Pierre Bourdieu: El funcionario estatal y los rituales del Estado (por Jan Doxrud)
Algunos de los temas que son abordados por Bourdieu son también estudiados y desarrollados por el historiador alemán Lutz Raphael en su libro sobre el desarrollo del Estado administrativo durante el siglo XIX. De acuerdo al historiador alemán la “idea directriz de todos los intentos de reformas de la política de personal de la función pública fue, desde finales del siglo XVIII, la de crear un nuevo estamento de administradores orientados a la eficiencia, que al mismo tiempo pudieran ser representantes del Estado socialmente destacados”[1]. A esto añade el autor:
“Por consiguiente, entre 1780 y 1880 en casi todos los estamentos de Europa se trató en un primer momento de integrar parte de los antiguos estamentos dominantes, en su mayoría aristocráticos, aunque también se admitían burgueses que habían ascendido socialmente y, en casos más raros, personas de las clases inferiores”[2].
Lo anterior habría sido una forma, por parte de los gobiernos reformistas, de privilegiar y disciplinar a los funcionarios estatales de nivel superior, quienes recibieron seguridades materiales en forma de salarios anuales fijos, pensiones y, en ocasiones, donaciones de tierras. Estos privilegios materiales iban acompañados también de un ascenso en el escalafón social. Raphael, tal como lo exponía también Bourdieu, destaca el poder de nombramiento que tenían algunos monarcas, los cuales utilizaron su derecho a conceder títulos nobiliarios para ascender a aquellos representantes más destacados dentro de los nuevos funcionarios estatales.
En el caso de monarquías centroeuropeas como Alemania, la protección de los funcionarios frente al despido arbitrario se transformó en un paso importante, de acuerdo al autor, hacia el Estado de Derecho. En el caso de Alemania, las garantías y los privilegios otorgados a los funcionarios de Estado fueron mayores en comparación a las de los Estados occidentales vecinos. Gradualmente surgió la figura del funcionario estatal vitalicio y el otorgamiento de una pensión como otro privilegio más. Pero más importante aún fue la relación de subordinación y lealtad del funcionario estatal con respecto a la monarquía:
“La contrapartida respecto a la seguridad relativa del puesto de trabajo fue la relación especial de fidelidad del funcionario del Estado: el juramento de fidelidad frente al monarca en tanto que jefe administrativo era en la mayoría de los estados el núcleo de los procedimientos de nombramiento, todos los cuales subrayaban el elemento de vinculación personal entre el funcionario del Estado y el jefe de Estado. Esta vinculación siguió siendo, junto a la lealtad abstracta al Estado y a la constitución, que también se juraba, un aspecto sumamente importante de la mentalidad burocrática durante el siglo XIX”[3].
Lutz Raphael aborda el fenómeno de la titulación académica y explica cómo la imagen social y cultural del alto administrativo estuvo marcada por el hecho de que sus miembros estaban obligados a disponer de titulaciones académicas de nivel superior. Ahora bien, en reinos como el de Austria y Prusia las reformas estatales en la educación superior tenían como objetivo formar, a partir de los licenciados por las escuelas y facultades superiores, servidores del Estado, transmitir conocimientos útiles para el Estado, señala Raphael. El historiador alemán también cita el concepto de “nobleza de Estado de Bourdieu” el cual fue un aspecto decisivo que contribuyó a la racionalización de la Administración. Escribe el autor:
“No sólo en Francia se constituyó una noblesse de robe, una nobleza funcionarial o ministerial, a partir de las familias nobles y ennoblecidos de origen burgués. Sin desarrollarse en todas partes en un estamento cerrado al que se accedía por nacimiento, estos grupos de servidores del Estado o del príncipe, privilegiados de múltiples formas, fueron los primeros que desarrollaron el culto del bien común y de la razón de Estado en el más genuino interés de familias y grupos, cultivándolo como la mejor justificación de su propia existencia”[4].
Regresemos a Bourdieu. En unos pasajes de su clase, el sociólogo examina, a propósito de la génesis del Estado, los trabajos de Norbert Elias y Charles Tilly (1929-2008). Ya mencioné algunas de las ideas de Elias como el análisis que realiza sobre el monopolio de la violencia física y la recaudación de impuestos, y cómo se produjo una transición del monopolio privado al monopolio público. Me detendré un momento en las ideas de Elias. El sociólogo explica el paulatino proceso de centralización en Europa por medio de lo que el denomina como “luchas de exclusión” que es una especie de proceso de selección social en donde, debido al crecimiento de la población, comienza una competencia por el suelo entre los distintos señores de la guerra.
Esta presión ejercida sobre los señores territoriales los empuja a que se enfrenten unos contra otros poniendo en marcha de esa manera el mecanismo del monopolio, es decir, el proceso de exclusión se repite hasta que la lucha se reduce hasta un pequeño puñado de señores que han logrado salir victoriosos después de numerosas batallas. Este proceso no se dio de igual manera en la Europa medieval. Elías destaca el caso del Sacro Imperio Romano Germánico y lo compara con el caso de Inglaterra y Francia:
“La tarea que la lucha por la supremacía, la lucha por la centralización y el señorío, imponía a los participantes, era muy diferente en Inglaterra y Francia que en la zona del Imperio romano-germánico por razones muy sencillas: el imperio era una unidad de magnitud muy distinta a la de los otros dos países; sus diferencias geográficas y discrepancias sociales eran mucho mayores, lo cual prestaba un gran ímpetu a las fuerzas localistas y centrífugas”[5].
Es por ello que resultó menos complejo para la dinastía de los Capetos unificar el territorio, que para la dinastía otónida e incluso, posteriormente para Carlos V. La Europa de fines de la Edad Media se verá sometidas a profundas transformaciones y a competencias por el poder y territorio. Como explica Jaques Le Goff (1924-2014) el relevo de la feudalidad no le correspondería a las ciudades, aunque podría pensarse lo contrario teniendo en consideración el peso e importancia de confederación de ciudades como la del norte de Italia y la Liga Hanseática, así como algunos emblemáticos triunfos como la conseguida por las ciudades italianas en Legnano frente a Federico Barbarroja. Al respecto escribió Le Goff:
“Quizás fuera difícil preverlo en el 1300. Pero el tiempo de los islotes, de los puentes, de las pequeñas células está en vías de desaparición, al mismo tiempo que la feudalidad. Comienza a imponerse un tipo distinto de organización del espacio: el de los Estados territoriales”[6].
Precisamente es Elias el que estudia como se produce este proceso. El monopolio político no se desarrolla de manera rectilínea ya que en el proceso surgen fuerzas descentralizadoras o fuerzas centrífugas, que se alejan del centro. Importante es destacar que para el sociólogo alemán el proceso de centralización y monopolización no obedece a un plan preconcebido, a una planificación consciente o a una visión profética.
Para Elias este proceso representa un entramado de innumerables intenciones e intereses, de manera que lo que surge como resultado de la interacción e intenciones de numerosos individuos, es algo que ninguno de tales participantes había planeado. Continúa explicando el autor:
“Y éste es, en realidad, todo el secreto del entramado social, de su necesidad, de su regularidad estructural, de su carácter de proceso y de su desarrollo; éste es el secreto de la génesis social y de la dinámica de las relaciones”[7]. Más adelante añade: “En este caso, como siempre, del entramado de muchos intereses, planes y acciones individuales surgió una dirección de desarrollo, unas leyes del conjunto de los individuos implicados en la trama general que ninguno de ellos había pretendido en un principio, y una construcción que ninguno había planificado en realidad: un Estado”[8].
De acuerdo a Elias, el proceso civilizatorio, en general, no obedece a un plan o a una intención conciente y racional. Es más, el autor señala que la civilización no es producto de la ratio humana, por lo que considera erróneo pensar que el proceso civilizatorio fuera fruto de la planificación humana a largo plazo, dominando a su vez los efectos a corto plazo. De esta manera el concepto de orden de Elias es uno muy fuerte, muy coactivo, aún más que el de la voluntad y la razón. Este orden deriva de relaciones de interdependencia entre individuos, de los planes y las acciones, los movimientos emocionales o racionales de los hombres aislados. En resumen la civilización no es ni racional ni irracional para Elias, sino que “se pone y se mantiene ciegamente en marcha por medio de la dinámica propia de una red de relaciones, por medio de cambios específicos en la forma en que los hombres están acostumbrados a vivir”[9].
Lo medular dentro de este proceso de centralización es el mecanismo del monopolio. Elias explica que lo que denominamos como “sociedad” durante la Edad Moderna, se encuentra determinada, al menos en Occidente, por un grado muy elevado de organización monopolista, es decir, por el hecho de que a los individuos aislados se les arrebata la libre disposición sobre los medios militares que se reserva el poder central. Lo mismo sucede con la facultad de recaudar impuestos sobre la propiedad o sobre los ingresos, siendo esta una facultad del poder central. Estos dos monopolios se sostiene mutuamente ya que son en realidad dos caras de la misma organización monopolística.
Dentro de este proceso de mecanismo monopolista se pueden distinguir dos fases. La primera es la fase la “competencia libre” o la ya mencionada “luchas de exclusión”, y la segunda fase consiste en que la facultad de gestión de las oportunidades centralizadas y monopolizadas comienza a escaparse de las manos del individuo pasando cada vez a un número mayor. Esto último es lo que Elias como el proceso en que el monopolio privado pasa a ser un público. Añade el sociólogo que si estos dos monopolios llegaran a desaparecer, entonces desaparecería también el Estado. Sobre el tema de las dos fases mencionadas escribe Elias:
“La diferencia entre la nobleza feudal libre y la nobleza cortesana constituye un buen ejemplo. En el caso del feudalismo el reparto de las oportunidades depende de la fuerza social de cada familia en concreto, y es una función, al mismo tiempo de su capacidad guerrera así como de la fuerza física y de la habilidad de cada individuo; la aplicación inmediata de la fuerza es un medio de lucha imprescindible en esta competencia libre por las oportunidades. En el caso de la nobleza cortesana, en último término, el reparto de las oportunidades depende de aquel cuya familia o cuyos antepasados fueron los triunfadores en la lucha previa y que, por lo tanto, monopoliza la violencia. Merced a este monopolio queda absolutamente excluido el empleo de la violencia en la lucha competitiva de la nobleza por conseguir oportunidades que el príncipe tiene por repartir; la práctica de la competencia se ha refinado o se ha sublimado; ha aumentado la represión de los impulsos que impone al individuo su dependencia del señor monopolista”[10].
Elias aborda el caso de la burguesía que se apropia de los dos monopolios: el de la violencia y el fiscal. Pero ocurre que lo que busca esta burguesía no es destruir el sistema de privilegios ya que busca participar y beneficiarse de este. Lo que busca la burguesía con la lucha por el doble monopolio es una redistribución de las cargas y beneficios, es decir, gestionar las oportunidades centralizadas y monopolizadas que escapan gradualmente del poder del rey. En suma, el estamento burgués no busca la destrucción de la nobleza como institución social, ya que estos burgueses aislados buscan conseguir para sí mismos y para sus familias títulos de nobleza y sus correspondientes privilegios. Surge así la noblesse de robe o la nobleza de la toga, que reclama estar a la misma altura que la nobleza de la espada, con los mismos privilegios, específicamente aquel de la exención fiscal. Pero tal situación no se mantendrá en el tiempo ya que, como explica Elias:
“Únicamente cuando el tejido de la sociedad va poblándose de burgueses, cuya base social ya no son los privilegios estamentales, cuando un sector cada vez más importante de la sociedad acaba considerando que los derechos especiales garantizados o establecidos por el gobierno suponen una alteración notable para la marcha de los procesos de división de funciones, nos encontramos con las fuerzas sociales capaces de combatir decisivamente contra la nobleza y que no solamente quieren eliminar los privilegios nobiliarios aislados, sino la institución social de los privilegios nobiliarios en general”[11].
Vemos que la competencia se va reactivando a lo largo de la historia y, por lo general, esta se vuelve más refinada o más civilizada, aunque igualmente de vez en cuando la competencia puede presentarse bajo luchas violentas. Para Elias larelación competitiva es un fenómeno más general y amplio de lo que da a entender el concepto de competencia aplicado a las estructuras económicas. Escribe el sociólogo:
“Se produce una situación de competencia dondequiera que distintos individuos tratan de conseguir las mismas oportunidades, dondequiera que haya una demanda mayor que las oportunidades para su satisfacción, tanto si el poder de disposición sobre estas oportunidades reside en manos de monopolistas o no. El tipo especial de competencia del que hablamos aquí, la llamada «libre competencia», se caracteriza por el hecho de que la demanda de diversos individuos se orienta hacia oportunidades sobre las que no dispone nadie, y que superan el ámbito de acción competitiva de los rivales. En la historia de muchas sociedades, si no en la de todas, se encuentra esta fase de «competencia libre»”[12].
Otro sociólogo que cita Bourdieu es el ya mencionado Charles Tilly (1929-2008) y su obra “Coerción, capital y los Estados europeos, 990 -1990”. Bourdieu destaca el hecho de que Tilly, al describir la génesis del Estado moderno, prestaba atención a la diversidad de tipos de Estado, por ejemplo, el francés e inglés, el sueco, el ruso o el holandés. Así, Bourdieu explica que Tilly tuvo la ambición de escapar del efecto de imposición que el sociólogo francés denomina como la “universalización del caso particular”. Ahora bien, Tilly no dice nada en relación de la dimensión simbólica de la dominación estatal, y se centra principalmente en la lógica económica. De acuerdo al estudio de Tilly los estados modernos son fruto de dos procesos de concentración relativamente independientes:
a) la concentración del capital físico de la fuerza armada ligada al Estado;
b) la concentración del capital económico, ligado a la ciudad.
Continúa explicando Bourdieu que en el centro de la problemática de Tilly se encuentra la dialéctica entre las ciudades y los Estados, donde la delimitación física es obra del Estado y la acumulación del capital económico es obra principalmente de las ciudades. Tilly distingue tres fases en el proceso de concentración de capital económico:
a) Los monarcas obtienen de la población que se encuentra sometida a su poder la renta territorial o tributo necesario. “…los monarcas reclutan unas fuerzas armadas compuestas por siervos o vasallos; estos últimos deben al rey un servicio personal, aunque siempre dentro de los límites de lo estipulado”[13].
b) Los Estados se apoyan en capitalistas independientes que realizan préstamos o de empresas que generan beneficios, por lo que la estructura financiera es aún mercenaria. “…entre 1500 y 1700: recurren principalmente a mercenarios suministrados por profesionales, los proveedores, equivalente a los señores”[14].
c) Alrededor del siglo XVIII logran incorporar al Estado el aparato fiscal. “…absorben el ejército y la marina en la estructura del Estado, renunciando a los mercenarios extranjeros para recurrir a tropas reclutadas por las circunscripciones de los ciudadanos”[15].
Hacia el final, resume de manera esquemática tres vías principales en el proceso que conduce al Estado. En primer lugar está la trayectoria coercitiva que confiere la primacía a la concentración estatal de las fuerzas armadas (Rusia). En segundo lugar tenemos la trayectoria capitalista que confiere primacía a la concentración del capital. En tercer lugar está la trayectoria mixta (Inglaterra) “donde el Estado, de formación muy precoz, tuvo que coexistir y ensamblarse desde el principio con una gran metrópoli comercial y que, por este hecho, representa la síntesis de las dos formas de aglomeración”[16].
Un tercer estudio que cita Bourdieu es el de Philip Corrigan y Derek Sayer, titulado “El gran arco: la formación del Estado inglés como revolución cultural”. En la introducción escriben los autores que en la mayor parte de la literatura no se examina el contenido profundamente cultural de las actividades y de las instituciones del Estado, así como tampoco la naturaleza y la extensión de la regulación estatal de las formas culturales. Tampoco se concibe la formación del Estado como un revolución cultural, que es la idea que defienden los autores. Continúan explicando Corrigan y Sayer:
“La teoría social, tanto marxista como sociológica, se satisface muchas veces con demostrar en términos teóricos generales que el Estado nación es funcional a la producción capitalista y ve en esa demostración no un simple preludio a la investigación histórica, sino el final del análisis. Incluso en los escritos de historia, la formación del Estado se ve relegada a las subdisciplinas especializadas de la historia constitucional o de la historia administrativa”[17].
En relación con la interpretación marxista escriben los autores:
“Los marxistas…han tendido con demasiada frecuencia a entender «el Estado» simplemente como órgano de coerción «los grupos de hombres armados, cárceles, etc.», de Lenin, es decir, como un simple reflejo de un poder supuestamente económico…El reciente «viraje» del marxismo bajo la influencia de una lectura particular de Gramsci insiste en la actividad de establecer y reproducir el «consenso», sigue marcado por la misma dicotomía entre paradigma empírico y paradigma ideológico. Pero aún, hay en parte de estos trabajos un idealismo furibundo que olvida la intrincada relación entre consenso y coerción en la formación del Estado”[18].
Como explica Bourdieu, los autores rechazan el reduccionismo marxista que consiste en reducir las formas de dominación a los aspectos más brutales de la dominación, a la fuerza militar. Existen otras formas de dominación más sutiles, las formas simbólicas, sin las cuales no podría funcionar un orden social. Continúa explicando:
“En otras palabras, hay que rechazar el viejo esquema infraestructura/superestructura – esquema que ha hecho mucho daño a la ciencia social – , pero, si queremos conservarlo, al menos habrá que darle la vuelta. Para comprender un milagro económico, ¿no habría que partir de las formas simbólicas? El fundamento de las cosas que se nos aparecen como las más fundamentales, las más reales, las más determinantes «en último término», como dicen los marxistas: ¿no está en las estructuras mentales, en las formas simbólicas, formas puras, lógicas, matemáticas?”[19].
A continuación señalan cuáles son las falencias de las interpretaciones anteriormente señaladas:
“En ninguno de esos enfoques se valora debidamente el significado de las actividades, formas, rutinas y rituales del Estado para la constitución y la regulación de las identidades sociales, y en última instancia de nuestras subjetividades. Sin embargo, y ése será nuestro argumento, la formación del Estado tiene un papel destacado en la orquestación de esa regulación constitutiva por lo que es y, a la vez, por lo que hace”[20].
Creo necesario hacer un paréntesis en relación al tema de los rituales estatales, el culto inconsciente alEstado o al fenómeno de la religión civil, como señala Pierre Bourdieu. Ya he citado en mi otro libro[21] que el historiador chileno Jaime Valenzuela realiza un estudio sobre este tema en el caso del Chileborbónico así como al período post-independencia. En su estudio sobre los ritos y fiestas del Chile borbónico y republicano, también se refiere a la propagación de la burocracia estatal que se encargaba de velar por los intereses de la monarquía y el bien común en general. En relación a la lógica administrativa de la monarquía borbónica español escribe el autor:
“Se fomenta una burocracia más profesional y más técnica, con un mayor espacio para letrados y abogados, que ocupan puestos importantes. La filosofía que subyace a este cambio propicia, además, la secular búsqueda...del burócrata como agente neutral, que sólo actuase en beneficio del Estado y se mantuviese alejado de los intereses locales y de las tentaciones de corrupción...”[22].
Otro autor que ha estudiado este fenómeno es George L. Mosse, al cual Bourdieu hace referencia. Mosse explica cómo la “nueva política”, en el caso de la Alemania nacionalsocialista, fue llenando los espacios de monumentos y fiestas públicas, y recurrió a los ritos y mitos con el objetivo de materializar y organizar las esperanzas y miedos humanos. Esta nueva política también se caracteriza por la politización, en donde la vida y la política debían interpenetrarse, lo que significaba que “todas las formas de vida se convierten en algo politizado. La literatura, el arte, la arquitectura e incluso nuestro entorno se consideran símbolos de actitudes políticas”[23].
Esta nueva política de la que nos habla el autor se basa en una vieja idea en ascenso en el siglo XVIII: la soberanía popular y el culto al pueblo. En palabras de Mosse:
“Este concepto de soberanía popular se precisó mediante la idea de «voluntad general», tal como Rousseau la había expresado, asentándose en la creencia de que la naturaleza del hombre como ciudadano sólo puede existir activamente cuando todas las personas actúan juntas con un pueblo reunido. La voluntad general se convirtió en una religión secular, en la que el pueblo se adoraba a sí mismo y la nueva política trataba de guiar y formalizar ese culto...”[24].
El sociólogo francés se refiere al fenómeno de la nacionalización de las masas o cómo las masas se constituyen en nación, destacado por Mosse. Bourdieu explica que lo medular del trabajo de Mosse consiste en demostrar que el nazismo llevó al extremo el trabajo de inculcación de representaciones colectivas homogéneas. En palabras de Bourdieu: “…las naciones se ofrecen a sí mismas como espectáculo y se hacen existir objetivándose por medio del espectáculo que dan de ellas mismas ante sí mismas: se hacen existir en y por medio de una Litúrgica cívica, por medio de la liturgia de la religión civil”[25].
Regresando a Corrigan y Sayer, lo que ambos se proponen en su obra es comprender las formas del Estado en cuanto formas culturales y las formas culturales en cuanto formas reguladas por el Estado. Bourdieu destaca la idea de que es el Estado es el que define todas las formas codificadas, así como la imposición de una visión legítima del mundo social. Vuelve a aparecer la figura que mencioné más arriba: el censor. Al respecto escribe Bourdieu.
“Su pensamiento es un pensamiento típico de Estado; sus categorías de pensamiento son categorías de pensamiento de estado: categorías de orden y de mantenimiento del orden. Los estadísticos de Estado no se plantean problemas de ningún tipo; son reclutados y formados de manera que no se planteen los problemas que plantean sus operaciones estadísticas”[26].
En relación a las operaciones del Estado escribe:
“El Estado opera una unificación de códigos. El ejemplo por excelencia es la lengua, pero también el nombre de las profesiones, todos los términos que designan las identidades sociales, todas las taxonomías que se usan para clasificar a los hombres, a las mujeres…Por medio de ello, el Estado impone una visión legítima contra otras visiones, contra otras moralidades, de las que podríamos decir que expresa la visión de los dominados. Corrigan y Sayer insisten mucho en el hecho de que el Estado ha impuesto su modelo de manera sistemática contra los dominados; es una especie de historia a la vez de la génesis del Estado y de lo que el Estado ha eliminado como otras posibilidades ligadas a intereses dominados”[27].
Continúa explicando Bourdieu que los autores privilegian – siguiendo a Durkheim, quien se refería al Estado como el órgano de la disciplina moral – lo que denominan la “dimensión moral de la actividad estatal”. De acuerdo a ellos, la formación del Estado es un proyecto totalizante que representa a los seres humanos como miembros de una comunidad particular o una “comunidad ilusoria” (Marx), siendo el epítome de esta comunidad la nación, que exige la lealtad así como la identificación de sus miembros. A su vez la “nacionalidad” crea a un “otro” que no es parte de la nación, es decir, un extranjero.
Explica Bourdieu, siguiendo a Corrigan y Sayer, que el Estado fuerza a las personas a identificarse, a verse a sí mismos de una manera privilegiada, en términos de nacionalidad. Acerca de la “regulación moral”, Corrigan y Sayer escriben que es:
“un proyecto de normalizar, volver natural, parte ineludible de la vida, en una palabra «obvio», aquello que es en realidad el conjunto de premisas ontológicas y espistemológicas de una forma particular e histórica de orden social. La regulación social es coextensiva con la formación del Estado y las formas estatales siempre están animadas y legitimadas por un ethos moral específico. El elemento central es que las agencias estatales intentan dar una expresión única y unificadora a lo que, en realidad, son experiencias históricas, multifacéticas y diferenciadas de diversos grupos dentro de la sociedad”[28].
Como explica Bourdieu, los autores se acercan a Gramsci cuando describen la formación del Estado como la construcción y la imposición masiva de un conjunto de representaciones y de valores comunes. También se acercan a Norbert Elías, con la salvedad de que donde el sociólogo alemán hablaba de “proceso de civilización”, Corrigan y Sayer hablan de un proceso de “domesticación”. Incluso el llamado “Estado de Bienestar” podría operar como una institución de control o de servicios, incluso sería ambas cosas a la vez. El Estado de Bienestar sería más efectivo, es decir, controla mucho mejor porque sirve a la comunidad.
En resumen, Bourdieu señala queel Estado es una instancia de legitimación por excelencia que consagra, solemniza, ratifica y registra. En otras palabras, el Estado es el que “establece”: “…los rituales de un palacio de justicia, las fórmulas de la aprobación real a un acto del parlamento, la visita de una escuela por parte de los inspectores, etc. Todo esto son los statements de Estado, de los actos de estado”[29].
[1] Lutz Raphael, Dominación mediante la administración en el siglo XIX (España: Siglo XXI Editores, 2008), 160.
[2] Ibid.
[3] Ibid., 163.
[4] Lutz Raphael, op. cit., 13.
[5] Norbert Elias, El proceso de civilización. Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas (México: FCE, 2009), 405.
[6] Jacques Le Goff, La civilización del occidente medieval (España: piados, 1999), 90.
[7] Norbert Elias, op. cit., 468.
[8] Ibid., 469.
[9] Ibid., 538.
[10] Ibid., 423.
[11] Ibid., 486.
[12] Ibid., 459.
[13] Pierre Bourdieu, op. cit., 189.
[14] Ibid.
[15] Ibid.
[16] Ibid., 190.
[17] María L. Lagos y Pamela Calla, comp., Antropología del Estado. Dominación y prácticas contestatarias en América Latina, Informe de desarrollo Humano (PNUD), 2007.
[18] Ibid., 42-43.
[19] Pierre Bourdieu, op. cit., 224-225.
[20]María L. Lagos y Pamela Calla, op. cit., 43.
[21] Caminos de distopia. Estudios sobre Marx(ismo), socialismo y sus críticos. Economía, política y sociedad.
[22] Jaime Valenzuela Márquez, Fiesta, rito y política. Del Chile borbónico al republicano (Chile: Ediciones de la Dirección de Bibiliotecas, Archivos y Museos, 2104), 103.
[23] George L. Mosse, La nacionalización de las masas (Argentina: Siglo XXI Editores, 2007), 276.
[24] Ibid., 16.
[25] Pierre Bourdieu, op. cit., 475.
[26] Pierre Bourdieu, op. cit., 199.
[27] Ibid.
[28] María L. Lagos y Pamela Calla, op. cit., 46.
[29] Pierre Bourdieu, op. cit., 198.