Aunque los métodos, las instalaciones o el material escolar tengan su importancia, no deberíamos perder de vista que sin contenidos sólidos, sin exigencia académica, la competencia personal desciende y el sistema tambalea
Mercedes Ruiz Paz. Los límites de la educación
4) Hablemos de educación (por Jan Doxrud)
Dicho esto, expulsemos otro mito que circunda y que dice que el profesor debe dejar gradualmente atrás la clase expositiva, salir de esa “zona de confort” (aunque de “confort” no tiene nada ya que requiere mucha preparación por parte del profesor) para adentrarse a los “terrenos desconocidos e innovadores” de las “metodologías activas”. Hemos creado así la nueva “Edad Media Pedagógica” que debemos urgentemente abandonar.
Como señala el académico de la Universidad de Barcelona, Francisco Esteban Bara, en su libro “La universidad light” , tenemos aquel relato que nos dice que en aquellas clases expositivas el alumno permanecía en un estado vegetativo y engullendo pasivamente la información transmitida por el todopoderoso profesor.
El problema es que, si bien hay algo de verdad en esto, es exagerado plantearlo como si tal metodología fuera la norma. Por lo demás, y como ya señalé, la clase expositiva se ha ido puliendo, de manera que esta no es siempre y en todo lugar un monólogo del profesor, por lo que la aseveración anterior simplemente incurre en la falacia del “muñeco de paja”. Por lo demás, a veces ese monólogo es necesario, pero hay que saber hacerlo, es decir, no cualquiera está capacitado para efectuar ese monólogo de manera efectiva. Como señala Bara, para tener estudiantes bien formados, aptos para dialogar y ofrecer opiniones bien fundamentadas hace falta, previamente, haber escuchado muchos monólogos.
Así, debemos tomar distancia de aquel relato en donde, en materia pedagógica, “todo tiempo pasado fue peor”. Lo anterior sería hacer un juicio impreciso, miope, injusto y que entra en contradicción con el hecho de que la educación “del pasado” nos ha dado a verdaderas luminarias en diferentes disciplinas. Como bien señala Bara (si bien se refiere a la universidad, aplica también a la educación escolar):
“La realidad nos ha demostrado que, de aquellas generaciones de universitarios a los que por lo visto no se formaba, sino que se les entontecía, han salido nombres ilustres que han mejorado el mundo, amigos y familiares que nos resultan ejemplares en muchas de las cosas que aprendieron en la universidad”.
De la mano de la caricaturización de la clase expositiva, tenemos también ciertas frases que se han convertido en verdaderos “mantras” repetidos una y otra vez como por ejemplo: “el alumno debe ser el protagonista en el proceso enseñanza-aprendizaje”, “el alumno debe construir su propio conocimiento”, “el profesor debe ser un mediador” , “el profesor ya no le corresponde transmitir conocimientos porque ese conocimiento ya está disponible en la web para los alumnos”, “la clase expositiva implica que el alumno es pasivo “por ende”, no aprende” (es decir se cree esa “supuesta” pasividad es sinónimo de no aprender…ya volveré sobre esto).
Como escribió la académica sueca Inger Enkvist en “Repensar la educación”:
“Una peculiar noción de libertad se halla en la base del constructivismo pedagógico. La libertad en el sentido en el que se usa se basa en la idea de que todas las personas pueden construir cualquier conocimiento y que, por eso, el alumno se encuentra libre de los maestros. Se supone que el individuo tiene ciertas estrategias a través de las cuales filtra la información y la convierte en aprendizaje. Así, él mismo dirige y controla su aprendizaje y esta libertad convierte el aprendizaje en autoeducación. El alumno no tiene nada que agradecer a nadie”.
Si bien algunas de las aseveraciones o “mantras” tienen un grado de verdad, en mi caso no las absolutizaría o, en otras palabras, no haría una interpretación dogmática y literal de estas misma. Junto a esto, se hace necesario también precisar qué se quiere decir con tales afirmaciones. Por ejemplo, eso de que el “alumno construye su propio conocimiento” tiene sentido en algunas instancias, pero en otras carece completamente de sentido. Digamos, por ahora, que para “construir”, previamente se requiere de materiales para la construcción. Junto con lo anterior tenemos que, no solamente se requiere “tener” tales materiales, sino que debemos también comprenderlos y ser capaces de establecer relaciones entre estos y es aquí donde el profesor es fundamental.
Ricardo Moreno Castillo en su “Panfleto Antipedagógico” se pregunta por el significado de aquella frase que nos dice que los estudiantes deben “aprender por sí mismos y participar en los procesos de aprendizaje”. Frente a esto, el autor explica que podemos entender de 2 maneras la frase anterior. En primer lugar, se podría interpretar como que los estudiantes tienen que poner de su parte, atendiendo en clase y haciendo sus tareas escolares. De ser esto correcto, entonces no nos encontramos frente a ninguna innovación educativa ya que es, mas bien, sentido común. Pero, en segundo lugar, se podría entender la frase anterior como que los estudiantes deben “descubrir las cosas por ellos mismos”. Es aquí donde Moreno señala tal aseveración se trataría de un disparate. La razón de lo anterior lo resume como sigue:
“Un profesor que no desmenuza bien los temas en clase porque el alumno ha de aprender por sí mismo establece una injusta diferencia entre el que puede pagarse una clase particular y el que no”.
Más adelante añade:
“El error fundamental de esta postura es ignorar que para descubrir cosas nuevas es indispensable saber ya muchas otras cosas. Einstein elaboró sus teorías reflexionando sobre las limitaciones de la física de Newton, la cual había aprendido durante su formación universitaria. Mucha atención: la había aprendido porque se la habían enseñado, no porque la hubiera descubierto por sí mismo”.
Por su parte, Inger Enkvist afirma que para llevar a cabo una tarea intelectual de manera óptima, se necesita disponer de conocimientos debidamente jerarquizados y sólidamente aprendidos. Pero sucede que los estudiantes provenientes de niveles socioeconómicos vulnerables tienen un marco cognitivo más estrecho caracterizado por una pobreza lingüística, falta de vocabulario e ideas que no se encuentran fundadas en conocimientos. Nuevamente es aquí donde entra el profesor para abordar este y otros temas.
Explica Enkist que un “maestro” debe saber seleccionar los elementos que va a enseñar, escoger los ejemplos, así como también organizarlos de manera adecuada. Junto a esto está el uso del lenguaje (ya he dedicado varios artículos a este tema), es decir, el maestro debe ser consciente de esta dimensión y preocuparse de que los estudiantes amplíen su vocabulario. En palabras de la autora, un profesor que no promueva el desarrollo del lenguaje de los estudiantes no podrá reivindicar que está apoyando su desarrollo intelectual.
Citando los trabajos del biólogo chileno, Francisco Varela (1946-2001), Enkvist explica que el aprendizaje cambia nuestro organismo y nuestro sistema cognitivo, es decir, el cerebro no sólo se “llena” sino que se reorganiza cuando aprende. Sobre la relevancia del lenguaje concluye la académcia sueca:
“El ser humano se relaciona con el mundo a través de los conceptos que le permiten orientarse y economizar el esfuerzo cognitivo. Nombrar, clasificar y relacionar son operaciones directamente diseñadas para interactuar con el mundo”.
Las consecuencias de esto son claras y perceptibles: mala redacción y mala expresión oral. La académica sueca rotula el lenguaje de los alumnos de rígido, inseguro y pobre, y su expresión oral se caracteriza por tener un ritmo rápido pero entrecortado, y por el uso frecuente de pocas palabras y de oraciones sin terminar.
Enkvist en “La buena y mala e ducación”, haciendo eco de la experiencia de otro profesor francés (de Historia), Iannis Roder, señala que el vocabulario de los alumnos es extremadamente restringido, cometiendo numerosos errores al leer y escribir. Sumado a esto, Roder debe traducir constantemente los textos a versiones orales simplificadas. Debido a este precario vocabulario, los estudiantes tampoco entienden las noticias ya que se utilizan conceptos que no entienden.
Afirmar que el estudiante debe ser “protagonista” o “participante activo” del aprendizaje es correcto, pero esto no debería ser interpretado como la pérdida de protagonismo del profesor en este mismo proceso y que el alumno se transforme en el único centro. Regresamos así al “paidocentrismo” que ya sido había propuesto por el teólogo y pedagogo Juan Amos Comenio (1592-1670) en un contexto bastante diferente al nuestro. Una lectura dogmática de lo anterior dirá que la clase “expositiva” vendría a ser un anatema o reliquia del pasado para dar paso a un nuevo profesor: “el mediador”.
Se nos dice que la clase expositiva es innecesaria , es parte de una tradición que hay que olvidar, porque ahí el profesor cometía el pecado mortal de ser el “centro” del aula dejando al alumno relegado a la periferia. Sumado a esta grave pérdida de protagonismo de los alumnos, se nos dice también que los estudiantes son “pasivos”. Pero sucede que, dentro de esta nueva cultura del “saber hacer”, “ser activo” y de las “metodologías activas” tal pasividad parece no tener cabida, puesto que solo queremos un homo faber + homo ludens dentro del aula.
El problema con lo anterior es que, aseverar que “si” el alumno es “pasivo” “entonces” (“por lo tanto) “no aprende”, es falso (pasividad no es sinónimo de no aprender). Cualquier persona que se dedique a estudiar y a escribir sabrá que en este proceso uno combina la “actividad” con la “pasividad”. En mi caso, al leer, estoy asumiendo un rol pasivo (aunque se trate de “lectura activa”), pero que sea pasivo no significa que no esté aprendiendo, ni reflexionando. Lo mismo sucede cuando uno observa conferencias, cátedras o documentales en internet por horas durante la semana.
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