(I) Marx, el falso profeta del comunismo (por Jan Doxrud)
Abordaré en estos artículos la crítica realizada por el intelectual asutriaco, Karl Popper, a Karl Marx y el marxismo. Popper reconoce el impulso humanitario que mueve al marxismo así como el intento de Marx de realizar una “honesta tentativa de aplicar los métodos racionales a los problemas más urgentes de la vida social”[1]. Reconoce la sinceridad de Marx así como su amplitud de criterio, su sentido de los hechos, su desconfianza de las meras palabras y, en particular, de la verbosidad moralizante. Esto hizo de Marx “uno de los luchadores universales de mayor influencia contra la hipocresía y el fariseísmo”. Hasta aquí todo bien, incluso el mismo Popper se pregunta el porqué atacar a Marx. La razón es que a pesar de todos sus méritos, Marx fue un falso profeta. En primer lugar, profetizó sobre el curso de la historia y sus vaticinios, que no resultaron ser verdaderos. Pero esta no es su principal falta. El ataque de Popper se centra en el hecho de que Marx llevase por el camino equivocado a docenas de poderosas mentalidades, “convenciéndolas de que la profecía histórica era el método científico indicado para la resolución de los problemas sociales”[2]. De esta manera Marx pasó a engrosar la lista de los enemigos de la sociedad abierta y su falta radicó en haber sido responsable de la “devastadora influencia del método de pensamiento historicista en las filas de quienes desean defender la causa de la sociedad abierta”[3].
El marxismo es una teoría puramente histórica que aspira a predecir el curso de la evolución económica, así como el de las revoluciones. Popper desecha que el marxismo sea una tecnología social. En palabras del filósofo, el socialismo científico no nos enseña los medios y las formas de crear instituciones socialistas. El mismo Marx tildó de utópica toda tecnología social a tal punto que, como no s recuerda Popper, sus seguidores rusos se encontraron desprevenidos y sin saber cómo proceder una vez que alcanzaron el poder, ya que no encontraron absolutamente ninguna herramienta que utilizar en el maletín marxista. Lenin, como el historicista que fue en un comienzo, logró captar el problema y se percató de que la construcción del socialismo no sería un proceso espontáneo. Lenin tuvo que improvisar: suprimió de la Asamblea Constituyente al percatarse que no favorecería a los bolcheviques, tuvo que aplicar el comunismo de guerra, luego instauró un paréntesis dentro del comunismo estableciendo la Nueva Política Económica (NEP), sin mencionar la represión del motín de los marinos de Kronstadt y la prohibición de facciones en el interior del partido. Lenin también anuló la “Oposición Obrera” durante el X Congreso y creó la Cheka, digna sucesora de la Ojrana zarista. Posteriormente Stalin pondría en marcha los planes quinquenales y llevaría a cabo la purga al interior del partido . El punto, como escribió Popper, es que estas medidas no guardan relación alguna con las teorías del socialismo científico defendidas por Marx y Engels.
¿Qué se puede decir del marxismo como método? Cuando los marxistas son blanco de ataques suelen defenderse apelando a que este consiste en un método. Popper examina el marxismo como método y lo juzga como tal, y lo mide con sus patrones metodológicos. Si se está de acuerdo en que la ciencia se mide de acuerdo a sus resultados prácticos, debemos reconocer que la presunta ciencia marxista deja mucho que desear. Ya tuvimos la oportunidad de revisar la célebre tesis 11 sobre Feuerbach(ver mi artículo sobre el tema) donde Marx pone el énfasis en la transformación del mundo más que sólo interpretarlo, por lo que para él la ciencia debía producir resultados prácticos. El error de Marx, de acuerdo a Popper, fue creer que la tarea más característica de la ciencia era predecir el futuro más que en en adquirir conocimientos a partir de los hechos pretéritos.
“En efecto, el argumento plausible de que la ciencia puede predecir el futuro sólo si el futuro se halla predeterminado –si el futuro, por así decirlo, se halla presente en el pasado, incrustado en éste- lo condujo a sustentar la falsa creencia de que un método rigurosamente científico debe basarse en un determinismo rígido”[4].
Pero Marx no fue el único que concibió esta pareja determinismo-ciencia, sino que también fue aceptada por los científicos de la época. Como explica Popper, la creencia en la adivinación científica:
“no se basa solamente en el determinismo; su otro fundamento reside en la confusión entre el concepto de la predicción científica, tal como lo conocemos en el campo de la física o de la astronomía, y las profecías históricas a gran escala, que nos anticipan en grandes líneas las tendencias principales del futuro desarrollo de la sociedad. Estos dos tipos de predicción son sumamente diferentes…y el carácter científico del primero no constituye argumento alguno a favor del carácter científico del segundo”[5].
El científico no puede hacer nada frente a las fuerzas naturales, sólo puede pronosticar o anticipar, pero no intervenir. La ciencia sólo se ocupa del reino de la necesidad. Recordemos que para Marx no es la conciencia del hombre la que determina su vida social, sino más bien la vida social la que determina su conciencia. La superestructura emerge de la estructura económica, de las condiciones materiales.
“Marx, en oposición a Hegel, sostuvo que la clave de la historia, aun de la historia de las ideas, debe buscarse en el desarrollo de las relaciones entre el hombre y el medio natural que lo circunda, el mundo material, es decir, en su vida económica y no en su vida espiritual”[6].
De acuerdo a lo anterior, Popper establece que el sello del historicismo de Marx es el “economismo”, que se aleja del idealismo de Hegel y del psicologismo de John Stuart Mill. Popper, al abordar el materialismo histórico, distingue dos aspectos en su análisis: en primer lugar el historicismo, esto es, “la afirmación de que la esfera de las ciencias sociales coincide con la del método histórico o evolucionista y, especialmente, con la profecía histórica”. Lo anterior Popper lo descarta completamente. En segundo lugar está el ya mencionado economicismo o materialismo, es decir, “la afirmación de que la organización económica de la sociedad, la organización del intercambio de materia con la naturaleza es fundamental para todas las instituciones sociales y, en especial, para su desarrollo histórico”[7].
Ahora bien Popper advierte que no hay que dejarse llevar por este énfasis en lo económico, ya que no existe una dependencia unilateral entre ideas y condiciones económicas, sino más bien una interacción de las primeras con respecto a las segundas. Popper ofrece un ejemplo para ilustrar su punto. Nos pide que imaginemos nuestro sistema económico y que de pronto todas las maquinarias y organizaciones sociales se destruyeran, pero el conocimiento técnico y científico se mantuviesen intactos. En este caso se puede concebir la posibilidad de una reconstrucción del sistema a corto plazo. Ahora bien, si nos imaginamos que lo que desaparece son los conocimientos de estas cuestiones, conservándose lo material, la situación sería semejante a la de una “tribu salvaje que ocupara de pronto un país altamente industrializado, abandonado por sus habitantes. No cuesta comprender que est o llevaría a la desaparición completa de todas las reliquias materiales de la civilización”[8].
Con esto se quiere demostrar el error de exagerar la primacía del economismo. Por lo demás, nos recuerda Popper, ¿no fue Marx quien pronunció la célebre frase, “¡Trabajadores del mundo, uníos!”? ¿Qué pueden hacer los trabajadores? ¿Qué puede hacer el Estado? Marx se pregunta qué es el Estado. Pero a estas preguntas de carácter esencialistas, señala Popper, no se les puede dar una respuesta satisfactoria. Popper extrae dos conclusiones de la teoría del Estado de Marx. En primer lugar, que la política es impotente ya que ni las instituciones legales y políticas, ni las luchas políticas pueden alterar decisivamente la realidad económica. Así llegamos a la paradoja entre el marxismo que estimula la acción política y lo que Popper denomina la teoría de la impotencia. En segundo lugar, todo gobierno, aun los democráticos, son en realidad dictaduras de una clase dominante:
“Lo que nosotros llamamos democracia no es, según esta teoría, sino ese tipo de dictadura de clase que resulta más conveniente en cierta situación histórica…Y así como el Estado es, bajo el capitalismo, una dictadura de la burguesía, después de la revolución social será, al principio, una dictadura del proletariado. Pero este Estado proletario deberá perder su función tan pronto como se derrumbe la resistencia de la vieja burguesía”[9].
[1] Karl R. Popper, La sociedad abierta y sus enemigos (España: Paidós, 2010), 297.
[2] Ibid.
[3] Ibid.
[4] Ibid., 300.
[5] Ibid., 301.
[6] Ibid., 319.
[7] Ibid., 322.
[8] Ibid., 323.
[9] Ibid., 335.