¿Qué es la Democracia? (8): el estado actual de la Democracia (por Jan Doxrud)
¿Cuál es la situación actual? ¿Acaso ha logrado la democracia consolidarse de manera definitiva? ¿Debemos pensar queno existe peligro alguno de que una vez más se vea amenazada y socavada? La respuesta parece ser negativa, ya que todavía podemos leer en papers académicos, noticieros y artículos, que la democracia se encuentra, en alguna medida, en peligro. El problema es que no se sabe qué es lo que está en peligro, es decir, qué dimensión de la democracia es la que se encuentrabajo amenaza: ¿las elecciones libres, la existencia de medios de comunicación, tolerancia, libertad, separación y autonomía de los poderes del Estado, el imperio de la ley? ¿De qué democracia estamos hablando? ¿La democracia que potencia la participación ciudadana? ¿La democracia concebida como limitación del poder del Estado? ¿La democracia que insiste en la representatividad social de los gobernantes?
No es fácil dar una respuesta, por lo demás cada uno de estos componentes se encuentra relacionado con los demás, por lo que la merma de uno lleva a la larga a la merma de los demás. Sea como fuere, el hecho es que aún podemos escuchar y leer que en algunos sectores del orbe la democracia se encuentra en peligro. Esto se puede explicar debido a un cierto malestar de la población con respecto a la clase política, específicamente, la corrupción y la sensación de que lo único que mueve a tal clase política no es el bien común, sino que sólo mantenerse en el poder. Este fenómeno lo podemos vincular con esa falsa promesa de la democracia real de la que hablaba Norberto Bobbio: la derrota del poder oligárquico. A pesar de que los estudios de Schumpeter y Dahl nos aseveran que las elites circulan y se renuevan, igualmente la población percibe a los políticos como una clase privilegiada distinta y hasta desvinculada, salvo en períodos de elecciones, de la ciudadanía. En nuestros días podemos percatarnos de este descontento y malestar en la ciudadanía en países como Brasil, a propósito del caso Petrobras.
En España vemos las consecuencias negativas que tuvo la crisis económicas para los dos partidos hegemónicos (Partido Popular y PSOE) y la progresiva del partido izquierdista “Podemos”. En Grecia, el descontento ciudadano provocó la caída del Movimiento Socialista Panhelénico (PASOK) y en Chile, las acusaciones de tráfico de influencias de Sebastián Dávalos, hijo de la presidenta Michelle Bachelet, y su esposa Natalia Compagnon, asestaron un golpe fatal para la imagen de la presidenta y sus promesas de garantizar la igualdad de oportunidades en el país. En México, lo que Bobbio denomina como “poder invisible” – en este caso los carteles de drogas – están poniendo en entredicho la institucionalidad del país que, a estas alturas, parece ser más bien un narcoestado, donde la corrupción ha penetrado hasta el corazón mismo de las fuerzas de orden. Es por ello que el intelectual francés André Glucksmann (1937-2015) señaló que, sidurante el siglo XX la lucha había sido entre democracia y totalitarismo, en el siglo XXI la pugna sería entre democracia y corrupción.
Otro enemigo de la democracia es el fundamentalismo religioso. para quienes no es compatible con su concepción del Islam. Junto con esto rechazan también la tolerancia, la libertad de conciencia y el Estado de Derecho. En Francia, acontecimientos como la matanza en Charlie Hebdo y la masacre en el Bataclan, han traído como consecuencia la sensación de inseguridad y paranoia entre los franceses, e incluso ha despertado en parte de la población el temor e incluso el odio hacia la población musulmana. La última matanza ocurrida en Francia llevó a las autoridades incluso a suspender el acuerdo de Schengen. Estos ataques terroristas traen siempre la potencial consecuencia de que las personas, ante el miedo de nuevos ataques y para salvaguardar su integridad física, estén dispuestos a sacrificar parte de su libertad a cambio de seguridad, lo que se traduce en el fortalecimiento del aparato de vigilancia estatales.
Otro acontecimiento reciente que ha despertado nuevamente los nacionalismo extremos y ha puesto en jaque la tolerancia en Europa, es la crisis de los refugiados como resultado de guerra en Siria y otros acontecimientos posteriores como los ataques sexuales en Colonia, en donde algunos de los culpables resultaron ser solicitantes de asilo. Examinemos algunos artículos de prensa que abordan el tema de la crisis de la democracia. En una conferencia reciente, el premio Nóbel de Literatura Mario Vargas Llosa aseveró que Donald Trump constituía un peligro para la democracia. La aseveración de Vargas Llosa se fundamenta principalmente en la postura anti-inmigración y racista de Trump, de manera que, se puede inferir, que este candidato representa un peligro para la democracia porque cuestiona y pone en peligro valores fundamentales como la tolerancia, el pluralismo y el reconocimiento del otro.
Otras lóbregas predicciones de la prensa apuntan a la potencial destrucción de los pilares democráticos de Turquía, tal como lo hace Deutsche Welle. Las causas de esta posible destrucción de la democracia turca son variadas. En primer lugar está la amenaza terrorista, específicamente los últimos ataques con bombas perpetrados en Ankara. Pero también está la división que existe en el interior del país, ya que por un lado está la maquinaria del poder en torno al exprimer ministro y actual presidente turco, Tayyip Erdogan y por otra parte estánlos “perdedores” del viejo establishment, es decir, los militares y los kemalistas. A esto hay que añadir la presencia de los artífices del nacionalismo turco que se encuentran enfrentados con los nacionalitas kurdos. En suma, el terrorismo, el nacionalismo y la lucha interna por el poder están poniendo en jaque la democracia en Turquía. En general es el terrorismo uno de los temas más recurrentes en los artículossiendo así la principal amenaza para la democracia. Por ejemplo, el atentado terrorista en el Museo Nacional del Bardo, ha sido calificado por “The Telegraph” como un peligro para la democracia.
Por su parte, el académico chileno, profesor en la universidad de Oldenburg, Fernando Mires, menciona y explica una serie de peligros para la democracia en el caso de América Latina. A pesar de haber sido publicado en 2006, estos factores igualmente gozan de una sorprendente vigencia. En primer lugar está el peligro de la (re)militarización del poder, tal como fue sucediendo con la Venezuela de Hugo Chávez. En segundo lugar está la peligro de la economización de la política, es decir, cuando los intereses económicos no están políticamente representados, pasando a ser representados por instancias no políticas o se representan a sí mismos. En tercer lugar está el peligro de la corrupción. En cuarto lugar tenemos el constante peligro populista.
En quinto lugar, relacionado con el anterior, es la personificación extrema del poder, como fue el caso de Juan Domingo Perón o Hugo Chávez. En sexto lugar está la desigualdad. En séptimo lugar la desintegración política. En octavo lugar, está la etnización de la política, impulsado principalmente por movimientos de izquierda huérfanas de discurso ideológico tras el derrumbe del comunismo, lo que los ha llevado a buscar nuevos actores, específicamente, “nuevos explotados”, que sustituyan al antiguo proletario. En último lugar está el peligro de la ausencia o escasa presencia de la intelectualidad política y, debemos agregar, la calidad y honestidad de esa clase intelectual.
Como ya he tenido la oportunidad de mencionar, incluso la democracia estadounidense ha sido cuestionada en un estudio titulado “Testing Theories of American Politics: Elites, Interest Groups, and Average Citizens”, realizado por los académicos Martin Gilens y Benjamin I. Page. La nación estadounidense ha traicionado sus propios ideales democráticos desde se conocieron los casos de abusos en el centro de detención y tortura en Guantánamo. Pero comos señalé anteriormente, el peligro del terrorismo trae consigo que la seguridad pase a estar por encima de las libertades, de manera que cualquier método se convierte en uno válido si apunta a proteger a la ciudadanía, incluso si implica traicionar ciertos valores de la democracia.
La paradoja es que lo anterior ¡se utiliza como argumento para afirmar que lo que se está protegiendo es la democracia misma! Así, la democracia debe ser defendida por medios anti-democráticos, de manera que se debe abandonar el idealismo ingenuo y adoptar una postura más realista de cómo opera la política. Incluso en el ámbito de las relaciones internacionales los países democráticos tienen estrechos vínculos con países no democráticos, como es el caso del largo matrimonio entre la monarquía saudita y Estados Unidos. No mucho tiempo antes de su derrocamiento y linchamiento, Muamar el Gadafi, uno de los más salvajes dictadores, se paseaba como estrella con Berlusconi y Sarkozy, y recibió de manos de Hugo Chávez la espada de Bolívar. Chávez incluso llegó a pronunciar las siguientes palabras: "lo que es Bolívar para nosotros, es Gadafi para Libia". Pero así son las relaciones internacionales: cínicas y amorales.
Intelectuales y académicos también se han pronunciado sobre el status actual del sistema democrático. El intelectual francés Jacques Rancière explica en un libro[1] que el odio a la democracia es tan antiguo como la democracia misma, ya que la palabra misma, señala Rancière, es expresión de odio. Ahora bien, el autor nos habla de un nuevo odio a la democracia que nos dice que este tipo de régimen es malo cuando se deja corromper por la sociedad democrática, que desea que todos sean iguales y que todas las diferencias sean respetadas. Para el intelectual francés la palabra democracia no designa propiamente ni una forma de sociedad ni una forma de gobierno y, en la misma línea de Mosca, Pareto, Michels y Schumpeter, añade que la sociedad democrática no es más que una pintura fantástica y que, tanto ayer como hoy, la sociedad continúa siendo un juego de las oligarquías.
En otras palabras, para Rancière no existe un gobierno propiamente democrático, lo que se traduce en que los gobiernos se ejercen siempre desde la minoría a la mayoría. Así, lo que hoy llamamos democracia, escribe Rancière, es un funcionamiento estatal y gubernamental, con elegidos eternos que acumulan o alternan distintas funciones: municipales, regionales, legislativas o ministeriales. En síntesis estamos, según Rancière, ante el acaparamiento de la cosa pública por una sólida alianza de la oligarquía económica y la oligarquía estatal, de manera que en la actualidad no habitamos en democracias sino que en “Estados de derecho oligárquicos”, en donde el poder de la oligarquía se encuentra limitado por el doble reconocimiento de la soberanía popular y de las libertades individuales.
Con Ranciére regresamos a la idea de que en nuestros días vivimos en una democracia oligárquica, similar a lo que denunciaba Sheldon S. Wolin (1922-2015) en su libro “Democracia S.A. La democracia dirigida y el fantasma del totalitarismo invertido”[2]. Con totalitarismo invertido el autor quiere a dar entender que la ciudadanía no ejerce realmente el poder ya que este último radica en un superpoder ejercido por el Estado y las grandes corporaciones, lo que lleva, a la larga, a la existencia de una democracia dirigida en donde predomina una fuerte restricción de los canales de participación ciudadana. Si en el pasado los totalitarismos se servían del aparato estatal para movilizar a las masas, el nuevo totalitarismo busca la desmovilización política de los ciudadanos. Wolin nos presenta un panorama desolador, una democracia que no es democracia, sino que un sistema de neutralización ciudadana desde el poder, pero que a su vez crea la ilusión de que los ciudadanos están ejerciendo efectivamente el poder.
Claro, aun quedan las elecciones, pero incluso esto es una ilusión ya que si examinamos este proceso con mayor detención nos percatamos de varios aspectos importantes. En primer lugar, en la mayor parte de los países, para poder ser candidato, se requiere de dinero, de manera que existen dos opciones: autofinanciarme en caso de contar con los recursos, o buscar apoyo financiero en otros, es decir, en el empresariado. Pero sucede que este empresariado también tienen intereses, de manera que no sería pecar de exceso de desconfianza pensar que los intereses de candidato deberán coincidir con el de su financista, lo que lleva a preguntarnos: ¿a quién representará realmente esa persona cuando se convierta en candidato? Además cualquier persona que tenga la ambición de ser un candidato viable debe contar con medios informativos que se encuentran también manos de una elite con sus propios intereses. Un tercer aspecto es que los candidatos que los ciudadanos eligen ya vienen filtrados, es decir, los ciudadanos deben elegirse a partir de una carta o menú que está previamente arreglado por los partidos.
El académico italiano, Carlo Galli, explica que el malestar de la democracia es el malestar de sus instituciones políticas y de su realidad social. Este malestar es doble: en primer lugar es subjetivo, es el malestar del sujeto considerado como ciudadano y que se manifiesta como “un desafecto, , como una indiferencia cotidiana hacia la democracia que equivale a su aceptación pasiva y acrítica, el rechazo implícito de sus presupuestos más complejos y comprometedores”[3]. En segundo lugar es un malestar objetivo, esto es, estructural: “Nace de la inadecuación de la democracia, de sus instituciones, para mantener sus propias promesas, para estar a la altura de sus objetivos humanísticos, para otorgar a todos igual libertad, iguales derechos e igual dignidad”[4]. Tenemos que, de acuerdo a las palabras de Galli, el malestar de la democracia se deriva de la insatisfacción que produce la democracia, de la sensación de estar siendo engañados, unido a la sospecha de que carecemos de otras opciones. Más adelante añade el mismo autor:
“El malestar de la democracia nace del acostumbramiento, de la aceptación acrítica del discurso de la «democracia real» acerca de sí misma, que se presenta como obvia y natural, como la realización de la casa del hombre. Pero al mismo tiempo surge de la experiencia de sus insuficiencias y contradicciones, hoy más agudas que nunca. Es como si nos encontrásemos en una especie de supermercado de los derechos, y nos diésemos cuenta de que no existe la mercadería (los derechos), que ha sido sustituida por eslóganes que publicitan y la proclaman como ya presente; es más, no sólo falta las satisfacción de los derechos, sino que es frecuente chocar con dificultades, abusos, frustraciones y marginaciones”[5].
Tenemos también a aquellos autores que no denuncian las grietas existentes en la democracia con el objetivo de repararlas, sino que critican directamente la democracia, es decir, la desmitifican, le arrebatan sus ropajes sagrados a un concepto que consideran como el último tabú. Tal es el caso del libro “Más allá de la democracia”[6] de Frank Karsten, Presidente del Mises Institute de los Países Bajos y del More Freedom Foundation, y del periodista Karel Beckman. Par estos autores la democracia se ha transformado en una suerte de religión en donde las personas depositan su fe y practican cada cierto tiempo los rituales que le son propios, como por ejemplo, las elecciones y otras celebraciones cívicas.
Como nueva religión, cualquier crítica al ideal democrático ha pasado a ser un verdadero tabú en las sociedades occidentales. Con esto quieren dar a entender que se está permitido criticarciertos aspectos de la democracia, pero está totalmente prohibido criticar el ideal democrático en sí, de manera que cualquier crítica debe tener como objetivo el perfeccionamiento o profundización de la democracia y no el cuestionamiento de la democracia en sí. Unida a esta crítica al sistema democrático está la crítica al Estado democrático, otra forma de religión que se conoce como “estadolatría”. El mito sobre el Estado nos dice que está entidad se encuentra integrada por una serie de funcionarios desinteresados que sólo buscan promover el interés de los ciudadanos: son servidores públicos.
El Estado sería desinteresado al igual que aquellas personas que se desempeñan en el denominado “sector público”, en oposición al “sector privado”, cuyos máximos representantes, los empresarios, sólo son movidos por intereses egoístas. Esta fe democrática ha llevado, de acuerdo a los autores, a identificar esta forma de gobierno con ideales que con los cuales no tiene una conexión necesaria: libertad, igualdad, unidad y paz. En otras palabras, se estaría confundiendo la democracia formal con la democracia sustancial o material, es decir, se confunde la democracia con el contenido específico de la acción de gobierno.
Tenemos así que el objetivo de los autores es claro: criticar lademocracia parlamentaria, dejando en evidencia que es injusta, que conduce a la burocracia y al estancamiento, así como al socavamiento de la libertad. Para ello, los autores hacen uso de un lenguaje directo y tosco, y no lo digo en un sentido peyorativo, pues si bien se pueden cuestionar algunas ideas de los autores, no dejan de tener razón en muchas de sus críticas. Karsten y Beckman enumeran una serie de mitos en torno a la democracia que resultan ser, cada uno, una falacia. El primer mito dice que cada voto cuenta que está lejos de ser cierto.
Por ejemplo, en el caso de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, donde votan más de 100 millones de ciudadanos, tenemos que nuestra influencia en el resultado del proceso es de uno en cien millones o un 0,000001 %, lo cual para los autores es lo mismo que decir que tenemos cero influencia en la práctica. La situación empeora cuando queda en evidencia que elvoto emitido no es a favor de una política o de una decisión específica, sino que es un voto a un candidato o partido político que tomará numerosas decisiones en nuestro nombre, decisiones sobre las cuales el ciudadano no tiene influencia alguna, como por ejemplo, la decisión de invadir Irak, atacar ilegalmente mediante drones, etc. Ya en la primera mitad del siglo XX Gaetano mosca había denunciado que el sufragio universal era una ficción de acuerdo a la cual se hacía creer a los votantes que ellos escogían a sus gobernantes cuando en verdad estos ya son electos por una pequeña camarilla.
El segundo mito es aquel que dice que el pueblo es el que manda. En primer lugar, los autores señalan que no existe nada parecido al “pueblo”, ya que este es un concepto abstracto que no hace referencia a nada. En otras palabras, hablar de pueblo es cometer la falacia de la reificación. Si el pueblo no existe, entonces sólo nos quedan los individuos, millones de ellos con distintas maneras de pensar, con diverso intereses y valores. Desde esta perspectiva resulta problemático hablar de la “voluntad del pueblo”, ya que no especifica quien realmente es pueblo y quien no. Este concepto es un legado de la tradición idealista-romántica alemana, por ejemplo el “volkgeist” o “espíritu del pueblo” de Fichte (1762-1814) que es un concepto fantasmagórico que carece completamente de sentido. Recordemos que Hitler usó y abusó de este concepto, pero sabemos que ningún judío, homosexual y discapacitado era parte del “volk” de Hitler.
Tenemos entonces que la democracia no refleja la voluntad del pueblo, sino que la voluntad de una mayoría y, como nos ha demostrado la historia, la verdad y la justicia no radica en la mayoría, de manera que las decisiones que emanan de una mayoría no nos dice nada de si aquella decisión es buena o mala. Llegamos así al tercer mito que es la falacia de que la verdad radica en la mayoría, lo cual lo podemos apreciar, por ejemplo, en el culto a las encuestas. Este resulta ser un mito difícil de derribar ya que, quien suele atacar a las mayorías, será acusado de elitista o de tratar a las mayorías de ignorantes. Pero el hecho es que la mayoría no puede ser un criterio para tomar ciertas decisiones. Hubo un tiempo en que la mayoría pensaba que la tierra era el centro del universo, de manera que las ideas de un Copérnico o un Galileo eran completamente erradas. Galileo no fue capaz de modificar la mentalidad de clérigos cultos y menos suerte habría tenido con el ser humano común y corriente que era completamente ignorante sobre temas de astronomía.
En suma, con esto quiero decir que la democracia, entendida como un proceso de decisión, implica la adopción de una medida, como si se deben o no destinar más recursos al ejército o a la educación. En lo que respecta al proceso de decisión mismo podemos decir que éste fue o no democrático, y en lo que respecta a la medida adoptada, esta puede ser moral o inmoral. Ahora bien, la moralidad o inmoralidad de la medida no guarda relación alguna con el hecho de que el proceso de decisión haya sido o no democrático. En otras palabras, si hiciéramos un poco de ficción y nos remontáramos a principios del siglo XIX y sometiésemos a una decisión colectiva si las mujeres deberían o no votar ,o si se debería dictar una ley a favor de los derechos de los homosexuales, lo más probable es que la mayoría hubiese votado en contra.
En resumen, el hecho de que el proceso de decisión sea democrático no significa que la medida sea moralmente justa. Además, tal como la demostrado el trabajo de Bryan Caplan en su libro sobre el mito del votante racional[7], el votante individual resulta ser extremadamente ignorante en muchas materias sobre las cuales decide, y si el individuo es irracional, entonces no hay por qué esperar que la agregación de estos individuos nos lleve a una suerte de decisión colectiva racional.
Continuemos con el cuarto mito que consiste en presentar a la democracia como políticamente neutral. Para ambos autores, la democracia es esencialmente colectivista. ¿Por qué razón? Por los dos mitos anteriormente señalados, por el hecho de que la democracia sea el poder de las mayorías. Esto significa algo que ya he mencionado en otros escritos y es que la democracia no es, como suele creerse, sinónimo de libertad ya que, como señala el filósofo de la ciencia Jesús Mosterín, la democracia es “hacer lo que quiera la mayoría de los demás” y la libertad es hacer lo que yo quiera[8]. Los demás mitos hacen referencia a que la democracia genera prosperidad y promueve la paz, la tolerancia y la libertad. En el aspecto económico, los autores están influenciados por la Escuela Austriaca de Economía, por lo que son extremadamente escépticos en relación a la figura, rol y eficiencia del Estado. También son escépticos en relación al papel de la Reserva Federal (la FED) y la manipulación de los tipos de interés y la expansión crediticia que contribuyen a crear el escenario ideal de una burbuja especulativa con las consecuencias que ya todos conocemos.
[1] Jacques Rancière, El odio a la democracia (Argentina: Amorrortu Editores, 2006).
[2] Sheldon S. Wolin, Democracia S.A. La democracia dirigida y el fantasma del totalitarismo invertido (España: Kats Editores, 2008).
[3] Carlo Galli, El malestar de la democracia (Argentina: FCE, 2013), 9.
[4] Ibid., 10.
[5] Ibid., 81-82.
[6] Frank Karsten and Karel Beckman, Beyond democracy (CreateSpace Independent Publishing Platform,2012)
[7] Bryan Caplan, The Myth of the Rational Voter: Why Democracies Choose Bad Policies (USA: Princeton University Press, 2007).
[8] Jesús Mosterín, Ciencia, filosofía y racionalidad (España: Editorial Gedisa, 2013), 66.