Filosofía política en la antigua China (5): El Legalismo II (por Jan Doxrud)
Otro representante del legalismo fue el ya mencionado Shang Yang quien, tras desarrollar su carrera en el estado de Wei, emigró al estado vecino de Qin donde se ganó la confianza del soberano y logró imponer sus ideas que se tradujeron en un Estado fuertemente centralizado a través de un amplio sistema de control y denuncia. No fue muy popular debido a la rigidez de sus normas y cuando el duque de Qin, su protector, falleció en el 338 A.E.C, Shang Yang cayó en desgracia, siendo asesinado y su cuerpo descuartizado, y su familia también sufrió el mismo destino. El Shangjunshu fue una compilación posterior. Esta obra nos presenta un esquema de tres períodos históricos a través de los cuales evolucionó el ser humano y que permite explicar el origen así como la justificación del poder del Estado. Schleichert y Roetz lo explican como sigue:
“Al principio las personas sólo tenían a sus madres, pero no conocían a sus padres. Se amaba a los familiares y a aquello que se poseía. Del amor hacia los familiares surgieron las diferencias entre los diversos grupos de personas. Del amor a la propiedad surgió la bellaquería. Con el crecimiento de la población se desarrolló el desorden y, finalmente, ciertos hombres inteligentes establecieron la legitimidad y el altruismo. A partir de entonces el pueblo empezó a hablar de humanidad, al mismo tiempo que el amor a los familiares se perdía. Sin embargo, las personas volvieron a estar en desacuerdo entre ellas, por lo cual surgieron, una y otra vez, desórdenes. Finalmente, un sabio se encargó del asunto. Dividió las tierras y las pertenencias, promulgó prohibiciones, nombró funcionarios y, finalmente, introdujo a un soberano. Al ocurrir esto, terminó la consideración hacia la humanidad y, en lugar de ella, surgió la consideración de la posición social, según la nueva jerarquía que se había establecido”[1].
De acuerdo al pensamiento de Shan, el objetivo último de la política radicaba en el dominio total de China, lo cual sólo podía conseguirse por medio de la violencia o del poderío militar. Unido a esto, debía haber también estabilidad interna y una intensa producción de alimento por medio de una política de promoción de la agricultura. Con respecto a esto último, la lógica señalaba que había que contar con una gran masa de campesinos que trabajasen la tierra, lo que implicaba la implementación de incentivos para que las personas trabajasen la tierra y no se dedicaran a actividades improductivas. Por ejemplo, el soberano no debía tener sólo como favoritos a los funcionarios, eruditos, artistas y mercaderes, ya que estos, al recibir mayor riqueza, crearían un incentivo negativo que obstaculizaría la política de promoción de la agricultura, en el sentido de que las personas optarían por aquellos oficios que le reporten un mayor beneficio.
Otra medida que recomendó Shang fue la inmigración puesto que, al tener un mayor número de habitantes, la producción de bienes primarios y la riqueza del Estado aumentaría, en detrimento de otros estados que verían cómo su población disminuye y así también su riqueza. Shang habría llegado a recomendar que para atraer a los soldados de estados vecinos – estimular la inmigración – se les debería asegurar de que serían liberados del servicio militar y de impuestos, hasta tres generaciones. Otro aspecto medular del pensamiento de Shang guarda relación con el derecho penal.
La filosofía jurídica del pensador chino consistía controlar las acciones e incentivos de los individuos por medio de recompensas (escasas) y sobre todo, con la amenaza, mediante fuertes castigos. En el Shangjunshu se explica que los que detentan el poder aman a su pueblo mediante la imposición de duros castigos y escasas recompensas, de manera que el pueblo debe vivir con miedo y, de esa manera, reinará la estabilidad dentro del Estado. Ahora bien, el mismo texto señala que los castigos tienen como objetivo suprimir los castigos, por lo que no se deben utilizar los castigos para establecer castigos, ya que esto sólo puede traer consigo el caos para el Estado. Estos castigos no sólo incluían la muerte de infractor, sino que incluso podía correr la misma suerte su familia. El verdadero soberano debe ocuparse incluso los delitos que han estado planeados y aquellos que no han llegado todavía a suceder, por lo que la denuncia se transforma en una acción crucial. Para que lo anterior pudiese operar de manera óptima era crucial que las leyes fueran promulgadas y conocidas por todos:
“Los legalistas exigen, por primera vez, una inteligibilidad de las leyes. Shang Yang quiere, a través de métodos cuidadosamente elaborados, tomar precauciones para que las leyes sean conocidas por todos y no haya posibles ambigüedades en su interpretación. Ciertamente, prevé incluso la existencia de funcionarios especialmente educados que deben informar sobre las leyes, pero el conocimiento de ellas no debe ser ningún secreto. Según la medida de las leyes, toda persona tiene también sus determinados derechos”[2].
Continuemos con las ideas de Han Feizi (280-233 A.E.C) quien provenía de una familia noble del estado de Han*. El historiador Sima Qian señala que Han Fei, junto a Li Si, recibió las enseñanzas del filósofo confuciano Xunzi. En medio de una disputa entre el Estado de Han y el de Qin, Han Fei fue enviado como emisario a Qin ya que, por lo demás, había llamado la atención de su rey, quien más tarde se convertiría en el primer emperador de China. Pero una vez ahí, Han Fei fue víctima de una intriga y de su antiguo compañero Li Si quien era ministro en jefe de Qin, lo que llevó a que Han Fei muriese bajo su propia mano. De acuerdo a Graham, Han Fei fue el gran sintetizador del legalismo y sus ideas quedaron plasmadas en el Hanfeizi, la cual fue escrita en gran parte por el propio Han Feizi.
Como es común dentro del pensamiento legalista, Han Feizi considera que el mejor Estado es aquel que es gobernado por la leyes claras y castigos duros. Los soberanos no deben gobernar ni con humanidad ni con despotismo. Un soberano humanitario sólo promueve el libertinaje entre sus súbditos, mientras que el déspota aplica con demasiado celo los castigos y establece leyes absurdas que sólo generan conflictos entre el soberano y sus ministros, y disemina el descontento entre el pueblo. Han Fei también era anti-tradicionalista de manera que el soberano debía ser capaz de dar respuesta a los nuevos desafíos, especialmente a los cambios fruto del crecimiento exponencial de la población, tal como en lo había planteado Thomas R. Malthus cientos de años después. De acuerdo al pensador chino, en la antigüedad los hombres no tenían que arar y las mujeres no debían tejer. Los alimentos eran los suficientes para la alimentación al igual que las pieles de animales para la vestimenta. Por lo demás, la cantidad de personas existentes era pequeña y esto, unido a la abundancia de alimentos, inhibía la posibilidad de que surgieran conflictos. Pero esta situación cambiaría:
“Pero hoy en día las familias con cinco hijos no son nada raro y esos cinco hijos, a su vez, tienen otra vez cinco hijos, de modo que un abuelo tiene veinticinco nietos. Esto lleva a un crecimiento de la población y a una reducción de los bienes necesarios para la supervivencia. Se debe trabajar duro y se consigue solo una pequeña porción de las ganancias.. Esa es la razón de las disputas de la gente. Ni siquiera duplicar las recompensas y endurecer los castigos impediría esta evolución hacia el caos”[3].
Frente a este escenario Han Fei señala lo siguiente:
“Por eso el sabio establece un cálculo cuantitativo de las relaciones y gobierna bajo la consideración de la abundancia o escasez de los bienes. La medida de los castigos no tiene nada que ver con la bondad o la maldad, sino que es regida por las costumbres correspondientes. Los problemas se transforman con el tiempo y las medidas deben corresponder con los problemas”[4].
Otro idea presente en Han Fei es que, en su modelo de Estado, no desempeña papel alguno las características individuales, es decir, el legalismo del pensador chino abstrae los rasgos individuales del soberano como persona.
Lo anterior se refiere a lo que ya hice alusión anteriormente y es que la leyes claras y conocidas por todos son suficientes para el buen funcionamiento del gobierno. En palabras de Schleichert y Roetz:
“Al contrario de Confucio, Han Fei considera las cualidades morales del gobernante como algo completamente irrelevante con respecto al éxito de su gobierno. Si el soberano ha escogido ministros capaces y ha escuchado y considerado cuidadosamente sus discursos, entonces para el Estado no supone nada malo que él personalmente se dedique a los placeres de la caza, de la pesca o a las mujeres preciosas, o que ame el lujo y los banquetes. Si, por el contrario, el soberano no comprende cómo se debe comportar ante los ministros, entonces no le servirá de nada vestir ropas sencillas, tener comidas modestas y esforzarse personalmente mucho”[5].
Han Fei aborda también la cuestión de la seguridad interior, específicamente el cuidado que debe tener el soberano frente todo tipo de artimañas y complots que busquen derribarlo. El soberano es una figura solitaria ya que no puede confiar en nadie, ya que tanto su mujer y sus concubinas, así como el príncipe de palacio, pueden aspirar a arrebatarle su vida. Así, en su interacción diaria con sus ministro y otros subordinados, Han Fei recomienda que el soberano guarde silencio y se limite a escuchar para saber cuáles son las intenciones de sus interlocutores. El soberano debe transparentar sus deseos y opiniones ya que de esa manera las intenciones y acciones de sus subordinados se adaptarían a estas.
El soberano debe hacer sentir poder más sobre los altos cargos que sobre el pueblo ya que, como lo ilustra Han Fei, el pueblo vendría a representar las ramas del árbol, mientras que los altos cargos representan el tronco que puede ser sacudido por el soberano para obtener mayor cantidad de frutos. Pero las conspiraciones por parte de los subordinados directos del soberano no constituían el único peligro y no eran los únicos enemigos de éste, debido a que dentro de esta última categoría se encontraban también los intelectuales, vagos y aquellos que no son influenciables. Las invectivas de Han Fei hacia los intelectuales apuntan principalmente al uso y abuso de las palabras, la manipulación por medio de frases y conceptos altisonantes y grandielocuentes.
Frente a estos, el soberano debe prestar atención no a la elocuencia, sino que al contenido de las proposiciones. Los intelectuales itinerantes, mediante sus discusiones, sólo ayudan a minar la autoridad del soberano y a desestabilizar su gobierno, por lo que Han Fei recomendó destruir los escritos de esta clase de intelectuales. Los intelectuales no eran los únicos que no se atenían al esquema “normal” de comportamiento ya que las personas no influenciables caían bajo ese mismo rótulo. Para el legalismo estos personajes representaban un peligro ya que no se dejaban persuadir ni coaccionar mediante recompensas y amenazas.
[1] Ibid., 218.
[2] Ibid., 225.
* Uno de los Estados combatientes, es decir, no se refiere a la dinastía Han.
[3] Ibid., 236.
[4] Ibid., 237.
[5] Ibid., 242.