homo oeconomicus, explica Foucault, es aquel que es capaz de decirle al soberano jurídico que es impotente: “No puedes porque no sabes, y no sabes porque no puedes saber”[6]. En resumen, tenemos el siguiente veredicto:
“No hay soberano en economía. No hay soberano económico. Creo que este es uno de los aspectos más importantes de la historia del pensamiento económico, claro está, pero sobre de la historia de la razón gubernamental. La ausencia o imposibilidad de un soberano económico: a la larga, las prácticas gubernamentales, los problemas económicos, el socialismo, la planificación, la economía de bienestar plantearán este problema a través de toda Europa y todo el mundo moderno…Y todo lo que se ponga de manifiesto, al contrario, como planificación, economía dirigida, socialismo, socialismo de Estado, será el problema de saber si no se puede superar de algún modo esa maldición formulada desde su fundación por la economía política contra el soberano económico, que es al mismo tiempo la condición misma de existencia de una economía política…”[7].
La sociedad, concebida como un campo específico de naturalidad propio del ser humano pone de relieve como contratara del Estado lo que conocemos como la sociedad civil:
“¿Qué es la sociedad civil, sino, justamente, eso que no puede pensarse como el mero producto y resultado del Estado? Pero tampoco es algo que pueda concebirse como la existencia natural del hombre. La sociedad civil es lo que el pensamiento gubernamental, las nuevas formas de gubernamentalidad nacidas en el siglo XVIII, ponen de manifiesto como correlato necesario del Estado…El Estado tiene a su cargo una sociedad, una sociedad civil, y debe garantizar su gestión. Mutación fundamental, claro está, con respecto a una razón de Estado, a una racionalidad de policía que sólo tenía que ver con un agrupamiento de súbditos.”[8].
En suma, de acuerdo a nuestro autor el papel del Estado y de la forma de gubernamentalidad tendrá por principio el respeto por aquellos procesos naturales o, al menos, ya no podrá ignorarlos. Esto se traduce que la intervención de la gubernamentalidad estatal deberá limitarse más a manejar o gestionar y facilitar, que a reglamentar y disciplinar. Esta gestión consistirá en esencia en establecer regulaciones que funcionarán más bien como una forma de enmarcar los fenómenos naturales para que no se desvíen, y que una mala gestión tampoco tenga como consecuencia el desvío de estos mismos.
Esta es una problemática que aun nos acecha: el debate entre los planificacionistas en materia económica y social (socialismo), aquellos más partidarios de un enfoque keynesiano, aquellos que quieren limitar drásticamente el rol del Estado (Escuela Austriaca) y aquellos que quieren ver el estado, como agente regulador, desaparecer (anarcocapitalismo). En el centro de este debate está el tema de la libertad y si acaso existe una primacía de esta por sobre la igualdad. En una entrevista (1983), Foucault reconocía este problema que planteaba la seguridad social: libertad-seguridad-dependencia. Tal sistema de seguridad había nacido si bien presentaba aspectos positivos, también presentaba un efecto perverso, principalmente la situación de dependencia[9].
Sobre esto señala Foucault:
“…la inscripción de la libertad no solo como derecho de los individuos legítimamente opuestos al poder, a las usurpaciones, a los abusos del soberano o del gobierno, sino [de] la libertad convertida en un elemento indispensable para la gubernamentalidad misma. Ahora, solo se puede gobernar bien a condición de respetar efectivamente la libertad o una serie de libertades No respetar la libertad es no solo cometer abusos de derecho con respecto a la ley, sino sobre todo no saber gobernar como es debido. La integración de las libertades y los límites propios a ellas dentro del campo de la práctica es ahora un imperativo”[10].
En una intervención en la Universidad de Vincennes (1978) Foucault afirmaba que el Estado, tal como había estado funcionando hasta ese momento, era un Estado que ya no tenía posibilidad o no se sentía capaz de gestionar, dominar y control toda la serie de problemas, conflictos y luchas existentes de orden social y económicos. En otras palabras, para Foucault, el denominado “Estado-Providencia” ya no podia continuar siéndolo. Para el futuro, el autor solo vislumbraba dos opciones. En primer lugar la posibilidad de un Estado fascista. Foucault entendía por “Estado fascista” aquel en donde el aparato de Estado
“no puede ya asegurar el cumplimiento de sus funciones más que a condición de dotarse a sí mismo de un partido potente, omnipresente, por encima de las leyes y fuera del derecho, y que hace reinar el terror al lado del Estado, en sus mallas y en el propio aparato del Estado”[11].
Pero el filósofo francés no cree que este sea lo que nos depara el futuro, ya que Foucault opinaba que el Estado se encontraba en una situación tal que ya no podía permitirse ejercer un control omnipresente en material económica y social. Esto se traduce en que el orden interior puede ahora escabullirse de la otrora disciplina impuesta por la razón de Estado. Este Nuevo orden interior obedece a una nueva economía que presenta algunas características. En primer lugar Foucault señala que emergen lo que él denomina como “zonas vulnerables” en las que el Estado no quiere que suceda absolutamente nada. Ejemplo de esto es el “terrorismo”, un comportamiento que se encuentra situado en una zona de peligrosidad y vulnerabilidad ante la cual no se cederá en absoluto y las reacciones serán fuertes y despiadadas.
Otra característica es la tolerancia y el relajamiento de los controles cotidianos, una tolerancia que en realidad opera como una fuerza reguladora. Una tercera característica es la existencia de un sistema de información que no tiene como objetivo fundamental la vigilancia de cada individuo, sino que la posibilidad de intervenir allí donde existe la creación de un peligro, intolerable para el poder. Por ultimo, Foucault señala que el cuarto aspecto necesario para que este nuevo orden interior funcione es la constitución de un consenso
“que pasa, evidentemente, por toda esa serie de controles, coerciones e incitaciones que se realizan a través de los mass media y que, en cierta forma, y sin que el poder tenga que intervenir por sí mismo, sin que tenga que pagar el costo muy elevado a veces de un ejercicio del poder, va a significar una cierta regulación espontánea que va a hacer que el orden social se autoengendre, se perpetúe, se autocontrole a través de sus propios agentes de forma tal que el poder…tendrá la posibilidad de intervenir lo menos posible y de la forma más discreta…”[12].
Foucault señala que existe una cierta correspondencia entre esta nueva contraconducta que emergió durante la Edad Moderna y aquella serie de contraconductas que emergieron contra el poder pastoral durante la Edad Media. Estas nuevas contraconductas apuntan ahora contra la razón de Estado. El autor habla sobre una nueva forma de conducta que adopta la forma de una escatología (discurso o doctrina de las cosas últimas o finales). ¿En que consiste esta nueva escatología o narrativa de las cosas últimas? Foucault se refiere a la sociedad civil y al momento en el cual, en algún tiempo siuado en el futuro, lograra imponerse al Estado:
“El día en que la sociedad civil haya podido liberarse de las coacciones y tutelas del Estado, cuando el poder estatal haya podido por fin ser absorbido en ella… el tiempo, sino de la historia sí al menos de la política, habrá terminado, habrá terminado”[13].
Las nuevas formas de contraconducta arrebatan al Estado posesión de ser el titular de la verdad, ya que ahora pasa a ser patrimonio de la nación entera. Ahora el derecho a la disidencia, a la ruptura y a la sedición son absolutos, y el Estado no puede pasarlos por altos, por el bien de su propia existencia.
[1] Michel Foucault, Seguridad, territorio, población, 400.
[2] Michel Foucault, Nacimiento de la biopolítica (Argentina: FCE, 2010), 323.
[3] Ibid., 325.
[4] Ibid.
[5] Ibid., 326.
[6] Ibid.
[7] Ibid., 327.
[8] Michel Foucault, Seguridad, territorio, población, 400-401.
[9] Michel Foucault, Saber y verdad (España: Las ediciones de la Piqueta, 1984), 210.
[10] Ibid., Seguridad, territorio, población, 404.
[11] Michel Foucault, Saber y verdad, 164.
[12] Ibid., 166.
[13] Michel Foucault, Seguridad, territorio, población., 407.