5/17-¿Qué es la Democracia? Siglo XX: nihilismo secular-religioso y violencia (por Jan Doxrud)

¿Qué es la Democracia? (5) Siglo XX: nihilismo secular-religioso y violencia (por Jan Doxrud)

Karl Löwith escribía que desde Proudhon, Renan y Nietzsche, el camino conducía a Georges Sorel, cuyas “Reflexiones sobre la violencia” (1907) e “Ilusiones del progreso” (1908) influyeron intelectualmente en el movimiento fascista. Continúa explicando el filósofo alemán:

Para todos quienes tienen una visión del futuro, la construcción de la historia de Europa ya no se realiza desde mediados del siglo pasado basándose en el modelo del progreso, sino en el de decadencia…A partir de entonces, una serie ininterrumpida de críticas de la época y de autocríticas recorre la literatura y la filosofía europeas, una serie entre Hegel y Nietzsche que influye decididamente en la historia real, y no sólo académica, del espíritu.  El desacuerdo con la propia época es también el terreno del que surge la «destrucción» de Heidegger, su voluntad de deconstruir y reconstruir, de volver a los fundamentos de una tradición que ha perdido consistencia[1].

El nihilismo europeo a principios del siglo XX, explicaba Löwith, era una negación de la civilización y no había sido una consecuencia de la guerra, sino que fue su condición previa. Aquel nihilismo pasó a ser la fe de los auténticamente cultos. Si a mediados del siglo XIX el nihilismo había encontrado su expresión en Charles Baudelaire o Gustave Flaubert – este último, a través de su personaje Pecuchet y su sombría y pesimista visión del futuro –  en el siglo XX, ahora eran autores como George Orwell, Aldous Huxley, André Malraux, James Joyce, D. H Lawrence, Marcel Proust y Thomas Mann quienes ya no creaban “un cosmos humano como hicieran las grandes novelas de Cervantes a Dickens, de Balzac a Tolstoi, sino que sólo transmiten una verdad desoladora sobre el ser humano, el cual desaparece como tal”[2].

Mazower señala que a estos sentimientos antiliberales y antidemocráticos, había que sumar el fracaso del proyecto idealista-universalista de Woodrow Wilson, quien se vio forzado por el Congreso a regresar a la política aislacionista tras el final de la guerra. En Europa existían además otras preocupaciones ya que, en aquella época de extremismos ideológicos, gobiernos como los de Inglaterra y Francia estaban más preocupados de contener el avance comunista que de la instauración de regímenes autoritarios anticomunistas. Lenin era un ferviente crítico de la democracia, identificando esta última con el Estado, en otras palabras, para el líder bolchevique la democracia era una forma de Estado y, este último, era una maquinaria de represión, por lo que el destino del Estado era el mismo que el de la democracia: ser destruidos.

Pero posteriormente, como destaca Sartori, Lenin moderaría su lenguaje y criticaría lo que el denominaba como la democracia burguesa, que sólo beneficiaba a unos pocos. Ahora bien, las críticas a la democracia no venían solamente de los fascistas, nazis y de los comunistas, sino que también de la derecha conservadora, nostálgica del viejo orden y del gobierno de las elites, tal como lo postulaba el sociólogo italiano Gaetano Mosca (1858-1941). Escribe Mazower:

“…muchos conservadores no se sentían mejor con la democracia en el período entre las dos guerras y ansiaban retornar a modos de gobierno más elitistas, aristocráticos y ocasionalmente incluso monárquicos. Para ellos, el problema de la democracia estribaba en el poder que confería a las masas, en la supuesta incompatibilidad entre democracia y autoridad. Se mostraban además inclinados a atacar la democracia sobre una base ética. Insistía demasiado en los derechos y no lo suficiente en los deberes. Había alentado el egoísmo y el interés particular de cada sector y contribuido así a su propia caída por no estimular una conciencia cívica o un sentido comunitario; así argumentaba en los años veinte muchos críticos católicos, ortodoxos y nacionalistas de la democracia. El español Madariaga requirió la sustitución de la democracia liberal por una «democracia orgánica unánime»; el socialcatólico francés Emmanuel Mournier aclamó la caída de la III República en 1940 y convocó «una lucha contra el individualismo, una noción de la responsabilidad, la restauración de la jefatura, el sentido comunitario […] [y] un concepto de la totalidad del hombre, carne y espíritu»; recordó a sus lectores que durante años había exigido el rechazo del peligroso individualismo de la «democracia liberal y popular»”[3].

Europa: escenario de guerras imperialistas y nacionalistas

Europa: escenario de guerras imperialistas y nacionalistas

La historia posterior de Europa es conocida. En 1922 llega Mussolini al poder en Italia y lo mismo hace Hitler en Alemania (1933), con toda la parafernalia política cuasi religiosa y una estética bien diseñada que captaría la atención de las masas dentro de la cual quedarían fundidos los individuos. En palabras del historiador Robert O. Paxton:

Unavez terminado el conflicto bélico, los liberales esperaban que los gobiernos volviesen a las políticas liberales. Pero las tensiones originadas por la guerra habían creado nuevos conflictos, tensiones y disfunciones que exigían una intervención continuada del Estado. Al final de la guerra, algunos de los estados beligerantes se habían desmoronado. En Rusia…habían tomado el poder los bolcheviques. En Italia, y más tarde en Alemania, lo tomaron los fascistas. En el período de entreguerras los gobiernos parlamentarios dejaron paso a regímenes autoritarios en España, Portugal, Polonia, Rumania, Yugoslavia, Estonia, Lituania y Grecia, por mencionar sólo casos europeos. ¿Qué había funcionado mal en la receta liberal de gobierno?”[4].

Más adelante regresaré a esta pregunta planteada por Mazower. Tras finalizar la Segunda Guerra Mundial en 1945, todavía quedaría un largo camino para que Europa avanzara hacia la adopción de un sistema democrático. Tras el final de la guerra, la mitad de Europa quedó sometida bajo el yugo de los regímenes totalitarios comunistas, específicamente, bajo el férreo control de la Unión Soviética, salvo el caso de la Yugoslavia de Tito, y posteriormente la Rumania de Ceaucescu que gozó de una mayor autonomía respecto de Moscú.

Tras la caída del telón de acero, la democracia sin duda se transformó en el nuevo ídolo político al cual había que adorar, ya que dos guerras mundiales habían demostrado que la democracia era la única forma de gobierno capaz de mantener la estabilidad y la paz entre las naciones. Conocida de sobra es la tesis “hegeliana” de Francis Fukuyama sobre el “fin de la Historia” (haga click para ver mi artículo). Para el cientista político estadounidense, el final de la guerra Fría habría marcado el término de las confrontaciones ideológica, lo que marcaría a su vez el triunfo de la democracia liberal como la única alternativa política viable. Así, en el futuro, las contradicciones que constituían el motor de la historia (lucha por el deseo de reconocimiento) llegarían a su fin.

Sería en el “mundo post-histórico” donde reinaría la democracia liberal y en donde las relaciones internacionales predominantes serían de cooperación, especialmente en términos económicos. Ahora bien, el mundo aún estaría fisurado por una diversidad de conflictos, religiosos, nacionales e ideológicos (como enfatizó Samuel Huntington). Estará por verse si nuestro mundo está verdaderamente condenado a ser democrático, ya que la historia nos ha enseñado que las instituciones políticas en Occidente son mutables y que el proceso de democratización puede sufrir un retroceso, tal como sucedió en el período de entreguerras. La idea de que la democracia pudiese degenerar en una dictadura o incluso en un totalitarismo ya estaba presente en Platón y Aristóteles.

El historiador suizo, Jacob Burckhardt (1818-1897) también había seguido esta línea de pensamiento pero, como señala Arthur Herman, introdujo un nuevo temor que sería parte de toda crítica a la democracia y a la sociedad de masa:

“..el gobierno popular amenaza la vida cultural de la sociedad…El hombre masivo e inculto usa su ascendiente político para estampar su rúbrica mediocre en todas las actividades humanas, porque ahora él define las prioridades de la sociedad. Este era el verdadero «despotismo»  desatado por la Revolución Francesa, creía Burckhardt, «el desencantamiento de…todas las pasiones y egoísmos»…el nuevo despotismo democrático «serviría como modelo para todos los despotismos por toda la eternidad»”[5].

Burckhardt

En una artículo reciente[6], el comentarista político “neoconservador” y ex-asesor de George W. Bush, Robert Kagan, se pregunta si acaso la democracia se encuentra en declive. El autor examina brevemente el período de entreguerras y las lecciones que se pueden obtener en relación a la democracia. De acuerdo a Kagan el proceso de democratización no es un movimiento inevitable y de carácter necesario, ya que las democracias pueden verse desprestigiadas a tal punto que pueden ser sustituidas por regímenes autoritarios y totalitarios, debido a la posibilidad de que la democracia no responda a lo anhelos y necesidades más profundas de las personas. Sobre lo anterior escribe Kagan:

Democracy’s aura of inevitability vanished as great numbers of people rejected the idea that it was a better form of government. Human beings, after all, do not yearn only for freedom, autonomy, individuality, and recognition. Especially in times of difficulty, they yearn also for comfort, security, order, and, importantly, a sense of belonging to something larger than themselves, something that submerges autonomy and individuality—all of which autocracies can sometimes provide, or at least appear to provide, better than democracias”.

"Amanecer Dorado" (Grecia)

"Amanecer Dorado" (Grecia)

El historiador Robert Paxton, en su estudio del fascismo, se refiere a las “pasiones movilizadoras” que constituían la “lava emotiva” que asentaban los cimientos del fascismo. Paxton menciona las siguientes pasiones que, por lo demás, vienen a responder la pregunta que dejamos en suspenso anteriormente: ¿Qué había funcionado mal en la receta liberal de gobierno?”.

-“un sentimiento de crisis abrumadora que no se puede supera con las soluciones tradicionales;

-la primacía del grupo, con el que uno tiene deberes superiores a cualquier derecho, sea individual o universal, y la subordinación a él del individuo;

-la creencia de que el grupo al que uno pertenece es una víctima, un sentimiento que justifica cualquier actuación, sin límites legales o morales, contra sus enemigos, tanto internos como exteriores;

-temor a la decadencia del grupo a causa de los efectos corrosivos del liberalismo individualista, la lucha de clases y la influencias extranjeras;

-la necesidad de una integración más estrecha de una comunidad más pura, por el consentimiento si ello es posible o por la violencia excluyente en caso necesario;

-la necesidad de que haya una autoridad de dirigentes naturales (siempre varones), que culmina en un caudillo nacional, que es el único capaz de encarnar el destino del grupo;

-la superioridad de los instintos del caudillo sobre la razón abstracta y universal;

-la belleza de la violencia y la eficacia de la voluntad, cuando se consagran al éxito del grupo;

-el derecho del pueblo elegido a dominar a otros sin limitaciones de ningún género de ley humana o divina, derecho que se decide por el criterio exclusivo de la capacidad del grupo para triunfar en una lucha darwiniana[7].

Mussolini: fundador del fascismo

Paxton añade que podemos comprender la crisis del liberalismo como una “crisis de transición”, producto del proceso de industrialización y modernización que agudizaron las tensiones dentro de la sociedad, así como la capacidad de adaptación de los grupos sociales.

En nuestros días, producto de la crisis financiera, ataques terroristas e inmigración, la democracia se ve amenazada por grupos nacionalistas u xenófobos radicales como “Amanecer dorado” en Grecia o el ascenso de Marine Le Pen y el Frente Nacional. En Alemania y otros países han surgido movimientos nacionalistas que protestan ante lo que consideran la “islamización” de Europa, como es el caso del grupo Pegida. En nuestros tiempos también persisten gobiernos dictatoriales como el de los hermanos Castro en Cuba, el de Corea del Norte de Kim Jong-un, el de Robert Mugabe en Zimabue, el de Isaías Afewerki en Eritrea, el de Aleksandr Lukashenko en Bielorusia,  el de Chechenia, bajo el régimen de Ramzán Kadýrov y la Venezuela de Nicolás Maduro, entre otros países.

Aleksandr Lukashenko y Vladimir Putin

Kagan señala el ejemplo de México que está sucumbiendo ante la amenaza del narcotráfico, y podemos añadir a esto los desafíos que plantean las teocracias islámicas donde se violan derechos que en Occidente se consideran básicos. En Latinoamérica el populismo y la tradición de los “caudillos” también constituyen una amenaza para los sistemas democráticos. También están aquellos que defienden su propia versión de lo que es una democracia como la de Alí Jamenei, Vladimir Putin o la que en su tiempo defendió Lenin, quien rechazaba la “democracia burguesa” que sólo promovía los derechos de las clases dominantes y defendía una democracia que beneficiara a la clase trabajadora.

También tenemos a quienes rechazan la democracia, ya que la consideran incompatible con la libertad, y en otros casos, porque se contrapone a la religión. Por ejemplo, uno de los líderes de Al Qaeda,  Ayman al-Zawahiri, considera que la democracia es una religión infiel diseñada por los seres humanos, donde se deifica a hombre y se deja de lado a Alá. El líder fundamentalista, que refleja la mentalidad de grupos como ISIL, resume las muchas caras blasfemas de la democracia como sigue. En primer lugar la democracia, al otorgar a las masas el derecho a legislar, está transformando a los seres humanos en dioses, es decir los transforma en colegisladores de Alá. En segundo lugar, se otorga una atribución, exclusiva de Alá, a los seres humanos, quees la capacidad de crear leyes. En tercer lugar la democracia se erige sobre la premisa de que la nación es la que posee la autoridad, y si la autoridad es la forma superior de poder, entonces la nación se transforma en la entidad decisiva ante cualquier problema, lo cual constituye una blasfemia ya que la nación no puede situarse por encima de la autoridad de Alá.

Por último, al-Zawahiri critica el hecho de que en las sociedades democráticas no existan límites a la apostasía que, bajo la sharía, se aplica la pena de muerte. También en tales sociedades se suprime la jihad ofensiva contra los infieles y la blasfemia, ya que se permite el pluralismo y tolerancia en materia religiosa y, por último, en las sociedades democráticas se suprime el dominio del hombre sobre la mujer[8]. Hay quienes también miran con escepticismo la democracia debido a la desconfianza que genera la idea de entregar el poder al pueblo, que es ignorante en las materias sobre las cuales delibera.

En resumen la democracia ha sido criticada por el socialismo, por los bolcheviques, por la derecha conservadora, por los fascistas, por los nazis, por católicos, por rabinos y clérigos musulmanes. Aún así, la democracia es la carta de presentación de numerosas naciones, incluso de aquellas en donde no existe. Venezuela se jacta de ser una democracia, el nombre oficial de Corea del Norte es “República Popular Democrática de Corea”, la de la Antigua Alemania oriental era la “República Democrática Alemana” y actualmente, el Congo de Joseph Kabila se denomina “República Democrática del Congo”. Incluso la propia nación estadounidense está siendo cuestionada. Los estudios de los académicos Martin Gilens y Benjamin I. Page, cuestionan la democracia estadounidense en el sentido de la falta de influencia del ciudadano promedio sobre las políticas de gobierno, en comparación con las elites, esto es, los individuos más ricos y las grandes organizaciones.

Ahora bien, existen algunos más optimistas como Carl Gershman, Presidente del National Endowment for Democracy. En primer lugar, señala que la democracia ha progresado y logrado superar barreras, lo cual se puede ver en el caso de dos países: Indonesia y Túnez. En el primero, el movimiento cívico democrático logró frustrar los planes de los militares de hacer retroceder los cambios políticos. En el caso de Túnez destaca el consenso al que se llegó para establecer una Constitución democrática y escoger nuevos liderazgos por medio de elecciones parlamentarias y presidenciales.

En segundo lugar Gershman destaca los problemas que tienen que afrontar autocracias como las de Putin y Maduro: la baja del precio de las materias primas, fuga de capitales, falta de inversiones, desplome de sus monedas, etc. En tercer lugar, destaca el gradual abandono del aislacionismo por parte de Estados Unidos, tras las dificultades experimentadas después de las invasiones a Irak y Afganistán. Un ejemplo de esto es su postura frente a la guerra civil en Ucrania y la actitud tomada frente al intervencionismo ruso tanto en este país, como ahora en Siria. Para Gershman el liderazgo estadounidense a nivel mundial es necesario para que exista un progreso de la democracia. Por último, el autor rescata la reactivación de los movimientos cívicos como el caso de Euromaidán en Ucrania, que terminó por derrocar al presidente pro-ruso Víktor Yanukóvich

[1] Karl Löwith, op. cit., 76.

[2] Ibid., 81.

[3] Mark Mazower, op. cit., 40-41.

[4] Robert O. Paxton, Anatomía del fascismo (España: Ediciones Península, 2005), 95.

[5] Arthur Herman, La idea de decadencia en la historia occidental (España: Editorial Andrés Bello, 1997), 90.

[6] Robert Kagan, Is Democracy in Decline? The Weight of Geopolitics, Brooking, January, 2015 (artículo en línea: http://www.brookings.edu/research/articles/2015/01/democracy-in-decline-weight-of-geopolitics-kagan)

[7] Robert O. Paxton, op.cit., 54.

[8] Raymond Ibrahim, ed., The Al Qaeda reader (USA: Broadway Books, 2007), 134-135.